—Oh, es a ti —Claud me miraba con una sonrisa satisfecha en su rostro. Aún estaba envuelto en las enredaderas que le había puesto, pero los guardias habían conseguido sentarlo en la silla de todas formas. Era solo un poco incómodo para él.
—¿Cómodo? —le pregunté mientras me acercaba a la mesa en medio de la habitación. La mesa estaba fijada al suelo, y también lo estaban ambas sillas. No se podían mover ni ajustar en absoluto, pero eso era lo mejor. Era para que los prisioneros no pudieran levantarlas y lanzarlas a cualquier parte.
—Para nada —me lanzó una miraza que decía que no estaba contento ni un poco.
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