—Necesitamos sacarte de estas ropas —susurró Kalle con una sonrisa traviesa en cuanto cerró la puerta detrás de ellos—. Sus dedos ya estaban en sus botones y volando. Por un momento, la dejó hacer, porque ella seguía besando cualquier triángulo de su piel que aparecía a medida que desabrochaba los botones, y él no sabía cuántas veces más sentiría sus labios sobre él, y era demasiado débil para decir que no.
Pero una vez que ella había empujado su camisa por sus hombros y él la había besado, y sus manos comenzaron a bajar por su pecho hacia la cintura de sus cueros, él agarró sus muñecas. Mantuvo sus ojos cerrados y dejó de besarla, descansando su frente sobre la de ella.
Podía sentir la tensión que se disparaba en ella.
—¿Gahrye? —susurró ella—. ¿Qué pasa? ¿Qué está mal?
Él tragó grueso.
—Es... eh, ¿Elia todavía está
—Ella todavía es la leona.
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