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Capítulo 5: El Eco de los Caídos

El campo de batalla estaba plagado de los sonidos de acero chocando, gritos de guerra, y el lamento de los moribundos. Elías, con su corazón aún resonando por la pérdida de Lyria, se movía a través del caos como una tormenta, su espada era tanto un escudo para su gente como una venganza por la sangre derramada.

Cada golpe que asestaba llevaba consigo el peso de las vidas perdidas y la esperanza de un futuro pacífico. Sus ojos, una vez llenos de la inocencia de la juventud, ahora reflejaban las sombras de la guerra, pero también, una resolución inquebrantable.

En medio del fragor de la batalla, una figura se destacó entre la horda enemiga, un general enemigo conocido por su crueldad y astucia en igual medida. Su armadura estaba adornada con inscripciones de batallas pasadas, y sus ojos brillaban con una mezcla de ambición y desprecio.

Elías, reconociendo al arquitecto de tanto dolor y sufrimiento, se abrió camino hacia él, su espada bailando a través de los enemigos con una precisión letal. Cada paso hacia el general estaba plagado de obstáculos, pero Elías, impulsado por un fuego interior, perseveró, su objetivo claro ante sus ojos.

Mientras tanto, en los cielos, Orion enfrentaba sus propios desafíos. Dragones enemigos, montados por guerreros oscuros, surcaban los cielos, sus garras y llamas amenazando con extinguir la luz de la esperanza que Orion había encendido entre la gente de Rose Town.

Con agilidad y una ferocidad que desmentía su tamaño, Orion se enfrentó a los dragones, sus llamas celestiales iluminando el cielo en un espectáculo de fuego y desesperación. Cada dragón que caía era un testimonio del coraje del pequeño dragón, pero también, un recordatorio de que la victoria estaba lejos de ser asegurada.

De vuelta en el suelo, Elías finalmente se enfrentó al general enemigo, sus espadas chocando con una fuerza que parecía sacudir el mismo campo de batalla. El general, con una sonrisa cruel, lanzó insultos y provocaciones, intentando desequilibrar a Elías y encontrar una apertura en su defensa.

Pero Elías, con la imagen de Lyria y las vidas de su gente sosteniéndolo, se mantuvo firme, su espada moviéndose con una mezcla de disciplina y furia salvaje. Cada golpe, cada parada, llevaba consigo el peso de su juramento, la promesa de proteger y defender a aquellos que no podían hacerlo por sí mismos.

La batalla entre ellos fue tanto física como espiritual, una lucha entre la esperanza y la desesperación, la luz y la oscuridad. Y mientras las espadas continuaban chocando, un grito resonó a través del campo de batalla, un sonido que parecía unir todos los conflictos en un solo momento de claridad.

Era Orion, su cuerpo envuelto en llamas azules, cayendo del cielo.

Elías, su corazón apretado por el horror, desvió su mirada por un momento, y ese momento fue todo lo que el general necesitaba. Con un golpe rápido y cruel, el general encontró su marca, y Elías cayó, su sangre tiñendo la tierra debajo de él.

Pero incluso mientras la oscuridad amenazaba con envolverlo, Elías se aferró a la vida, su mente llenándose con los rostros de aquellos que había jurado proteger. Con una fuerza que no sabía que poseía, Elías se levantó, su espada aún en mano, y con un grito que parecía desafiar a la misma muerte, se lanzó hacia adelante, su espada encontrando el corazón del general enemigo.

El general cayó, y con él, la moral del enemigo se desmoronó. La batalla, aunque lejos de terminar, había cambiado de marea, y en ese momento, Elías supo que, sin importar los desafíos que enfrentaran, nunca se rendirían, nunca se romperían.

Porque la esperanza, una vez encendida, nunca muere fácilmente.