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El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · สงคราม
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La balanza del poder

[El empalador]

[El empalador]

[El empalador]

[El empalador]

[El empalador]

Los cuerpos salieron volando, con armas todavía en mano y escudos destrozados, mientras otros pocos quedaron ensartados en las altas estacas de piedra y tierra solidificada, manchando de rojo la superficie verdosa que los rodeaba.

Miedo, confusión, cansancio, ahora eran los hilos que los controlaban, indefensos como para siquiera reaccionar que el enemigo se aproximaba, tal vez tan sorprendidos como ellos, pero que por los cascos era imposible detectar sus expresiones.

[Inspiración]

--¡Acérquense! ¡No sé dispersen! --Gritó Lucian con la ayuda de su habilidad, logrando el éxito buscado al despertar a sus buenos subordinados.

La caballería llegó, impactando con sus lanzas a los soldados en los flancos, a la par que destrozaban sus formaciones. Retrocedieron, enjaulando a sus enemigos en un cerco bien posicionado para combatir la inevitable huida. Se equiparon con sus pequeños arcos, atacando a los arqueros que astutamente habían dirigido sus flechas hacia ellos.

--Háganme sentir orgulloso.

--Sí, Trela D'icaya --Sonrió con malicia, tan inspirada en lo que estaba por hacer que casi olvidó de antes dar su orden-- ¡Hermanos! ¡Por Trela D'icaya!

El acto terminó, los escudos cayeron, al igual que las armas, armas a las que no le tenían mucho aprecio por ser de repuesto, y no las verdaderas que su señor había fabricado para ellos. Gritaron, y ese sonido pronto se convirtió en rugido, sus cuerpos fueron creciendo en tamaño, la piel comenzó a desmoronarse, dando paso a un denso pelaje, sus uñas se transformaron en garras, sus bocas en hocicos, dejaron de ser personas para transformarse en bestias, criaturas sobrenaturales y aterradoras que dejaron no solo al ejército enemigo sin aliento, sino también a sus propios compañeros.

--Por los Sagrados...

--Que los Dioses nos guarden...

Impactaron con sus grandes cuerpos como un torbellino enloquecido, deshaciéndose de los primeros soldados, mismos que por la sorpresa y confusión ignoraron sus propias muertes. Quisieron detenerlos, bloquearlos y hasta matarlos, pero no estaban preparados para la fuerza monstruosa de los islos, de sus embestidas, zarpazos y mordeduras, de sus garras contra sus pechos, destrozando sus armaduras de cuero, o dañando las de acero. Eran bestias, tan feroces y salvajes como en los cuentos de la antigüedad. Eran depredadores sedientos de muerte, y por fortuna, frente a ellos estaba servido el festín.

Los Sabuesos, Las Espadas Hermanas, y demás escuadrones llegaron a la batalla, haciendo retroceder a los valerosos con sus propios escudos, en simultáneo que los atravesaban con sus espadas o lanzas. Avanzaron paso a paso, sin perder las posturas ni la formación. Hubo un intento de flanquear a un escuadrón de humanos aliados de Tanyer, pero, para la gran sorpresa, la reacción y respuesta fue inmediata, permitiéndoles continuar con una sólida defensa y un mortal contrataque. Sus mentes divagaron por un fugaz momento, situación completamente compresible y de mucha lógica, pues, algo que habían ignorado, ahora se volvía tan visible como la luz del día atravesando las montañas. Estaban atónitos, ni en sus más locos sueños se habrían imaginado que en pocos meses de entrenamiento lograrían superar a sus excompatriotas por una sustancial brecha de habilidad y poder de ataque, y sus mismos ahora enemigos mostrarían la misma sorpresa si tan solo los pudieran reconocer debajo de los cascos y las valiosas armaduras de cuero endurecido con acompañamientos de acero en los puntos vitales.

<El Invicto> gritaba órdenes, uniendo de vuelta al ejército en una sola y enorme muralla, vislumbraba a los muertos que se quedaron, esos que no lograron escapar para unirse a la formación, los miraba y maldecía para sus adentros, entendiendo que no era momento de mostrar debilidad, y mucho menos indecisión. Guiaba desde la segunda línea, confiaba en sus hombres y en la formación que tantas victorias les había concedido en campo abierto, esperanzando de que se repitiera el resultado. Fue un rugido, tan bestial como imponente, y por inverosímil que pareciera, las feroces e indomables criaturas animalescas se detuvieron, al parecer obedeciendo una orden no hablada.

Orion inspiró profundo, el cansancio por haber ocupado continuamente la habilidad [El empalador] había desaparecido, recuperando la energía gastada gracias al bendito anillo en su dedo. Sus ojos brillaron con ansias por la lucha, la sangre y la victoria, deseando destruir hasta el último cuerpo de sus enemigos. Inspiró de nuevo, quedándose quieto como una imponente estatua.

[Espadas danzantes]

[Espadas danzantes]

[Espadas danzantes]

Tres largas, altas y anchas cúpulas ilusorias fueron creadas en lugares específicos de la formación enemiga, originando ráfagas lacerantes en su interior, tan rápidas que el ojo de una persona común no le era posible vislumbrar las espadas que se movían por su cuenta.

Tragó saliva, exhalando con pesadez, hasta en el laberinto la habilidad [Espadas danzantes] consumía demasiada energía, y aunque en este nuevo mundo no le escaseaba, tampoco es que tuviera en demasía, por lo que el golpe de cansancio fue brutal, experimentando la sensación de vómito recorrer todo su esófago hasta llegar a la boca.

Los gritos que fueron escuchados no pertenecieron a las víctimas al interior de las cúpulas, ya que ellos fallecieron al instante, quedando de sus cuerpos nada más que carne licuada, mezclada con acero y madera, algunos tuvieron la suerte de solo tener una parte del cuerpo dentro de tan tenebroso lugar, una suerte irónica por las graves heridas sufridas, ya haya sido por la perdida de extremidades, o considerables cachos de piel.

--¡Mantengan formación! --Comenzó a dudar, en su vida había visto tan poderosos y crueles hechizos, perdiendo poco a poco la confianza sobre la victoria, sin embargo, algo en su interior le continuaba brindado la fuerza que necesitaba, susurrándole que no desistiera, que la gloria era algo tangible y que él estaba destinado a poseerla en sus manos-- ¡Mantengan formación!

Muchos quisieron huir, estaban más que aterrados, y esa fue precisamente la razón de su impedimento, puesto que sus piernas apenas si se movían, no les respondían como deseaban, y aquello rápidamente se convirtió en un tormento, más aún cuando notaron nuevamente el avance de esas abominables criaturas. Las primeras tres líneas de la mayor parte del centro fue derribada, rompiendo la formación con tal facilidad que parecía hasta risible.

Lucian salió despedido por la brutal embestida, obligado a recuperarse con prontitud por el cercano ataque. Bloqueó con su escudo, sintiendo un entumecimiento recorrer todo su brazo izquierdo. Tragó saliva y continuó defendiéndose. La bestia humanoide de color blanco ante él se detuvo, haciendo una mueca en su grotesco rostro parecido a una sonrisa burlona.

[Pasos veloces]

Desapareció de la vista de la tonta criatura, atizando con su escudo un buen merecido golpe en su hocico al reaparecer por su flanco izquierdo, al tiempo que lanzaba un corte vertical sin éxito. Esquivó el súbito garrazo que se aproximó a su pecho, retrocediendo con una mueca insatisfecha en su rostro. Entonces entendió algo, debía ser presuroso si debía a enfrentar a tal criatura. Tiró su escudo que pesaba al menos lo de un niño pequeño, desenvainando una daga larga, que acompañaría a su espada.

[Fortaleza pétrea]

Esquivó el rápido ataque, tropezando con uno de los cuerpos moribundos de sus subordinados, pero logrando evitar la caída. Giró, cortando con la daga el bello pelaje blanco de su brazo, sin la profundidad necesaria para causar una herida. Rugió y él gritó, ambos se abalanzaron, pero Lucian prefirió una táctica más defensiva, comprendía la desventaja que tenía en fuerza, velocidad y hasta defensa, por lo que debía ocupar su intelecto y atacar solo cuando fuera necesario.

--¿Qué es tu padre? ¿Un perro? --Carcajeó, manteniendo su postura defensiva, y observando de reojo sus flancos por una posible emboscada-- Violó a tu madre, ¿es por ello que saliste tan feo? --Inspiró profundo, sus burlas no estaban resultando como él quería, lo mayor que había consiguido fueron resoplidos y rugidos ligeros, percatándose en sus azules ojos de bestia una inteligencia tan humana como la suya, volviéndoles criaturas aún más aterradoras y de cuidado-- Bestia cobarde, ataca ¡Vamos! Demuéstrale al maldito que te sacó de la jaula que sirves para algo. A ese bastardo...

[Destroza huesos]

Liberó su habilidad tan pronto como escuchó la burla hacia su señor, cosa que no estaba dispuesta a permitir. Se lanzó a una velocidad insana, embistiendo el alto cuerpo del general, lo sujetó en el aire, llevándolo a su pecho y presionando con todas sus fuerzas, provocando un crujir en su hermosa armadura, sin embargo, al cabo de unos segundos lo soltó, al parecer no por iniciativa propia.

Lucian cayó al suelo sobre una rodilla, con falto de aliento y el rostro cubierto de rojo, con una expresión de terror, mientras de su daga un líquido rojo viscoso goteaba al suelo. Se colocó de pie, mirando los azules ojos acusadores de la bestia. Desabrochó de la funda del cinto un pequeño frasquito, llevándolo a su boca para beber su contenido. Escupió al suelo, jadeando, pero sintiendo el aire regresar a su cuerpo.

La criatura lo miraba, enfurecida, con la mano tocando la severa herida en su pecho, a la altura de sus costillas. No se movió en absoluto, temía volver a ser herida, no estaba preparada para ello ni para una muerte gloriosa, sin embargo, sabía que tenía una obligación con su señor, al igual que con su raza, no teniendo más remedio que aguantar y endurecer su corazón. Rugió tan fuerte que influenció en los corazones de los soldados cercanos, sus garras crecieron, sus ojos perdieron brillo, estaba preparada para activar la habilidad exclusiva de su raza, así como sufrir las consecuencias.

El general comprendió de inmediato el peligro que se avecinaba, sintió miedo en su corazón, un verdadero terror, sin embargo, no dudó, se lanzó con extrema rapidez, con la espada en alto para matar de un solo ataque a la terrible criatura. Se detuvo tan rápido que resbaló, cayendo al suelo, pero evitando perder la cabeza por una estela rojiza que acarició y quemó su casco.

--¡Detente, Yerena! --Ordenó una voz en la lejanía.

La criatura dejó de bramar, recuperando la compostura, observó a la silueta de armadura azabache que se acercaba, que transitaba por un mar de cadáveres que habían tenido la osadía de enfrentarlo, sus espadas teñidas de rojo ennegrecido apuntaron al general, imponiendo su energía en los alrededores y suprimiendo a los débiles en gritos de agonía.

--Vuelve y recupérate --Ordenó con severidad, no permitiendo ni la más mínima oposición. Yerena asintió y se obligó a partir, vencida y frustrada, pero con la fortuna de todavía conservar su vida--. Tú, enfréntate a mí.

El general tragó saliva, no por miedo, sino por expectación, algo en su interior explotó, brindándole un poderío nunca antes experimentado.

--Será un placer. --Respondió con una sonrisa maliciosa.