Una hermosa mujer de cabello negro y mirada violeta caminaba humillada y cabizbaja por las calles de sólo Dios sabe qué barrio del inmenso Tokio. Una vez más se equivocó con esa rubia maravillosa a la que quería recuperar. Era tal la tristeza en su alma que no supo en qué momento llegó hasta ese banco en ese parque. Su pena era contagiosa y ésta se manifestó en un cielo gris amenazante.
-¡Maldición! Ya no sé qué hacer… Yuzu no me entiende.
¿Cómo se le ocurre siquiera pensar que le regalé el reloj a Kenji por algo distinto al aprecio?
Aunque, pensándolo bien, lo tengo merecido. Hace años Yuzu me suplicaba casi por un gesto de cariño, daba lo mejor de sí y se conformaba con cualquier insignificancia de mi parte.
Recuerdo cuando me pidió el trato de "Un beso al día", su rostro era como el de un niño pequeño esperando a que papá le dé un dulce.
Por el contrario, yo no era capaz de darle una mísera sonrisa en compensación a los tiernos actos de su ciego amor; encima de todo la traicionaba por partida doble. Además de ocultarle mi compromiso, me iba a casar con un hombre al que ella consideraba su amigo.
Y en el colmo de mi descaro, me decía a mí misma que la víctima era yo… "Pobrecita de mí, mi madre se fue, luego mi padre. Mi abuelo decidió por mí, yo no le pedí a Yuzu que me ame… Pobrecita de mí"
En realidad, nadie me obligó a querer ser una copia al carbón de mi abuelo. Fui yo la que se vendió como vulgar cortesana por un estúpido nombre. Pude haber seguido el ejemplo de papá, mandar el nombre Aihara al infierno e ir en pos de una vida sencilla y feliz.
Pero estaba empeñada en ser la gran Mei Aihara, la que le enseñaría a las mujeres de la élite japonesa cómo comportarse, la que no necesitaba el corazón para otra cosa que no fuera bombear sangre.
Cómo es de extraña la vida, aun siendo yo la expresión física del vampirismo emocional, esa vida que yo no estaba capacitada para vivir me envió a su más bello ángel en un último intento por salvarme. Ese ángel vino a mí ofreciéndome la esperanza en el verde de sus ojos, la verdad en su sonrisa, el fuego de la juventud en sus caricias, el agua que sacia toda sed en sus labios y la calma en sus brazos.
Le arranqué las alas a mi ángel y ni siquiera me digné en verla caer, sino que me marché a cerrar la venta de mi alma corrosiva-.
La tarde ya se estaba convirtiendo en noche mientras aquella dama se sociedad seguía dándose azotes, como era su costumbre desde los doce años. Y habría seguido en ese plan ad infinitum, de no ser por el timbre de su móvil.
-Señora Udagawa, ya estoy en la escuela para recogerlas a usted y a la Señorita.
-Yo no estoy en la oficina, lleva a Misato a casa. Volveré en taxi.
-Como usted ordene Señora.
Tras terminar la llamada, la pelinegra miró a su alrededor y reconoció dónde se encontraba. Era el parque donde consiguió su primera dosis.
Flashback
La Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Tokio era una de las mejores del mundo y su mejor estudiante era Mei Udagawa, la bella heredera de los Aihara y esposa del más joven de los ricos y poderosos Udagawa era la envidia de todos. Notas altas, casi perfectas, un brillante futuro por delante y dos poderosas instituciones donde poner en práctica sus conocimientos. Mei lo tenía todo, excepto noches tranquilas y algo parecido siquiera a una vida.
Una tarde, durante una clase especial, dictada por el mismísimo CEO de Nintendo, Satoru Iwata, la joven aspirante a ejecutiva sufrió un desmayo. Cuando se recobró estaba en la enfermería del campus, una mirada penetrante y sabia la custodiaba. Al descubrir quién guardaba su sueño, la estudiante se puso en pie de un salto y con tono avergonzado dijo:
-Profesor Iwata… por favor discúlpeme por haber interrumpido su clase- luego hizo una reverencia.
-Pierda cuidado… ¿Sabe? Una mujer de su edad sólo se desmaya por una de dos razones: embarazo o cansancio extremo; usted no tiene cara de feliz madre y por lo que escuché acerca de quiénes son su abuelo y su suegro, sólo me queda una opción.
La pelinegra miraba anonadada al legendario ejecutivo.
-Muchos me pagan millones por el consejo que le voy a dar gratis: No hay corporación, fortuna, cargo, carrera o legado familiar que valga el precio de sus horas de sueño, sus comidas a horas, su tiempo con usted misma y sus seres amados… Ahh y por encima de todo ello: la tranquilidad de su conciencia. Le sugiero que se tome el resto del día, salga a caminar, sin planear a donde. Verá cómo sus pies son sabios-.
Dicho esto, el CEO en su tarjeta, programador en su mente y gamer en su corazón se despidió.
Un par de horas más tarde, Mei Udagawa estaba haciendo cosas impensables… sus pies la llevaron hasta un antro X en algún lugar de algún mal barrio. El aire era pesado, la música ensordecedora y los rostros se veían extraños en la semioscuridad que invadía todo. En principio, el sentido común quiso tirar de la pelinegra fuera de allí, pero a su mente vinieron las palabras de Iwata: "Sus pies son sabios…"
-Mis pies me trajeron aquí, por algo será-.
Se acercó a la barra y pidió una botella con agua, el barman la miró de arriba a abajo cuando la desubicada muchacha extendió una tarjeta de crédito para pagar.
-¿Acaso cree que estamos en el Hard Rock Café? Aquí se paga en efectivo-.
Mei, avergonzada, revolvió su billetera buscando, pero como suele pasarle a muchos de "clase alta", todo su dinero era de plástico. En ese instante incómodo, una joven de aspecto extranjero se acercó a la barra, y mirando a Mei con cierta compasión dijo:
-¿Qué pasa linda… primera vez en el mundo real?
-Eso no es de tu incumbencia- espetó Mei con inquietud.
-Que grosería, viniendo de una niña de papi que no puede pagarse una botella con agua… ¡Rex! yo pago la bebida de la princesita. Un placer, me llamo Siobhan-.
La mencionada era una descomunal belleza irlandesa, alta, de ojos como la miel pura, piel blanca con unas cuantas y hermosas pecas que le daba un aire juvenil y su mayor atributo: un cabello rojo como el sol al atardecer, rizado, abundante y libre.
Luego de recorrer a Mei con la mirada y ante el silencio de la pelinegra dijo:
-Yo creí que en Japón le enseñaban a la gente a saludar.
-Lo siento, Mei Udagawa, gracias por lo de la botella. Mejor me voy.
-¿Tan pronto princesita? Si alguien como tú terminó metida en un lugar como este, es porque algo busca…
Por alguna extraña razón, Mei se sintió cómoda con la chica irlandesa y sin esperar una respuesta en concreto dijo:
-Tal vez tienes razón… busco algo, pero no sé exactamente qué…
-Me atrevería a afirmar por tu facha que eres la típica niña de noble cuna que fue criada en una torre de marfil, llena de lujos y reglas, pero cero contacto con las personas. Por el anillo en tu dedo veo que saliste de la torre directo al altar. Así que pasaste de una prisión a otra. Quieres escapar, pero no sabes cómo ni a donde.
-No te imaginas cuánto-, contestó Mei bajando la mirada.
-Pues, ¿Qué te parece si comienzas por darle a tu cerebro algo más que agua? ¡Rex! Tráeme dos copas de Absinthe.
-¿Qué es Absinthe?
-¿Has oído hablar de los "Poetas malditos"? Baudeliere, Balzac, Rimbaud…
-Sí, vagamente; recuerdo haber leído "Les fleurs du mal".
-Pues esos tipos tomaban Absinthe, con eso en sus cabezas rompían las barreras mentales y sacaban a flote sus instintos e ideas para sus obras.
-Nunca he bebido
-Princesita, para todo hay una primera vez y las personas como tú necesitan de "Ayuda etílica" para dejar de actuar como robots.
-¿Es muy fuerte?- Mei miraba su copa llena de aquél líquido verde.
-No te preocupes, sólo tomarás un trago.
La pelirroja levantó su copa y con tono solemne pronunció unas palabras que Mei jamás olvidaría y que, a la postre, serían su mantra de autodestrucción:
-No importa lo que hagas… o cuanto lo intentes, ¡siempre serás el malo del cuento!
El sentido del gusto de Mei chilló ante la bebida, cargada del milenario y peligroso ajenjo, sintió como su garganta se quemaba. Aun así vació la copa de un sólo trago frente a la mirada divertida de Siobhan. Lo siguiente que hay en la memoria de la pelinegra es la irlandesa tomándola de la mano para llevarla a la pista de baile, el movimiento cadencioso de ésta, sus torpes intentos por seguirle el paso y una canción:
♫ You'll soon be hearing the chime
Close to midnight
If I could turn back the time
I'd make all right
How could it end like this?
There's a sting in the way you kiss me
Something within your eyes
Said it could be the last time
'Fore it's over!
Just wanna be
Wanna bewitch you in the moonlight
Just wanna be
I wanna bewitch you all night
It keeps on giving me chills
But I know now
I feel the closer we get
To the last vow
I don't wanna end like this (Like this, yeah)
But the sting in the way you kiss me (I'm loving it)
Something within your eyes
Said it could be the last time
'Fore it's over!
Just wanna be
Wanna bewitch you in the moonlight
Just wanna be
I wanna bewitch you all night
Just wanna be
I wanna bewitch you, one last time in the ancient rhyme
Just wanna be
I wanna bewitch you all night
Just wanna be
Wanna bewitch you in the moonlight
Just wanna be
Wanna bewitch you all night
Just wanna be
Wanna bewitch you in the moonlight
Just wanna be
I wanna bewitch you all right
All right!
Woh-woh-woh, wohh!♫
Mei bailó, gritó, saltó, lloró e hizo todas las locuras que imaginó. Por fin se sentía libre; poseída por los vapores del licor tomó a su nueva cómplice de la mano y dijo:
-Me guiaste al agujero del conejo… ¿Entrarás en él conmigo?
-¿Quieres que sea tu gato de Cheshire Alicia?
A la mañana siguiente, un terrible dolor de cabeza, acompañado de un temblor despertó a Mei, quien se hallaba en la habitación de un hotel de mala muerte. Estaba desnuda, con evidentes señales de una jornada de pasión en su cuerpo. Luego de vestirse y encontrar que no faltaba nada en su cartera, vio a la mesa de noche y halló una carta que decía:
-"Alicia, si quieres volver al País de las Maravillas, llama a éste número. El señor Takeda te dará lo que necesites…
Siobhan".
La pelinegra tomó su móvil y marcó el número. Al segundo timbre, una voz áspera respondió:
-¿Qué necesita?
-Soy amiga de Siobhan, me dio su número…
-Le cuesta doscientos dólares.
-Está bien. ¿Dónde lo encuentro?
-Llegue al Parque Occidental en veinte minutos, busque una camioneta Hilux roja.
Como si fuese una autómata, Mei fue al punto convenido, temerosa se acercó al vehículo donde le entregaron un pequeño frasco de píldoras.
Ya de camino a casa, sentada en el asiento trasero de su auto, ella tomó dos de aquellas misteriosas pastillas. Un par de minutos después era de nuevo Alicia entrando al agujero del conejo.