Constantino no sabía cuánto tiempo había pasado sufriendo el dolor agonizante de la sanación. Se sentía como una eternidad, aunque sabía que se estaba recuperando más rápido de lo normal. A lo lejos, podía sentir que algunas personas que no podía ver ni reconocer por el olor lo estaban cuidando, pero también podía oler un aroma desencadenante. Un olor que no pertenecía entre las sombras.
¿Quién estaba allí?
Cuando finalmente pudo abrir los ojos, miró alrededor de la habitación extraña. Se levantó lentamente, con el cuerpo dolorido por todas partes. Una voz se dirigió a él en cuanto captó un toque de ese olor inusual.
—Finalmente estás despierto.
La cabeza de Constantino se sacudió en respuesta al ruido, y de inmediato giró para ver.
Un hombre con cabello dorado estaba sentado en un sillón cerca de la ventana. Una pierna cruzada sobre la otra, mientras se sentaba cómodamente. Sus ojos verdes estaban inexpresivamente fijos en él.
—¿Quién eres? —preguntó Constantino.
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