``` La historia de un hombre que trae la muerte y una chica que la niega. ---- En la montaña embrujada del reino, dicen que vivía una bruja. Ella nació princesa. Pero incluso antes de su nacimiento, el sacerdote la declaró maldita y exigió su muerte. Envenenaron a la madre para matar al bebé antes de que diese a luz, pero el bebé nació de la madre muerta —una niña maldita. Una y otra vez, intentaron matar al bebé pero ella milagrosamente sobrevivió cada intento. Dándose por vencidos, la abandonaron en la montaña embrujada para que muriera pero ella aún sobrevivió en esa tierra estéril —una bruja. —¿Por qué no muere? Años más tarde, la gente finalmente se hartó de la bruja y decidió quemar la montaña. Pero el Diablo llegó en su rescate y la llevó consigo de aquel lugar en llamas, porque morir no era su destino ni siquiera entonces. Draven Amaris. El Dragón Negro, que gobernaba sobre los seres sobrenaturales, el Diablo con quien nadie deseaba cruzarse en su camino. Odiaba a los humanos pero esta determinada chica humana lo atraía hacia ella cada vez que estaba en peligro. —¿Es realmente humana? Él se llevó a la humana con él y nombró a esta misteriosamente tenaz chica “Ember”, un pedazo de carbón ardiente en un fuego moribundo. Un alma manchada de venganza y la oscuridad del infierno, se levantaría de las cenizas y cumpliría su revancha. ------ Este es el segundo libro de la serie de Los Diablos y Las Brujas. El primer libro es - La hija de la bruja y el hijo del diablo. Ambos libros están conectados entre sí, pero puedes leerlos de manera independiente. ```
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—¿Qué lugar es este? —preguntó ella con los ojos muy abiertos.
—Donde me gusta pasar mi tiempo solo —respondió él sin dar mayores detalles.
Ella caminó adelante y observó esa tierra hasta donde su vista le permitía. Mientras se abría paso entre las plantas que le llegaban a las rodillas, la agradable brisa seguía jugando con sus largos mechones castaños.
—¿Cómo se llaman estas? —preguntó ella mientras arrancaba una flor amarilla.
—Dientes de león —respondió él sin apartar la vista de ella.
Ella lo observó de cerca. —Tan delicado.
—Como tú —afirmó él con una sonrisa.
Ella levantó una ceja hacia él, sin sentirse enojada por ser llamada delicada, pero sonrió juguetonamente. —¿Lo soy?
—Sí —asintió él—. Bastante.
Luego ella miró a una flor blanca. —Parecen más delicadas que esta.
Draven arrancó una de ellas y se la entregó. —Puedes intentar soplar sobre ella.
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