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Capítulo 3: La Batalla de los Campos de Esperanza

El amanecer bañó los campos con una luz suave y dorada, una tranquila serenidad que contrastaba fuertemente con la tensión que se cernía en el aire. Los aldeanos de Rose Town, armados y firmes, se alinearon junto a los soldados del General Lorian, sus rostros marcados por la determinación y una sombra de miedo.

Elías, montando un robusto corcel y con Orion volando majestuosamente a su lado, recorrió las filas, ofreciendo palabras de aliento y solidaridad. Sus ojos se encontraron con los de Lyria, y en esa mirada compartida, encontraron un silencioso entendimiento, una promesa no dicha en medio de la inminente tormenta.

Cuando el enemigo emergió en el horizonte, una marea de acero y malicia, el corazón de Elías palpitó con una mezcla de valentía y aprehensión. La batalla que se avecinaba sería la primera prueba verdadera para él y su gente, un fuego que podría forjar su destino o consumirlos en sus llamas.

La batalla estalló con un estruendo ensordecedor, el choque de acero contra acero, los gritos de guerra y desesperación llenando el aire. Elías, con su espada en mano, lideró la carga, su figura una llama de esperanza en medio del caos.

Orion, con sus escamas brillando bajo el sol, lanzó llamas hacia el enemigo, su rugido un desafío contra aquellos que amenazaban su hogar. Lyria, con sus manos tejidas con magia, conjuró tormentas y fuego, su poder una fuerza indomable en el campo de batalla.

La lucha fue feroz y despiadada, cada lado empujando y cediendo bajo el peso de la guerra. Los aldeanos, a pesar de su falta de experiencia, lucharon con una valentía que nacía del amor por su tierra y su gente. Y en cada paso, cada golpe y cada caída, la sombra de la muerte merodeaba, implacable e inescapable.

En un momento crucial, cuando la marea de la batalla parecía inclinarse hacia la desesperación, una flecha oscura surcó el cielo, dirigida directamente hacia Elías. Lyria, con sus ojos agrandados por el horror, se movió instintivamente, un escudo mágico formándose ante el joven Barón.

La flecha se estrelló contra el escudo con una fuerza violenta, y Lyria cayó de rodillas, su energía drenada por el acto de salvación. Elías, con su corazón apretado por el miedo, corrió hacia ella, su batalla olvidada en la preocupación por su amiga.

Lyria, con su voz apenas un susurro, confesó sus sentimientos a Elías, sus palabras un hilo frágil en el viento de la guerra. Elías, con lágrimas en sus ojos, prometió a Lyria que su sacrificio no sería en vano, que su amor y su valentía vivirían en su corazón, siempre.

Con un rugido de dolor y determinación, Elías se levantó, su espada brillando con una luz nueva y feroz. La batalla, aunque lejos de terminar, había cambiado para él, transformándose de una lucha por la tierra y la gente a una por el amor perdido y las promesas hechas.