El dolor aún no había abandonado su cuerpo, pero ya podía sentir una mejor libertad en sus movimientos, pudiendo hasta correr por cortas distancias.
--¿Qué haces? --Preguntó una dama a sus espaldas, con una gran sonrisa sincera.
El joven se levantó, empapado en sudor y, con la respiración agitada.
--Mejoro mis músculos.
--Sí mi padre se entera qué ya estás recuperado, te pedirá que te vayas. --Le dijo con una mirada astuta.
--Aún no recuperarme, todavía duele.
--Lo sé --Se acercó, acariciando con su suave mano el tonificado abdomen del joven, quién inmediatamente tragó saliva, sintiendo un calor mayor en su parte baja--, por eso sigo cuidándote. --Dio un paso al frente y, con cariño dejó caer su hermoso rostro en su pecho duro y sudoroso.
--Dama Nina...
--Silencio --Interrumpió con una dulce voz--, déjame quedarme así un rato, prometo no molestarte más.
Asintió, mirando las estrellas en el cielo y tratando de no perder la calma. En el eterno silencio, comenzó a escuchar ligeros sollozos, así como temblores involuntarios de la dama Nina.
--¿Qué pasa? --Preguntó, temeroso al haber sido el causante de su estado.
--Nada --Negó con la cabeza, alzando la mirada y, dejando observar sus bellos ojos color miel coloreados de rojo por las lágrimas que resbalaban por sus mejillas--, solo no lo pude aguantar.
--Sí yo poder ayudar, dígalo.
--Gracias, ya me has ayudado bastante. --Se retiró del caluroso cobijo de su pecho, respirando un poco más tranquila, lo miró una última vez, antes de dirigirse al interior de su casa.
Se quedó de pie, estático, mirando como la silueta de la dama desaparecía y, con ella, florecía en su corazón un sentimiento de vacío. Rápidamente se deshizo de aquellos pensamientos, yendo a su habitación provisional para secarse con un trozo de tela y, para después descansar en su cama.
∆∆∆
Era una mañana tranquila, los pájaros cantaban, el viento soplaba y los murmullos de los dos infantes llenaban la sala. El joven ayudaba a Katzian a reparar uno de las patas de una de las sillas de madera, la cual había sufrido a causa de las polillas.
--Este líquido impedirá que esas pestes sigan comiéndose mis muebles. --Dijo con seriedad, pasando un pincel de cabello de caballo con el líquido sobre la superficie de madera, el olor era intenso, pero para los dos individuos, eso no resultó en algo importante.
A las afueras de la humilde casa, se comenzaron a escuchar fuertes gritos de júbilo, pisadas fuertes y, sonidos de explosiones ligeras.
--¿Qué será eso? --Preguntó, quedándose momentáneamente perdido.
Katzian se levantó, inspeccionando lo que pasaba fuera de su casa desde la pequeña ventana de su sala.
--Parece que el primer hijo del señor de la aldea llegó. --Dijo, pero sin voltear a observar al muchacho.
--Padre, padre --Los dos niños llegaron de inmediato--, en el cielo se están dibujando flores de fuego.
Katzian sacó la cabeza y, al escuchar la fuerte explosión miró hacia arriba, presenciando lo que sus dos hijos le habían descrito y, en efecto, dos grandes flores compuestas de fuego se iluminaron el cielo.
--Vayamos afuera, vayamos afuera, padre. --Insistieron ambos infantes.
Katzian observó al joven, haciéndole la señal para que se ocultara y, al verlo desaparecer de la sala, asintió, yendo a abrir la puerta para notar con total detalle el gran espectáculo que la llegada del hijo primogénito de los señores de la aldea estaba provocando. Frente a él, a unos cincuenta pasos, donde se encontraba el sendero de tierra, un gran séquito de soldados, sirvientes y, un pequeño carruaje transitaba, siendo el "gran hijo" quién caminaba a la cabeza del grupo, sentado en su hermoso caballo blanco y, activando de los artefactos que descansaban en sus manos las grandes explosiones que dibujaban flores en el cielo.
El joven se escondió en una roca, mirando el gran revuelo y, observando con total claridad la apariencia del hombre guapo a la cabeza del grupo.
∆∆∆
Su desfile para vanagloriarse no duró demasiado, pues su fortaleza y casa estaba a unos cuantos metros de distancia. Los robustos guardias de la entrada lo saludaron con mucho entusiasmo, casi haciendo una reverencia como si estuvieran en presencia del mismísimo rey. Los mozos saludaron igualmente, arrodillándose, más por miedo que por respeto. No tardaron demasiado en llegar a los escalones que daban a la entrada del gran castillo, rápidamente bajó de su caballo con la ayuda de uno de sus sirvientes, quién no dudó ni un solo instante en tirarse al suelo para funcionar como banquillo. Acomodó sus cabellos y de inmediato caminó hacia el lujoso carruaje, abriendo la puerta con mucha humildad para el individuo en el interior.
A los pocos segundos, de aquella pequeña puertecita de madera roja, salió una dama de apariencia fría, ojos calculadores y belleza extraña, ya que, aunque sus facciones no eran muy estéticas, algo en ella provocaba que cualquiera que la observase, no pudiera dejar de hacerlo. Vestía un conservador vestido blanco, decorado con líneas doradas de oro en varias partes del mismo, en su cuello la acompañaba una linda pieza de jade y, en sus muñecas tres brazaletes mágicos compuestos por las más finas y caras piedras del planeta se encontraban descansando.
--Este lugar --Barrió los alrededores con su mirada, alzando las cejas y mostrando el desagrado en sus ojos-- es demasiado asqueroso. Creía que dijiste que eras el señor de una gran casa, parece que te atreviste a mentirme.
Los sirvientes no se atrevieron a hablar, aun cuando sintieron que estaban insultando a su señor.
--Por supuesto que no le mentí, señorita Helda, provengo de una gran casta, la familia...
--Sé cuál es tu familia --Interrumpió-- y, por eso acepté acompañarte, pero no te excuses, me mentiste, dijiste que este lugar era como la segunda Ather y, hasta ahora, lo único que observó son esos sangre sucia --Hizo una mueca de asco--, no sé cómo pudiste traerme a este lugar.
El "gran hijo" hizo todo lo posible para forzar una sonrisa humilde, mirando con sinceridad a la dama enfrente suyo.
--Por favor señorita, venga conmigo, le prometo que todo lo que le conté es verdad, solo permítame mostrárselo.
Helda suspiró, como si no pudiera hacer nada más, extendió su mano y asintió.
--Bien, solo te recordaré que si noto una mentira más de tu parte, no me importara hacerle llegar un mensaje a mi madre.
--Por supuesto, señorita, no tengo ninguna intención de mentirle.
Con rapidez tomó su mano y la ayudó a bajarse del costoso transporte, dirigiéndola a la entrada de su castillo, mientras que a sus espaldas, todos los sirvientes, de ella y de él los seguían.