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EL OSCURO DESIGNIO (37)

Era divertido, aunque no lo bastante como para echarse a reír.

Desde un principio había estado preocupada por el hecho de que un hombre con más horas de vuelo que ella misma pudiera presentarse en Parolando. Uno lo había hecho ya, pero no era agresivo. Su única ambición era estar en la nave y no parecía importarle bajo qué rango.

De alguna forma, jamás se le había ocurrido pensar en la posibilidad de verse desplazada por una mujer. Había tan pocas mujeres aeronautas en su época, y tan poca gente que hubiera vivido después de 1983 había aparecido por allí sólo uno, de hecho, que no se había preocupado por aeronautas de esa época. Por lo que Firebrass había dicho, después de 1983 había sido cuando se había producido la gran moda de los enormes dirigibles rígidos. Pero las posibilidades de que algún aeronauta de esa época se presentara allí eran mínimas.

Pero la suerte había jugado dos veces contra ella, y ahí estaba ahora esa Obrenova, una mujer que tenía 860 horas de vuelo como capitana de una gigantesca aeronave soviética.

Y las posiciones de los oficiales aún no habían sido anunciadas. No importaba. Jill estaba convencida de que la pequeña rubia recién llegada sería la primera oficial. Siendo realistas, debía serlo. Si Jill estuviera en el lugar de Firebrass, habría dado ese paso sin dudar.

Por otra parte, tan sólo quedaban dos meses antes de que el Parseval despegara para el viaje polar. La rusa podía necesitar un reentrenamiento más prolongado que eso. Después de treinta y cuatro años de vida en el suelo, podía estar algo oxidada. No tendría más que un mes para familiarizarse con las cámaras de gas del Minerva. Luego debería dedicar el otro mes a entrenarse en la gran nave con todos los demás.

¿Podía conseguirlo? Por supuesto que podía. Jill no hubiera necesitado tanto tiempo. Estaba en la sala de conferencias con los candidatos oficiales cuando Anna Obrenova

fue introducida por Agatha, Apenas verla, a Jill le dio un vuelco el corazón, como un motor a punto de parase. Antes de oír el excitado anuncio de Agatha de la identidad de la recién llegada, supo de qué se trataba.

Anna Obrenova era bajita y delgada, pero con largas piernas y pecho abundante. Tenía un largo y reluciente cabello amarillo, ojos azul oscuro, un rostro en forma de corazón, pómulos altos, una boca sensual, y un tono bronceado profundo en la piel. Era, por citar otro artículo del periódico, «una belleza».

Asquerosamente delicada y femenina. Injustamente también.

Exactamente el tipo que los hombres desean simultáneamente proteger y llevarse a la cama.

Firebrass se puso en pie y avanzó hacia ella, el rostro resplandeciente, los ojos chorreando hormonas masculinas.

Pero fue la reacción de Thorn la que sorprendió a Jill. Al ver entrar a Obrenova, saltó en pie y abrió la boca, la volvió a cerrar, la abrió de nuevo, la cerró. Su rubicundo rostro estaba pálido.

¿La conoces? preguntó Jill en voz baja.

El hombre se sentó y por un momento se cubrió el rostro con las manos. Cuando las apartó de nuevo, dijo:

¡No! ¡Por un segundo creí que era ella! ¡Se parece tanto a mi primera esposa! Aún no puedo creerlo.

Thorn permaneció tembloroso en su silla mientras los demás se apiñaban en torno a Obrenova. Hasta que los otros no hubieron sido presentados no se levantó y estrechó su mano. Entonces le dijo cuán asombrosamente se parecía a su mujer. Ella sonrió

«esplendorosamente» era un cliché, pero no había otro adjetivo apropiado y dijo, en un inglés con fuerte acento:

¿Amaba usted a su esposa?

Era una pregunta extraña en aquellas circunstancias. Thorn retrocedió un paso y dijo:

Sí, mucho. Pero ella me abandonó.

Lo siento dijo Obrenova, y no volvieron a cruzar otra palabra en toda la reunión. Firebrass la hizo sentar y le ofreció comida, cigarrillos y licor. Ella aceptó lo primero

pero declinó lo demás.

¿Significa eso que no tienes vicios? dijo Firebrass. Esperaba que al menos tuvieras uno.

Obrenova ignoró la observación. Firebrass se alzó de hombros y empezó a hacerle preguntas. Jill se sintió deprimida mientras escuchaba la enumeración de su experiencia. Había nacido en Smolensk en 1970, había sido educada como ingeniero aeronáutico, y en 1984 se había convertido en piloto de aeronaves. En 2001 había sido ascendida a capitana de la nave de carga y pasajeros Lermontov.

Finalmente, Firebrass dijo que debía estar cansada. Agatha le buscaría un alojamiento.

Preferiblemente en este edificio dijo.

Agatha respondió que no había habitaciones disponibles. Tendría que conformarse con una cabaña cerca de las de la señorita Gulbirra y el señor Thorn.

Firebrass pareció decepcionado.

Bien, quizá podamos encontrar un lugar para ella aquí, más tarde. Mientras tanto, iré contigo, Anna, y me aseguraré que no te den una pocilga.

Jill se sintió aún más deprimida. ¿Cómo podía esperar objetividad de él, cuando se sentía tan obviamente atraído por la rusa?

Por un instante dejó correr sus fantasías. ¿Y si secuestraba a la pequeña rusa y la mantenía bien atada en un lugar oculto hasta el momento del despegue del Parseval? Firebrass no retrasaría la fecha de la partida hasta que fuera hallada. Jill Gulbirra sería entonces la primera oficial.

Y si podía hacerle esto a Obrenova, ¿por qué no a Firebrass? Entonces seria capitana.

Las imágenes evocadas eran agradables, pero no sería nunca capaz de hacerle esto a nadie, por fuertes que fueran sus sentimientos. Violar sus derechos humanos y su dignidad sería violarse, destruirse a sí misma.

Durante la siguiente semana a veces golpeó sus puños contra la mesa y a veces lloró. O ambas cosas a la vez. A la otra semana se dijo a sí misma que era inmadura. Acepta lo que es inevitable y disfruta del resto. ¿Era tan importante para ella el ser finalmente capitana de una aeronave?

Sí, para ella lo era. Para cualquier otra persona en el mundo, no. Pero tragó su amargura y su resentimiento.

Piscator debió darse cuenta de lo que sentía. Lo descubrió frecuentemente mirándola. Entonces sonreía o simplemente miraba hacia otro lado. Pero lo sabia, ¡lo sabia!

Pasaron seis meses en vez de dos. Firebrass dejó de intentar conseguir que Obrenova se trasladara a su apartamento. No mantuvo en secreto su deseo, ni ocultó el hecho de que finalmente ella lo había rechazado.

Algunas veces gamas, otras pierdes le dijo a Jill con una irónica sonrisa. Quizá no le gusten los hombres. Conozco una veintena o más que beben los vientos por ella, y se les muestra tan fría como si fuera la Venus de Milo.

Estoy segura de que no es lesbiana dijo Jill.

Lo dice una especialista, ¿eh?

Maldita sea, sabes que soy ambivalente dijo ella furiosa, y se alejó.

¡Indecisa es la palabra exacta! le gritó él a sus espaldas.

Por aquel entonces Jill había estado viviendo con Abel Park, un hombre alto, musculoso, apuesto e inteligente. Era un Niño del Río, uno de los varios millones de niños que habían muerto en la Tierra con más de cinco años. Abel no recordaba en que país había nacido o cuál había sido su idioma natal. Aunque resucitó en un área en que la mayoría eran hindúes medievales, fue adoptado y educado por una pareja de escoceses, nacidos el siglo XVIII en las Tierras Bajas de Escocia, de origen campesino. Pese a su pobreza, el padre adoptivo había conseguido un doctorado en medicina en Edimburgo.

Abel había abandonado el área cuando sus padres resultaron muertos, y vagó Río abajo hasta llegar a Parolando. A Jill le había caído bien y le había pedido que fuera su compañero de cabaña. El muchachote había aceptado alegremente, y así habían conocido unos meses idílicos. Pero, aunque inteligente, era ignorante. Jill le enseñó todo lo que pudo: historia, filosofía, poesía, e incluso algo de aritmética. El se sentía ansioso por aprender, pero finalmente la acusó de querer dominarle.

Sorprendida, Jill lo negó.

Sólo deseo educarte, proporcionarte unos conocimientos que te fueron negados porque moriste demasiado pronto.

Sí, pero te muestras tan impaciente. Olvidas constantemente que no estoy a tu altura. Cosas que a ti te parecen sencillas, porque siempre has vivido con ellas, son sorprendentes para mi. No tengo tus referencias.

Hizo una pausa. Luego añadió:

Tú eres una chauvinista del conocimiento. En pocas palabras, una... ¿cómo lo decís vosotros?... una snob.

Jill aún se sintió más sorprendida. Negó esto también, aunque una posterior reflexión le indicó que quizá él tuviera razón. Por aquel entonces ya era demasiado tarde para reparar el daño. Él la dejó por otra mujer.

Se consoló diciendo que él estaba demasiado acostumbrado a la idea del hombre como jefe. Le resultaba difícil aceptarla a ella como a un igual.

Más tarde, se dio cuenta de que eso era cierto sólo parcialmente. En realidad, ella sentía en lo profundo un cierto desdén hacia él, debido a que no era, mí nunca podría serlo, mentalmente su igual. Había sido una actitud inconsciente, y ahora que se daba cuenta de ello, lamentaba haberla sostenido. De hecho, se sentía avergonzada por ello.

Después de eso, no hizo ningún esfuerzo por tener más que relaciones de lo más esporádicas. Sus parejas eran hombres y mujeres que, como ella, deseaban tan sólo satisfacción sexual. Normalmente, tanto ella como los otros u otras la obtenían, pero Jill siempre se sentía luego frustrada. Necesitaba un auténtico afecto y compañerismo.

Obrenova y Thorn, observó, debían pertenecer a la misma clase que ella. Al menos, nadie se trasladaba de una forma permanente a sus cabañas. Sin embargo, nunca les había observado demostrar ningún interés por nadie que pudiera ser interpretado como sexual. Por lo que ella sabia, nadie pasaba ni siquiera una noche con ellos.

A Thorn, sin embargo, parecía gustarle la compañía de Obrenova. A menudo Jill los veía hablar animadamente entre ellos. Quizá Thorn estaba intentando hacer de ella su amante. Y quizá la rusa se negaba porque pensaba que sólo iba a ser una sustituta de su primera esposa.

Tres días antes de la gran partida, se decretó una gran fiesta. Jill abandonó la zona de las llanuras porque estaba tan atestada y llena de ruido, con gente venida de arriba y abajo del Río. Estimó que debía haber al menos varios cientos de miles de personas acampando en Parolando, y que serían el doble cuando llegara el momento del despegue del Parseval. Se retiró a su cabaña, dejándola tan sólo para ir a pescar un poco. Al segundo día, mientras estaba sentada al borde del pequeño lago, con la mirada vacía perdida en el agua, oyó que alguien se aproximaba.

Su irritación ante la invasión desapareció cuando vio a Piscator. Llevaba una caña de pescar y un cesto de mimbre. Silenciosamente, se sentó a su lado y le ofreció un cigarrillo. Ella negó con la cabeza. Por algún tiempo ambos miraron a la superficie del agua, ligeramente agitada por el viento, rota aquí y allá por el salto de algún pez.

Finalmente, Piscator dijo:

No queda mucho tiempo antes de que tenga que decir adiós reluctantemente a mis discípulos y a todas mis labores piscatoras.

¿Es tan importante para ti?

¿Quieres decir, abandonar esta placentera vida por una expedición que puede tener como final la muerte? No lo sabré hasta que ocurra.

Tras un largo silencio, añadió:

¿Y cómo te va a ti? ¿Ninguna otra experiencia como la de aquella noche?

No, estoy perfectamente.

Pero todavía llevas un puñal clavado en tu corazón.

¿Qué quieres decir con eso? murmuró ella, volviendo la cabeza para mirarle. Esperó que su asombro no le pareciera a Piscator tan ficticio como se lo parecía a ella misma.

Hubiera debido decir tres puñales. El puesto de capitán, la rusa, y sobre todo lo demás tú misma.

Sí, tengo problemas. ¿Pero quién no los tiene? ¿O acaso tú eres la excepción? ¿Eres humano, al menos?

Él sonrió.

Muy humano dijo. Más que la mayoría, puedo decirlo sin que parezca inmodestia.

¿Pero por qué? Porque he realizado mi propio potencial humano casi en su totalidad. No puedo esperar que lo creas. A menos que tú, algún día... pero ese día puede que no llegue nunca.

»De todos modos, referente a tu pregunta sobre mi humanidad, a veces me he preguntado si algunas personas a las que conocemos son humanos. Quiero decir,

¿pertenecen a la especie Homo sapiens?

»¿No es posible, incluso altamente probable, que Quienes Sean los responsables de todo esto tengan agentes entre nosotros? Para qué propósito, no lo sé. Pero pueden ser catalizadores para provocar algún tipo de acción entre nosotros. Por acción, no quiero significar acción física, como la construcción de barcos fluviales y aeronaves, aunque eso puede ser también parte del plan. Me refiero a acción psíquica. A canalizar, podríamos

llamarlo, la humanidad. ¿Hacia qué? Quizá hacia una meta en cierto modo parecida a la que postula la Iglesia de la Segunda Oportunidad. Una meta espiritual, un refinamiento del espíritu humano. O quizá, para utilizar una metáfora cristiano-musulmana, para separar las ovejas de los carneros.

Hizo una pausa, y dio una chupada a su cigarrillo.

Para seguir con las metáforas religiosas, puede que existan dos fuerzas actuando aquí, una malvada, la otra buena. Una de ellas está trabajando contra la consecución de esa meta.

¿Qué? dijo Jill. Y luego: ¿Tienes alguna prueba de todo eso?

No, sólo especulaciones. No me interpretes mal. No creo que Shaitán, Lucifer si lo prefieres, esté realmente conduciendo una guerra fría contra Alá, o Dios, al que nosotros los sufíes preferimos denominar El Real. Pero a veces me pregunto si no habrá en un cierto sentido un paralelismo entre... Bueno, todo son especulaciones. Si hay agentes, entonces tienen toda la apariencia de seres humanos.

¿Sabes algo que yo no sé?

Probablemente he observado algunas cosas. Tú también lo has hecho, la diferencia estriba en que tú no las has correlacionado hasta formar con ellas un esquema. Un esquema más bien sombrío. Aunque es posible que yo esté contemplando el lado equivocado del esquema. Sí le hiciera dar la vuelta, el otro lado tal vez resplandeciera con luz propia.

Me gustaría saber de qué estás hablando ¿Te importaría mostrarme algo de este... esquema?

El se levantó y arrojó al lago la colilla de su cigarrillo. Un pez emergió, la engulló, y volvió a hundirse con un chapoteo.

Hay todo tipo de actividad ahí, debajo de este espejo de agua dijo, señalando al lago. No la podemos ver porque el agua es un elemento distinto del aire. Los peces saben lo que está ocurriendo ahí abajo, pero eso no nos sirve de mucho a nosotros. Todo lo que podemos hacer es lanzar nuestros anzuelos a la oscuridad y esperar que atrapen algo.

»En una ocasión leí una historia en la cual un pez se sentaba en el fondo de un profundo y oscuro lago y lanzaba su caña de pescar hacia el aire, a la orilla. Y con su cebo pescaba hombres.

¿Es eso todo lo que tienes que decir al respecto? El asintió y dijo:

Imagino que asistirás a la fiesta de despedida de Firebrass esta noche.

Más que una invitación es una orden. Pero odio tener que ir. Va a ser una borrachera monumental.

No tienes que ensuciarte uniéndote a los cerdos en su bestialidad. Ve con ellos pero no seas uno de ellos. Eso te permitirá gozar de la sensación de que eres superior a todos ellos.

Eres un asno dijo ella. Y luego, rápidamente: Lo siento, Piscator. Yo soy el asno. Me has leído correctamente, por supuesto.

Creo que Firebrass va a anunciar esta noche el rango de pilotos y oficiales. Ella contuvo el aliento por un instante.

Yo también lo creo, aunque no me complace en absoluto saberlo.

Le concedes demasiada importancia al rango. Y lo que es peor aún, lo sabes pero no puedes hacer nada al respecto. En cualquier caso, creo que tienes excelentes posibilidades.

Espero que sí.

Mientras tanto, ¿te importa acompañarme en barca a pescar en el centro del lago?

No, gracias.

Se puso en pie rígidamente y tiró del sedal. El cebo había desaparecido del anzuelo.

Creo que voy a ir a casa a incubar un poco todo esto.

No pongas ningún huevo dijo él, sonriendo.

Jill dejó escapar un suave resoplido y se marchó. Antes de llegar a su cabaña, pasó por delante de la de Thorn. De ella surgían fuertes e irritadas voces. Las de Thorn y Obrenova.

Así que finalmente se habían juntado. Pero no parecían ser muy felices.

Jill vaciló un momento, casi abrumada por el deseo de escuchar. Luego siguió adelante, pero no pudo evitar oír a Thorn gritar algo en un idioma desconocido para ella. De modo que tampoco hubiera conseguido nada escuchando. ¿Pero cuál era ese idioma? No le sonaba en absoluto como ruso.

Obrenova, con una voz más baja, pero aún lo suficientemente fuerte como para que Jill pudiera oírla, respondió algo en el mismo idioma. Evidentemente, era una petición de que bajara voz.

Siguió un silencio. Jill siguió caminando rápidamente, confiando en que no miraran fuera y pensaran que había hecho lo que había estado a punto de hacer. Ahora tenía algo en lo que pensar. Por lo que sabia, Thorn sólo sabía hablar inglés, francés, alemán y Esperanto. Por supuesto, podía haber aprendido un montón de lenguas durante sus vagabundeos a lo largo del Río. Incluso la persona menos dotada para los idiomas no podía evitar el hacerlo.

De todos modos, ¿por qué hablarían entre si en cualquier otra lengua que no fuera su idioma nativo o el Esperanto? ¿Acaso conocían algún idioma que utilizaban sólo para pelearse a fin de que nadie pudiera entenderles?

Le comentaría esto a Piscator. Quizá tuviera alguna opinión que la iluminara al respecto.

Tal como fueron las cosas, sin embargo, no tuvo ocasión de hacerlo, y cuando el

Parseval despegó había olvidado por completo el asunto.