—Amo a ese hombre, y aunque esté loco, es todo mío, mi hombre —los labios de Adeline se partieron en una sonrisa—. Y Vera se arrodilló, mirándola como si acabara de ver a la criatura más loca que jamás haya existido. Alguien que quizás era peor que ella.
—Mira, déjame decirte algo, sin embargo —Adeline bajó las manos a su hombro, dándole unas palmaditas—. Honestamente no me molestaría si te lanzaras sobre él, ¿y sabes por qué?
Se inclinó y le susurró al oído:
—César no te quiere y nunca lo hará. Si supieras lo obsesionado que está conmigo, entonces sabrías que no tienes ninguna oportunidad. Te garantizo que eres como una mota de polvo que él sacude de su traje.
—¿Y yo?
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