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EL OSCURO DESIGNIO (63)

Los torpedos parecían avanzar directamente hacia ellos, pero Sam dio órdenes de hacer girar el barco a toda la potencia de sus motores. Un minuto más tarde, un observador a proa informó que los torpedos habían fallado por muy poco. El dirigible se cernía sobre ellos, avanzando rápidamente, como si tuviera intenciones de estrellarse contra la timonera. Sam aulló una orden para que fuera disparada una segunda andanada de cohetes. Antes de que la orden pudiera ser obedecida, la aeronave estalló.

Cuatro bombas estallando simultáneamente hubieran debido reventar todas las escotillas, desgarrar el casco del barco. De hecho, algunas escotillas saltaron en pedazos o fueron arrancadas hacia el interior hiriendo a algunas personas. El barco, inmenso y pesado como era, se estremeció. Sam fue lanzado contra la cubierta junto con todos los demás excepto el piloto, que estaba sujeto a su silla. Byron cayó inconsciente cuando un panel de plástico del parabrisas le golpeó directamente el rostro.

Sam se puso en pie mientras el humo penetraba en la sala de control, cegándole, haciéndole toser. Un hedor acre lo rodeaba. No podía oír nada; durante un minuto estuvo completamente ensordecido. Tanteó entre el humo y llegó hasta el panel de control. Conocedor de cada dial, palanca y botón, se aseguró que el barco seguía todavía su rumbo... si los mandos aún funcionaban. Luego soltó el ensangrentado e inconsciente cuerpo de Detweiller de su sillón y lo depositó en el suelo. Cuando se hubo sentado en el sillón ya podía ver de nuevo. La aeronave, o lo que había quedado de ella, estaba en el agua. Sus fragmentos estaban esparcidos a lo largo de centenares de metros cuadrados, algunos aún ardiendo. Brotaba humo de todos ellos, pero por aquel entonces el barco estaba ya fuera de la humareda. Enderezó el rumbo Río arriba. Tras conectar el piloto automático y asegurarse de que funcionaba correctamente, fue a estribor para comprobar los daños.

Joe estaba diciendo algo, con la boca enormemente abierta y gesticulando furiosamente. Sam se llevó un dedo a la oreja para indicar que no podía oírle. Joe siguió gritando. Su cuerpo mostraba un centenar de cortes.

Más tarde, después de que todo el mundo se hubiera calmado, Sam llegó a la conclusión de que tan sólo una de las cuatro bombas debía haber estallado. La fuerza de su explosión hubiera debido hacer estallar a las otras tres, pero seguramente no había ocurrido eso.

Nadie había resultado muerto, aunque había bastantes heridos. Afortunadamente, la explosión no había hecho estallar también los cohetes almacenados a bordo.

Detweiller era el herido más grave, pero al tercer día ya estaba en pie y caminando normalmente. El barco seguía aún cerca de la orilla, anclado en las proximidades de la piedra de cilindros que les había proporcionado el desayuno. Una amplia pasarela tendida entre el barco y la orilla permitía a la tripulación ir tranquilamente de uno a otra y a la inversa. Los daños estaban siendo reparados, y la tripulación iba por turnos a tierra. Sam decidió que aquél podía ser un buen momento de hacer más alcohol y pólvora. Se hicieron arreglos para intercambiar tabaco y algo del whisky y vino proporcionados por los cilindros de la tripulación por madera y líquenes de la zona.

Von Richthofen estaba muerto. Los únicos supervivientes del Minerva eran Samhradh y Hardy, puesto que Newton se había ahogado estando aún inconsciente. Sam lloró cuando el cuerpo del alemán, envuelto en un saco lastrado, fue arrojado al Río. Siempre había sentido un gran aprecio hacia aquel bullicioso y alegre hombre.

Sé por qué Greystock hizo esto dijo Sam. Juan Sin Tierra le hizo una oferta a la que no pudo resistirse. Y el cerdo por partida doble casi estuvo a punto de conseguirlo. Creo que Greystock era un hombre cruel, como todos los de su clase, pero no pienso que fuera desleal. Además, si lees tu historia... tú, Marc, no tú, Joe... verás que todos los nobles medievales eran célebres por su felonía. Su dios era el Oportunismo, no importa cuántas iglesias edificaran para mayor gloria de la Iglesia y de Dios. Todos tenían la misma moral que una hiena.

No todos dijo de Marbot. Estaba William Marshal de Inglaterra. Él nunca cambió de lado.

¿No sirvió a las órdenes del Rey Juan? dijo Sam. Tenía que tener un estómago fuerte para continuar con él. De todos modos, Juan lo ha intentado una vez y casi estuvo a punto de lograrlo. Eso me preocupa: ¿cuántos otros saboteadores puede haber preparado? Ahora comprenderéis por qué he insistido siempre en dobles guardias en todos los puntos vulnerables. Y cuádruples en el arsenal y la santabárbara.

»También es por eso por lo que ordené que todo hombre a bordo, y también toda mujer, informaran de cualquier conducta sospechosa que vieran. Sé que esto ha hecho sobresaltarse a mucha gente. Pero hay que ser realistas.

No me eztraña que tengaz tantaz pezadillaz, Zam. Yo no me preocupo por todaz ezaz cozaz.

Es por eso por lo que yo soy el capitán y tú solamente un guardaespaldas, Joe.

¿Acaso no te preocupas por protegerme?

Cumplo con lo que conzidero ez mi deber y me preocupo zolamente por el mucho tiempo que paza entre laz comidaz.

Unos pocos minutos más tarde, el oficial jefe de comunicaciones informó que habían entrado en contacto con el Parseval. Tras hablar con Gulbirra, Sam tuvo la impresión de que estaba andando sobre un campo de minas. Traiciones, mentiras, frustración, inseguridad, confusión, y falsas informaciones, estaban aguardando para estallar bajo sus pies.

Fumando como un dragón aunque el puro le supiera a amargo, caminó arriba y abajo. Por lo que sabía, sólo dos personas en el barco compartían con él secreto de X... Joe Miller y John Johnston. Eran, o habían sido, ocho los que sabían del desconocido: Miller, Johnston, él, Firebrass (ahora muerto), de Bergerac, Ulises (que había desaparecido hacía mucho), von Richthofen (ahora muerto) y Richard Francis Burton. El ser al que Clemens llamaba X o el Misterioso Extraño (cuando no el bastardo o hijo de puta) le había dicho que había elegido a doce para alcanzar la Torre polar. Se suponía que X debía regresar a los pocos días y proporcionarle a Sam más información. Hasta ahora no lo había hecho.

Quizá los otros Eticos lo hubieran atrapado finalmente, y ahora estuviera... ¿dónde? Sam les había contado a Miller y a von Richthofen todo a referente al Extraño. Esto

dejaba a seis contactados por X que le eran desconocidos a él. Aunque era posible que todos se hallaran en aquel barco. ¿Por qué X no les habría dado a cada uno una señal o una palabra clave de reconocimiento mutuo? Quizá eso era lo que pensaba hacer, pero había sido retardado. Las acciones de X eran tan difíciles de prever como los ferrocarriles mexicanos.

Cyrano había sido quien le había hablado de Burton. Sam no sabía dónde estaría Burton, pero sabía quién era. Los periódicos habían estado llenos con sus hazañas en vida de Sam. Y Sam había leído su Narración personal de un peregrinaje a El-Medinah,

Primeros pasos en Africa Oriental, Las regiones de los lagos del Africa Central, y su traducción de Las mil y una noches.

Además, Gwenafra lo había conocido personalmente, y le había contado a Sam todo lo que recordaba de él. Tenía sólo siete años aproximadamente cuando había sido resucitada por primera vez. Richard Burton la había tomado bajo su protección, y había viajado con él en un barco Río arriba durante un año. Luego había resultado ahogada, pero nunca había olvidado al orgulloso y curtido hombre.

Greystock también había estado con él. Pero ni Greystock ni éste Gwen sabían del

Extraño. ¿O era Greystock un agente?

Aquel hombre, Burton. En la Tierra había conducido una expedición para descubrir las fuentes del Nilo. Aquí, estaba apasionadamente involucrado en alcanzar las fuentes del Nilo, aunque por una razón muy distinta. De Bergerac había contado que el Etico le había dicho que, si encontraba a Burton, era probable que Burton pretendiera haber perdido su memoria acerca de todo lo referente a los Eticos. Clemens le había contestado que él lo conocía mejor que eso, y que entonces Burton tendría que explicar por qué estaba pretendiendo sufrir amnesia. Muy curioso.

Luego estaban Stern, Obrenova, y Thorn. Y Firebrass. Sus papeles eran tan clandestinos como los de X y sus colegas.

¿En qué lado militaban?

Necesitaba ayuda para desenredar la madeja de aquel loco tapiz. Era el momento de una conferencia.

Al cabo de cinco minutos, estaba encerrado en su cabina con Joe y John Johnston. Johnston era un hombre corpulento, de enorme osamenta y poderosos músculos. Su rostro era agradable aunque bastamente modelado; sus ojos, de un sorprendente color azul; su pelo, rojo brillante. Aunque era más alto que la mayoría, parecía pequeño al lado del titántropo.

Sam Clemens les comunicó las noticias. Johnston no habló al principio, pero el montañés era de la clase de hombres que hablan solamente cuando tienen algo realmente importante que decir. Joe dijo:

¿Qué zignifica todo ezto? ¿Quiero decir, eza puerta por la que zolamente Pizcator pudo pazar?

Lo descubriremos por Thorn dijo Sam. Por ahora lo que más me preocupa es Thorn y el resto de su sucio grupo.

¿Crees realmente que Greystock era un agente de los Eticos? Creo que esa mofeta era simplemente uno de los hombres del Rey Juan.

Podía serlo, y ser también al mismo tiempo un agentedijo Sam.

¿Cómo? retumbó Joe Miller.

¿Y cómo quieres que lo sepa? De todos modos, querrás decir por qué. Eso es realmente lo que le dijo el ladrón a Jesús mientras este estaba siendo clavado en la cruz.

¿Por qué?

»Eso es lo que debemos preguntarnos. ¿Por qué? Si, yo creo que Greystock pudo haber sido un agente. Simplemente se puso de acuerdo con el Rey Juan porque las finalidades de este coincidían con sus propias finalidades.

Pero los agentes de Ellos no usan la violencia dijo Johnston. Al menos, eso es lo que me dijiste que te dijo X.

»No sólo odian la violencia, sino que ni siquiera les gusta tocar a los seres humanos.

No, yo no dije eso. Yo dije que la violencia no era ética para los Eticos. Al menos, según X. Pero no sé si estaba mintiendo. Por lo que puedo decir, podía ser el Príncipe de las Tinieblas, el cual era, si recuerdas tu Biblia, el Príncipe de los Mentirosos.

¿Entonces qué estamos haciendo? dijo Johnston. ¿Por qué estamos siguiendo sus órdenes?

Porque no sé si estaba mintiendo. Y sus colegas no han tenido la cortesía o la decencia de hablar conmigo. No tenemos otra elección. Además, dije que X parecía más bien reluctante a acercárseme demasiado. Como el abolicionista que aireaba después su casa cada vez que tenía a un negro a cenar.

Pero no he dicho nunca que los agentes fueran también brahmanes. Thorn y Firebrass evidentemente no lo eran. No sé.

De todos modos, Joe tiene una buena nariz para X. Entró en una ocasión en mi cabaña inmediatamente después de que X se fuera. Y dijo que olía a alguien no humano.

Apeztaba diferente que Zam dijo Joe, sonriendo. Lo que no quiere decir que Zam apezte mejor.

Erez graciozo, ¿eh? dijo Sam. De todos modos, Joe no ha vuelto a oler a nadie como aquél. Así que supuse que los agentes eran de origen humano.

Zam fumaba puroz todo el tiempo dijo Joe. No podía oler nada en medio de toda eza apeztozidad.

Ya basta con eso, Joe dijo Sam. O te voy a hacer subir a patadas a un platanero.

¡Nunca vi un platanero en mi vida! Ni ziquiera un plátano hazta que vine aquí y mi cilindro me dio uno para dezayunar. ¡No zupe qué hacer con él!

Volvamos dijo Johnston.

Las cejas de Sam se curvaron como los lomos de sendas orugas.

¿Volvamos adónde?

Volvamos al asunto.

Oh, sí. Sea como sea, estoy seguro de que hay agentes a nuestro alrededor. El barco puede estar infestado de ellos. La cuestión es: ¿de quién son? ¿De X, o de los otros? ¿O de ambos?

No parecen haber interferido demasiado dijo Johnston. No con el barco, al menos. Pero cuando nos acerquemos a las fuentes...

No sé qué clase de interferencias puedan producirse. Aunque él nunca lo dijo, es seguro suponer que X horadó ese túnel y dejó esa cuerda para Joe y sus amigos egipcios. Pero no hay ninguna prueba de que los otros estén particularmente en contra de que nosotros, pobres terrestres, lleguemos a la Torre. Parece que simplemente no nos están facilitando las cosas. Aunque, de nuevo, ¿por qué no?

»Además, ¿qué pasa con Ulises? Apareció en el momento preciso y nos salvó cuando estábamos luchando contra von Radowitz. Me dijo que era uno de los doce elegidos por X. Al principio supuse que era X quien lo había enviado. Pero no, Ulises dijo que el suyo era una Etica. Así pues, ¿hay algún otro de ellos metido en esto? ¿Otro renegado que es aliado de X? Le pregunté sobre ella, y simplemente se echó a reír. No quiso decirme nada.

»Pero quizá la mujer no fuera amiga de X. Quizá era una Etica que había oído algo de lo que estaba ocurriendo. Y que nos envió a Ulises simplemente para observar, un agente que había adoptado la identidad del histórico Ulises.

»Digo esto porque me encontré con dos micénicos que habían estado realmente en el sitio de Troya. Al menos, ellos afirmaban haber estado. Hay tantos impostores en el Río, ya sabéis. Ambos dijeron que Troya no estaba allá donde Ulises dijo que estaba. Me había dicho que Troya estaba mucho más al sur en Asia Menor de lo que decían los arqueólogos. Los dos griegos dijeron que estaba allá donde todo el mundo dijo siempre que estaba. Cerca de Hissarlik, Turquía. Bueno, ellos no identificaron la ciudad y el país bajo esos nombres, por supuesto. Ni siquiera existían en sus días.

»Pero dijeron que Troya estaba cerca del Helesponto, allá donde más tarde se levantaría Hissarlik. Así que, ¿qué opináis de todo ese embrollo?

Si ese tipo griego era un agente dijo Johnston, ¿por qué diría una mentira como ésa?

Quizá para convencerme de que era quien decía que era. El Ulises original. No era probable que encontráramos a alguien que pudiera llamarle mentiroso. Entre otras cosas, porque no pensaba quedarse el tiempo suficiente como para que se presentara esa oportunidad.

»Y hay otra cosa. Los eruditos de mi tiempo decían todos que el caballo de madera de Troya era un mito. La historia era tan creíble como las promesas de la campaña de un político. Pero Ulises dijo que había habido efectivamente un caballo de madera, y que había sido este caballo el que había permitido a los soldados griegos penetrar en la ciudad.

»Pero eso quizá podía ser también una mentira destinada a mí. Diciéndome que los eruditos estaban todos equivocados, sonaba como si realmente hubiera estado allá. Cualquiera que pueda pararse frente a mí, mirarme directamente a los ojos, y decirme que los eruditos tienen la cabeza llena de aserrín y de cagadas de ratón, porque él ha estado allí y en cambio ellos no, me convence. Los expertos se han pasado toda la vida en busca de un Paso al Noroeste, navegando en medio de una tormenta de nieve con un sextante, sin saber siquiera si el bauprés está a proa o a popa.

Al menos, lo intentaban dijo Johnston.

También lo intentaba el eunuco en el harén del jeque. Me gustaría tener alguna idea de lo que está pasando. Estamos en aguas profundas, como le dijo Holmes a Watson.

¿Quienez eran ezoz tipoz? dijo Joe.

El gigantesco montañés gruñó. Sam dijo:

De acuerdo, John, lo siento. Esperaba al menos poder encontrar algún hilo que poder seguir en medio de toda esta maraña. ¡Infiernos, ni siquiera podemos encontrar un cabo!

Quizáz Gwenafra pudiera ayudarte un poco dijo Joe. Ez una mujer, coza que zupongo ya habráz notado, Zam. Tu decíaz que laz mujerez pueden ver cozaz que loz hombrez no pueden debido a zu intuizión. Y ella no ez tonta. Puede que hace tiempo ze haya dado cuenta ya que tú le eztáz ocultando algo. En ezte momento debe eztar mordiéndoze laz uñaz en el zalón de oficialez. Ziempre hace lo mizmo cada vez que tú tienez una conferencia zobre cozaz que luego no le cuentaz.

No creo en la intuición de las mujeres dijo Sam. Sólo están culturalmente condicionadas a observar distintos esquemas de acción y lenguaje, distintos gestos e inflexiones de aquellos que observan los hombres. Son más sensitivas a algunas sutilezas debido a su condicionamiento.

A fin de cuentaz ez lo mizmo dijo Joe. ¿Qué importa cómo lo llamez? Yo digo que eztamos dándonoz de cabezazoz contra la pared. Ez el momento de que intervenga otro jugador en ezta partida de póker.

Las squaws hablan demasiado dijo Johnston.

Según tú, todo el mundo habla demasiado dijo Sam. De todos modos, Gwen es tan lista como cualquiera de los que estamos aquí, más lista quizá.

Todo el mundo acabará enterándose de esto dijo Johnston.

Bien, si piensas en ello dijo Sam, ¿por qué no tendría que saberlo todo el mundo?

¿No es cosa de todo el mundo?

El Extraño debe tener sus razones para desear que esto se mantenga en secreto.

¿Pero son buenas razones? dijo Sam. Por otra parte, reconozco que, si lo voceáramos a los cuatro vientos, dentro de poco tendríamos a toda una multitud intentando alcanzar el Polo Norte. La Fiebre del Oro del 49 sería una ridiculez a su lado. Habría centenares de miles de personas deseando alcanzar la Torre. Y un millón merodeando por los alrededores para ver qué podían sacar de todo el asunto.

Votemoz con rezpecto a Gwen.

¿Has oído hablar alguna vez de una mujer en un consejo de guerra? Lo primero que intentará será meter a todo el mundo bajo sus enaguas.

Las mujeres ya no llevan enaguas dijo Sam. De hecho, no llevan mucha cosa encima, como sin duda habrás observado, para que puedan meterse a un hombre debajo de ello.

El voto fue dos contra uno. Johnston dijo:

De acuerdo. Pero haz que mantenga sus piernas cruzadas cuando se siente, Sam.

Ya he luchado bastante para conseguir que cubriera sus pechos dijo Sam. Es algo irremediable. Pero no es culpa suya. Casi todo el mundo se baña desnudo. Así que, ¿qué diferencia hay si es un poco descuidada respecto a cuántos centímetros cuadrados de carne deja al descubierto?

No es la carne, es el pelo dijo Johnston. ¿A ti no te importa?

Estoy acostumbrado a ello. Después de todo, viví casi en la misma época que tú. Pero yo no pasé mi vida entre los indios de las montañas Rocosas. Llevamos aquí treinta y cuatro años, John, en un planeta donde incluso la Reina Victoria se pasea por ahí con unas ropas que le hubieran causado un ataque al corazón seguido de diarrea si las hubiera visto llevar por alguien frente al palacio de Buckingham. Ahora la desnudez parece algo tan natural como dormirse en la iglesia.