webnovel

El diario de un Tirano

Si aún después de perderlo todo, la vida te da otra oportunidad de recobrarlo ¿La tomarías? O ¿La dejarías pasar? Nacido en un tiempo olvidado, de padres desconocidos y abandonado a su suerte en un lugar a lo que él llama: El laberinto. Años, talvez siglos de intentos por escapar han dado como resultado a una mente templada por la soledad, un cuerpo desarrollado para el combate, una agilidad inigualable, pero con una personalidad perversa. Luego de lograr escapar de su pesadilla, juró a los cielos vengarse de aquellos que lo encerraron en ese infernal lugar, con la única ayuda que logró hacerse en el laberinto: sus habilidades que desafían el equilibrio universal.

JFL · สงคราม
Not enough ratings
161 Chs

Cerca y lejos

Cinco días habían transcurrido en el oscuro vientre de la caverna, un tiempo que los subordinados de Orion disfrutaron en demasía por tener su presencia. Hasta el momento, sus únicos encuentros fueron contra rondadores, bichos de piedra, y otros insectos de tamaño considerable. Estas criaturas, aunque no representaban un peligro real, se convirtieron en una irritante presencia, volviendo su camino en uno más lento, y que a causa de un explorador experimentado, o un mapa detallado de la zona, los encuentros con caminos hacia ninguna parte fueron comunes.

Se habían topado con dos bifurcaciones, pero, el sendero inicialmente elegido resultó ser un trayecto sin destino, un camino que conducía a la nada. Con resignación, se vieron obligados a retroceder, desandando sus pasos, hasta encontrar un nuevo rumbo, un trayecto hasta entonces desconocido.

La incomodidad se había incrementado, instalándose como una presencia constante y perturbadora, como si algo invisible los acompañara en cada paso. Aunque esta sensación no se manifestaba de manera hostil, entorpecía sus sentidos y nublaba su percepción. Aquel sentimiento inquietante no le resultaba en absoluto agradable al hombre de rostro solemne.

Todos eran hombres de Orión, bendecidos con sus artes milagrosas, y agradecían que así fuera, pues estaban convencidos de que, de ser simples mortales, no habrían resistido ni el hambre, ni las largas caminatas por terrenos tan traicioneros, y mucho menos habrían sobrevivido a los combates contra las bestias que emergían de la oscuridad.

Orión era la luz segura en la que podían refugiarse, la antorcha que apartaba las tinieblas y su faro de esperanza en medio de un mundo sombrío. Era su señor y salvador, más cercano a un dios que a un hombre, y en sus corazones no era simplemente una metáfora, sino una verdad palpable y radiante que infundía valor y fortaleza en sus almas.

Jonsa tropezó y, al hacerlo, provocó que todo el grupo se detuviera bruscamente. Había trastabillado con un montículo disimulado en el suelo, difícil de distinguir bajo la tenue luz de las antorchas: uno de esos poco vistosos agujeros por donde escapaban los escurridizos rondadores. La humedad impregnaba el aire y se sentía en cada paso, mientras la oscuridad envolvía cada rincón, ocultando junto con ella las siniestras criaturas que allí habitaban.

[Lanza de luz]

La lanza iluminó parte del sinuoso sendero, revelando la presencia de numerosos hoyos, vestigios de los escurridizos rondadores. Aunque los creadores de aquellos agujeros permanecían ocultos, el grupo avanzó con cautela, adoptando una formación cerrada y defensiva, con su soberano en el corazón de la misma.

El techo era una preocupación mayor, por lo que Orion, aun con su renuencia optó por mantener su habilidad activa, drenando de forma constante su energía, que, aunque se regeneraba a un paso relativamente parejo gracias al magnífico poder del Anillo de la Eternidad, deseaba estar en óptimas condiciones para enfrentar a las dos enormes criaturas, en dado caso que apareciesen en su camino.

—Trela D'icaya —dijo Alir de forma repentina—, mire, ahí hay una entrada. —Señaló, sin perder la atención de sus alrededores.

Los presentes desviaron sus miradas hacia el lugar indicado por Alir y, al unísono, asintieron en silenciosa concordia. Ante ellos se revelaba una oscura entrada, y aunque sus contornos eran apenas discernibles, no cabía duda de su existencia. Sin embargo, lo que se escondía en su interior seguía siendo un enigma, pues la luz de la lanza, por intensa que fuera, estaba impedida por el ángulo del sitio de su creador.

Orion vislumbró lo que parecía ser un relámpago dentro de esa extraña cueva, y en su curiosidad avanzó hacia ella, junto con el grupo que le protegía.

Al entrar, todos, salvo por Orion, tragaron saliva. La amenaza se hizo palpable en el instante en que pusieron un pie dentro del recinto abovedado. Aunque la penumbra persistía, la luz emanada de las piedras gemelas incrustadas en paredes opuestas ofrecía una tenue claridad que revelaba el entorno. En el centro de ese oscuro santuario, una inquietante figura se alzaba, flanqueada por innumerables rondadores que la resguardaban con ferocidad.

—Mi señor... —dijo Denis con un tono apenas audible.

Orion extrajo de inmediato su armadura carmesí, y una espada del inventario.

—Ninguno de ustedes debe morir —dijo con seriedad.

Los presentes asintieron, malinterpretando sus palabras y consiguiendo una fuerte motivación, muy necesaria para lo que estaba por venir.

∆∆∆

Fira enfundó la espada con un gesto decisivo, mientras el sudor resbalaba por su frente, y empapaba aún más su espalda y pecho. La sombra de su soberano, que había tomado como oponente, era una figura imponente, feroz y hábil, con una apariencia de invencibilidad. Sin embargo, en su enfrentamiento, aunque marcado por los límites de una mera ilusión nacida de su propia mente, había conseguido un pequeño triunfo: había evadido uno de sus cortes. Ese logro le arrancó una sonrisa que salió del fondo de su corazón.

Yerena se mostraba tranquila a unos pasos de ella, junto a la moza que cargaba con telas y líquido refrescante sobre una charola de material reluciente, como con los dos hombres de mismo estatus y raza, que como sombras habían aparecido.

—Pensaba que la única rebelde era yo —dijo con una sonrisa suave.

Bastron, el de mirada aguda y directa, se mantuvo serio, sin verse afectado por el claro insulto de su hermana de raza.

—Lo eres, cachorra —dijo. Yerena frunció el ceño, y la irá comenzó a hervir en su interior—. Posees la gracia de Trela D'icaya, y te respetamos como vástago del jefe y compañera —Lenuar, el hombre de mirada taciturna asintió—, pero has avergonzado a nuestra raza por tu debilidad.

Yerena reprimió con esfuerzo las intensas ganas de matar, consciente de una amarga realidad que la carcomía por dentro: en un combate frontal, no era rival para Bastron, ni para ningún otro islo con la sangre desbloqueada. Sin embargo, esa oscura certeza no fue la única razón que la llevó a tomar una decisión de sobriedad; fueron las duras verdades encapsuladas en las serenas palabras de Bastron. Se había convertido en una deshonra para los islos al ser vencida. La mancha de esa humillación solo podía ser limpiada a través del ruido metálico de espadas entrechocando y el sudor de un duelo justo.

Lenuar le tocó el hombro con una amabilidad que no correspondía a su gente, ayudándole a salir del profundo pozo de pensamientos negativos en los que se había metido.

—Te respetamos, Yerena, y respetamos la decisión de Trela D'icaya —dijo. Bastron se limitó a observarla con la misma agudeza que parecía no abandonar su mirada—. Sin embargo, también deseamos ser bendecidos por su atención.

Yerena asintió, las palabras del alto y robusto hombre fueron las idóneas para tranquilizar su descontrolado corazón.

—¿Qué hacen aquí? —Fira se acercó, al instante de terminar con su entrenamiento.

—Señora Fira —dijeron al unísono con respeto.

—Les hice una pregunta.

—Perdone nuestra brusquedad —dijo Bastron—, pero solicitamos nos permita acompañarla a su viaje.

Fira desvió su mirada al rostro de Yerena, quién llevó su atención a otro lado, disimulando no haberle visto.

—Deseamos ser su escudo y espada, señora Fira.

—Lo siento, pero no es posible —dijo luego de pensarlo por unos segundos—, ustedes dos tienen obligaciones custodiando a los esclavos, no designaré a otro grupo solo por su petición.

—Y no pedimos que lo haga. Antes que el orbe sagrado prendiera en llamas los cielos, hablamos con Raina (Gran) Alorda (peleador) para suplirnos en el deber.

—¿Quién?

—El comandante Romo, como es conocido por los humanos.

—Mi respuesta sigue siendo no, el Barlok les ordenó mantener el orden con los esclavos, y yo no cambiaré su decisión.

—Agradecemos nos haya escuchado —dijo Lenuar, despidiéndose con una ligera reverencia, acto que imitó Bastron—. Protégela bien, Yerena. —Ella asintió.

Los hombres se alejaron, con mejor estado de ánimo que cuando habían llegado, pues la importancia que deseaban poseer ya les pertenecía, siendo ciegos por no haberla percibido, y agradecían a la que siempre acompañaba a su soberano por recordárselos, pues, era verdad, ellos eran los dos pilares para mantener el orden con los cientos de esclavos que trabajaban por toda la vahir, y aunque podrían no tener la gloria del combate, la tarea encomendada era sumamente importante.

—Tenemos la costumbre de informar todo lo relevante —dijo Yerana, sin todavía atreverse a mirarla de frente.

—Desde este momento, cualquier cosa que diga o haga, se mantiene únicamente para ti.

—Sí, señora Fira.

—Ahora volvamos al palacio, comamos antes de partir.