Descubro un mundo mágico en mi vida simple

España, Madrid – Interior de un autobús rumbo al Parque del Retiro

Un joven de 17 años, cabello negro desordenado y ojos del mismo tono, estaba sentado junto a la ventana, con los auriculares puestos y la vista perdida en el paisaje urbano.

El traqueteo del autobús era constante, pero reconfortante. Afuera, la ciudad seguía con su bullicio habitual.

El vehículo entró en un túnel. La luz cambió por un instante, convirtiendo el vidrio de la ventana en un espejo.

El joven se miró… y entonces, todo sucedió.

Una luz cegadora lo envolvió todo sin previo aviso.

—¡¿Qué...?!

La explosión de luz obligó a todos los pasajeros a cerrar los ojos.

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P.V. Alexander

Yo era ese chico de 17 años. Me llamo Alexander.

Mientras observaba mi reflejo en la ventana, sentí un calor repentino en mi cuello.

Era mi collar... empezó a arder como si hubiera sido puesto al fuego.

Antes de que pudiera tocarlo, una intensa luz blanca me envolvió por completo.

Mis ojos se cerraron de forma automática.

Cuando finalmente los abrí, el mundo frente a mí ya no era el mismo.

A través de la ventana solo veía un paisaje desértico: rocas, arena…

Nada de asfalto, ni edificios, ni coches.

—¿Q-qué está pasando...?

—¿Dónde estamos...?

—¡Llamad a la policía!

Los murmullos se convirtieron en gritos. Algunos pasajeros entraron en pánico, otros se levantaron de sus asientos con el móvil en la mano.

El conductor, un hombre de unos 40 años, intentó calmar la situación.

—¡Tranquilos! ¡No entren en pánico! Lo primero es contactar con la policía.

Pero entonces, alguien lanzó una nueva chispa al caos:

—¡Mi móvil no funciona!

—¡El mío tampoco! Y tenía batería llena…

Revisé mi teléfono. Nada. Pantalla negra, sin señal, sin vida. Como si hubiese muerto junto con el mundo que conocíamos.

Pasaron algunos minutos entre rezos, llantos y gritos...

Y entonces, un nuevo sonido cortó el ambiente.

CLANG.

GRITOS.

METAL CHOCANDO.

—¡Silencio! —exclamé, poniéndome de pie—. ¡Escuchad!

—¿Y tú quién te crees...? —intentó responder uno, pero lo callé tapándole la boca.

Todos permanecimos en silencio.

Y ahí estaban. Los oímos.

Gritos humanos. El choque de espadas. El silbido de flechas. Todo... a lo lejos.

Miré al conductor. Asintió. Él también lo había escuchado.

Decidimos ir a investigar.

Cuando intentó abrir la puerta, esta seguía trabada. Tuvimos que forzarla entre todos.

No sabía por qué, pero mientras caminábamos hacia esos sonidos, una emoción extraña me invadía.

¿Miedo? ¿Adrenalina? ¿Expectativa? No lo sabía.

Subimos un pequeño montículo y nos asomamos desde detrás de una roca.

Y lo vimos.

Dos ejércitos luchaban en campo abierto. Armaduras antiguas, espadas, lanzas, estandartes ondeando.

Parecía una batalla medieval sacada de un libro de historia.

—¿Están grabando una película? —preguntó alguien.

—No veo ninguna cámara...

—No me digas que... ¿hemos sido transportados a otro mundo? Como en un isekai.

—Vamos, eso solo pasa en los mangas. ¡Esto es la vida real!

Mientras todos discutían… yo no podía apartar la vista.

En lo alto del cielo, sobre un carruaje flotante tirado por criaturas extrañas, había un hombre.

Llevaba una armadura roja brillante, y sostenía una lanza tan larga como su sombra.

Y lo más inquietante…

Me estaba mirando directamente a mí.

Una sonrisa cruzó su rostro.

El carruaje descendió lentamente hacia nosotros.

Frente a mí, se alzaba algo que no era humano.

—Silencio, mortales.

Fue como si una fuerza invisible nos obligara a callar. Nadie dijo una sola palabra.

El miedo era visible en los ojos de todos.

—¿Quién os ha dado permiso... para entrar en el Campo de Juego?

Tragué saliva. No sabía qué decir.

Y justo en ese momento, el collar en mi cuello volvió a calentarse…