-Yuzu, perdóname por favor… te amo demasiado. No me dejes sola de nuevo. Te prometo que haré lo que quieras, si me pides que me interne lo haré, pero no te vayas de mi vida…
La pelinegra quiso ir tras su amada, pero el dolor en cada uno de sus huesos y los múltiples aparatos conectados a ella se lo impidieron… sólo pudo contemplar como su hermosa rubia salía de la habitación, bañada en llanto y dando un portazo.
Una semana antes…
-Todo está en orden Directora Aihara, los preparativos para la inauguración de la nueva ala de la escuela están listos.
-Perfecto. Necesito que te encargues del resto por mí… Si tienes dudas, llama a Himeko, ella sabe lo que se debe hacer.
-Entendido Directora. ¿Es hoy su fiesta de aniversario con la Señora Okogi?
-Sí, no me lo puedo creer que ya son dos años. Ella me hace feliz.
-Es evidente Directora, y se ve no sólo en usted, sino en los cambios en la escuela: Un ala masculina y una disciplina más moderna.
-Te espero a las 8:00 pm… en mi casa.
-Ahí estaremos todos Directora.
Una pletórica Mei se dirigía hacia el estacionamiento para buscar su auto… Hoy debería conducir pues envió a Shinami para recoger a Misato en el aeropuerto. La niña llevaba algunos días en Boston haciendo trámites para su ingreso a Harvard, pero volvía a Tokio para el aniversario de su "Boda" con Yuzu. Mientras encendía el vehículo fue haciendo repaso mental de los pendientes para la fiesta:
-Flores: check. Comida: check. Mamá: check. Kenji: check. Misato: check. Harumi y Matsuri con sus locuras: check. Himeko: check. Modelito para seducir a Yuzu en la noche: check. Sólo me faltan los chocolates y recoger en la joyería el collar.
Mei avanzaba con calma por las calles atestadas, su habilidad como conductora iba mejorando desde que estaba con Yuzu, pues a la rubia le incomodaba el asunto del chofer. Eso hizo que la menor de las hermanas se viera forzada a conducir cada fin de semana, cuando se quedaba junto a su amada en la casa de campo. De pronto su móvil le recordó la cita en el salón de belleza.
-Casi lo olvido… Antoine me dio turno para las 3:00 pm. Ya en el mentado salón de belleza, la pelinegra recibió todo el cuidado que merecía alguien de su posición: Manicura, pedicura, mascarilla, etc. Antoine, su estilista, era muy hábil, además de un buen consejero. Pero esa tarde, aquel hombre mientras peinaba la negra cascada de Mei, quedó espantado.
-¿Qué pasa Antoine?
-Mei… no sé cómo vayas a tomar esto.
-¿De qué hablas?
-Mei… tienes una cana…
La expresión de pánico del estilista fue conjurada por la tranquila respuesta de Mei:
-Algún día tenía que pasar… Además, no olvides que hace un mes cumplí cuarenta y dos años.
Luego de cumplidas todas la labores, la radiante pelinegra estaba de nuevo en el auto, de camino a casa. Pero esta vez, algo andaba mal. Empezó en la punta de los dedos y fue avanzando por las manos. Era el temblor, la señal inequívoca de que era adicta al Vicodin, y necesitaba su dosis.
-¡Maldición! Si hace apenas tres días que no las pruebo… Hoy no me puedo dar el lujo de enfermar…
Buscó en su cartera con una mano, mientras sostenía el volante con la otra, pero no halló ni una sola pastilla. Sintió como empezaba a sudar copiosamente, arruinando su maquillaje. Trató de recordar si tenía reservas en casa, pero su mente comenzó a traicionarla. De pronto, en medio de tal ansiedad, una pavorosa punzada en el estómago le hizo soltar el volante… Y luego el golpe. Todo quedó en blanco.
Tiempo presente
-Hola Mei… ¿Me oyes?
-¿Dónde estoy? ¿Acaso morí y veo a Dios con el rostro de Yuzu?
-Mi amor… estás en el hospital. Hace una semana tuviste un accidente.
Mei trató de incorporarse, pero un furioso dolor la atenazó por todas partes. La mascarilla de oxígeno en su cara le incomodaba, pero no podía mover los brazos para quitársela.
-No te muevas… por ahora descansa. Mañana vendremos de nuevo a verte. Tú y yo tenemos algo de qué hablar. Así que descansa.
Unos minutos más tarde entró a la habitación un médico:
-Buenas tardes Señoraa… ¡Aihara! Soy el Doctor Miyamoto. ¿Puede escucharme?
-Si… ¿Qué me pasó?
-Sufrió un accidente automovilístico. ¿Recuerda algo de ese instante?
-Un temblor por todo mi cuerpo, mucho sudor y una punzada en el estómago… Eso es todo.
-Ya veo. Esa era la pieza que me faltaba para descifrar su caso.
-¿A qué se refiere?
-Señora, le voy a hablar con claridad: es posible que haya engañado a su familia, pero a mí no… ¿Hace cuánto consume Vicodin?
-¿Por qué me dice eso?
-Porque, además de las ocho fracturas en su fémur derecho, las seis costillas rotas, la hemorragia interna y la contusión cerebral, tiene una falla renal irreparable que fue causada por el Paracetamol que contiene el Vicodin. Eso sin contar que al hacerle las pruebas de sangre encontramos concentraciones de Hidrocodona, componente narcótico del Vicodin, superiores a 130, cuando lo normal en una persona que la usa por prescripción es de 15. Para finalizar, y como no me gusta perder el tiempo con adictos como usted; necesita un trasplante de riñón. Pero su condición la casa de cualquier lista de espera. En un rato vendrá una psicóloga, para hablar con usted. Que tenga buen día y piense ya en cómo dejar sus asuntos en orden.
-¡No, no, no! Estoy perdida, de seguro a estas alturas Yuzu, Misato y todos lo saben. ¿Cómo voy a salir de esta?- Pensó ella, hecha un manojo de nervios.
Pasados unos minutos, que fueron eternos para Mei, ingresó al cuarto una mujer de cabello plateado y un rostro amigable. La pelinegra sintió que la conocía de alguna parte.
-Buenas tardes Señora Aihara… Soy la Doctora Sara Tachibana. ¿Cómo se siente?
-No sé qué me duele más, si el cuerpo o el alma. ¿Sara Tachibana? estoy segura que he oído ese nombre antes…
-Eso es un buen comienzo, aceptar que hay dolor en el alma, que algo anda mal en nuestro interior.
-Doctora, creo que la conozco de algún lado… no estoy segura.
-Tal vez… hace veinticinco años me sentí atraída por una preciosa joven de cabello negro. Pero ella amaba a su hermanastra.
-¿Sara? ¿Del viaje a Kyoto?
-Si Mei… Me alegra volver a verte. Aunque no las circunstancias del encuentro.
-¡Por favor ayúdame, no sé qué hacer!
La pelinegra estaba destrozada, pronto dejó caer gruesas lágrimas en una clara señal de que, por primera vez, se sabía derrotada. Sara, por su parte, tomó un pañuelo y secó dulcemente las lágrimas de su amiga y paciente.
-Sabes por qué estoy aquí Mei?
-Porque, una vez más, lo arruiné todo…
-Mei, No te voy a mentir. Según los reportes del Doctor Miyamoto, sin un trasplante, no te quedan más de dos años, y eso con diálisis dos veces por semana. Y las fracturas en tu pierna te harán usar bastón el resto de tu vida.
-Si me someto a tratamiento… ¿Podré conseguir el trasplante?
-No, el hecho de tu consumo de drogas te quita toda posibilidad. Además que un tratamiento de desintoxicación en tu caso puede tomar más de un año.
-Palabras más, palabras menos… Estoy condenada. Sara, con esa fantástica habilidad para ver en el corazón de las personas, contestó:
-No Mei. No estás condenada. Tienes dos años para darle a tu hija, tu madre, tu academia y por encima de todo… a Yuzu todo el amor que albergas en tu alma. Sin temores, sin reservas, sin control. Tienes dos años para ser la mejor versión de Mei Aihara.
-No sé si pueda… Aún con Yuzu a mi lado y siendo feliz como nunca lo fui, seguí con las pastillas.
-Eso ya no importa. No te azotes más. ¿Sabes? Te voy a ayudar… En otras condiciones, excavaría en tu mente para descubrir por qué eres adicta, pero eso ya no tiene sentido. Lo que haré será excavar en tu tristeza para que veas que aún tienes mucho que dar.
-¿Mi familia ya lo sabe?
-Sí, desde el día siguiente a tu ingreso. Miyamoto tiene una especie de guerra personal con los adictos, así que les soltó la bomba sin consideración alguna. Tuvimos que sedar a Yuzu, tu madre lloró en silencio y tu hija salió corriendo. A las dos horas regresó hecha un mar de llanto.
Tu hija es increíble, ella ha sido el apoyo de Yuzu toda la semana, y sin decirles nada ofreció uno de sus riñones… pero las pruebas de compatibilidad fueron negativas.
-¿Y ahora qué?
-Lo primero, decirles la verdad sin evasivas. Ya lo saben pero por su bien y por el tuyo, deben escucharlo de tu boca. Lo segundo es entender que hay una posibilidad de que tengan una reacción negativa en principio. Debes comprender que en esto, la única responsable eres tú. Que nadie te puso una pistola en la cabeza y te obligó a hacerlo.
Y por último, debes reconciliarte con el pasado… con todo tu pasado. Tu abuelo, tu padre, tu esposo, tu madre biológica. Absolutamente todo, para que puedas soltar ese lastre y avanzar.
La pelinegra, en el colmo de la tristeza sólo atinó a concluir, dejando salir su dolor:
-La vida me cobra el precio de mis errores… Hace una semana iba en el auto de camino a mi fiesta de aniversario con Yuzu… Y valiente regalo le di.
-Mei, es mejor que descanses. Medita bien lo que les dirás mañana.
Una cosa más: Nadie sabe que somos amigas, de lo contrario no me permitirían atender tu caso.
-Ok, gracias Sara.
-Sigues tan bella como siempre. ¡Adelante Mei! es hora de que luches por tu vida.
Luego de que Sara se fue, Mei se sumergió en sus pensamientos, y había mucho en qué pensar.
Desde hace años, la pelinegra no experimentaba una noche tan larga. El dolor en todo su cuerpo no le permitió pegar los ojos y para empeorar, cuando llamó a la enfermera y le pidió algo de medicina, recibió una negativa.
-Por órdenes del Doctor Miyamoto no podemos administrarle ningún tipo de paliativo… lo siento señora.
Los primeros rayo del sol sorprendieron a una Mei en un estado terrible: agotada, dolorida y confundida. No podía pensar con claridad. Y, de pronto lo sintió, la punzada en el estómago la hizo casi caer de la cama, pudo notar sangre en la sábana y luego todo quedó en blanco.
Para cuando abrió los ojos, estaba amarrada a la cama con correas y el omnipresente dolor la atacaba de nuevo. Pudo distinguir al Doctor Miyamoto.
-Doctor… me duele mucho. Por favor haga algo.
Mei Aihara, especialista en miradas crueles encontró la horma de su zapato. El hielo en los ojos de ese hombre podría haber enfriado un reactor nuclear.
-Ahh claro… Le tengo un amplio menú de drogas para su disfrute: Morfina, Codeína, Oxicodona o, ¿Prefiere seguir con su amado Vicodin? A mí no me engaña, como hizo con la blanda de Tachibana, que ayer me pidió que le pusiera Metadona… ¡Yo no soy su dealer!
Mei, en tal estado de postración se sintió de lo peor. Y entonces recordó su única discusión con Udagawa, hace ya muchos años: "No voy a permitir que mi hija sea criada por una junkie…"
-Sí, soy una miserable junkie…
Pasadas algunas horas entró Sara al cuarto. Ella con un rostro compasivo le puso a Mei un par de pastillas en la boca y susurró en su oído:
-Te estoy dando Ibuprofeno, se lo que hace Miyamoto. En quince minutos dejaré entrar a Yuzu. Resiste Mei. Estoy pensando en un modo alternativo para tratarte, pero debo esperar por la aprobación del director del hospital.
-Anoche no pude pensar ni dormir a causa del dolor… No sé cómo enfrentar a Yuzu.
-Ábrele tu corazón. Confía en ella y en ti.
Luego de que Mei estuvo más tranquila, Sara limpió su cara con una toalla húmeda, le quitó las correas y se despidió dejando la puerta abierta. Un par de segundos después entraron Ume, Misato y Yuzu. Mei bajó la mirada, como queriendo que se la tragara la tierra. La madre fue la primera en hablar.
-Hola hija…- No pudo seguir pues el llanto la avasalló.
-¿Hija?- Mei estaba confundida.
-¡Mamá!- Misato abrazó a su madre con ternura- No te preocupes por nada. Después hablaremos del pasado entre tú y la tía Yuzu.
-¡Perdóname mi niña!- El llanto casi no le dejaba pronunciar palabra a la pelinegra.
Yuzu contemplaba la escena en silencio, mientras sostenía en brazos a un viejo conocido. Se trataba de Kumagoro, el gran oso de peluche que Shou le regaló a Mei cuando era una adolescente. Luego habló:
-Mamá, Misato… ¿Me permiten hablar con Mei a solas?
Las aludidas asintieron y tras darle un beso en la frente a Mei salieron.
-Mi amor… luces terrible- la rubia se acercó y plantó un beso tierno en los labios de Mei.
-Yuzu… tengo algo que decirte, pero no sé por dónde empezar.
La rubia puso el oso en la silla al lado de la cama. En ese momento su semblante pasó de la ternura a la confusión y la rabia.
-Qué tal si empiezas por contarme, por qué no me dijiste nada de tu adicción. ¿Acaso estabas drogada cuando me pediste que volviéramos hace dos años? ¿Estabas drogada cuando dormías conmigo? ¿Estabas drogada frente a mamá y Misato? ¿Estabas drogada cuando la amamantabas? ¿Venías drogada cuando te estrellaste?
¡Maldición Mei!... ¿Sabes que no hay nada que podamos hacer por ti? ¿Sabes acaso que te quedan menos de dos años de vida y tu hija iba a dar un riñón por ti?
Tu hija sabe de este desde antes de que muriera Udagawa; pero guardaba la esperanza de que algún día lo dejarías.
¿Por qué no confiaste en mí?
Ya en ese instante, la rubia no hablaba, gritaba presa de la rabia.
-Lo mejor es que me vaya… Adiós Mei.
Yuzu vio a Mei mover los labios, pero la furia no la dejaba escuchar sus palabras. Salió del cuarto llorando y dando un portazo.