Skay
La muchacha había logrado conmocionarme. Realmente había creído que la barrera la había matado y que yo era el único culpable. Mi padre no me habría perdonado jamás, seguramente me hubiera desheredado.
Pero ese no había sido mi temor, aquello por lo cual no había podido contener las lágrimas que se arremolinaban en mis lagrimales sin control. La posibilidad de que Alice pudiera morir e irse de mi lado, había sido fatal para mí. Me costaba admitirlo pero en ese momento estaba ya casi seguro de que la llegada de Alice me había cambiado la vida y no me refería tan sólo al plan que mi padre me había destinado, sino que parecía haber activado en mí sentimientos que parecían estar muertos. ¿Cuánto tiempo llevaba sin derramar una lágrima? Ni siquiera era capaz de recordarlo, incluso me costaba saber si realmente había llorado en esta vida. Si me ponía a pensar así, yo parecía más frío que Alice por dentro. Ella era un sinfín de emociones, no había conocido nunca a nadie tan capaz de sentir, no solo por ella, sino también por los demás.
Tenía todo el derecho a echarme en cara las palabras que había pronunciado justo con su llegada. Le dije que si descubría que era peligrosa, la mataría. ¡Qué necio era! Cuando la miraba solo me entraban ganas de tocarla, acariciarla y probar de besarla, alguna vez incluso me había sentido tentado. ¿Cómo iba a ser capaz de asesinarla a sangre fría? Ella había demostrado ser mi debilidad. Renunciaría al trono sólo por tenerla cerca de mí, lo cambiaría todo. Y no entendía por qué. Me daba rabia sentirme así. Era como si Alice me hubiera hechizado.
Otros momentos, cuando no me tenía en su embruje, me daba miedo, tenía dentro de ella un poder inimaginable y parecía que su vida estuviera fragmentada en pequeños trozos, como si hubiera olvidado quién era e intentara recuperar los trozos perdidos de un enorme puzle que representaba su vida entera. Era una experta en el tiro con arco, tenía visiones extrañas y odiaba a los Dioses aún a pesar que aseguraba no creer en ellos. ¿Quién era realmente y cuál era la misión que los Dioses le habían encomendado?
De repente, su voz me hizo volver a la realidad, fue apenas un susurro, una pregunta con cierta vergüenza en la voz, como si sus últimas palabras acerca de los Dioses le hubieran alterado y ya se hubiera relajado.
- ¿Qué vamos a hacer ahora?
- Avanzar. Todavía estamos cerca de la ciudad... tenemos que escondernos en el bosque para que tú puedas entrenar de verdad. No podemos correr el riesgo de que alguien te vea. - expliqué en un tono relajado, a pesar de que por dentro estaba nervioso.
Alice asintió con un leve movimiento de su cabeza, arriba y abajo. Su cabello ondeó con una ráfaga de viento y juntos nos dispusimos a caminar hacia los altísimos árboles que se cernían delante de nosotros. Tampoco hacía falta adentrarse muy adentro, ya que podía llegar a ser muy arriesgado. Solo teníamos que llegar hasta un lugar donde nadie pudiera vernos desde la ciudad principal.
Finalmente, tras caminar durante aproximadamente diez minutos, completamente en silencio, llegamos a un pequeño claro rodeado de árboles. Tan solo se escuchaba el leve sonido de los pájaros moviendo sus alas al volar o el correteo de algún roedor y en el centro del claro había un pequeño estanque de agua tan cristalina que reflejaba todo lo que se encontraba por encima de él. En cuanto vi el espacio, supe que aquel era el lugar ideal para empezar con el entrenamiento de Alice, acogedor y escondido entre la vegetación.
Entonces, me giré para observar a la muchacha. Sus ojos parecían deslumbrados por lo que veían y su boca se encontraba abierta de par en par.
- ¿Estás bien? - le pregunté tras unos minutos en silenciom.
Alice esbozó una pequeña sonrisa y por un momento, me pareció que sus ojos soltaban chispas de emoción.
- Nunca había salido de la ciudad. – confesó, sin borrar esa hermosa sonrisa que no solía ver nunca.
- Estarás cansada... quizá deberíamos sentarnos un rato antes de empezar. – dije cambiando de tema y disimulando mi sorpresa por lo que me acababa de decir.
¿Qué había hecho Alice durante los quince años de su vida? ¿Encerrarse en casa y no vivir?
Me quedé mirándola detenidamente, era tan bajita y delgada que no parecía en absoluto peligrosa.
La chica se acercó poco a poco al estanque y se sentó en la orilla. Era extraño, pero se la veía un poco más feliz, allí sentada, respirando el limpio aire y el viento moviendo su cabello, relajada, como si por un momento no tuviera preocupaciones ni temores.
Así estaba ella cuando me senté a su lado. La verdad, era que si me paraba a pensarlo, aquel pequeño claro parecía mágico.
Estábamos muy cerca, nuestras manos apoyadas en la tierra casi podían tocarse, solo hacía falta que moviera la mía unos centímetros hacia la suya. Eso fue exactamente lo que hice, casi como si deseara hacerlo por encima de todo lo demás.
Alice se irguió cuando sintió mi tacto y giró la cabeza hacia la derecha para clavarme la mirada. Sus ojos eran de un color azul apagado, pero había aprendido a distinguir cuándo estaban muertos y cuándo estaban vivos. En ese momento, sus ojos no podían estar más vivos.
- Dicen que los ojos son el espejo del alma. – susurré sin apartar mis ojos de los suyos.
Alice no dijo nada hasta al cabo de unos minutos en silencio, con mi mano sobre la suya:
- ¿Qué debo de haber hecho en otra vida para merecer esto? Mi alma debe estar castigada.
- ¿Crees en las almas? – pregunté entonces, sorprendido que se hubiera tomado de manera tan seria mi comentario.
Entonces, con la mirada en el suelo, susurró no muy convencida:
- No... creo que no.