--El día por el que nos hemos preparado al fin ha llegado --Su capa de piel de oso ondeó con el frío viento--, será el momento de hacerle conocer al mundo de nuestra existencia. Por qué hoy, nace una nueva Tanyer, hoy nazco de nuevo y, como los Antiguos, recibo el nombre de Orion, el primero y el último...
Volteó, posando su mirada en cada uno de los presentes, quienes, al ser sumergidos por la imponente y digna atmósfera de un soberano, no tuvieron más remedio que arrodillarse, con un profundo respeto, olvidando hasta el poderoso frío que golpeaba sus caras. Orion sonrió débilmente, estando muy satisfecho con sus actuaciones.
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Era una noche nublada, tan oscura que apenas podía dejar pasar leves indicios de la presencia del orbe blanco en el cielo. Y en la tierra de los sin alas, las cosas iban igual, o peor, la espesa neblina no ayudaba a nadie, las pocas antorchas distribuidas en el campamento eran la penumbra en la niebla que parecía consumir a todo alrededor de ella y, el infernal frío que hacía, los dejaba con menos ganas de salir de sus rápidas e improvisadas tiendas.
Dentro de una de ellas, posiblemente la más grande del lugar, con un interior decorado con un par de pieles y, una mesa de madera justo en el centro, se encontraban dos individuos femeninos y, uno masculino, de aspectos duros, fieros y cuadrados.
Génova, la generala del ejército de los mil soldados golpeó la mesa, frustrada por las repentinas noticias y su propia incompetencia. Endureció su postura, olvidando lo que segundos antes había sentido y, volviendo a su habitual Yo calmado.
--El mal tiempo no ayuda nadie, lo sabemos --Observó a los presentes--, pero un día más en este maldito lugar, es un día más que la señorita Helda está lejos de su nuestra Señora y, presa por ese bastardo desgraciado. --Apretó el puño, pero se abstuvo de volver a golpear a la inocente mesa, guardando su intensidad en una larga exhalación.
--No podemos avanzar, mi general --Interrumpió el silencio--, los caminos están llenos de lodazales, la tierra es traicionera, pero nuestra mayor enemiga ahora es la neblina, la maldita niebla no nos permitirá avanzar con claridad, nos será imposible vislumbrar a más allá de unos cuántos pasos. Mi general y, no olvidemos a esos salvajes animales...
--Son solo excusas, Etnark. --Arremetió contra el hombre, enviando su único ojo bueno a verle y juzgarle sin consideración--. Dirigí a un ejército con un solo ojo en contra de esos bastardos y, salí victoriosa, no me salgas con que está débil neblina detendrá mis pasos.
--No pensé decir aquello --Se disculpó de inmediato con una mirada arrepentida--, solo me es imposible pensar en una solución ahora mismo. --Inspiró, dejando salir el aire por su boca momentos después.
--Pendora y Versino nos bendigan. --Musitó ceremonialmente, besando el brazalete de su muñeca izquierda.
--No menciones a los Sagrados --Aconsejó con una fiera mirada--, los necesitaremos cuando las espadas deban desenvainarse y, la sangre deba ser regada.
La joven comandante asintió, bajando la cabeza de un modo servil y sumiso, guardando su brazo a su espalda por inercia.
--Mi general --Dijo cuando el silencio había sido la única constante--, sobre la información recibida...
--Los exploradores de ese bastardo ¿No? --El comandante asintió-- ¿Y qué si saben dónde estamos? No creo que sea tan imbécil para pensar que puede planear en nuestra contra, en realidad --Pensó, alzando las comisuras desdeñosamente--, será para mejor, tal vez tengamos la oportunidad de que se rinda al ver nuestros números en persona, siempre y cuando sea listo. --Observó a la nada, sonriendo como si la victoria ya estuviera en sus manos.
--Sería lo mejor si quiere vivir. --Añadió la comandante, estando de acuerdo con su generala.
--No, comandante Kaly --Su sonrisa se hizo más pronunciada, con toques visibles de frialdad excesiva--, él no vivirá aunque se rinda, téngalo por seguro.
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Se recargó en el respaldo de su silla, observando a uno de los tres cuadros que acompañaban a la sala, perdido en la incógnita que los trazos de pintura querían relatar sobre el lienzo. Se masajeó la barbilla, intentando entender, pero no consiguiéndolo, inspiró, cerrando los ojos un momento y, por la oportuna aparición de Fira, la interrogante sobre el arte retratado en la pared se esfumó.
--Señor Orion --Dudó un momento al pronunciar su nombre, más por el nerviosismo que por la dificultad en sí de la palabra. Deslizó con delicadeza una taza de plata sobre un pequeño plato de un fino material blanco brillante--, su bebida.
Le miró, asintiendo con solemnidad, sujetando con gracia el asa de la taza y, haciendo caso omiso a las advertencias de su sierva por la alta temperatura que poseía el líquido. Sus labios se posaron sobre la caliente superficie del valioso material, consumiendo lentamente su contenido y, quemándose la lengua, pero por la gran sensación de sentir el cálido líquido resbalando por su garganta, ignoró el repentino sufrimiento, forzándolo a irse de su mente.
Fira dio un paso atrás, tomando la vasija con el líquido caliente para rellenar la taza de su señor, pero al recibir la negativa, devolvió el recipiente a su lugar de origen, quedándose quieta a un lado de él, de un modo natural y, como siempre lo había hecho.
Se cansó de juguetear con sus dedos en el escritorio, por lo que comenzó a observar algunas cosas de su interfaz, extrayendo la espada de su almacenamiento y, sorprendiendo a la dama presente. Observó sus atributos, la mayoría de ellos bloqueados por alguna extraña razón, pero aún con esas restricciones, el arma era sumamente poderosa, mucho más de lo que había sido su anterior preciada espada de dos manos. La devolvió al inventario, no estaba muy gustoso de verla, pues cada vez que lo hacía podía sentir la fría, autoritaria e imponente mirada de esa criatura de rostro extraño y, por supuesto, por haberla tenido clavada en su pecho.
--Fira --Desvió su mirada al rostro de la bella dama, quién día a día sorprendía más al joven por su delicada y divina belleza--, acércate. --Fue una orden, pero no lo pareció por su gentil voz.
La dama giró el cuerpo, dando un paso al frente y colocándose justo al lado de su señor, observándole de manera obediente.
[Instruir]
Le tocó la frente, activando su habilidad, la sensación fue sutil en el inicio, pero al cabo del paso de los segundos, pudo sentir lo inexplicable, pues toda su energía interior estaba siendo consumida por el delgado cuerpo de Fira, quién apretaba los ojos, forzándose a no gritar. Comenzó jadear, los papeles volaron y la habitación vibró, volviendo a la normalidad un minuto más tarde, cuando el joven se recargó sobre el respaldo de su silla sumamente cansado.
*Tu habilidad [Instruir] ha subido de nivel*
*Tu habilidad [Instruir] ha subido de nivel*
Quiso hablar, pero su acción fue interrumpida por la notificación parpadeante en una de las esquinas de su campo de visión, tocándola al no aguantar la curiosidad.
--Vaya --Alzó ambas cejas, no logrando creer lo que observaba--, esto es mejor de lo que pensaba.