Hober Mallow movió los pies cansadamente mientras ojeaba los informes. Dos años de alcaldía le habían hecho un poco más dócil, un poco más suave, un poco más paciente, pero no le habían enseñado a que le gustaran los informes gubernamentales ni el estilo burocrático en el que estaban escritos.
¿Cuántas naves destruyeron?
preguntó Jael.
Cuatro fueron atrapadas en tierra. Dos no han informado. Todas las demás
están a salvo. Mallow gruñó: Podríamos haberlo hecho mejor, pero esto es sólo una escaramuza.
No hubo respuesta y Mallow alzó la vista.
¿Está preocupado por algo?
Me gustaría que Sutt estuviera aquí
fue la casi impertinente contestación.
Oh, sí, y ahora oiremos otra conferencia sobre el frente interior.
No, no la oiremos replicó Jael, pero usted es terco, Mallow. Puede haber descubierto la situación exterior en todos los detalles, pero nunca se ha preocupado de lo que ocurría en el planeta.
Bueno, éste es su trabajo, ¿no?
¿Para qué le hice ministro de Educación y
Propaganda?
Con toda claridad, para enviarme a una tumba temprana y miserable, dada la cooperación que usted me proporciona. Durante el último año, le he vuelto sordo con el creciente peligro de Sutt y sus religionistas. ¿De qué servirán sus planes, si Sutt fuerza una elección especial y le derroca?
De nada, lo admito.
Y el discurso que hizo usted anoche sobre manejar la elección de Sutt con una sonrisa y una caricia. ¿Era necesario ser tan sincero?
¿Hay algo mejor que robar a Sutt su caja de truenos?
No dijo Jael, violentamente,
no del modo que usted lo hizo. Me dice que lo ha previsto todo, y no me explica por qué comerció con Korell a exclusivo beneficio suyo durante tres años. Su único plan de batalla es retirarse sin una sola batalla. Abandona todo el comercio con los sectores del espacio cercanos a Korell. Proclama abiertamente un ahogo del rey. No promete ninguna ofensiva, ni siquiera en el futuro. Galaxia, Mallow,
¿qué cree que puedo hacer en medio de este desastre?
¿Le falta atractivo?
Le falta la menor llamada a la emotividad del pueblo.
Es lo mismo.
Mallow, despiértese. Tiene dos
alternativas. O se presenta al pueblo con una dramática política exterior, sean cuales fueren sus planes particulares, o establece cualquier compromiso con Sutt.
Mallow dijo:
Muy bien, si he fallado en la primera, probemos la segunda. Sutt acaba de llegar.
Sutt y Mallow no se habían encontrado personalmente desde el día del juicio, dos años atrás. Ninguno detectó ningún cambio en el otro, a excepción de la sutil atmósfera que los envolvía, prueba evidente de que los papeles de gobernante y pretendiente habían cambiado.
Sutt tomó asiento sin ningún apretón
de manos.
Mallow le ofreció un cigarro y dijo:
¿Le importa que Jael se quede? Desea ansiosamente un compromiso. Puede actuar de mediador si se excitan los ánimos.
Sutt se encogió de hombros.
Un compromiso es lo que usted querría. En otra ocasión le pedí que estableciera sus condiciones. Supongo que ahora las posiciones se han cambiado.
Supone correctamente.
Entonces, éstas son mis condiciones. Debe usted abandonar su disparatada política de soborno económico y comercio de bagatelas, y
volver a la probada política exterior de nuestros padres.
¿Se refiere a la conquista por los misioneros?
Exactamente.
¿No puede haber un compromiso distinto?
No.
Hummm. Mallow encendió su cigarro con toda lentitud, e inhaló el humo. En tiempos de Hardin, cuando la conquista por los misioneros era nueva y radical, hombres como usted se opusieron a ella. Ahora está probada, asegurada y confirmada todo lo que un Jorane Sutt encuentra bien. Pero dígame,
¿cómo nos sacaría usted del desastre
actual?
De su desastre actual, querrá decir. Yo no tengo nada que ver con él.
Considere la pregunta debidamente modificada.
Una fuerte ofensiva es lo más indicado. La partida en tablas con la que usted parece satisfecho es fatal. Sería una confesión de debilidad ante todos los mundos de la Periferia, donde la apariencia de fuerza es indispensable, y no hay ni un solo buitre entre ellos que no se uniera al asalto por su parte en el cadáver. Debería entenderlo. Es usted de Smyrno, ¿verdad?
Mallow no hizo caso de la observación. Dijo:
Y si usted vence a Korell, ¿qué hay del imperio? Éste es el verdadero enemigo.
La débil sonrisa de Sutt alargó las comisuras de sus labios.
Oh, no, sus informes sobre la visita que hizo usted a Siwenna, eran completos. El virrey del Sector Normánico está interesado en crear una disensión en la Periferia para su propio beneficio, pero sólo como una salida lateral. No va a arriesgarlo todo en una expedición al borde de la Galaxia cuando tiene cincuenta vecinos hostiles y un emperador contra el que rebelarse. Repito sus propias palabras.
Oh, sí que podría, Sutt, si cree que
somos bastante fuertes como para constituir un peligro. Y puede creerlo así si destruimos Korell mediante un ataque frontal. Tendríamos que ser considerablemente más sutiles.
Como por ejemplo
Mallow se recostó en su asiento.
Sutt, le daré su oportunidad. No lo necesito, pero puedo utilizarle. De modo que le diré de lo que se trata, y entonces usted puede unirse a mí y recibir un puesto en el gabinete de coalición, o puede hacer el papel de mártir y pudrirse en la cárcel.
Ya recurrió a este último truco en una ocasión.
No me empleé a fondo, Sutt. Pero
esta vez va en serio. Ahora escuche. Mallow entrecerró los ojos: Cuando aterricé por primera vez en Korell empezó, soborné al comodoro con las chucherías y baratijas que forman el habitual suministro del comerciante. Al principio, esto sólo tuvo como objetivo abrirnos la puerta de una fundición de acero. No tenía otro plan que éste, pero en esto tuve éxito. Conseguí lo que quería. Pero sólo después de mi visita al imperio me di cuenta exactamente de la clase de arma que podría forjar con este comercio.
»Nos enfrentamos con una crisis Seldon, Sutt, y las crisis Seldon no se resuelven por una sola persona, sino por
las fuerzas históricas. Hari Seldon, cuando planeó nuestro curso de historia futura, no contó con brillantes héroes, sino con amplias extensiones económicas y sociológicas. Por eso, las soluciones de las diversas crisis deben conseguirse gracias a las fuerzas que se nos presentan en el momento.
»En este caso ¡el comercio!
Sutt enarcó las cejas escépticamente y se aprovechó de la pausa.
No me considero como un ser de inteligencia subnormal, pero la cuestión es que su vaga conferencia no es muy reveladora.
Lo será dijo Mallow. Tenga en cuenta que hasta ahora el poder del
comercio ha sido subestimado. Se ha creído que tenía que estar bajo el control del clero para constituir un arma poderosa. No es así, y ésta es mi contribución a la situación de la Galaxia.
¡Un comercio sin sacerdotes! ¡Comercio, solo! Es lo bastante fuerte. Seamos simples y específicos: Korell está ahora en guerra con nosotros. Por consiguiente, nuestro comercio con él se ha interrumpido. Pero, fíjese que estoy tratando esto como un simple problema de aritmética, durante los pasados tres años ha basado su economía en las técnicas atómicas, que nosotros hemos introducido y que sólo nosotros podemos continuar supliendo. ¿Qué supone usted
que pasará cuando los diminutos generadores atómicos empiecen a fallar, y un aparato tras otro se estropee?
»Los pequeños aparatos domésticos serán los primeros. Después de medio año de esta situación de tablas que usted odia, el cuchillo atómico de una mujer dejara de funcionar. Su horno empezará a fallar. Su lavadora no irá bien. El control de temperatura y humedad de sus casas quedará inutilizado en un caluroso día de verano. ¿Qué ocurrirá?
Hizo una pausa en espera de una contestación, y Sutt dijo tranquilamente:
Nada. La gente lo resiste todo durante la guerra.
Es muy cierto. Lo resisten todo.
Enviarán a sus hijos al espacio en número ilimitado para que mueran horriblemente en naves espaciales destrozadas. Aguantarán los bombardeos enemigos, aunque esto signifique tener que vivir de pan rancio y agua fétida en refugios excavados a ochocientos metros de profundidad. Pero es muy difícil soportar las pequeñas cosas cuando el entusiasmo patriótico de un peligro inminente no existe. Va a ser un final en tablas. No habrá sufrimientos, ni bombardeos, ni batallas.
»Sólo habrá un cuchillo que no cortará, y un horno que no asará, y una casa que estará helada durante el invierno. Será muy molesto y la gente
protestará.
Sutt dijo lentamente, como si formulara una pregunta:
¿En esto tiene usted puestas sus esperanzas? ¿Qué espera? ¿Una rebelión de amas de casa? ¿Un súbito levantamiento de carniceros y tenderos con sus cuchillos y sus tajos en alto, gritando «Devuélvanos nuestras Máquinas Lavadoras Atómicas Automáticas marca SuperKleeno»?
No, señor dijo Mallow, con impaciencia. No es eso lo que espero. Por el contrario, lo que espero es un fondo general de protestas y descontento que después serán representados por figuras más importantes.
¿Y cuáles son esas figuras más importantes?
Los fabricantes, los propietarios de fábricas, los industriales de Korell. Cuando hayan transcurrido dos años de la situación de tablas, las máquinas de las fábricas empezarán a fallar, una por una. Estas industrias que nosotros hemos cambiado totalmente con nuestros nuevos aparatos atómicos se encontrarán repentinamente arruinadas. Las industrias pesadas se encontrarán, masiva y súbitamente, propietarios de nada más que una maquinaria inútil que no funciona.
Las industrias funcionaban bastante bien, antes de que usted llegara, Mallow.
Sí, Sutt, es verdad; pero el beneficio era de una vigésima parte del actual, incluso dejando aparte el coste de la reconversión al estado original preatómico. Con los industriales, los financieros, y el hombre de la calle en su contra, ¿cuánto cree que durará el comodoro?
Todo el tiempo que él quiera, en cuanto se le ocurra obtener nuevos generadores atómicos del imperio.
Y Mallow se echó a reír alegremente.
Se ha equivocado, Sutt, se ha equivocado en lo mismo que el propio comodoro. Se ha equivocado en todo, y no ha comprendido nada. El imperio no puede reemplazar nada. El imperio ha
sido siempre un reino de recursos colosales. Lo han calculado todo en planetas, sistemas estelares, y sectores enteros de la Galaxia. Sus generadores son gigantescos porque pensaban de modo gigantesco.
»Pero nosotros, nosotros, nuestra pequeña Fundación, nuestro único mundo casi sin recursos metálicos, hemos tenido que trabajar con la economía estricta. Nuestros generadores han tenido que ser del tamaño del pulgar, porque era todo el metal de que disponíamos. Tuvimos que desarrollar nuevas técnicas y nuevos métodos, técnicas y métodos que el imperio no puede seguir porque ha degenerado a un estadio cultural en que
no puede realizar ningún adelanto científico vital.
»Con todos sus escudos atómicos, bastante grandes para proteger una nave, una ciudad, un mundo entero, nunca han podido construir uno para proteger a un solo hombre. Para suministrar luz y calor a una ciudad, tienen motores de seis pisos de altura, los he visto, cuando los nuestros cabrían en esta habitación. Y cuando dije a uno de sus especialistas atómicos que una cajita de plomo del tamaño de una nuez contenía un generador atómico, casi se ahogó de indignación.
»Ni siquiera entienden sus propios aparatos colosales. Las máquinas
funcionan automáticamente de generación en generación, y los que las cuidan son una casta hereditaria que serían impotentes si un solo tubo D, de toda la vasta estructura, explotara.
»Toda la guerra es una batalla entre esos dos sistemas: entre el Imperio y la Fundación; entre el grande y el pequeño. Para apoderarse del control de un mundo, disponen de inmensas naves que pueden hacer la guerra, pero carecen de todo significado económico. Nosotros, por el contrario, disponemos de cosas pequeñas inútiles en una guerra, pero vitales para la prosperidad y los beneficios.
»Un rey, o un comodoro, se hará cargo de las naves e incluso irá a la
guerra. Los gobernantes arbitrarios a lo largo de la historia han destrozado el bienestar de sus súbditos por lo que ellos consideraban honor y gloria, y Asper Argo no resistirá la depresión económica que asolará Korell dentro de dos o tres años.
Sutt estaba junto a la ventana, de espaldas a Mallow y Jael. Se había hecho de noche, y las pocas estrellas que pugnaban por brillar aquí y allá, en el mismo borde de la Galaxia, titilaban contra el telón de fondo de la caliginosa y aplastada lente que incluía los restos de aquel imperio, aún extenso, que luchaba contra ellos.
Sutt dijo:
No. Usted no es el hombre.
¿No me cree?
Quiero decir que no confío en usted. Tiene usted la lengua muy larga. Me engañó debidamente cuando creí que le tenía bien vigilado durante su primer viaje a Korell. Cuando pensé que le tenía arrinconado en el juicio, se introdujo como un gusano hasta llegar al puesto de alcalde por medio de la demagogia. En usted no hay nada recto; ningún motivo que no tenga otro detrás; ninguna declaración que no tenga tres significados.
»Supongamos que sea usted un traidor. Supongamos que su visita al imperio le haya proporcionado un
subsidio y una promesa de poder. Sus acciones serían precisamente las que ahora son. Procuraría hacer estallar una guerra después de haber reforzado a su enemigo. Forzaría a la Fundación a la inactividad. Y tendría una explicación plausible para todo, tan plausible que convencería a todo el mundo.
¿Quiere decir que no habrá acuerdo? preguntó Mallow, amablemente.
Quiero decir que debe usted dimitir, por libre voluntad o a la fuerza.
Le advertí que la única alternativa era la cooperación.
El rostro de Jorane Sutt se congestionó con un súbito acceso de
emoción.
Y yo le advierto, Hober Mallow de Smyrno, que si me arresta, no habrá cuartel. Mis hombres no pararán de divulgar la verdad sobre usted, y la gente de la Fundación se unirá en contra de su gobernante extranjero. Tienen una conciencia de destino que un smyrniano no puede comprender y esa conciencia le destruirá.
Hober Mallow dijo tranquilamente a los dos guardias que acababan de entrar:
Llévenselo. Está arrestado. Sutt dijo:
Es su última oportunidad.
Mallow apagó su cigarro y no levantó la vista.
Y cinco minutos después, Jael se levantó y dijo, preocupado:
Bueno, ahora que ha hecho usted un mártir para la causa, ¿qué pasará?
Mallow dejó de jugar con el cenicero y levantó la mirada.
Ése no es el Sutt que yo conocía. Es un toro cegado por la sangre. Galaxia, me odia.
Entonces, todo es más peligroso.
¿Más peligroso? ¡Tonterías! Ha perdido toda capacidad de juicio.
Jael dijo tristemente:
Es usted demasiado confiado, Mallow. Ignora la posibilidad de una rebelión popular.
Mallow le miró, triste a su vez.
De una vez por todas, Jael, no hay ninguna posibilidad de una rebelión popular.
¡Qué seguro de sí mismo está usted!
Estoy seguro de la crisis Seldon y de la validez histórica de sus soluciones, externa e internamente. Hay ciertas cosas que no he dicho a Sutt. Él trató de controlar la misma Fundación por las fuerzas religiosas tal como controlaba los mundos exteriores, y fracasó lo cual es el signo más seguro de que en el esquema de Seldon la religión está descartada.
»El control económico funcionó de distinta forma. Y para repetir esa frase del famoso Salvor Hardin que a usted tanto le
gusta, es una mala pistola la que no puede apuntar en dos direcciones. Si Korell prosperó con nuestro comercio, nosotros también lo hicimos. Si las industrias korellianas se hunden sin nuestro comercio, y si la prosperidad de los mundos exteriores se desvanece con el aislamiento comercial, del mismo modo se hundirán nuestras industrias y se desvanecerá nuestra prosperidad.
»Y no hay ni una sola fábrica, ni un solo centro comercial, ni una línea de embarque que no esté bajo mi control, que no pueda ser exprimida por mí hasta reducirla a la nada si Sutt intentara una propaganda revolucionaria. Donde su propaganda tenga éxito, o incluso parezca
que puede tener éxito, me aseguraré de que cese la prosperidad. Donde fracase, la prosperidad continuará, porque mis fábricas estarán a su disposición.
»Por lo tanto, por los mismos razonamientos que me aseguran que los korellianos se rebelarán en favor de la prosperidad, estoy seguro de que nosotros no nos rebelaremos contra ella. El juego será llevado hasta el final.
De modo que dijo Jael está estableciendo una plutocracia. Está convirtiéndonos en una tierra de comerciantes y príncipes comerciantes.
¿Qué será, pues, del futuro?
Mallow alzó su melancólico rostro, y exclamó orgullosamente:
¿Qué me importa a mí el futuro? No hay duda de que Seldon lo ha previsto y está preparado contra todo lo malo que pueda acontecer. Habrá otras crisis en el porvenir, cuando el poder del dinero se haya convertido en una fuerza muerta como es ahora la religión. Que mis sucesores resuelvan esos nuevos problemas, como yo he resuelto el del presente.
KORELL Y así, después de tres años de guerra, que seguramente fue la guerra en que menos combates se libraron, la República de Korell se rindió incondicionalmente, y Hober Mallow ocupó su lugar junto a Hari Seldon y Salvor Hardin en el corazón del pueblo de la Fundación.
Enciclopedia Galáctica.
FIN...