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Primera parte 01 - LOS PSICOHISTORIADORES (03)

conversación con el doctor Seldon.

Gaal repuso:

—Pues ya conocen su opinión sobre

la materia.

—Es posible. Pero nos gustaría que

usted nos la dijera.

—Opina que Trántor será destruido

dentro de cinco siglos.

—¿Lo ha demostrado —uh—

matemáticamente?

—Sí, lo ha hecho… insolentemente.

—Usted mantiene que —uh— las

matemáticas son válidas, ¿verdad?

—Si el doctor Seldon lo sostiene, es

que lo son.

—En ese caso, volveremos.

—Espere. Tengo derecho a un

abogado. Reclamo mis derechos como

ciudadano imperial.

—Los tendrá.

Y los tuvo.

El hombre que entró era muy alto, un

hombre cuyo rostro parecía estar hecho

de rayas verticales y tan delgado que uno

se preguntaba si habría espacio en él para

una sonrisa.

Gaal alzó la vista. Estaba desaliñado

y cansado. Habían ocurrido muchas

cosas, a pesar de no hacer más de treinta

horas que se hallaba en Trántor.

El hombre dijo:

—Soy Lors Avakim. El doctor Seldon

me ha elegido para representarle.

—¿De verdad? Bueno, entonces,

escuche.

Solicito

una

apelación

instantánea al emperador. Me retienen sin

ninguna causa. Soy inocente de todo. De

todo. —Extendió las manos, con las

palmas hacia abajo—. Tiene que

conseguir una audiencia con el

emperador, inmediatamente.

Avakim vaciaba con cuidado sobre el

suelo el contenido de una cartera plana.

Si Gaal no hubiera estado tan excitado,

habría reconocido unas formas legales

Cellomet, delgadas como el metal y

adhesivas, adaptadas para la inserción

dentro del reducido tamaño de una

cápsula personal. También habría

reconocido una grabadora de bolsillo.

Avakim, sin prestar atención al

acceso de cólera de Gaal, finalmente

levantó la vista. Dijo:

—Naturalmente, la Comisión grabará

nuestra conversación. Va contra la ley,

pero lo harán, de todos modos.

Gaal apretó los dientes.

—Sin embargo —y Avakim se sentó

deliberadamente—, la grabadora que

tengo sobre la mesa, que es una

grabadora completamente normal y

también hace su función, tiene la

propiedad adicional de suprimir toda

transmisión. Es algo que no averiguarán

enseguida.

—Así que puedo hablar.

—Naturalmente.

—Pues quiero una audiencia con el

emperador.

Avakim sonrió con frialdad, y quedó

demostrado que, después de todo, había

espacio suficiente en su delgado rostro.

Se le arrugaron las mejillas para dejar el

espacio. Dijo:

—Es usted de provincias.

—No por eso dejo de ser ciudadano

imperial. Lo soy tanto como usted o

cualquiera de esa Comisión de Seguridad

Pública.

—Sin duda; sin duda. A lo que me

refiero es que, como provinciano, no

comprende la vida de Trántor tal como

es. El emperador no concede audiencias.

—¿A qué otra persona se puede

recurrir? ¿Hay algún otro procedimiento?

—Ninguno. No hay recurso posible

en un sentido práctico. Legalmente,

puede apelar al emperador pero no

obtendrá ninguna audiencia. Hoy el

emperador no es el emperador de una

dinastía Entum, ya lo sabe. Me temo que

Trántor esté en manos de las familias

aristocráticas miembros de las cuales

componen la Comisión de Seguridad

Pública. Éste es un desarrollo que la

psicohistoria ha predicho muy bien.

Gaal dijo:

—¿De verdad? En este caso, si el

doctor Seldon puede predecir la historia

de Trántor con quinientos años de

adelanto…

—Puede

predecirla

con

mil

quinientos años de adelanto…

—Digamos con diez mil quinientos.

¿Por qué no pudo predecir ayer los

acontecimientos de esta mañana y

advertirme? No, lo siento. —Gaal se

sentó y apoyó la cabeza sobre una palma

sudorosa—. Comprendo muy bien que la

psicohistoria es una ciencia estadística y

no puede predecir el futuro de un solo

hombre con exactitud. Comprenderá que

esté trastornado.

—Pero se equivoca. El doctor Seldon

sabía que usted sería arrestado esta

mañana.

—¿Qué?

—Es desagradable, pero cierto. La

Comisión se ha mostrado cada vez más

hostil hacia sus actividades. Se ha

interferido con los nuevos miembros que

se unían al grupo de un modo alarmante.

Las gráficas demostraban que, para

nuestros propósitos, era mejor provocar

un clímax. La Comisión actuaba con

demasiada lentitud, así que el doctor

Seldon fue a verle ayer con la intención

de forzarles a actuar. Por ninguna otra

razón.

Gaal contuvo el aliento.

—Me ofende que…

—Por favor. Es necesario. No le

escogieron por ninguna razón personal.

Debe comprender que los planes del

doctor Seldon, que han sido realizados

con las matemáticas desarrolladas de más

de dieciocho años, incluyen todas las

eventualidades

con

probabilidades

importantes. Ésta es una de ellas. Me han

enviado aquí con el único propósito de

asegurarle que no debe tener miedo. Todo

acabará bien; es casi seguro respecto al

proyecto; y razonablemente probable

respecto a usted.

—¿Cuáles son las cifras? —inquirió

Gaal.

—Para el proyecto, más del 99,9%.

—¿Y para mí?

—Me han dicho que la probabilidad

es del 77,2%.

—Entonces tengo más de una

probabilidad entre cinco de que me

sentencien a prisión o a muerte.

—Esta última posibilidad está por

debajo del uno por ciento.

—¿Lo cree así? Los cálculos sobre un

solo hombre no significan nada. Diga al

doctor Seldon que venga a verme.

—Desgraciadamente, no puedo. El

doctor Seldon también ha sido arrestado.

La puerta se abrió de pronto antes de

que Gaal pudiera hacer otra cosa que

articular el principio de un grito. Entró un

guardia, se acercó a la mesa, cogió la

grabadora, la miró por todos lados y se la

metió en el bolsillo.

Avakim dijo sosegadamente:

—Necesito ese aparato.

—Ya le daremos otro, abogado, uno

que no provoque un campo estático.

—En este caso, mi entrevista ha

concluido.

Gaal contempló cómo salía de la

habitación y se encontró solo.

6

El proceso (Gaal suponía que aquello lo

era, aunque legalmente tenía pocas

similitudes con las elaboradas técnicas

sobre las que Gaal había leído) no duró

mucho. Estaba en su tercer día. Sin

embargo, Gaal ya no podía recordar su

comienzo.

A él no le habían molestado mucho.

La artillería pesada había caído sobre el

propio doctor Seldon. Sin embargo, Hari

Seldon continuaba imperturbable. Para

Gaal, era el único centro de estabilidad

que quedaba en el mundo.

Los espectadores eran pocos y todos

habían sido extraídos de entre los barones

del imperio. La prensa y el público

estaban excluidos, y era dudoso que el

público en general supiera siquiera que se

llevaba a cabo un juicio contra Seldon.

La atmósfera era de oculta hostilidad

hacia los acusados.

Cinco miembros de la Comisión de

Seguridad Pública estaban sentados

detrás de la mesa. Llevaban uniformes de

color escarlata y oro y los brillantes

birretes de plástico que eran el distintivo

de su función judicial. En el centro estaba

el presidente de la Comisión, Linge

Chen. Gaal nunca había visto un señor

tan importante y le miraba con

fascinación. Chen, a lo largo de un

proceso, raramente pronunciaba una sola

palabra. Demostraba que hablar mucho

estaba por debajo de su dignidad.

El abogado de la Comisión consultó

sus notas y el interrogatorio prosiguió,

con Seldon aún en el estrado.

P. Veamos, doctor Seldon. ¿Cuántos

hombres componen en este momento el

proyecto que usted dirige?

R. Cincuenta matemáticos.

P. ¿Incluyendo al doctor Gaal

Dornick?

R. El doctor Dornick es el que hace

cincuenta y uno.

P. Oh, ¡así que tenemos cincuenta y

uno! Haga memoria, doctor Seldon. ¿No

habrá cincuenta y dos o cincuenta y tres?

¿O quizá incluso más?

R. El doctor Dornick aún no se ha

incorporado

formalmente

a

mi

organización. Cuando lo haga, el número

de miembros será de cincuenta y uno.

Ahora es de cincuenta, como ya he dicho.

P. ¿No serán unos cien mil?

R. ¿Matemáticos? No.

P. No he dicho que fueran

matemáticos. ¿Son cien mil en total?

R. En total, su cifra es posible que sea

correcta.

P. ¿Es posible? Yo digo que es así.

Digo que los hombres de su proyecto son

noventa y ocho mil quinientos setenta y

dos.

R. Me parece que está contando a

mujeres y niños.

P. (Alzando la voz.) Noventa y ocho

mil quinientos setenta y dos individuos es

lo que pretendía decir. No hay necesidad

de subterfugios.

R. Acepto las cifras.

P.

(Consultando

sus

notas.)

Olvidémonos de esto por el momento,

pues, y dediquémonos a otra cuestión que

ya hemos discutido exhaustivamente.

¿Quiere repetirnos, doctor Seldon, sus

ideas respecto al futuro de Trántor?

R. He dicho, y lo repito, que Trántor

quedará convertido en ruinas dentro de

cinco siglos.

P. ¿No considera que su declaración

es desleal?

R. No, señor. La verdad científica está

más allá de toda lealtad y deslealtad.

P. ¿Está seguro de que su declaración

representa la verdad científica?

R. Lo estoy.

P. ¿En qué se basa?

R. En las matemáticas de la

psicohistoria.

P. ¿Puede demostrar que estas

matemáticas son válidas?

R. Sólo a otro matemático.

P. (Con una sonrisa). Así pues, eso

significa que su verdad es de una

naturaleza tan esotérica que un hombre

normal

y

corriente

no

puede

comprenderla. A mí me parece que la

verdad tendría que ser mucho más clara,

menos misteriosa, más abierta a la mente.

R. No presenta ninguna dificultad

para según qué mentes. Las leyes físicas

de transferencia de energía, que

conocemos como termodinámica, han

sido claras y diáfanas durante toda la

historia del hombre desde edades míticas;

sin embargo, debe de haber gente que, en

la actualidad, no sería capaz de dibujar un

motor. También puede ocurrirle a gente

de gran inteligencia. Dudo que los doctos

comisionados…

En este punto, uno de los comisionados

se inclinó hacia el abogado. No se oyeron

sus palabras, pero el silbido de su voz

reveló una cierta aspereza. El abogado se

sonrojó e interrumpió a Seldon.

P. No estamos aquí para oír discursos,

doctor Seldon. Supongamos que ya ha

dado por demostrada su teoría.

Permítame que señale la posibilidad de

que sus predicciones de desastre estén

destinadas a socavar la confianza pública

en el Gobierno imperial por razones que

sólo usted conoce.

R. No es así.

P. Supongamos que usted declara que

el período anterior a la así llamada ruina

de Trántor estará lleno de desórdenes de

diversos tipos…

R. Es correcto.

P. Y que mediante esa mera

predicción, usted espera provocarlos, y

tener un ejército de cien mil hombres

disponible.

R. En primer lugar, está usted

equivocado. Y si no lo estuviera, una

investigación le demostraría que en mi

equipo no hay más de diez mil hombres

en edad militar, y ninguno de ellos tiene

experiencia en armas.

P. ¿Actúa como agente de otro?

R. No estoy a sueldo de nadie, señor

abogado.

P.

¿Es

usted

completamente

desinteresado? ¿Está sirviendo a la

ciencia?

R. Sí.

P. Veamos cómo. ¿Puede cambiarse el

futuro, doctor Seldon?

R. Evidentemente. Esta sala puede

explotar dentro de pocas horas, o no. Si

lo hiciera, el futuro cambiaría

indudablemente en ciertos aspectos

ínfimos.

P. Esto son evasivas, doctor Seldon.

¿Puede cambiarse toda la historia de la

raza humana?

R. Sí.

P. ¿Fácilmente?

R. No. Con gran dificultad.

P. ¿Por qué?

R. La tendencia psicohistórica de un

planeta lleno de gente implica una gran

inercia. Para cambiarla debe encontrarse

con algo que posea una inercia similar. O

ha de intervenir muchísima gente o, si el

número de personas es relativamente

pequeño, se necesita un tiempo enorme

para el cambio. ¿Lo comprende?

P. Creo que sí. Trántor no necesita

sucumbir, si un gran número de personas

deciden actuar de modo que no ocurra

así.

R. Eso es.

P. ¿Unas cien mil personas?

R. No, señor. Eso es muy poco.

P. ¿Está seguro?

R. Considere que Trántor tiene una

población de más de cuarenta mil

millones. Considere también que la

tendencia que nos lleva a la ruina no

pertenece únicamente a Trántor, sino a

todo el imperio y éste contiene cerca de

mil billones de seres humanos.

P. Comprendo. Entonces quizá cien

mil personas puedan cambiar la

tendencia, si ellos y sus descendientes

trabajan durante quinientos años.

R. Me temo que no. Quinientos años

es muy poco tiempo.

P. ¡Ah! En ese caso, doctor Seldon,

sus

declaraciones

no

estaban

encaminadas a esta deducción. Ha

reunido a cien mil personas en los

confines

de

su

proyecto.

Son

insuficientes para cambiar la historia de

Trántor en quinientos años. En otras

palabras, no pueden evitar la destrucción

de Trántor hagan lo que hagan.

R. Desgraciadamente, tiene usted

razón.

P. Y, por otro lado, sus cien mil

personas no persiguen ningún fin ilegal.

R. Exacto.

P. (Lentamente y con satisfacción.) En

ese caso, doctor Seldon… Preste

atención, señor, porque queremos una

respuesta clara. ¿Para qué servirán sus

cien mil personas?

La voz del abogado se hizo estridente.

Había tendido la trampa; logró arrinconar

a Seldon; apartarle de cualquier

posibilidad de respuesta.

Hubo un creciente zumbido de

conversaciones en las líneas de los nobles

que constituían la audiencia e incluso

invadió la fila de comisionados. Se

inclinaron unos hacia otros con sus

uniformes de escarlata y oro; sólo el

presidente permaneció impasible.

Hari Seldon no se alteró. Esperó a

que cesaran los murmullos.

R. Para reducir al mínimo los efectos de

esa destrucción.

P. ¿A qué se refiere exactamente con

esto?

R. La explicación es muy sencilla. La

próxima destrucción de Trántor no es un

suceso aislado del esquema del desarrollo

humano. Será el punto culminante de un

intrincado drama que empezó hace siglos

y acelera continuamente su velocidad.

Me refiero, caballeros, a la continua

decadencia del imperio galáctico.

El zumbido se convirtió ahora en un

sordo rugido. El abogado, ignorado,

gritaba:

—Está declarando abiertamente

que… —y se interrumpió porque los

gritos de «traición» que lanzaba el

auditorio demostraban que se había

llegado al punto deseado sin ningún

martillazo.

Lentamente, el presidente de la

Comisión levantó el mazo y lo dejó caer.

El sonido fue similar al de un melodioso

gong. Cuando el eco cesó, el parloteo de

los espectadores también lo hizo. El

abogado respiró profundamente.

P. (Teatralmente.) ¿Se da cuenta, doctor

Seldon, de que está hablando de un

imperio que existe desde hace doce mil

años, a pesar de todas las vicisitudes de

las generaciones, y que está respaldado

por los buenos deseos y el amor de mil

billones de seres humanos?

R. Estoy tan al corriente de la

situación actual como de la pasada

historia del imperio. Aunque no pretendo

ser descortés, creo que la conozco mejor

que cualquier otra persona de esta

habitación.

P. ¿Y predice su ruina?

R. Es una predicción hecha por las

matemáticas. No hago ningún juicio moral.