Las manos de Yuzu temblaban mientras trataba de encender un cigarrillo. Estaba sentada en una banca, en el parque frente al hospital donde yace, condenada a muerte, su amada Mei.
Acababa de escupirle en la cara toda su rabia e impotencia.
-¿Por qué no confió en mí?
Una semana antes…
-Ya son las 8:45 pm y Mei no aparece… ¿Dónde demonios estás?
-¿Has sabido algo?
-Nada mamá, su teléfono está apagado y su asistente me dice que ella salió de la escuela a la 1:00 pm.
-Yuzu-nee… ¿Ya probaste con el GPS de su móvil?
-¡Matsuri! Yo no soy una celosa loca…
-Esta vez hablo en serio Yuzu-nee, Mei-san jamás ha llegado tarde, y menos tratándose de ti.
El tiempo pasó lenta y cruelmente en la Mansión Aihara. La jornada que prometía diversión, camaradería y mucho amor, acabó con una Yuzu sentada en la cocina, comiendo lasagna y jugo de naranja.
-Espero que tengas una buena razón para haberme dejado plantada Mei.
La aburrida rubia caminó directo a la habitación que ocupaba junto a Mei en la gran casa, con lentitud fue quitándose la ropa para ponerse la pijama de osos que su pelinegra le había regalado de cumpleaños.
11:45 pm marcaba el reloj en la mesa de noche. La rubia, sentada en la cama tomó su libro "Caballo de Troya" y fue pasando las páginas hasta llegar al aparte que llevaba. En ese momento, el móvil sonó:
-Buenas noches.
-Buscamos a la familia de Mei Aihara.
-Sí, ¿Qué sucede?
-Ella sufrió un accidente, se encuentra en el Hospital General Nakano.
Las siguientes frases fueron un eco lejano para Yuzu, quien a todo grito llamó al chofer:
-¡Shinami!
En cuestión de cinco minutos, el empleado conducía velozmente llevando a Yuzu hacia el mencionado hospital, mientras ella se terminaba de vestir dentro del vehículo.
Sin siquiera pensar, ella atravesó la recepción de la Sala de Urgencias en busca de su esposa por todas las salas. Pero pronto un corpulento guardia de seguridad la sacó casi a empujones.
Fue necesaria una bofetada de Shinami para que la histérica mujer se calmara. Pasados unos minutos, el encargado de la recepción les indicó:
-A las 7:30 pm ingresó una paciente de sexo femenino, de entre 35 y 45 años, cabello negro, ojos violeta y piel blanca. Fue identificada como Mei Aihara. ¿Alguno de ustedes es familiar de ella?
-¡Soy su esposa!- Gritó la angustiada rubia.
-Lo siento señora pero no podemos darle más información ni entregarle sus pertenencias ya que no tiene un parentesco legal con la paciente.
La rubia estaba derrumbada, sin saber qué hacer. Por fortuna, el leal Shinami propuso:
-Señora Yuzu: Es hora de avisarle a la Señorita Misato.
Sin esperar aprobación, el empleado marcó el número de la muchacha y la puso al tanto de forma serena. Una hora más tarde arribaban en tropel, Ume, Misato y Kenji.
-¿Qué sucede Shinami?
-Señorita, la Señora al parecer tuvo un accidente, no sabemos nada más, ya que la ley no reconoce a la Señora Yuzu como familiar… Es hora de que usted actúe como una Aihara.
La joven respiró profundo y apropiándose del poder y carisma heredado de ocho generaciones con su apellido, le ordenó al de la recepción:
-Me llamo Misato Udagawa-Aihara, hija de Mei Aihara. Le exijo que ahora mismo me diga qué pasa con mi madre.
-La, la paciente ingresó con múltiples traumatismos tras un accidente de auto, está en cirugía con el Doctor Miyamoto. Aquí están sus pertenencias. El acobardado funcionario le entregó una bolsa negra, en la que estaban las cosas de su madre, pero la hija sólo sacó la más pequeña: El anillo.
Fue luego donde estaba la aturdida Yuzu, la abrazó y le entregó la preciada joya.
-Tranquila Yuzu… Mamá se estrelló en el auto, y ya está en cirugía. Debemos esperar a que un doctor, de apellido Miyamoto salga. Por ahora hay que mantener la calma.
Las siguientes diez horas fueron una tortura para todos. Desde el amanecer Misato se dedicó a hacer llamadas, a la escuela y al cuartel de la corporación para que las respectivas asistentes de su madre se encargaran de todo. Por su parte Ume notificó a Harumi y Matsuri, pues sabía que su hija necesitaría de sus amigas más que nunca.
¿Y Yuzu? Pues ella pasó la noche entera de rodillas en la capilla, orando y llorando, en un esfuerzo por enviarle a través de los rezos y las lágrimas toda su fuerza a Mei para que saliera avante.
Cuando ya sentían que el cansancio empezaba a pasarles factura, una voz monocorde en la megafonía de la sala de espera los alertó:
-Familiares de Mei Aihara, repito, familiares de Mei Aihara.
Todos corrieron a la recepción. Allí los esperaba un hombre de aspecto frío, quien lucía cansado y molesto. Sin siquiera saludar les dijo:
-Soy el Doctor Miyamoto. La paciente ingresó a las 7:45 pm de ayer, víctima de un accidente automovilístico. Presenta traumatismos severos. Ocho fracturas en el fémur derecho, seis costillas rotas, contusión cerebral y hemorragia interna en la cavidad abdominal. Durante la cirugía presentó una falla renal catastrófica. En este momento se encuentra inconsciente y con apoyo de diálisis.
-¿Se pondrá bien? ¿Cuándo podremos verla?- preguntó Ume temblorosa.
-Tal vez logre salir de este hospital, pero no se recuperará. Ella destruyó sus propios riñones cuando decidió consumir drogas.
Nadie dijo una palabra, pero sus rostros eran otra cosa: horror, tristeza e impotencia. Al fin la pragmática Matsuri fue el cable a tierra.
-¿Drogas? ¡Eso no es posible! ¡Explíquese!
-Yo no me equivoco señora. Se practicaron pruebas de sangre y en ellas encontramos altas concentraciones de un narcótico llamado Hidrocodona y un analgésico llamado Paracetamol que se encuentran en una droga llamada Vicodin. Estas sustancias causaron la falla renal. Y antes de que sigan con las preguntas y las excusas… Esas concentraciones sólo se dan con el consumo continuado durante largos periodos de tiempo.
-¿No hay ninguna posibilidad de tratamiento?- La pelirosa preguntó pero, por sus conocimientos en medicina ya sabía la respuesta:
-Ninguna. En una persona normal podría aspirar para trasplante, pero el hecho de ser adicta la invalida para una lista de espera.
-¿Cuánto tiempo le queda?- Las palabras salieron forzadas.
-En el estado actual y con apoyo de diálisis. Ahh y contando con que deje de consumir… unos dos años máximo. Después de hablar y sin dar tiempo para más, el galeno se marchó.
En ese momento, todos estaban confundidos. La terrible noticia les cayó como una lápida. Entonces un grito desgarrador sacudió el recinto.
-¡Meeeiii!- La rubia estaba fuera de sí. Quiso ir tras el médico, y casi lo logra, de no ser por Shinami.
-¡Señora Yuzu… deténgase por favor!
-¡Meeeiii!- Ella seguía gritando y se sacudía con toda su fuerza, poniendo en aprietos al corpulento guardaespaldas. En medio del caos, los gritos y patadas de la rubia llegaron cuatro enfermeros, acompañados por una mujer de cabello plateado, quien con presteza indicó como apresar a la histérica Yuzu para luego ponerle una inyección que la noqueó en menos de un minuto.
Cuando finalmente lograron acostarla en un sofá, la de pelo plateado hablo:
-Me presento: Soy la doctora Sara Tachibana, psicóloga. La inyección mantendrá a su familiar dormida durante un par de horas… Entonces vendré para hablar con ustedes sobre la situación de la Señora Aihara.
Durante ese tiempo, un pesado silencio los cobijó. Se hallaban en ese estado cuando, una vez más Shinami fue quien aportó ideas claras.
-Señora Ume, Señorita Misato, yo me encargo de la Señora Yuzu mientras ustedes van a casa para asearse y comer algo… las llamaré de ser necesario- Harumi se unió al empleado en esa primera guardia.
-Sí, vayan. Ahora es cuando nos toca ser firmes y serenos. Mei está en manos de los médicos. Quien nos necesita ahora es Yuzu.
Pasada una hora y cuarenta y cinco minutos, Harumi y Shinami fueron relevados por Ume, Misato y Kenji. Matsuri se retiró, pues por asuntos de trabajo debía viajar esa misma noche.
Para cuando Yuzu abrió los ojos se sentía como si una estampida de elefantes le hubiera pasado por encima y tenía el brazo izquierdo inmovilizado con un cabestrillo, pues durante el forcejeo de horas antes se dislocó el hombro.
-¡Auuch! Me siento mareada.
Frente a ella se encontraba una mujer de cabello plateado, quien sostenía una taza humeante de café.
-Hola Yuzu… ¿Puedes oírme? ¿Cuántos dedos ves?
-Estoy mareada, no ebria- contestó la rubia con pesadez.
-Buena señal… estás lúcida. Toma, esto te despejará.
Tras unos minutos de espera a que Yuzu estuviera cien por cien, la psicóloga comenzó:
-Muy bien, como ya saben soy la Doctora Sara Tachibana, Psicóloga. Estoy aquí porque la situación de la Señora Aihara es compleja. Antes que nada necesitamos que sean absolutamente sinceros y no oculten nada… ¿Alguno de ustedes sabía sobre la adicción de Mei?
-¡Yo!- Misato lo dijo con voz entrecortada.
La cara de sorpresa de todos allí fue notoria. La psicóloga siguió:
-¿Desde hace cuánto?
-Hace siete años que me enteré… En una ocasión escuché discutir a mamá y papá… Él le gritaba a ella, recriminándole por unos retiros de grandes sumas en dólares, por sus escapadas con una tal Siobhan y porque no estaba dispuesto a permitir que su hija fuera criada por una junkie.
Aún recuerdo las últimas palabras de papá:
"Si dentro de un mes, cuando regrese de Madrid, no estás en tratamiento… Te destruiré Mei Aihara, de tu nombre no quedará nada y no verás nunca más a Misato"
Esa fue la última vez que vi a papá, pues él falleció en un asalto callejero durante ese viaje de negocios.
Algún tiempo después vi las dichosas píldoras y le pregunté qué eran. Ella se enojó conmigo y me dijo que eran para la migraña. Siempre supe que no dejó de hacerlo, pues en varias oportunidades vi como ella le daba orden a Shinami de hacer pagos a altas horas de la noche en la puerta trasera de la casa y como, tal vez por falta de ellas, se ponía enferma e irascible.
Para ese momento, la adolescente no resistió más, salió del lugar a toda prisa. Yuzu, con voz trémula preguntó:
-¿Hay algo que podamos hacer por ella?
La respuesta de la psicóloga fue, al igual que la de Miyamoto, lapidaria, pero mucho más compasiva.
-En cuanto al riñón, la única opción es que aparezca un donante voluntario. El ser adicta la invalida para lista de espera. Sobre la adicción, en su estado sería muy arriesgado y cruel hacer una desintoxicación clásica. Cabe la opción de una terapia de sustitución, dándole dosis controladas de una droga menos dañina que la hidrocodona e ir disminuyendo la dosificación hasta que sea cero. Eso tomaría un poco más de un año. Pero no podemos hacer nada de eso hasta que recupere la conciencia.
Por ahora deben hacer una búsqueda exhaustiva en su casa, oficina, auto, cartera, ropa y cualquier lugar que frecuente, de pastillas y deshacerse de todo. Los adictos son muy creativos para esconder la sustancia. Lo mismo con armas y objetos potencialmente peligrosos.
Otra cosa en la que debemos trabajar mientras tanto es en ustedes. Debo entrenarlos para tratar con ella durante el tiempo que le queda, tanto acá en el hospital como en casa, tengo que prepararlos para aceptar que si no aparece el donante voluntario, Mei morirá dentro de dos años.
La rubia pudo sentir como, a pesar del oscuro panorama frente a ella, iba sintiéndose aliviada. Como si las palabras de aquella terapeuta la estuvieran sanando.
-No sé cómo agradecerle doctora…
-Puedes empezar por volver a sonreír, como cuando te conocí, hace veinticinco años.
-¿Uhh? ¿Acaso nos conocemos?
-Sí, querida Yuzu. Hace veinticinco años fui tu rival por el amor de tu hermana Mei, y fui la primera a quien le contaste tu pesar cuando ella iba a casarse. Me alegra que al fin se hayan arreglado las cosas entre ustedes.
-¡Sara!- los ojos de la rubia se abrieron como platos y se colgó del cuello de aquella amiga a la que ese destino, caprichoso, volvía a poner en su camino durante un momento difícil.
-Yuzu… otra cosa. Si la hija de Mei no sabe de su relación familiar, es el momento de que lo sepa, pues presiento que ella querrá darle uno de sus riñones a su madre y, para eso debe tener aprobación de un tutor legal… En este caso serían tú como su tía o tu madre.
Como si la del pelo plateado pudiese ver el futuro… Misato regresó unas horas después, llorando, pero con un brillo en su mirada que gritaba "Resolución".
-Quiero hablar con el Doctor Miyamoto… ¡Ahora mismo!
Tal parece que mientras Mei se apagaba, Misato se hacía más fuerte, el violeta de sus ojos refulgía, no admitiendo peros ni discusiones. A los pocos minutos Miyamoto la recibía en su consultorio.
-¿Qué quieres niña?
-Iré directo al grano… ¡Tome uno de mis riñones y póngaselo a mi madre!
-¿Estás segura? Tú apenas empiezas a vivir, ella ya tuvo su oportunidad y la desperdició…
-No le estoy preguntando por su opinión "Doctor" ¡Solo hágalo!- La jovencita parecía poseída por los espíritus de su madre y su bisabuelo.
El galeno no soportó la furia velada de la adolescente.
-Está bien, comenzaremos con las pruebas de compatibilidad mañana. Deben firmar, tú y un tutor mayor de edad.
Al salir del consultorio, el rostro de Misato era una mezcla de zozobra y una tímida esperanza.
-Tal vez pueda salvar a mi madre, me harán pruebas para ver si soy compatible para donarle un riñón. Pero debo conseguir que un tutor legal firme los permisos.
Antes de que cualquiera pudiera siquiera pensar en algo más, Ume tomó la vocería:
-Es hora de que sepas toda la verdad pequeña…
-¿A qué te refieres?
-A la verdadera razón por la cual la relación de tu madre con Yuzu era tan conflictiva en la juventud y por la que les costó tanto reconciliarse.
¡Esa razón es que Mei y Yuzu son hermanastras!
La niña quedó petrificada, lo mismo que Kenji, quien sólo observó a la rubia exigiendo una explicación. Ahí Yuzu continuó:
-Hijos, por favor perdónennos, no queríamos que nuestro pasado afectara su relación. No era justo que nuestros pecados los alcanzaran a ustedes.
-¿Cómo pasó mamá?- El muchacho lucía ansioso.
-Verás… mamá se casó con Shou, el padre de Mei. Al poco tiempo nos trasladamos a Tokio y yo ingresé a Aihara. Ese mismo día conocí a Mei. Vine a saber que era mi hermanastra cuando ella se mudó a vivir con mamá y conmigo… para ese momento ya se había sembrado la atracción en nosotras.
Los jovencitos estaban muy afectados por la revelación… salieron por un rato para conversar sobre su situación.
Mientras tanto, Yuzu temblaba como una hoja.
-No debí dejarme llevar por mis sentimientos… ahora no sólo Mei está moribunda, sino que mi hijo y mi sobrina están involucrados en nuestro maldito jueguito de incesto.
En respuesta al soliloquio pesimista de la rubia, su madre la tomó por los hombros y la sacudió con fuerza mientras le increpaba.
-¡Por Dios niña, ya madura! Deja de actuar como una escolar regañada… decidiste esto hace veinticinco años al enamorarte de Mei, y es ahora cuando todos necesitan que actúes como una adulta. Resuelve un problema a la vez, por ahora yo firmaré los papeles como abuela, anexando una copia de mi acta de matrimonio con Shou. Y tú, ve y protege a tu esposa e hijos, porque así la ley no lo acepte, Misato es tu hija. Eres la esposa de Mei.
Pasado un rato, Yuzu se decidió a ir en busca de los jovencitos y aclarar de una buena vez todo ese embrollo. Los encontró en la cafetería, riendo y bromeando como si no hubiera ocurrido nada.
Al ver la penosa cara de su madre, Kenji la invitó a sentarse y comentó:
-¿Sabes mamá? Resulta divertido ver cómo, ustedes los adultos complican las cosas que son sencillas, y luego se dicen a sí mismos "maduros".
Una vez más, el cerebro de la rubia estaba fuera de servicio.
-Me explico: Tú y la "Tía Mei" no tienen parentesco de sangre, sus apellidos son distintos, por lo tanto Misato y yo no somos primos. Yo soy Asano, ella es Udagawa. Para efectos prácticos, mi abuela firmará los papeles y el tema jamás volverá siquiera a ser mencionado.
Luego de esa inusual resolución del conflicto del parentesco, la familia en pleno optó por un pacto de silencio sobre el tema y fueron a casa juntos, para recobrar fuerzas.
Los siguientes tres días los ocuparon en las pruebas médicas a Misato, que para desgracia de todos, fueron negativas… No había riñón para Mei.
Otro aparte fue la búsqueda de las pastillas… Las hallaron en los más insospechados lugares: baños, escritorios, carteras, etc. Mei tenía drogas para un mes.
Por fin la familia, con ayuda de Sara, consiguió que les permitieran ver a Mei.
La imagen fue desgarradora. La mencionada estaba totalmente demacrada, le habían rapado por completo su hermoso pelo negro para abrirle el cráneo, tenía la pierna derecha, desde la cadera hasta la rodilla, llena de barras de metal que parecían salir desde el mismo hueso; eso sin contar con los cientos de cables, agujas y tubos que la conectaban a todo tipo de máquinas y medicinas.
Lo más doloroso del cuadro fue ver como su sangre pasaba a través de un sinfín de tubos para ingresar a la máquina de diálisis y luego volver a la postrada pelinegra. Esa enorme máquina era la que mantenía a Mei con vida.
Pasado el sexto día de internamiento, al fin las plegarias de Yuzu fueron escuchadas… Su amada abrió los ojos.
-Hola Mei… ¿Me oyes?
-¿Dónde estoy?
-Mi amor… estás en el hospital. Hace una semana tuviste un accidente.
La rubia trató de resistir, pero ver así a su preciosa y fuerte mujer, en ese estado, tratando de moverse y viéndola con esos ojos violeta, ahora tan apagados, fue superior a ella.
Salió del cuarto, prometiéndole que al día siguiente la vería para hablar.
La mezcla de sentimientos hizo que la rubia se sintiera mareada… las voces a su alrededor eran confusas, todo le daba vueltas, el aire se volvió pesado… y quedó en blanco.
-Mamá… mamá…- el muchacho trataba de traerla de vuelta.
-¡Auch! Me duele la cabeza- Yuzu sintió como la luz la lastimaba.
-Gracias a Dios estás bien… ya tenemos suficiente con una enferma.
-Mei está despierta- La noticia iluminó el rostro de todos… excepto el suyo, la impresión por el estado de su esposa tenía a Yuzu sobrecogida.
Antes de irse a descansar esa noche, la familia dejó a Shinami haciendo la guardia y atento a cualquier novedad. Luego de una larga charla decidieron darle al guardaespaldas una segunda oportunidad a pesar del papel anuente que jugó en la adicción de Mei. Él lo agradeció dando a la policía lo necesario para la captura de Takeda.
Ya en casa, Yuzu tuvo una idea… Buscó por toda la residencia hasta que en el desván halló su objetivo. Dentro de una caja estaba Kumagoro…
-Mei se alegrará al verlo. Estoy segura.
El nuevo día llegó radiante, a pesar del invierno que ya se avecinaba, el sol se dignó en brindar más luz y calor a la jornada. De ese mismo modo, la rubia proyectaba ilusión y esperanza. Mei estaba despierta y saldría de ese tétrico lugar… Todo volvería a la normalidad.
El camino al hospital y al cuarto de Mei fue largo en extremo… Las manos de Yuzu sudaban, Misato y Kenji se refugiaron en las redes sociales y Ume parecía inmersa en una intensa plegaria.
Ya en el complejo clínico, los recibió Shinami con noticias:
-Buenos días… La Doctora Tachibana ayer habló con la Señora Mei, según me contó está lúcida y enterada de la situación. Hay un asunto preocupante, según supe por las enfermeras, el Doctor Miyamoto se niega a darle medicinas para el dolor a la Señora.
En ese momento Sara se apersonó en la sala de espera.
-Hola… Espero que hayan descansado. Mei está en buen estado, dentro de lo que cabe. Ya la pusimos al tanto de su situación y de las opciones. No olviden que es ella la enferma, no ustedes. Las explicaciones se darán después. Sean breves y mantengan la calma.
Después de que Sara les permitió entrar a la habitación encontraron a una Mei que luchaba a brazo partido para no gritar de dolor, pero se esforzaba por lucir tranquila.
-Hola hija…- Ume trató se seguir, pero el llanto se lo impidió.
-¿Hija?- La confusión en la pelinegra fue evidente.
Misato abrazó a su madre con delicadeza para tranquilizarla, dejándole entrever con sus palabras, que ya no existían secretos en aquella familia.
-¡Perdóname mi niña!- El ruego de Mei fue un golpe duro para todos… Los Aihara no suplicaban jamás.
Por último Yuzu… ella observó en silencio y abrazando al gran oso de peluche. Luego, queriendo privacidad total, le pidió a Ume y Misato que las dejaran para hablar a solas.
-Mi amor… luces terrible- El beso fue suave y tierno. La rubia dio gracias a Dios por poder volver a besar a su hermosa Mei. Pasaron algunos segundos en los cuales Yuzu trató de ver en el alma de Mei, pero ésta le evadía la mirada.
-Yuzu… tengo algo que decirte, pero no sé por dónde empezar.
La rubia deseó en ese momento ser como Mei, capaz de contener las emociones, pero ella no lo era. Simplemente no pudo. Soltó a Kumagoro en una silla y como energúmena le arrojó en la cara a Mei todo su enojo, dolor, impotencia y agonía por esa cruel realidad que se encontraba afrontando sin estar preparada para ello. Optó por irse de allí, ya no soportaba esa estampa dantesca… Quería poder cerrar los ojos y encontrar que todo aquello era solo un mal sueño.
Tiempo presente
Las manos le temblaban a la abatida rubia; algo tan simple y mecánico como encender un cigarrillo se convirtió en un imposible. El encendedor se le cayó de las manos. Cuando quiso recogerlo se encontró con las manos de un hombre mayor, él dijo:
-La angustia y la desesperación matan más rápido que el cigarrillo…
-Gracias señor…- La mirada de la rubia se encontró con unos ojos negros, profundos y llenos de compasión.
-Veo que te haces la misma pregunta que todos… ¿Por qué? Deberías preguntarte más bien ¿Para qué?
Yuzu siguió confundida con la mirada al anciano. Al ver con atención, notó un pequeño alzacuellos blanco y la camisa negra del hombre, lo cual delataba quien era: Un sacerdote católico.
-¿Aún quieres fumar?- El Padre accionó con destreza el encendedor.
-Oh, lo siento. No debería hacerlo frente a usted.
-Por eso no te preocupes. Todos llevamos una carga… Incluso los sacerdotes.
-No sé si pueda con mi carga…- Yuzu dio una larga aspirada al cigarrillo –La persona que más amo en este mundo está muy enferma, sin posibilidad alguna y yo, en lugar de respaldarla, me derrumbé.
Ella es la luz de mi vida, no creo poder seguir sin su presencia. Pero al pensar que sus errores del pasado nos van a alejar para siempre, no puedo sentir más que rabia.
-¿Y ya le diste a tu amada la oportunidad de, al menos, explicarse? Por lo que me atrevo a deducir, se trata de una dama. La rubia bajó la mirada con vergüenza.
-No temas niña. Dios, como yo lo conozco, no comete errores y puso a esa persona en tu camino para que tu vida cumpliera su propósito.
De algún modo extraño, Yuzu se sintió libre, comprendida.
-No necesitas entrar en detalles sobre ella y la relación que tienen. Sólo te diré esto: El amor no es egoísta, es paciente, perdona todo y soporta la adversidad.
-Padre… ¿Tiene tiempo? Necesito hablar, contar mi historia.
-Claro niña… Por favor llámame Padre Alfonse.
-Está bien Padre Alfonse. Conocí a Mei…
Durante las siguientes tres horas, ella contó todo con respecto a su vida desde que Mei apareció en ella, no se guardó nada. Al final, cansada, pero con un peso menos en su alma, dejó salir una lágrima. El anciano sacerdote la escuchó con atención, sin interrumpir. Luego le dio a Yuzu el único consejo posible:
-"En la salud y en la enfermedad…" Es una frase que hace parte de los votos matrimoniales. Es hora de que lo pongas en práctica. A tu esposa y a ti les queda poco tiempo juntas en la Tierra, así que no pierdas ese precioso tiempo en preguntas que ya no vale la pena hacer. Ve por ella y dale todo de ti, haz que sus últimos recuerdos de esta vida material sean los mejores. Ámala de todas las formas posibles. Así ambas sanarán.
Ocurrió un milagro… Los ojos verdes de Yuzu, que lucían tan apagados y derrotados, brillaron con nuevos bríos, saltó de la banca en la que estaban sentados y luego de estampar un gran beso en la frente del clérigo, salió a toda velocidad al encuentro de Mei.
Lo que la rubia no notó fue que aquel anciano se esfumó literalmente del lugar y que todas aquellas horas había estado sola en esa banca de parque.
-¿Yuzu?- La sorpresa de Mei fue mayúscula al ver el rostro de su amada con tanta luz.
-Soy una cobarde y una llorona mi amor. Pero daré todo para que seas feliz Mei… Acá y en la eternidad.