webnovel

El despertar de Sylvia

En un mundo donde la realidad y la fantasía colisionan, Carlos, un jugador de videojuegos, se encuentra atrapado en el cuerpo de su avatar elfico, Sylvia. Despertando en un reino desconocido, debe navegar por una vida que es tanto familiar como extraña, enfrentando desafíos que ponen a prueba su identidad y su supervivencia. Capturada y acusada de espionaje, Sylvia es llevada ante los templarios y sacerdotes del monasterio, quienes ven en ella tanto una amenaza como una posible clave para un antiguo misterio. A través de juicios y tribulaciones, Sylvia se ve obligada a adaptarse a su nuevo entorno, aprendiendo las enseñanzas de Olpao y descubriendo paralelismos sorprendentes con su vida pasada. Mientras se sumerge en las profundidades de la fe y la política del monasterio, Sylvia descubre una profecía sobre los "Viajeros de Mundos", seres con el poder de alterar el destino de su mundo. Con esta nueva comprensión, se encuentra en el centro de una lucha por el poder, donde las alianzas son tan volátiles como las verdades que busca. Enredada en una red de manipulación y engaño, Sylvia debe discernir amigos de enemigos, especialmente cuando Günter, un templario con oscuros motivos, la arrastra hacia una trama de intrigas. Con cada capítulo, la tensión se intensifica, y Sylvia se encuentra en una carrera contra el tiempo y las sombras que buscan usarla como peón en un juego peligroso. "El Despertar de Sylvia" es una historia de transformación, descubrimiento y la lucha por la autenticidad en un mundo donde las apariencias pueden ser tan engañosas como la magia que lo impregna.

Shandor_Moon · แฟนตาซี
เรตติ้งไม่พอ
48 Chs

36. La Resurrección de Keira

Sylvia se encontraba delante del cuerpo de una Hermana del Fuego Purificador, empalada y decapitada. La vista era aterradora: la cabeza aplastada yacía a los pies del cadáver, su expresión congelada en una mueca de horror eterno. El aire estaba cargado de un hedor metálico a sangre, y el silencio sepulcral solo aumentaba la sensación de desolación y muerte.

Ambariel, con una expresión grave pero decidida, se acercó al cuerpo y con un movimiento firme y respetuoso, lo sacó de la lanza. El cuerpo cayó pesadamente al suelo, y Ambariel lo tendió con cuidado, colocando los restos de la destrozada cabeza junto al torso mutilado.

Sylvia, sintiendo una mezcla de terror y deber, comenzó a recitar una plegaria a Olpao. Las palabras sagradas fluían de sus labios mientras su mente intentaba procesar el horror que la rodeaba. Bajo su mirada, el cuerpo destrozado empezó a recomponerse, los huesos se unían y la carne se regeneraba, cerrando las horribles heridas.

Tras esto, Sylvia oró a Nerthys, y sintió un frío gélido atravesar su ser. Con cada palabra pronunciada, el alma de la Hermana regresaba a su cuerpo, pero a un terrible costo: la vida de otro ser humano era drenada, alimentando el ritual oscuro. Sylvia sintió una profunda repulsión y desesperación al ser consciente del precio de este acto.

Cuando el alma de la Hermana volvió a su cuerpo, Sylvia se volvió y contempló una escena aún más escalofriante: un monte de cadáveres y un ejército de Hermanas de la Orden del Fuego Purificador vitoreándola. Sus rostros mostraban una mezcla de admiración y veneración, y sus voces resonaban en el aire con una intensidad abrumadora.

De repente, Sylvia despertó gritando. Su cuerpo estaba agitado y cubierto de sudor, el corazón le latía frenéticamente en el pecho. Se sentó bruscamente, intentando sacudirse el terror que la envolvía. Sus manos temblaban, y el eco de su propio grito resonaba en sus oídos.

—¡¿Qué ha sido eso?! —murmuró para sí misma, con la voz temblorosa y entrecortada.

A su alrededor, Tirnel Estel, Sarah, Evildark y Frederick se despertaron al oír su grito de terror. Sus miradas preocupadas se fijaron en Sylvia, susurrando preguntas y tratando de calmarla. Los rostros de sus amigos reflejaban la ansiedad y la confusión que sentían al verla tan alterada.

—¿Sylvia, estás bien? —preguntó Sarah, con voz suave pero llena de preocupación, acercándose a ella con cautela.

Sylvia apenas pudo responder, su mente aún atrapada en el horror de su sueño, o quizás una visión del futuro. Sentía una terrible opresión en el pecho, como si una mano invisible la estuviera apretando. Con un movimiento torpe, se abrigó con su capa y se aproximó a la puerta de la tienda donde había estado durmiendo, dejando claro que necesitaba soledad.

Cuando salió de la tienda para tranquilizarse, un frío y húmedo viento marino golpeó su cara, despejando un poco la bruma de su mente. Había dejado de llover durante la noche, pero el cielo seguía cubierto de nubes oscuras y pesadas, que parecían presagiar más tormentas. El ambiente estaba cargado de humedad, y el suelo empapado reflejaba la luz tenue del amanecer.

Algunas personas ya se habían levantado y ayudaban a Elías en la preparación del desayuno. El aroma del pan recién hecho y el sonido del crepitar del fuego proporcionaban un consuelo tenue, pero insuficiente para disipar el malestar que sentía Sylvia.

Sylvia miró hacia el monasterio de la Isla de la Sangre. Este se erguía misterioso y terrorífico, sus ruinas antiguas envueltas en una sombra amenazante. Había algo en ese lugar que emanaba una oscura energía, una presencia que hacía dudar si acercarse, pero que al mismo tiempo ejercía una atracción irresistible. Sentía que algo importante estaba a punto de cambiar y que ese monasterio era el epicentro del cambio. Sylvia observó cómo Morwen también miraba hacia el monasterio, su rostro reflejando una mezcla de preocupación y determinación.

Con paso decidido, Sylvia se dirigió hacia Morwen, dispuesta a hablar sobre su sueño. Pero antes de que pudiera decir nada, Morwen se adelantó, su voz baja y grave.

—¿Lo notas? —dijo Morwen, sin apartar la vista del monasterio—. Es Nerthys. La presencia de su reino se nota incluso a esta distancia.

Sylvia miró hacia el monasterio de nuevo, sintiendo la ominosa aura que emanaba de él. Era un lugar que infundía temor, pero que también la llamaba de una manera inexplicable.

—He tenido un sueño de Nerthys, creo. Ha sido horrible —confesó Sylvia, su voz apenas un susurro.

Morwen la miró con tristeza, sus ojos reflejando una comprensión dolorosa. —Nerthys clama venganza y quiere que seas su brazo ejecutor. Aun así, creo que nadie en este grupo está preparado para ver el contenido de la Isla de la Sangre. Algunos querrán huir, otros te servirán de apoyo para su venganza.

Ambas guardaron silencio, contemplando el monasterio mientras el viento seguía soplando a su alrededor. El silencio se alargó, lleno de una tensión palpable, hasta que Sylvia lo rompió con una pregunta que era más un ruego desesperado.

—¿Y si no quiero ser su brazo ejecutor?

Unas lágrimas se asomaron a los ojos de Morwen, era la primera vez que Sylvia la veía romper su muro de fortaleza. —Entonces Nerthys te obligará. Desayuna, diviértete con tus amigos, si lo encuentras necesario desfógate con Günter. Cuando crucemos ese puente, quizás tu mundo cambie para siempre.

—¿Y si no lo cruzamos? —dijo Sylvia, con voz quebrada.

Morwen le dio una palmada en el hombro, su expresión llena de pesar y resolución. —Entonces Nerthys te empujará a hacerlo sola.

Sylvia asintió débilmente, sintiendo el peso de las palabras de Morwen. Sabía que no había escapatoria fácil de lo que se avecinaba. Con un suspiro profundo, se volvió hacia el campamento, intentando reunir el coraje para enfrentar el día que comenzaba, consciente de que cada paso los acercaba más a un destino inevitable.

La caravana avanzó con paso firme, dejando atrás el campamento mientras se dirigían hacia las ruinas del puente en la costa maldita. La distancia era corta, pero el trayecto se hizo eterno para Sylvia, que sentía cómo la tensión y el temor crecía en su pecho con cada paso. El grupo avanzaba en silencio, susurrando ocasionales palabras de ánimo entre ellos, pero el peso de la incertidumbre se sentía en el aire.

Finalmente, llegaron al borde del acantilado y se encontraron ante el impresionante puente de piedra medio derruido que unía la costa con la Isla de la Sangre. El puente, aunque en ruinas, conservaba vestigios de su antigua magnificencia. Sus arcos elevados y detallados hablaban de una época en la que fue una obra maestra de la ingeniería.

A cada extremo del puente, dos enormes estatuas de Nerthys se erguían imponentes, adornando el inicio y el final del puente. Las estatuas, talladas con una precisión y detalle sorprendentes, representaban a la diosa en una postura de poder y serenidad. Sus ojos de piedra parecían observar a los viajeros, llenos de una sabiduría antigua y aterradora.

Morwen observó el destruido puente con una mezcla de asombro y preocupación. Sabía que cruzarlo en su estado actual sería extremadamente peligroso. Volviéndose hacia Lyanna, preguntó con una pizca de desesperación en su voz:

—¿Podrías hacer lo mismo que hiciste en el río?

Lyanna negó con la cabeza, su expresión seria. —Es imposible crear un puente tan grande con magia. No tengo el poder necesario para una obra de tal magnitud.

Morwen sintió cómo la esperanza se desvanecía, imaginando la titánica tarea de intentar cruzar esa distancia en algún tipo de balsa improvisada. Pero antes de que pudiera sucumbir a la desesperación, Lyanna añadió:

—No se puede construir un puente nuevo, pero aquí ya hay un puente. Solo se deben colocar sus piezas como estaban antes.

Sin más preámbulo, Lyanna comenzó a recitar una letanía en lengua arcana. Sus palabras resonaban con un poder antiguo, y de repente, las piedras del puente comenzaron a moverse. Las más grandes, caídas en el mar, se elevaron lentamente, colocándose en su lugar original. Los granos de arena más finos, erosionados por el mar y el aire, se unieron como si fueran atraídos por una fuerza invisible. Era un espectáculo de una majestad y un poder indescriptibles.

Cada piedra, cada fragmento, volvía a su posición con una precisión asombrosa. El puente se reconstruía ante sus ojos, sus arcos elevándose de nuevo, sus detalles intrincados restaurándose como si el tiempo retrocediera. Los miembros de la caravana observaban maravillados, sus rostros iluminados por la luz de la magia.

Las estatuas de Nerthys, en ambos extremos del puente, también se restauraron a su antigua gloria, sus figuras imponentes irradiando una sensación de poder y misterio. Parecían custodiar el camino, vigilando con ojos impasibles a todos los que se atrevieran a cruzar.

Cuando el puente quedó finalmente reconstruido, se presentó ante ellos en todo su esplendor. Tenía una anchura suficiente para que dos carros pudieran cruzarse sin problemas. El refinamiento de su construcción era increíble, con detalles esculpidos que hablaban de técnicas ya olvidadas. Era evidente que el puente había sido creado en una época de gran conocimiento y habilidad.

Sylvia, sin embargo, sentía una creciente angustia. Cada vez estaban más cerca de la terrible isla, y el peso de su sueño, o visión, la oprimía. Mientras el grupo se preparaba para cruzar el puente, Sylvia no pudo evitar mirar la imponente estructura con una mezcla de asombro y temor. Sentía que con cada paso que daban hacia la Isla de la Sangre, se acercaban más a un destino oscuro e inevitable.

El puente ahora restaurado se extendía ante ellos, un camino majestuoso que conducía directamente al corazón del misterio y el peligro. Morwen, sintiendo la misma mezcla de temor y determinación, dio la orden de avanzar. La caravana se puso en marcha, cruzando el puente con cautela pero con una resolución firme. El destino los llamaba, y no había vuelta atrás.

A medida que se acercaban a su destino, los animales de la caravana comenzaron a ponerse nerviosos. El sol, apenas visible entre las nubes, filtraba algunos rayos sobre la isla, iluminándola de manera inquietante. La Isla de la Sangre estaba envuelta en una bruma verde, una niebla sobrenatural que Sylvia y Morwen conocían muy bien, pues siempre estaba presente en el reino de los muertos. Este aura etérea y malsana añadía una sensación de inquietud que se hacía cada vez más intensa.

Los muros que antaño formaron la puerta de entrada habían sido arrasados, dejando ver el macabro interior del recinto. En una escena congelada en el tiempo, los cadáveres profanados de las hermanas de la Orden del Fuego Purificador yacían junto a los asaltantes, capturados en un grotesco festejo de su infame logro. La visión era una mezcla de horror y grotesca belleza, con las sombras de los cuerpos distorsionadas por la luz y la bruma.

Los espíritus de las hermanas asesinadas les esperaban en lo que antaño fue la puerta de entrada. Parecían felices tras siglos de espera, sus etéreas figuras emanando una luz tenue y triste. Sylvia miraba más allá de ellas, aterrorizada. Había reconocido la imagen de una de las hermanas, precisamente la que ella resucitó en sus sueños. La conexión entre su sueño y la realidad la hizo sentir una punzada de miedo y responsabilidad.

La caravana se detuvo a apenas unos pasos de la entrada. Sylvia, incapaz de soportar más la visión, corrió a vomitar por el borde del puente. No fue la única; Marina, Roberto, Sarah y Harry también sucumbieron al impacto de la imagen. Evildark se quedó paralizado, sus ojos fijos en una mujer anciana que ardía en una hoguera, encadenada a un poste. Todo lo inculcado por su maestra en las sombras comenzó a tambalearse y caer pieza a pieza según observaba la atrocidad cometida con cada una de las hermanas. La escena era una muestra de brutalidad sin sentido, una mancha indeleble en la historia de la orden.

Günter, quien había congeniado con Evildark, dudó un momento entre ir al lado de Sylvia o tratar de apoyar a Evildark. Al ver a Morwen y Seraphina acercarse hacia Sylvia, se decantó por Evildark. —Tranquilo, este es uno de los crímenes más atroces realizados hacia una orden religiosa. Deben llevar cerca de tres siglos congelados —dijo Günter, tratando de ofrecer consuelo.

Evildark miró a Günter, sus ojos llenos de confusión y angustia. —Os he estado tirando basura desde antes de conocernos y vosotros recibisteis algo así. ¡Algunas eran niñas! —gritó, señalando el cuerpo de una niña de quizás nueve años, descuartizado y cuya cabeza parecía ser utilizada como macabra diversión por dos de los asaltantes—. ¿Qué delito cometieron estas mujeres?

—Vivir en un punto estratégico y tener dinero —contestó Lysandra, que se había acercado silenciosamente—. Del otro lado de la isla había un puerto y muchos comerciantes paraban en él para vender sus mercancías, que eran compradas por otros mercaderes y llevadas tierra adentro. El monasterio se llevaba su parte.

—¿Cómo vamos a refugiarnos ahí? —preguntó Evildark, su voz quebrada por la incredulidad.

—Nadie sabía a ciencia cierta qué había en la isla —intervino Sigfried—. El puente colapsó tras el asalto. Desde entonces solo rumores de ser una región maldita por Nerthys, donde los muertos vagan por la tierra. No parece muy desencaminado con respecto a la realidad.

—No solo en la isla. También caminan en la Costa Maldita —añadió Blogusz con su aguda voz, aportando una nueva capa de terror a la situación.

De repente, todos quedaron en silencio. Morwen caminaba con Sylvia y Seraphina hacia la entrada de la fortaleza. Sylvia, tras vaciar su estómago, había recuperado algo de su compostura y asumido su destino. Cada paso hacia la entrada de la fortaleza era un recordatorio de la enormidad de lo que les esperaba, y el peso de sus responsabilidades parecía incrementarse con cada paso que daban.

El silencio fue roto únicamente por el sonido de sus pasos sobre las piedras mojadas y el susurro del viento a través de las ruinas. Las estatuas de Nerthys, imponentes y vigilantes, parecían observar cada uno de sus movimientos, como si fueran testigos silenciosos del destino que les aguardaba al otro lado del puente.

Morwen, sintiendo la presión de la situación, miró a Sylvia con una mezcla de tristeza y determinación. Sabía que lo que les esperaba al cruzar el puente cambiaría sus vidas para siempre, pero también sabía que no podían retroceder. El destino les había llevado hasta allí, y debían enfrentarlo juntos, con todo el valor y la fortaleza que pudieran reunir.

Sylvia se paró delante del espectro de la anciana, que parecía ser la antigua Gran Maestre. —Disculpad, aún soy una novata. No puedo llevar esta tarea por mí sola. Me llevará meses devolveros la vida —dijo Sylvia, su voz temblando ligeramente por la mezcla de miedo y responsabilidad.

La anciana inclinó la cabeza. Con un gesto suyo, los espectros de las hermanas formaron dos filas, revelando entre ellas la hoguera donde la anciana había ardido. En un parpadeo, la anciana desapareció de delante de Sylvia y se colocó al lado de su cuerpo.

—¿Quieres que la resucite ahora? —preguntó Sylvia, mirando a Morwen y Seraphina. Ambas asintieron con gravedad.

Las tres se acercaron a la hoguera y sacaron el cuerpo de la anciana, colocándolo cuidadosamente en el suelo. Era extraño pisar una hoguera sin sentir calor ni quemarse, como si el tiempo y la realidad misma estuvieran distorsionados en aquel lugar. Seraphina asintió a Sylvia, y esta comenzó una plegaria a Olpao. El cuerpo de la anciana comenzó a curarse de sus quemaduras, y tras repetir varias veces la plegaria, el cuerpo pareció estar completamente restaurado.

Sylvia miró entre los soldados, sin saber a quién elegir para el sacrificio necesario. Pero la anciana tenía su candidato. Sonreía mirando a un regordete noble que se reía de la escena y brindaba con una copa de vino. Entre las tres pusieron al noble al lado del cuerpo de la anciana.

—Conozco la plegaria. No sé cómo, pero la conozco. Sujetad al gordo, pues en mi sueño, cuando usaba la plegaria, la víctima se movía —comunicó Sylvia, observando cómo Morwen y Seraphina sujetaban al noble con firmeza. Entonces, comenzó la plegaria.

En el momento en que un rayo de energía comenzó a salir del noble hacia la mano izquierda de Sylvia y otro de la mano derecha de Sylvia hacia el cuerpo de la anciana, el noble comenzó a retorcerse y a gritar. —¡Malditas brujas! ¡Dejadme! ¡Vosotras también arderéis en el fuego!

—Pero tú te reunirás antes con Nerthys. Explícale por qué torturasteis y matasteis a sus siervas —le gritó Morwen, mientras la cara del noble se transfiguraba en una mueca de terror cuando las últimas gotas de energía salían de su cuerpo y eran transferidas al cuerpo de la anciana.

Las tres miraron a la anciana, quien ya no era una anciana. El conjuro también parecía haberla rejuvenecido varios años, no solo resucitándola. —Gracias, pequeña, por tu esfuerzo —alcanzó a oír Sylvia antes de perder el conocimiento, agotada por el enorme esfuerzo.

—No creo que pueda canalizar más de una vez al día esa plegaria. Le llevará todo el invierno y parte de la primavera devolvernos la vida a todas —comentó la ahora mujer madura a las dos sacerdotisas—. Mi nombre es Keira, sacerdotisa de Nerthys y Gran Maestre de la Orden del Fuego Purificador. Sois bienvenidas a estableceros en nuestro monasterio mientras lo necesitéis.

—Mi nombre es Morwen, sacerdotisa de Nerthys también y ahora tenemos un problema porque yo soy la actual Gran Maestre de la Orden del Fuego Purificador. Ella es Seraphina, maestra de Sylvia y sacerdotisa de Olpao —se presentó Morwen también, con una leve sonrisa.

—No es un problema. Me tienes que poner al día y ahora mismo tú tienes más seguidores. ¿Ahora admitís hombres en la orden? —preguntó Keira, con una gran sonrisa en los labios.

—Nos hemos unido con la Orden de la Rosa Ensangrentada por motivos logísticos y de poder. Te contaré los detalles después, pero ahora sería interesante despejar un poco el patio y reconstruir el monasterio —explicó Morwen, comenzando a ver el camino hacia adelante.

Ambas Grandes Maestres no tardaron en ponerse de acuerdo sobre cómo organizar el patio y poner más cómoda a la desmayada Sylvia. A continuación, dieron la orden de entrar a la caravana para establecerse.

La caravana, tras unos momentos de ajuste y preparación, terminó de cruzar el puente reconstruido, avanzando lentamente hacia el corazón de la Isla de la Sangre. Cada paso era un recordatorio de los horrores pasados y de los desafíos futuros, pero también una afirmación de su determinación de enfrentar cualquier adversidad en su camino.