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La noche era surrealista. Reth bailaba con Elia, bailaba con Aymora, se sentaba con Elia, llegando a sentarla en su regazo en un momento avanzada la noche, aunque ella se puso roja como un tomate y luchó por levantarse casi inmediatamente. Los Leoninos la saludaron como una de ellos, aunque ella no siempre reconoció las señales, y Reth tomó nota mental de informarle sobre las muy sutiles señales que los Leoninos usaban para comunicarse entre tribus mezcladas.
Él observaba cómo Elia resplandecía. Ella estaba tan feliz —tan feliz que más de una vez se le llenaron los ojos de lágrimas, lo que le causó un nudo en la propia garganta. Y su cuerpo dolorido de deseo.
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