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El nacimiento del León de Esmeralda

Al ver el cuerpo desfallecido en sus brazos, su corazón perdió valentía y su mente nubló su juicio. Cómo un armadillo de Lardier protegía el cuerpo de las viles criaturas que se acercaban con paso lento.La decisión había sido tomada y con ella, su resolución también. La pena se mezclaba con el odio, ganando más fuerza. Su voluntad quebrantada seguía el camino de la muerte intentando acompañar a su viejo amigo a través de los lagos de la desolación. En cambio, las fieras abominaciones se hacían presente en su cuerpo, saboreándolo sin cesar.El caos de su mente sumergía al pobre kerontino en la perdición. Así como existe el bien y el mal, la claridad se encontró en ella. Navegando los mares de la desesperación, liberaba la furia contenida en su razón, lo que daba paso al frenesí y, con ello, la sentencia de muerte para sus enemigos.La marca sobre su hombro empezó a relucir del color de la sangre, así mismo sus ojos se volvieron verdes, como el de una esmeralda.Una rabia incontenible se apoderó de su cuerpo, agarrando la vieja hacha oxidada. Sus manos rojizas por la herrumbre combinaban con aquella escena. Con habilidad se abalanzó sobre la multitud de criaturas que gritaban de modo ilegible pero aterrador.Su espada cortaba a través de pieles, ojos, bocas y deformidades, parecía que ofrecía un monólogo en vivo, mientras la sangre empapaba su cuerpo una vez más. De tajos habilidosos rompía los cráneos, pasando de la defensa al ataque como un fiero león reclamando su posición. Su sangre hervía de rabia, su fuerza aumentaba y su cordura se perdía hasta que no quedara nada.En ese momento, a pesar de los vientos fríos que surgían a medianoche, así como del repentino silencio que evocaba paz, el joven kerontino se acomodaba en forma defensiva, apretando el mango hasta romperse las ampollas. Los pedazos que cayeron al suelo volvían a vibrar, temblar y moverse, reuniéndose en uno solo. La escena era asombrosa y terrorífica, la mirada de Hiram se hacía más perversa, sus ojos verdes cristalinos se prendían aún más y la herida en el hombro le empezaba a arder.Los rostros, cráneos, extremidades, todo lo que había quedado, se amalgamaban en una abominable masa de carne que se erguía sobre la tierra.Su altura era impresionante, como si se tratara de la imaginación de algún cuento de un malicioso bardo. Los gritos agudos perforaban los oídos, al igual que los lamentos y blasfemias que lanzaban las cabezas que florecían sobre su cuerpo, mientras los músculos desnudos emanaban su autonomía también.Se arrastró con gran velocidad hacia el kerontino, que con dificultad logró esquivarlo de un salto. La amorfa criatura comprendió que su embestida no obtuvo éxito, por lo que volvió a intentarlo sucumbiendo en sus deseos demoníacos. En ese momento, Hiram ya se encontraba en movimiento, su semblante cada vez más bestial provocaba un encuentro sin igual, y así sucedió.Con la marcha puesta, el fornido muchacho se abalanzó sobre él, destrozando furiosamente todo lo que estaba a su alrededor, mientras las extremidades que ostentaba lo expulsaron hacia la fría tierra. No obstante, el símbolo en su brazo volvía a palpitar, llevando un regalo al pobre cuerpo de Hiram. Una avalancha de adrenalina se apoderó de él, ya sintiéndose más animal que humano. En el fulgor de la batalla comenzó a cercenar las extremidades que reaparecían cada cierto tiempo, mientras la grotesca bola de carne asomaba sus dientes afilados que rasgaban su piel.El ritmo de la batalla había cambiado; los golpes eran inquietantes, y los restos de cuerpos caían en una danza de desmembramiento. La feroz criatura gritaba de dolor, sonidos que disfrutaba el kerontino en su frenesí. En un acto de audacia, la abominable bestia lo lanzó hacia un viejo roble, descascarando el árbol y dejando su pobre espalda en trizas, impidiéndole respirar con tranquilidad.Cuando la bestia se percató de lo sucedido, avanzó hasta propinarle un último golpe para llevárselo a la oscuridad perpetua. En eso la astucia del kerontino salió a flote, en la desesperación él veía una esperanza.La bestia presta a devorarlo, lo alzó con sus extremidades. Su libertad estaba cautiva, aunque él en su ferocidad mantenía la calma, tomando cada segundo con concentración, esperando el momento adecuado para actuar. Al abrir su inmensa mandíbula, las heridas causadas por la batalla arrojaron la sangre del obstinado kerontino, la cual cayó dentro de la boca de la abominación, quemándola. El joven, al percatarse de este momento, visualizó res ojos parecidos a unos zafiros, los cuales manipulaban sus acciones y con un poco de suerte soltó su hacha, aventándola hacia alguno de ellos.Ese mismo instante, la bestia perdió la brújula y en su viveza el joven recogió su arma, asestándole diferentes cortes en sus partes más vulnerables, incluyendo sus valiosos ojos que brillaban como piedras preciosas del monte de Veruvio. La criatura balbuceó al contacto del arma filuda contra su cuerpo, embargándole sentimientos de dolor. Al ver lo que estaba ocurriendo, se llenó de valor como un león y pronunció las siguientes palabras:Maldita bestia, que osas levantar tus mugrosas manos sobre mí,Que añoras la codicia y la muerte,Vienes a mí sin temor, cuando no deberías,¡Ahora es mi turno!¿Crees que somos tan débiles?Hoy te mostraré el verdadero infierno,El infierno que podemos causar los humanos.Después de proclamar su decisión, su actitud frenética lo condujo a torturarlo hasta el amanecer. El placer en su rostro se manifestaba en cada cuchillada, mientras el miedo, la angustia, la desesperación y los lamentos de la horripilante bestia desdibujaban cualquier rastro de humanidad en Hiram.El amanecer de esa espeluznante escena, cuando los rayos del sol se fundieron con la tierra, reveló toda la masacre perpetrada. En un rincón yacía la vil criatura, desmembrada, mutilada y desfigurada, dejando sus últimos vestigios sobre esa tierra roja y oxidada.Perplejo, sentía el peso de su espada, su líbido descendió de forma repentina, su cordura volvía en sí y su fuerza quedaba en el olvido. Sin pensar, llego lo más pronto posible hacia la carroza en donde Sander había guardado varias medicinas, a duras penas botó algunas cajas, rompiéndolas y obteniendo lo buscado. Al finalizar la última gota de los brebajes, entró en un sueño profundo y ensimismado, volvía hacia un sitio conocido.

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La bruma lo envolvió en sus brazos, raptándolo en su desconocimiento. Recuperó su conciencia cuando abrió sus ojos entrecerrados frente al telón oscuro que se extendía ante él. En cuestión de segundos, prestó atención a su alrededor. Se hallaba sentado sobre un trono de huesos maquillados por la antigüedad, de tono amarillento y sombrío, transmitía terror a simple vista. Sus muñecas estaban atrapadas por unos grilletes de acero negro, y los eslabones derramaban su tosquedad en el recinto.Queriendo forcejear sobre su destino, en medio de su creciente desesperación, se hería las muñecas intentando salir de aquel recóndito lugar.—¿Por qué me castigas tanto Wakon?¿Quieres que me envuelva en la locura?Acaso disfrutas torturarme. —gritó.—Responde a tu hijo —enunció pidiendo piedad.Después de inquirir sobre el mismo tema, aullando como un lobo del frío invierno, un ser omnipresente hacía su aparición.—Escoria humana, deja de lamentarte —respondió al alboroto causado por el joven. —Todos son iguales: piezas, sacrificios, recipientes, muñecos, seres sin valor para nosotros. En cambio, ustedes, en un voto de fe hacia las divinidades, piensan que recibirán algún regalo. —Se reía a carcajadas.—¡Estúpidos, infelices! —vociferó la extraña presencia.En ese instante, el ser divino emergió de las sombras y se materializó frente al kerontino, dejándolo asombrado por su imponente figura que emanaba de él. Vestía una armadura morada que resplandecía con un aura siniestra, proyectando el terror en las pupilas de Hiram. Su rostro al descubierto dejaba ver sus huesos atroces, con la cabeza rota en su parental y frontal, revelaban su muerte. Así mismo, en el centro de su frente se observaba una marca que tenía la forma de una espada con un remolino en sí. Intrigado, el joven kerontino, se tocó su estigma, el cual empezó a arder frenéticamente como si se quemara de nuevo su piel. El dolor era casi insoportable, pero el joven de Keronte se mordió la lengua para volver en sí.—¡Esto es Maravilloso! —confesó la maquiavélica figura. —A pesar de que llevas la marca de Meren no sucumbiste ante ella. Parece que el principio de correlación ha hecho su efecto.Esto intrigó al muchacho. Exhaló el aire de sus pulmones para tensar las cuerdas vocales y dijo:—¿El principio de correlación?—Oh, también puedes hablar, pensé que eras una basura inservible. —Declaraba mientras se acercaba al joven bárbaro.— Ni se te ocurra acercarte, estúpido saco de huesos —anunció con valentía.Esas palabras no le gustaron nada a ese espectro malicioso y con sus manos filosas, tomó la cabeza del kerontino rasgándole su cara a sí mismo al ver los ojos furiosos de Hiram, le clavo las garras en el muslo, torturándolo.— No tienes miedo a morir, estás frente a Kalim, el heraldo de la muerte. Quizás, necesites unos miles de años en el infierno. —sostuvo en su cólera mientras le infligía heridas por todas partes.El fornido joven no podía pronunciar palabras, solo gritaba, intentaba suplicar, pero no se le permitía. Kalim, sostuvo su cólera por unos cuantos minutos más, hasta que lo dejó malherido en ese trono que reclamaba el color rojo sobre él.—Mírate, ahora si pareces a Meren. Todo un rey —ironizó de forma cruel.En su disfrute, una voz más apareció en el firmamento de desesperanza.—Kalim, no deberías tratar a los invitados así, no tenemos muchos en estos tiempos.—Me divertía un poco mientras te esperaba -reconoció. —Ya que estás aquí, porque no lo traes de vuelta, Hauvel.Desde la punta de los pies hasta la cabeza, su armadura blanca resplandecía. Su rostro carecía de labios y sus ojos tenían un color neutro con contornos ramificados que expresaban furia y tristeza.En ese instante, la impactante presencia se posicionó al lado del desahuciado cuerpo y con un haz de luz que emergía sobre su palma, lo curó. En cuestión de segundos, la flama del joven kerontino volvió a surgir. Abrió los ojos para contemplar a semejantes divinidades frente a él. El daño psicológico que había sufrido por parte de Kalim le causó un nerviosismo extremo, y su voz empezaba tartamudear.— ¿Qqq ueee qui qui qui ee eee re re reen de de m mm miiii?— expresaba a duras penas.— Aún puede hablar— sostuvo maravillado Kalim.— ¡Cállate!, siempre haces las cosas más difíciles. —inquirió Hauvel.En eso, Hiram, visualizó a la figura blanca que regañaba a su torturador. Aunque no entendía lo que pasaba, miraba con odio hacia los dos.— Entiendo lo que sientes, todo esto tiene que ver con el principio de correlación, el cual ha tenido efecto en tu mundo y en el nuestro.Meeren era una divinidad desterrada por traición. Se atrevió a desafiar las leyes impuestas por los dioses; además, otorgó poder a los humanos: el coraje, la valentía y la esperanza. Él sabía muy bien lo que había hecho, por eso se escondió en las sombras, para que no pudiéramos atraparlo. Al final, su destino se cruzó con el tuyo de una manera estúpida. Quizás los dos eran iguales, defectuosos desde su nacimiento. Y al beber su sangre, obtuviste su bendición; ahora eres el portador de su fuerza y, con ello, también de su cruel destino. —explicó Hauvel.—Creo que le has dado demasiados detalles a este pobre moribundo. De todas formas, morirá sea por los nuestros o por los suyos. —replicó Kalim.De pronto, en el debate de los dos Heraldos, el joven kerontino seguía con ira. Aunque su lengua estaba atada, no vaciló en contraatacar, rompió uno de los eslabones que lo mantenían sujeto a la silla. Empuñando el hacha que portaba, lo arrojo hacia el punto ciego de Kalim. En ese crítico instante, el arma se desvaneció en un destello fulgurante, todo gracias a una sola y fulminante mirada de Hauvel.— Parece que no has entendido tu posición —expresó la figura blanca. —He sido muy benevolente, quizás eso no funcione contigo. —chasqueando los dedos, miraba con atención la pequeña figura que le daba asco y repulsión.Ese mismo instante, las sombras se alborotaron, trayendo la inmundicia de ese lugar, formas monstruosas nunca antes vistas ni en sus peores pesadillas, imaginaban ese momento.— Este será tu castigo, por no respetar tus límites, disfrútalo —dijo Hauvel.— Aquí no puedes morir, pero sí sentir. Espero tus plegarias para matarte —expuso Kalim, al perderse de nuevo en las sombras con Hauvel, dejando atrás a Hiram, con las abominaciones acercándose hacia él.Las bestias avanzaban a paso firme, como un ejército marchando en el momento de su gloria. En su desesperación, forcejeaba con las cadenas que lo aprisionaban, las mordía y quebraba sus huesos, pero nada funcionaba. Sin embargo, desde lo más profundo de su ser, un poder antiguo surgió, reclamando su cuerpo, y en un sacrificio de sí mismo, se rindió a esa fuerza indomable. Una furia azotaba el lugar, su marca brillaba con intensidad, al igual que sus ojos. Preparándose para el primer movimiento, con un grito de coraje que resonaba por la penumbra, tomaba el valor con sus manos aceptando su cruel destino. Y de repente, todo se sumió en oscuridad, regresándolo a su realidad...

Muchas cosas están por pasarle a Hiram, esto es el comienzo.

¡Infinitas gracias a los que siguen la historia!

JGeorgeAlvarezcreators' thoughts