Ha pasado casi una semana desde que fuimos de compras a la ciudad. La vida seguiría igual de tranquila si no fuera por unos inquietantes rumores. Debido a ello, justo hemos acabado mi tercer interrogatorio de hoy. Estábamos practicando. Por si no puedo mentir. Como cuando era esclavo.
Varios grupos de Alma fueron de exploración a la misma zona que fui hace meses. Se supone que se adentrarían en zonas de su nivel. El problema está en que alguien descubrió una cueva con una puerta. Y están investigando a todos los de la anterior expedición.
Nos tememos que es el lugar que Rayitas descubrió. Donde estaba el esqueleto. La punta de lanza de Song. El trozo mapa. Y algunas cosas más. Creemos que el mapa es lo más valioso. Por lo que pasó en aquel puesto con el mapa falso.
A mí me han citado para informar ahora. Una forma de decir que quieren interrogarme. Cuando llego, hay una pequeña cola. Sé que soy el último de los convocados. Esperaba que se hubieran olvidado de mí. En aquel entonces, era solo un esclavo. Al final, no ha habido suerte
Tai Feng me ha hablado del interrogatorio. Estaba un poco indignado. Parece que le repitieron varias veces la misma pregunta dicha de diferentes formas. Estaban interesados por saber si había visto una cueva con una puerta. Al final, se enojó porque no le creyeran.
Seguramente, todo su grupo ha dicho más o menos lo mismo. Así que tampoco creo que duden de él. No puede decirse lo mismo de mí. Aunque no pueden saber que estuvimos allí. Espero.
–Tú eres el esclavo. Bueno, ex-esclavo. ¿Por qué te han llamado? Entonces no eras aún estudiante– me pregunta un estudiante peliverde.
Es el único que se ha dignado a dirigirme la palabra. El resto me miraban con hostilidad, desdén, y algunos con curiosidad. No noto en la mirada y tono de voz de este más que curiosidad.
–Ni idea. Eso quisiera saber yo– me encojo de hombros.
–Ya veo… Esto… Soy Xu Siyu. Puedes llamarme Siyu. O hermano Xu, como prefieras. Sabes, te admiro bastante. ¡Un esclavo que se convierte en estudiante! No ha debido de ser fácil.
Parece que es bastante hablador. También parece sincero. Le devuelvo el saludo. Hubiera sido descortés no hacerlo.
–Yo soy Kong. No, no fue fácil. Ser esclavo es duro. Y más cuando algunos estudiantes se sobrepasan y te hacen sufrir sin motivo. Es difícil de olvidar– le respondo.
Lo hago en voz suficientemente alta. Que me oigan todos. Es una velada amenaza a los otros estudiantes. Con suerte, se comportarán un poco con los esclavos. Por si en el futuro son estudiantes. No hay muchos estudiantes aquí, pero es más que ninguno.
–Ya te digo. Algunos son unos cabrones. Los esclavos son presa fácil, pero también abusan de otros estudiantes. Ahora que acabo de subir a Alma, están los que se aprovechan de las peleas obligatorias para intimidar– dice él, en voz baja. Se ve deprimido.
Creo que teme que le oigan. No me extraña. Hay algunos grupos, o bandas, bastante rencorosos. Totalmente irrazonables. Solo por creer que habla de ellos, podrían ir a por él.
–¿Las peleas? Estamos organizando un encuentro para peleas, mensualmente. La mayoría son de alguna artesanía, pero si te quieres apuntar, no hay problema. Son amistosas. Para cumplir con la obligación. Se puede practicar si los dos quieren.
–¿¡De verdad!? ¿¡Cuándo!? ¿¡Dónde!?– pregunta emocionado.
Supongo que es una presa fácil. Alguien que acaba de subir sin casi experiencia de combate. A diferencia de mí, debe de llevar suficiente tiempo en la secta para estar obligado a hacerlos.
–Tenía que ser hoy. Pero con todo esto de los interrogatorios, se ha dejado para mañana. Si vas a la zona de combates mañana, nos verás. Estaremos casi toda la tarde– le informo.
–¡Allí estaré!– exclama entusiasmado –¿Puedo traer a un amigo?
Supongo que le he quitado un peso de encima. Bueno, fue idea de mis pervertidas.
–Mientras no cree problemas, es bienvenido– le aseguro.
Al fin y al cabo, me dijeron que invitara a quien quisiera. Siyu me ha caído bien. No creo que esté actuando. Aunque no puedo descartarlo del todo.
Rui y Ning escucharon decir algo a Dai Fen de pagar a estudiantes contra mí. Aunque parecía más bien un proyecto de futuro. Esto sería demasiado rápido. No es tan competente. Pero sí que voy a tener que ir aún con más cuidado. Si tengo la oportunidad, me desharé de él. Aunque no sé muy bien cómo. ¿Podría pagar a asesinos?
Sé que hay algunas organizaciones criminales. Pero no tengo contactos. Y es peligroso meterse en esos líos.
Tampoco tengo mucho tiempo para pensar en ello. Siyu habla sin parar. Está pensando en intentar meterse en alguna artesanía. O en alguna de las facciones. O simplemente habla por hablar.
–¿Podré preguntarles a los artesanos?– me pide.
–Solo ayudo a organizar los combates. El resto no es cosa mía
–¿Hay chicas?
–Sí.
–¿Me presentarías alguna?
–No. Hazlo tú mismo.
–Vaaaa, no seas así. Los rumores dicen que… Ah. Me toca.
Ufff. Salvado. Empezaba a dolerme la cabeza. Aunque también resulta refrescante. Lo prefiero a las miradas de odio o desdén. Aunque con moderación.
No tardan mucho en llamarme. Hay varios grupos haciendo las entrevistas. Me hacen sentarme en una silla. Hay cinco personas rodeándome. Me trae malos recuerdos. De cuando era esclavo y nos interrogaban. Aunque ahora no pueden intimidarme como antes. O golpearme con impunidad.
–Nombre– exige uno de ellos.
–Kong.
–¿Y el apellido?
Me lo quedo mirando unos segundos. Intento mostrar desdén. La idea era mostrarse agresivo. De esa forma, es más difícil que detecten si algo está mal.
–Sabes perfectamente quién soy. Seguro que está escrito en esa hoja. Era un esclavo no hace tanto. ¿De dónde quieres que saque un apellido?– respondo, intentando parecer irritado.
–¿Estuviste en la expedición de los de Génesis de hace seis meses?– sigue preguntando, ignorando mi actitud.
–¿Estaría aquí respondiendo preguntas estúpidas si no hubiera estado?– me burlo de él.
Enarca una ceja. Está en cuatro de Alma. Es el de más nivel aquí. Tose incómodo. No me importa mucho qué piense de mí. De hecho, que me muestre agresivo resulta bastante creíble. Este grupo en concreto me había interrogado unas cuantas veces. Golpeaban sin razón si no les gustaba algo. Siento desprecio hacia ellos.
–¿En qué grupo estabas?– sigue con las preguntas rutinarias.
–¿Cómo pretendes que lo sepa? Era un esclavo, iba a donde me decían– desdeño su pregunta.
–Pero conseguiste sobrevivir y volver solo. Aun cuando el grupo Pirita fue exterminado– interviene otro.
Etapa uno. Le gustaba quemar la piel de los esclavos con una especie de cigarro. Basura.
–¿Y? ¿Creé un grupo para eso? Si ya lo sabéis, ¿por qué no dejáis de hacerme perder el tiempo?– me encaro.
Resulta divertido. Incluso liberador. No me hace falta actuar. Me he dado cuenta de que tengo bastante odio dentro. Odio que entonces no podía mostrar. Ahora, puedo hacerlo. No pueden hacerme nada. Al menos, no directamente.
–¿Viste una cueva con una puerta?– vuelve a preguntar el primero, como si nada.
–¿Desde cuándo las cuevas tienen puerta? ¿Dónde te crees que estábamos?– me vuelvo a burlar.
–Yo creo que estás ocultando algo. ¿Por qué sino tienes esa actitud?– me acusa un tercero.
–Y yo creo que eres estúpido. ¿Acaso has olvidado que era un esclavo? ¿No eres capaz de ver lo más obvio? No me extraña que sigas en Génesis– me río de él.
Me ha salido del alma insultarle. A este le gustaba golpear. Con algo de ropa para no dejar huella. Y ni siquiera está en Alma.
Se levanta airado. Otros dos lo retienen. Si me hacen algo, podrían perder sus privilegios. Valdría la pena dejarme golpear solo por eso.
–¿¡Y qué tiene que ver que seas un esclavo!?– grita enfurismado, casi escupiendo.
Está fuera de sí. Sonrío burlonamente. Eso le irrita más. Es curioso. Lo estoy disfrutando. Es la primera vez que me encuentro en una situación así.
–De verdad que eres estúpido. Puede que hayáis interrogado a muchos esclavos y olvidéis sus caras. ¿Pero ni siquiera se te ha ocurrido la posibilidad? ¿De que uno de esos esclavos fuera yo? ¿De que me golpearas porque creías que te había mirado mal? ¿O de que el otro psicópata me quemara sin motivo? Pues bien, ahora te estoy mirando mal. ¿Qué piensas hacer?– lo provoco.
De golpe se queda quieto. Me mira sorprendido. Realmente ni se le había ocurrido. A ninguno de ellos. No sé si son arrogantes o simplemente estúpidos. Hay silencio. Incómodo para ellos, supongo.
–Sabéis… Quizás no os acordéis de mí, pero yo sí de vosotros. Todos los esclavos que pasan por vuestro abuso gratuito os recuerdan. Os recordarán. ¿Os podéis imaginar lo que pienso de vosotros? ¿Lo que os odio? ¿Lo que os desprecio? Haced las preguntas que tengáis que hacer y acabemos de una vez. Ver vuestras caras me da ganas de vomitar.
Bueno, quizás me esté pasando. Me estoy dejando llevar. Desahogándome. Aunque ver sus rostros no tiene precio.
–¿Qué sabes de un mapa? ¿O de un manual?– me vuelve a preguntar otra vez el primero, tras unos momentos de indecisión.
–¿No deberíamos insistir con la cueva?– sugiere uno de los que agarraban al tercero.
–Iba solo. Allí había muchas huellas. Así que es imposible que fuera él. Acabemos rápido. Ninguno quiere alargar esto– responde el primero, claramente incómodo.
Sin duda, es el más experimentado. Ha leído perfectamente la situación. Tampoco era tan difícil.
–Supongo que tienes razón. ¿Qué sabes de un mapa o un manual?
–Ya hubiera querido tener un buen mapa. Hubiera estado a punto de morir menos veces– me sigo burlando.
–¡No un mapa de la zona! ¡Un trozo de un mapa del acceso!– se exaspera.
–¿Y qué iba a hacer con un mapa roto? ¿Limpiarme el culo?
Aprieta los dientes. Respira hondo para calmarse. Me hubiera gustado que intentara pegarme. Si lo hacía suficientemente fuerte, tenía previsto dejarme ir. Golpear contra la pared. Es de madera bastante fina. Seguramente la rompería. Y armaría un buen espectáculo.
–Esto es una pérdida de tiempo. Puede irte– declara el primero, apretando los dientes.
Me levanto. Mientras lo hago, los miro a todos uno a uno. Me giro. Salgo por la puerta. Solo cuando me he alejado del edificio me permito respirar aliviado. Ha sido más divertido y liberador de lo que esperaba. Pero también estresante. Y he conseguido una pequeña pieza de información. El mapa es de un acceso. No sé a qué.
He conseguido escapar sin prácticamente responder a ninguna pregunta. Así he evitado que me pillaran en cualquier mentira. No soy bueno mintiendo. Al menos las chicas siempre me descubren.
El otro día, estuvimos un rato con un juego de cartas en el que hay que mentir. Lo trajeron las gemelas. No sé me dio muy bien. Solo Wan fue peor. Lang más o menos como yo. Fue deprimente. Bueno, a ellas les divirtió. A algunas.
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Lo mejor de todo es que he vuelto a tiempo. Le dije a Ken que no estaba seguro si estaría. Se ha alegrado bastante de encontrarme.
–¿Cómo ha ido?– me pregunta mientras me quita la ropa.
–Bien. Ha sido divertido hacerles perder los nervios a esa escoria– respondo.
Se detiene y me mira confundida. Sonrío. Se lo explico mientras le quito la túnica. Mientras juego con sus pechos.
–Ja, ja. Yo también quiero hacerlo. ¡Aaah!– dice, riéndose.
–Seguro que lo harás– la animo.
Le hago tragarse una píldora mientras se lo digo. Se la doy boca a boca. Se la introduzco con la lengua. Ella responde apasionada. Rodamos por la cama. De alguna forma, acabo yo debajo. Ella sonríe traviesa. Juega con miembro. Hace que se lo va a introducir. Lo deja resbalar en el último momento.
–Mala– la acuso.
–Tengo un buen maestro– contrataca.
Lo restriega un poco más en el exterior de su vagina. Gimiendo suavemente. Provocándome. Sonriéndome sensualmente. En una de ellas, empujo por sorpresa. Logro introducirme en ella.
–¡¡¡AAaaaaah!!! ¡No seas impaciente!– me reprocha.
Aunque no tarda en moverse arriba y abajo. Adelante y atrás. A veces dando círculos. A menudo inclinándose para besarme. A veces, solo para tentarme. Dejándome que me pierda en sus ojos marrones claro. Dejando a veces sus más que respetables pechos al alcance. O que acaricie su pelo rubio. Siempre permitiéndome mover en su interior.
No siempre podemos estar solos. A menudo viene con Lang y Liu. De lo que no me quejo en absoluto. Aunque quizás hace que estos momentos íntimos sean un poco más especiales. Disfrutar solo de ella. Estar yo todo para ella.
Lo peor es lo de siempre. El verla marchar. El no poder retenerla. Quedármela. Impedir que siga sufriendo. Es cierto que me aseguran que ahora están mucho mejor. Pero mucho mejor no significa que estén bien. Simplemente, que es un infierno más soportable.
Por desgracia, no hay nada que pueda hacer. No sin levantar sospechas. Y ponernos a todos en peligro. Por ahora.
Al menos, al final las chicas no me han castigado. Lo han cambiado por exigirme el mismo trato que a Lang.
–A Lang le hacía falta. Bien hecho– me ha susurrado Liang entre gemido y gemido.
Incluso me han dejado probar trozos de algunos de los dulces. Estaban deliciosos. Sin duda, hoy ha sido un buen día.