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Experimento (Rojo peligro) #1

Cuando despiertas en un laboratorio subterráneo abandonado, atrapada en un salón de experimentos rodeado por monstruos que quieren devorarte y en compañía de una incubadora de agua donde hay un hombre en mal estado, te das cuenta que todo está terriblemente mal.

Lizebeth_Honny · โรแมนซ์ทั่วไป
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56 Chs

Cero humanidad

El sonido se escuchó junto al pasillo que se encontraba en el siguiente bloque de habitaciones frente a nosotros. En ese pasillo estaba sucediendo algo horroroso. Y no me apuré en preguntar cómo eran esas series de temperaturas, imaginándome qué serían al final. No, me lancé a correr lo más rápido posible para alejarme de aquel bloque de habitaciones, y los pasadizos que le rodeaban.

Solo esperaba que no terminaran persiguiéndonos.

Dos crujidos huecos y aturdidores, me voltearon la cabeza al instante, encajando la mirada en todo lo que dejábamos atrás. Y me detuve en seco, sorprendida, aterrada a la misma vez. No eran solo experimentos. Esos gritos eran de personas, y esos crujidos habían sido disparos.

Personas. ¡Eran personas!

Sentí pánico con la nueva guerra interna que estaba teniendo, el vértigo cosquillaba debajo de la piel de mis piernas que querían moverse. Otro aullido de dolor y miré a Rojo quien también había dejado de correr para revisar esa área una vez más, y negar con la cabeza hacía mí.

—Es tarde, se los están comiendo—dijo, su tonó firme y grueso. Me tomó del brazo, aunque no hacía falta para que yo misma empezar a correr. Había entendido, a pesar de que tuviera un arma con tres balas, que posiblemente no serviría de nada para poder salvarlos. Que tal vez, fallaría al disparar, y que al final, estaríamos entre sus garras.

Mi pecho se oprimió, sintiendo una gran impotencia, una desesperación a punto de estallar. Miré adelante, y no detuve la velocidad con la que mis piernas se movían para aproximarnos a la entrada del área de transporte. Bajamos los pocos escalones y pisamos las vías. Pero tan solo lo hicimos, el metal crujió por debajo de nuestros pies y el sonido agudo recorrió el resto del túnel y el pasadizo detrás de nosotros.

— ¿L-lo escucharon? —tartamudeé. De solo pensar que ya corrían por nosotros, la respiración amenazó con detenerse.

Rojo miró por encima de su hombro, hubo un gran silencio que llenó el ambiente de suspenso y terror. Quedé viendo su perfil, la forma en que estiraba su cuello para ver a los diferentes lados o la forma en que su cuerpo cada vez más se tensaba. Hasta que se volteó hacia mí, y sin abrir sus ojos revisó el resto del área de transporte, torciendo una de sus comisuras.

Esa torcedura fue más una mueca de ira que cualquier otro gesto que pudiera ignorar. Esa simple mueca que mostraba sus colmillos picudos y peligrosos, decía mucho sobre lo que posiblemente estaba mirando a través de tanta roca. No pude evitar revisar alrededor, atemorizada de que algo cerca estuviera a punto de llegarnos.

Di un par de últimos pasos para estar junto a él y sacudir su brazo cuando no vi otra reacción. Que se quedara tan quieto, rígido hasta las entrañas, no me gustaba.

— ¿Qué ves?

—En todos lados hay temperaturas—escupió, su voz se engrosó. Abrió sus parpados para observarme, había molestia en él, una firme intranquilidad—. Los gritos fueron la causa.

— ¿Se guían por el oído? Entonces podremos escondernos —apresuré a decir. No me gustaba la idea de estar encerrada, pero si eran muchos experimentos monstruosos caníbales, entonces la aceptaría nuevamente. Sobre todo sabiendo que Rojo seguía igual de pálido...

—Yo me guio por el oído, olfato y las temperaturas, pero no sé todos los sentidos en los que ellos se basan.

Sus últimas palabras se arrastraron por debajo de sus colmillos, y noté algo inquietante en él: sus labios se empezaron a estirar hacía arriba, y esos colmillos sobresalían con un largo increíble hasta torcerse sobre el labio inferior y superior.

Cuando me atacó en el laboratorio, lo que hizo y dijo fue a causa del hambre. Él tenía hambre otra vez. Me sentí un poco alterada, pero no como antes, no como esa vez en la que estaba debajo de su cuerpo y con sus dientes contra mi cuello. Esta vez era diferente, tal vez confiaba en que no me lastimaría, tal vez aún no. Pero lo único que podía decir con claridad, era que la forma en que me miró en el laboratorio, no era la misma manera en la que me miraba ahora mismo.

—Voy a tener que matar si se percatan de nuestra presencia.

Esperó a que dijera algo, o eso me hizo creer por la forma en que miraba con su rostro retorcido a causa de esos grandes colmillos bestiales. Pero no sabía que decir, sus palabras me tomaron por sorpresa, aunque tenía razón, no sabíamos qué eran esos experimentos, qué tamaño tenían y si se guiaban incluso por el olor, el oído, las vibraciones o temperaturas.

Traté de pensar rápidamente. Tenía un arma en mis manos, eso podía ayudar. Disparando al experimento en dado caso de que las cosas se complicaran, o simplemente disparar en el momento en que Rojo estuviera a punto de atacar. Pero me preocupaba algo más. También estaba el sonido de la bala, atraería a más experimentos, ¿no?

Maldito laboratorio.

— ¿Cuál túnel tomamos?—le pregunté, apretando el arma en mis manos.

(...)

Al final del segundo túnel, una corta escalera nos subió hasta un corredizo de piedra largo. Tenía muy pocas bombillas de luz en las paredes, lo que provocaba que sombrearan gran parte del lugar. Además tenía un parecido con el túnel anterior, con la primera diferencia de que era más tétrico, angosto, y de que había una que otra puerta acompañada de un ventanal.

Y con la segunda diferencia de que estaba infestada de cadáveres.

Quedé como piedra, con los pies clavados en el suelo y el horror escarbando mi estómago. Era repulsivo, asqueroso, horrendo lo que encontré frente a nosotros. No conté el número de cadáveres, pero quizás empecé a hacerlo con sus huesos. Gran parte de los cuerpos tenían la piel arrancada de su espalda, dejando su espina dorsal a la vista y con los músculos exprimidos. Estaban aplastados en el suelo, con la forma de una estampilla. La sangre se dibujaba alrededor de su cuerpo.

Era... ¿Qué cosa había hecho esa atrocidad con los cuerpos?

—No veas.

Rojo se colocó delante de mí, cubriendo con su ancha espalda lo que el panorama me atormentaba. Pero había sido demasiado tarde. La imagen ya estaba en mi mente, golpeándome una y otra vez. Fuera lo que fuera que hizo aquel desastre, seguramente estaba cerca del lugar donde estábamos, y Rojo querría matarlo... querría comerlo... La pregunta era saber que tan peligroso ese ese experimento.

Estaba temblando de miedo con solo imaginarlo, ya que muchos no pudieron escapar de eso.

—Yo puedo hacerlo—murmuré muy quedito, apartando la mano de mi rostro y sosteniendo el arma con las dos. Salí junto a él para comenzar a caminar sin apartarme mucho de su cuerpo. Atravesando los cadáveres lentamente sin darles mucha mirada, aunque era imposible porque tenía que ver por donde pisar—. ¿Hay algo cerca?

—No—Temblequeé con su respuesta de bajo tono—. Y nada nos sigue.

Asentí. Pero aun sabiendo que no había peligro cerca, seguí con los espasmos en todo mi cuerpo. Tras un cortó suspiro, volví a emprender el camino a dos pasos detrás de él, con el arma en mis manos, lista... o quizás no tan lista. Ni siquiera estaba segura de saber disparar.

Puse atención al resto del pasillo cuando el acumulo de cadáveres empezó a disminuir. A un par de metros había una montaña de escombros, un trozo de pared estaba colapsado, mostrando lo que ocultaba del otro lado. Era alguna clase de almacén, no estaba muy segura. La habitación estaba oscura y a causa de la poca luz de las bombillas en el pasillo, podía ver solo una estantería con una caja volteada y vacía.

Todo lo demás era un misterio. Lo que también era un misterio que no quería resolver, era que el final del pasillo, solo había una pared metálica, y que las últimas bombillas se hallaban fundidas en su totalidad. No había más. No había otro pasillo, no otra puerta, no una salida a la vista.

— Creo que no hay...

Mi cuerpo inesperadamente chocó con la espalda de Rojo, acallándome al instante. Cuando me aparté y fijé la mirada en él, vi lo mucho que revisaba el techo. Hice lo mismo, pero muy difícil me resultó encontrar algo... mejor dicho, no tan difícil.

Tirité. Más que por frio —porque mi cuerpo seguía húmedo— era por el miedo congelando mis músculos.

Había algo en el techo. Mejor dicho, un bulto de cuerpos mutilados en contra esquina de donde terminaba el pasillo. Hechos bola y sostenidos por lo que parecían ser largas y delgadas patas de araña.

Un momento... Esas se parecían a los tentáculos de Rojo.

El bulto se movió. El brazo de Rojo se levantó atrayéndome de un fuerte movimiento detrás de él. Solté el aliento entrecortadamente y no fui la única que retrocedió enseguida cuando un par de cuerpos cayeron del techo, revelando algo mucho peor.

Aquello se levantó de entre los muertos con una atroz figura que sacudió mis huesos.

El par de esféricos ojos rojos que, nos había estado observando todo este tiempo de entre las tinieblas, sonrieron de forma siniestra al mismo tiempo en que lo hicieron sus torcidos labios negros.

Lo supe.

Aquello había estado esperando a que nos acercáramos, a que cayéramos en su peligrosa trampa. Y lo hicimos, como fáciles presas para un depredador hambriento.

Sutil, silencioso e inteligente cazador que, a pesar de su forma humana, por mucho que se pareciera a nosotros, no tenía nada de humanidad.

— R-Rojo — apenas y pude decir su nombre. Sin apartar la mirada del sadismo que desataban aquellos orbes ensangrentados.

Se dejó caer, aterrizando sobre sus pies y con una inclinación de su cuerpo ancho y aterrorizante. Todos esos tentáculos, soltaron el resto de los cuerpos y se dejaron caer con una fuerza que hizo al polvo levantar a su alrededor.

Alcé el arma, lista y dispuesta a cualquier otro movimiento del experimento que

se sostenía del techo con todos esos tentáculos delgados que salían del interior de sus hombros.

— ¿Ella es tu comida? — Su voz engrosada y escurridiza como una serpiente venenosa, erizó mi piel.

Hablaba... Él Habla.

Esa cosa hablaba.

— Es solo mía— contestó Rojo, desconcertándome demasiado. Pero tan solo vi como torció su cabeza en mi dirección, supe que estaba mintiendo. Aunque estaba engañándolo para protegiéndome, la forma feroz en la que rodeo mi cuerpo con sus tentáculos, me hizo ahogar un chillido.

No me había dado cuenta del momento en que a Rojo le habían salido los tentáculos, o en que instante aquel experimento había lanzado los suyos en mi dirección. Pero fue demasiado tarde para procesarlo, cuando Rojo me alzó entre sus tentáculos y me dejó pegada al techo. ¿De qué manera? No sabría describirlo, pero sus tentáculos seguían envolviendo mi cuerpo, y no solo eso.

Se había arrancó con las garras de su mano derecha —aún humana— los tentáculos que colgaban de mi agarre. Quise pensar que era para que ese experimento no me alcanzara: los tomará y tirará de mi cuerpo para tenerme en sus garras.

Desorbitada y en shock, vi como Rojo daba un par de pasos mientras los tentáculos del otro experimento se retiraban, cerca de rozar los dedos de sus pies. Dio un par de pasos, haciendo que las bombillas de luz iluminaran un poco más su rostro.

Su físico era tan diferente al de Rojo, pero lo que más me inquietaba era que en la mitad de su rostro, un rastro de venas negras se marcaba debajo de su piel y la arrugaban. También tenía esos mismos colmillos que Rojo. Y las otras grandes diferencias que vi cuando se acercó más, era esa cola de lagarto que se sacudió detrás de él, y ese enorme pie deformado.

— Mi comida — repitió Rojo, esta vez con la voz transformada, más fuerte, más dura, más escalofriante—. Tú tienes comida de sobra.

Él sacó su lengua mucho más larga que la de Rojo, y se lamió sus labios. En ese instante, me di cuenta de que no estaba viendo a Rojo sino a mí. Buscando no explotar de miedo, miré a Rojo, su figura se sombreo más. Fui perfectamente consciente, a pesar de la altura ladeada en la que se econtraba, que sus dos brazos estaban desechos en tentáculos.

Oh no.

Traté de tragar y no desesperarme de estar completamente atrapada y quedarme absorta en ellos. Intenté removerme, sobre todo mover mis manos que apresaban el arma para sacar la boquilla y disparar a esa cosa. Sabía lo que estaba a punto de suceder, y era más que obvio por su posición que Rojo lo quería matar. Esa postura era la misma que hizo cuando los monstruos empezaron a llegar al laboratorio del área roja o cuando el Décimo apareció.

— Pero ya no está fresca— escupió y tan solo lo hizo, sus tentáculos se alzaron y crecieron en dirección a Rojo. Quise gritarle que se moviera cuando él mismo se dejó caer al suelo para no ser tomado por él. Pero de nada funcionó cuando los tentáculos de su otro brazo, golpearon la espalda de Rojo.

Maldición. Era mucho más veloz que Rojo.

Rojo se levantó de un saltó y antes de que pudiera parpadear o si quiera respirar, los tentáculos de ambos brazos del experimento, volaron a él y... lo atravesaron del estómago. Apreté mi mandíbula, hundiéndome en una desesperación al escuchar el gruñido de Rojo, y recordar lo que había sucedido en el túnel de agua.

Lo atravesaron en el túnel, y luego, se lo estaban devorando... ¿Esa cosa querría hacerle lo mismo?

Los mismos tentáculos, se enrollaron por encima de su hombro y volvieron a pasar por el agujero de su estómago engrosando la herida. Abriéndola más.

—Ahora tú y ella serán mi presa—le escuché decir con esa bestial tonada mientras se acercaba cada vez más a la luz, cada vez más a él, revelando la desnudez de su torso y esos pantaloncillos rotos por encima de sus rodillas—. Fuiste demasiado débil.

Miré la sangre manchando su polo y los jeans, Rojo estaba sangrando otra vez. Y a pesar de que sangraba menos, ya había perdido suficiente sangre en el almacén y eso solo lo debilitaría más. Cortó todo lo que pudo de los tentáculos para arrastrarlos fuera de su estómago y arrancárselos al experimento, lo cual no terminó sirviendo cuando otros tentáculos empezaron a rodearlo del torso.

Rojo gruñó, su gruñido de ira me hizo respingar. Volvió a cortar y se empujó para salir él mismo de los tentáculos y rodear a todos ellos con los suyos. Apretó el agarré y tiró tan fuerte de ellos que el experimento termino siendo arrastrado y estampado contra una pared, quedé impactada con lo que estaba viendo y lo que terminé viendo a continuación cuando la misma pared se agrietó y se agujeró.

El humo se levantó como una muralla alrededor de ellos, obstaculizando parte de mi panorama. Rojo se quedó analizando esos nuevos escombros con una expresión cansada. Estaba agitado, débil y sudoroso, la herida en su estomagó comenzaba a cerrarse, pero la sangre no dejaba de drenarse de él. Mordí mi labio inferior cuando entornó una mirada en mi dirección. Me arrepentí infinitamente de que lo hiciera cuando algo lo rodeo del cuello y lo atrajo al humo de tierra.

Traté de forzarme a ver, sorprendida y asustada, hasta que escuché un chillido ahogado desde ese lugar.

— ¡Rojo! —grité. Me removí del agarre para empujar el arma contra uno de los tentáculos de Rojo y romperlo. Podía disparar y agujerarlo fácilmente, pero no quería malgastar balas.

Seguí empujando, sin dejar de mirar ese lado y sentir la presión del silencio, del terror acumulándose en mis músculos. Unos grotescos sonidos empezaron a estrujarme las entrañas. Algo muy malo le estaba pasando a Rojo, ese experimento estaba haciéndole algo...

— ¡Ya déjalo! — el arma salió al igual que mis manos y no dude si quiera en estirar mis brazos a los lados para seguir abriendo los tentáculos. Mientras tronaban con mi movimiento insistente, daba una y otra vez una mirada a la continua claridad de los escombros donde, enseguida, una sombra arrodillada me dejó gélida.

Algo atravesó todo mi cuerpo, llevándose mi alma y regresándola de golpe cuando vi, aterradoramente, como esa cosa abría su boca tan ancha y tan larga, mostrando esos largos colmillos que pronto mordieron su pecho. Jalando su piel hasta...

— ¡No! —rugí, con lo poco que tenía liberado de mis brazos, los torcí como pude en su dirección y disparé. Fallé. Lo vi seguir mordiendo su cuerpo, arrancando más y más de él.

¡Se lo estaba comiendo!

Desesperada, y gruñendo de frustración, me obligué a encontrar fuerzas de donde pudiera para que gran parte de mis brazos y estomago quedaran libres. Y entonces, disparé otra vez con la vista nublada, borrosa.

Un feroz gruñido me dijo que había dado en el blanco. Se apartó bruscamente de su cuerpo y me clavó su endemoniada mirada antes de acercarse un poco más. Sabía lo que haría, y no me detuve si quiera al ver como movía sus tentáculos para lanzarlos en mi dirección.

Volví a disparar, apuntando a su rostro en el mismo instante en que vi a esos aterradores tentáculos venir hacía mí.

Cubriendo todo en una terrible oscuridad.

(...)

Una alarma, hundiendo casi todo el pasadizo, me sacudió el cuerpo. Me despertó sobresaltada, devolviéndome la conciencia. Abrí los parpados y lo primero que vi, fue todos esos tentáculos acumulados debajo de mí.

Temblé y un dolor se pinchó en algún lado de mi brazo derecho cuando me moví al recordar lo que había sucedido. Lancé la mirada en esa dirección, sin poner atención a lo que estaba sucediendo más al frente.

Su cuerpo seguía ahí, amontonado sobre los escombros. El agujero de su estómago había cerrado, pero parte de su pecho aún tenía la herida, con la sangré pintando sus brazos con forma humana y las piedras junto a él. No podía verle el rostro, varios mechones de su cabello le cubría esa parte. Ni siquiera podía ver si estaba respirando o no.

Si su cuerpo estaba regenerado, era porque aún estaba vivo, ¿no era así? Miré más a delante. A un metro de su cuerpo inmóvil, estaba el de ese maldito experimento con un agujero pequeño en la frente.

Imposible. La bala si le había dado.

Ignorando el insoportable ruido, volví a obligarme a romper el resto de los tentáculos de Rojo para, y quedar colgada de un par de ellos. Me alisté para saltar sobre los tentáculos del suelo. No era un salto fácil, la altura era mucha. Al final, salté.

El gran número de tentáculos amortiguaron mi caída, sin embargo, me eché de un brinco fuera de ellos cuando los sentí moverse debajo de mí. Aterrada, les apunté con el arma, aunque no me quedaban más balas. Revisé que cada una se mantuviera quieta, y al ver que el cuerpo tampoco lo hacía, salí disparada en dirección a Rojo.

A pasos torpes, terminé tropezando con uno y otro pedazo pequeño de la pared. Me tumbé de rodillas cuando llegué y, con los dedos temblorosos, enderecé su rostro para posicionar el mío tan cerca, con la intención de saber si estaba respirando.

Retuve el aliento.

Un largo silencio se formó cuando la alarma se acalló, y dejó que lo único que pudiera sonar, fuera los latidos de mi corazón, martillando mi cabeza. Entonces, sentí esa débil caricia de su respiración rozando parte de mi oreja. Eso me hizo soltar la exhalación, y llenarme de una sensación de felicidad que apenas me hizo sonreír.

Estaba vivo.

Estaba respirando.

—Vas a ponerte bien— dije, aunque estaba segura de que no me escuchaba. Acaricié su pálido rostro apartando todo los mechones posibles, y darme cuenta de lo alta que estaba su temperatura.

Salí corriendo a recoger la mochila que se me había caído en el momento en que Rojo me colocó en el techo, y saqué una botella de agua. Aunque el agua no estaba fresca, podía ayudarlo un poco. Corté otro trozo de mi camisa de tirantes, y volví a él mientras mojaba el pedazo de tela con la botella.

Al arrodillarme y empezar a humedecer su frente, me di cuenta de lo mucho que estaba temblando mi cuerpo. Después de matar al experimento y de saber que Rojo aún estaba vivo, seguía temblando sintiéndome como si mis huesos estuvieran a punto de salirse de mí.

Era la adrenalina combinada con el mucho miedo que tuve de que Rojo muriera, y de que yo perdiera la vida también. Un poco más, y no estaríamos vivos.

Apenas había sido suerte, una pisca de suerte para sobrevivir al maldito infierno.

Seguí humedeciendo con mucho cuidado su rostro, e incluso, mojar la herida que lentamente sanaba sobre una parte de su tórax. Era de al menos el tamaño de mi mano, y los colmillos se marcaban en ese rastro de musculo dañado. Todavía podía imaginarlo a él sobre Rojo, arrancándole pedazos de su cuerpo para tragárselos así, sin más.

—Tengo... hambre—su voz, ronca y crepitante recorrió todo mi sistema. Atrajo mi mirada para quedar atrapada en la suya, en sus feroces orbes oscurecidos y con muy poco brillo—. Estas viva.

Estiré una comisura con dolor. Pero claro que lo estaba, y poco faltaba para que no fuera así. Tomé una fuerte respiración, tratando de relajarme, de que mi cuerpo dejara de sacudirse.

—Estas vivo.

Movió sus brazos para empezar a sentarse. Me retiré dejando el trapo sobre mis piernas y ver como él se tomaba la cabeza y dejaba que una de sus manos resbalara en los colmillos fuera de su boca.

—Tengo mucha hambre—su voz se volvió baja, pero más que nada, ronca y peligrosa. Su mirada se clavó en una sola dirección, y la nueva mirada siniestras que dejó ver, que me puso tensa.

Inquieta, miré sobre mi hombro a lo que Rojo estaba viendo. Se levantó, sorprendiéndome, y me pasó de lado para acercarse a él. Cuando se hubo arrodillado y una serie de ideas de lo que haría oscureció mis pensamientos, él se giró, fijando la mirada en mí.

—No quiero que mires. Voltéate.

Pestañeé a causa de su orden, pero terminé asintiendo, guardando la calma. De nada serviría sentir temor por él, no quería. Después de todo, me había salvado una otra vez... No, no lo haría, no iba a temerle más.

Le di la espalda por completo, apretando en mis manos el trapo húmedo. No pasó mucho cuando empecé a escuchar como removía el cuerpo sin vida del experimento. Empezando lo suyo.

No quería imaginarlo, así que me concentré en ese pitido que, extrañamente, provenía de la pared metálica. Me di cuenta de que algo estaba sucediendo ahí y eso solo me sorprendió más.

La pared se estaba moviendo y no era solo una pared sino una clase de escudo que escondía una entrada al otro lado del pasillo. Cada segundo, disminuía en alturas, ocultándose en una ancha pero larga grieta en el suelo.

Tuve un deja vu cuando se mostró una puerta grande y de un material pesado con una ventanilla idéntica a las del laboratorio del área roja.

Abrí mucho los ojos, y traté de fijar la mirada en ella. Pero estaba tan sombreada que no era capaz de ver ni siquiera una parte del otro lado de esta.

Era un área, pero, ¿a cuál de todas habíamos llegado? Eran tantas y todas estaban apartadas unas de otras. No, no, esa no era la pregunta, ¿había alguien con vida del otro lado de esa puerta?

La puerta se corrió hacia uno de los lados de la pared. Me levanté de golpe con las rodillas temblorosas y di un paso atrás para estar más cerca de Rojo.

De entre la poca iluminación del interior del lugar —donde apenas podía ver las sombras de unos escritorios—, tres cuerpos armados salieron.

Uno de ellos era hombre. Un hombre alto y de rasgos marcados dueño de unos orbes azules. Y el resto eran dos mujeres pelinegras, con facciones diferentes y edades diferentes.

Eran personas... Al fin sobrevivientes.

Mientras que el hombre joven daba unos pasos amenazando con el arma en sus manos, las dos chicas se mantenían firmes desde sus posiciones mirando, no a mí, sino al experimento detrás de mí.

—Rápido, aléjate de él—exclamó el hombre, su voz gruesa casi provocó que saltara de mi lugar. Lo miré, confundida y en shock. Sus ojos se ciñeron de peligro—. ¡Que te alejes de él!