Alice
Cuando desperté, lo vi. Su tacto había resultado cálido, pero templado a la vez. Había sido muy distinto a la última vez que recordaba haber tocado a un humano, piel con piel.
Mi corazón latió acelerado y el muchacho de cobrizo cabello se asustó. A continuación, al ver que mis ojos se habían abierto y que lo miraba atentamente y sorprendida, apartó la mano con la que tanta dulzura me había tocado la mejilla.
No pude dejar de mirarlo. Me había tocado, a mí, a la chica rara y fría. Y lo había hecho por voluntad propia.
Él tampoco pareció querer desviar su intensa mirada de la mía.
- ¡Alice! Me alegra ver que ya se ha despertado. - escuché que me decía una voz grave, masculina e imprevista desde la puerta de la habitación.
Reparé entonces en dónde estaba. Ese lugar no era la Tierra, sino que había llegado hasta allí a través de un enorme anillo. Recordé la sensación de caer al vacío, la de falta de aire, también la increíble sensación de velocidad. ¿Lo habría soñado?
Desvié mi mirada de la del muchacho para dirigirla al hombre que se encontraba justo al lado del borde de la puerta. ¿Dónde me encontraba? ¿No debía ser ese mi mundo? ¿No tenían que ser todos igual que yo? Fríos. Bajo ningún concepto me esperaba sentir el tacto del chico tan templado. Volví a mirar al muchacho y comprobé que su cabeza estaba cabizbaja, como si estuviera pensando en algo sin sentido.
- Bienvenida de nuevo, Alice. - prosiguió el hombre de mayor edad, cuya corona resplandecía en su cabeza e imponía respeto.
Suspiré y el mero hecho de que supiera decir correctamente mi nombre, me fortaleció de una manera u otra.
- En realidad, no esperábamos que vinieras... tan temprano. - continuó diciendo el hombre que identifiqué como el rey.
- ¿Por qué no? - inquirí incorporándome en la cama, y aquello hizo que el muchacho se pusiera algo nervioso al ver que me movía con naturalidad.
El rey pareció que sopesara su respuesta antes de contestarme. El joven, en cambio, seguía ido, inmerso en sus propios pensamientos.
- Hay muchas cosas que debemos explicarte, querida. - dijo el rey con un suspiro al final de la frase.
Fruncí el entrecejo. Estaba harta de tanto secretismo.
Observé al muchacho con detenimiento. Sus puños se habían cerrado con fuerza y se encontraban temblorosos. Intuí que no tardaría en chillar. Su rostro, que anteriormente se había encontrado tostado por el sol, ahora estaba enrojecido de furia.
- ¡Me has mentido! - le gritó de repente al hombre de mayor edad, que supuse que sería su padre, ya que se parecían demasiado en las facciones como para no ser padre e hijo.
El rey se giró sorprendido al ver la reacción de su hijo.
- No te he mentido. - respondió secamente y mucho más relajado de lo que estaba el joven chico.
- ¡Es una fría! ¿No debería haberme congelado? - preguntó furioso el muchacho, dirigiéndose a su padre como si yo no estuviera presente.
El rey nos miró a ambos con la boca entreabierta.
- Así es. - contestó él de forma sabia.
Me dolió la forma con la que el joven pronunció la palabra "fría". ¿Significaba eso que él no lo había sentido? Su tacto había sido para mí como encontrar agua en el desierto. Como respirar por primera vez.
- Alice, ruego que nos disculpes. He de hablar con mi hijo. - me dijo el rey y asentí con la cabeza.
La mirada de odio que me profirió el muchacho fue como si me clavaran agujas en el pecho. Me había equivocado. Aquello no sería diferente. Estaba destinada a ser odiada.
Esperé a que los dos se hubieran ido, dejándome sola en la habitación. Entonces, me desahogué. Las lágrimas corrieron por mis mejillas como jamás lo habían hecho.
***
Skay
Estaba furioso. No sabía qué había sido lo que había sentido, pero distinguía un sentimiento doloroso de uno placentero.
Mi padre llevaba toda la vida explicándome que el tacto de un frío era fatal, que un simple roce puede paralizarte por unos segundos.
Aquello no coincidía en nada. Tampoco podía olvidar la frase que mi padre le había dicho a la fría: "Alice, ruego que nos disculpes". El verbo rogar no estaba en el vocabulario de mi padre. ¡Era el rey!
Cuando hubimos salido de la habitación, mi padre se dirigió a mí con semblante comprensivo. Al parecer, entendía por qué me sentía confundido.
- Hijo... cuando te expliqué cómo llegué al trono no te lo expliqué todo. - comenzó diciéndome como si se avergonzara.
- ¿A qué te refieres? Sé que ganaste una sanguinaria guerra y eso hizo que el pueblo te eligiera rey tras la muerte de la reina Opal, la última reina de sangre ancestral. - respondí sin comprender el motivo de su pregunta.
- Es cierto. Pero nunca te dije cómo nos quedamos sin un heredero... o una heredera al trono.
Puse unos ojos como platos al entender por dónde quería ir a parar. No podía estar hablando en serio.
- Alice es la heredera, Skay. No tú.
Y entonces sentí que toda mi vida se derrumbaba. Mis duros entrenamientos, la supuesta proposición de matrimonio con Diana, la división entre fríos y cálidos... Nada tenía sentido, toda la vida que habían planeado para mí dejó de cobrar sentido en el momento que escuché aquellas palabras pronunciadas lentamente en boca de mi padre, el rey.
- ¡Una fría no puede reinar en territorio de cálidos! - grité incontrolado y con ira en la voz, tan fuerte que hizo temblar hasta las paredes de palacio.
- Eso dijeron. Por eso la escondieron en la Tierra durante quince años desde su nacimiento. Pero ella nació aquí y salió del vientre de la reina Opal, quien era cálida.
- Pero eso es imposible. - dije y la cabeza me ardía por la confusión -. Llevo toda la vida creyendo que sería rey... es mi destino. ¡No el de ella!
Mi padre suspiró cansado antes de decirme:
- Creí que te había criado comprensivo, pero ya veo que la sed de poder te ciega. Quizá sea lo mejor para todos que Alice reine, tal y como se merece por nacimiento.
Las palabras de mi padre me hirieron. Sin embargo, ya estaba acostumbrado a su falta de orgullo hacia mí.
Me relajé un poco, puede que tuviera razón, pero me cabreaba que hubiera dirigido toda mi vida hacia un camino pedregoso que no lograría recorrer.
- Nadie permitirá que Alice reine, es fría. Por mucho que haya nacido aquí, sigue siendo puro hielo. - intenté defender mi posición.
- ¿Estás seguro de ello? - me preguntó mi padre enigmáticamente antes de dar media vuelta y marcharse a sus aposentos.
¿Estaba seguro de que Alice era hielo, igual que aquellos que corrompían mi mundo?
No. Alice era mucho más.