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CAPÍTULO 12: AINHOA Y EL LOBO

"La luna brillaba en lo alto del cielo iluminando el bosque,

en ese punto donde la oscuridad se mezcla con la luz,

sus ojos transmitían algo que no pudo identificar,

ya no parecía aquel ser salvaje y feroz.

Caperucita se permitió amar al lobo por un momento."

TOM

Respiraba agitadamente y sus ojos se estaban volviendo negros como el carbón, su piel se tornó colorada y nuevamente su magia se descontrolaba. Sentí que alguien me tomaba del brazo y cuando regresé la mirada me di cuenta de que una sonriente Walburga apoyaba su cabeza en mi hombro, disfrutando de la imagen que teníamos de Ainhoa. Slughorn movió su varita y en un par de segundos ella volvió a la normalidad, pero sus ojos estaban fijos en mi "dulce" acompañante. Se irguió, levantó la cabeza, plantó una sonrisa y volvió a emprender su camino hasta donde estábamos. La habitación se había quedado en completo silencio esperando a que ella reaccionara, pero se limitó a ignorarnos y a hablar con el profesor.

-Debería usted tener más cuidado, señorita Grindelwald. - Slughorn la previno con una sonrisa. - ¿Cómo se encuentra una de mis estrellas? - Sabía que yo era la otra, el viejo profesor se había obsesionado conmigo y con ella, pero a ella la miraba con tal admiración que le costaba ocultar. En cierta ocasión lo escuché decir que la quería como a una hija.

-Diría que bien. - Su sonrisa se hizo más amplia, después de mirarla por unos minutos más me di cuenta de que sus ojos todavía eran negros. - No se preocupe, profesor, siempre ocurren cosas que uno no puede manejar... Cosas inesperadas. - Su mirada se topó fugazmente con la mía y luego la fijó en Walburga que me miraba embobada, esta tía era muy estúpida enserio. Empiezo a cuestionar mis propias decisiones últimamente. Un crucio te ayudaría a espabilar, idiota. - ¿No es así Walby? - La aludida levantó la mirada y asintió con una sonrisa maliciosa en el rostro. El profesor comenzó a hacerle preguntas y se enfrascaron en una discusión sobre la forma correcta de preparar la Amortentia, claro que Slughorn me hizo partícipe, tuve que sonreír forzosamente y dar mi opinión en alguna que otra ocasión.

-R-Riddle. - Aunque no me gustara aceptarlo me estaba entreteniendo mucho con la pequeña charla que teníamos los tres, bufé cuando escuché a Walburga llamarme.

- ¿Qué quieres, Black? - Presté atención a un pequeño consejo de parte de Ainhoa sobre la poción muertos en vida.

-Yo...Yo. - Enserio no podía articular una palabra entendible, esa chica era una idiota completa. Regresé la vista hacía ella sin ocultar mi irritación, lo que vi después me desconcertó. Walburga trataba de sujetarse a mí con las pocas fuerzas que tenía, sus labios sangraban y estaba muy pálida. Sus ojos estaban inyectados en sangre, podía sentir su piel hervir. - Ayúdame. - Susurró antes de desmayarse, por acto reflejo la sostuve antes de que su cabeza impactara contra el suelo. Slughorn se apresuró a cogerla en brazos y salir corriendo con ella hacia la enfermería ¿Qué demonios había pasado? Cuando levanté la mirada me di cuenta de que Ainhoa sonreía complacida terminando su cerveza de mantequilla.

-Es hora de que te acompañe a tu sala común, supongo que con esto la reunión ha culminado. - Potter la miraba preocupado, ella asintió, sus ojos habían vuelto a su color normal. En un arrebato que no esperaba ella enlazó sus dedos con los de él, la sangre me hervía en las venas.

-Adiós, Riddle. - La odiaba, lo odiaba, los odiaba. ¿Por qué mierda me sentía así? Al parecer me estaba enfermando, el pecho me dolía. Debería ir a ver a Madame Anabela y pedirle que me revise, últimamente me duele demasiado el pecho y el estómago.

-Pensé que ella era tu amiga. - Giró bruscamente y clavó sus ojos en los míos, desafiante y altiva como solo ella podía serlo. - Ni si quiera te has inmutado ante su desmayo. - Me encogí de hombros, ella sonrió con sorna y sin responderme salió de la habitación a paso firme.

Esperé a que todos se fueran y comencé a revisar los títulos de los libros que había en los libreros de Slughorn, el hecho de que Ainhoa se alegrara de que su amiga terminara en ese estado me daba mala espina y yo nunca me equivocaba. Comencé a aburrirme de esperar ahí, decidí ir a la enfermería a preguntar qué había pasado, cuando me disponía a salir el profesor entró en su oficina preocupado.

-Profesor, ¿Cómo se encuentra Black? - Usé el tono más preocupado que tenía y esperé a que me respondiera.

-Pues a la señorita Black le lanzaron una maldición. - Suspiró agotado. - No sabemos qué maldición es, nunca había visto algo tan complejo desde...- Se dio cuenta de que decía demasiado y evitó el tema, pero la curiosidad ya me había picado.

- ¿Qué le sucede?

-Es complicado, un hechizo muy complicado. - fijó la mirada en un punto lejano de la habitación. - La sangre se vuelve agua en sus venas y después de un rato su temperatura aumenta hasta el punto de hacerla hervir. Dumbledore esta igual de preocupado, ni siquiera él tiene conocimiento de lo que le sucede. - Asentí y alegando cansancio me retiré de su oficina, no sin antes pedirle cordialmente que me mantuviera informado sobre la salud de mi compañera.

Emprendí el camino hacia la sala común, la cabeza me daba vueltas tratando de descifrar que hechizo había empleado Grindelwald para poner en esa situación a Black. Suspiré con cansancio y soltando un poco el nudo de mi corbata llegué a la puerta de la entrada de la sala común, pero lo que vi hizo que me desborde.

Ainhoa se encontraba atrapada entre el cuerpo de Potter y una de las paredes, sus manos se encontraban en la cintura de ella. La ira me cegó, seguido de un dolor en el pecho, en serio debería ir con Madame Anabela.

- ¡Depulso! - Potter salió volando por los aires hasta impactar contra la entrada de la sala común, se frotaba la cabeza confundido y con notable molestia en los ojos. - ¡Flipendo! ¡Volate Ascendere! ¡Verdimillious!

- ¡Tom, detente lo matarás! - Ainhoa se interpuso entre Potter, quien tosía y se retorcía en el suelo, y yo. Solo veía mi objetivo, veía sus asquerosos labios en los de ella, la saqué de en medio con mi mano derecha.

-Levántate, mestizo de mierda. - Intentó pararse del suelo. - ¡Depulso! - cayó de espaldas unos metros lejos de nosotros. - ¡Que te levantes, asqueroso león! - Lo cogí del brazo y comencé a subir las escaleras, escuché a Ainhoa correr tras nosotros, me detuve a orillas del lago negro. - Saca tu varita, defiéndete o me harás esto muy fácil. - Potter me dedicó una mirada de odio, se limpió la sangre que caía de uno de los lados de sus labios. Se puso en posicionó frente a mí y con su varita me apuntó.

- ¡Expelliarmus! - Esquivé su hechizo con facilidad y solté una carcajada.

- ¿Eso es todo lo que tienes? - Comenzó a lanzarme hechizos, los evitaba con facilidad. -Mi turno. - Ainhoa volvió a colocarse en medio de ambos.

-Es suficiente. - Me apuntaba con su varita, estaba descalza y se encontraba en posición de duelo, defendiendo a Potter.

-No lo creo. - En un ágil movimiento de varita la moví de en medio y la encerré en una burbuja. - ¡Crucio! - No pude evitar sonreír mientras lo veía quejarse de dolor, había soltado su varita y se abrazaba a sí mismo en un intento de deshacerse del dolor.

- ¡Imperius salo! - Sentí como mi cuerpo se llenaba de corriente, no dejaría que me doblegara. Ainhoa estaba frente a mí y ayudaba a Potter, este se había desmayado por el dolor, era un ser débil. - Ni te atrevas a lanzarle un hechizo más. - Su voz era un siseo, pronunció un Obliviate y comenzó a borrar lo que pasó en la última hora, hasta su beso. Lo hizo levitar y con otro hechizo lo envió a la enfermería para que lo curaran. - ¡Tú!

- ¡Yo! - Grité serio frente a ella, quería causarle dolor, quería que pagara ella también el haber besado a esa poca cosa de Potter y lo haría. - ¡Crucio! - Sus ojos se abrieron como platos, pero no logré arrancarle ni un solo grito de sus labios, solo podía ver como su cuerpo se retorcía en el suelo. - ¡Candorem! - Su piel se tornó roja y de sus labios escapó un pequeño grito de dolor, ella había usado un hechizo prohibido, yo también sabía muchos.

- ¡¿Por qué demonios haces esto, Riddle?!- Se incorporó del suelo y me apuntó con su varita. - Charlus no te ha hecho nada, idiota.

-Te equivocas. - Me fulminó con la mirada. - Existe y eso es suficiente razón para que lo odie.

- ¡Suffocatur! - Mis pulmones comenzaron a llenarse de agua. Comencé a toser en busca de aire y el agua salía de mi nariz, oídos y boca cada vez que tosía; con un hechizo no verbal terminé con el hechizo, estaba cansado y pude notar que ese hechizo también la había agotado un poco. - No te metas conmigo, ni con los que quiero Riddle, porque...

-Yo hago lo que se me viene en gana. - La cogí de la muñeca y comencé a arrastrarla conmigo, adentrándonos en el bosque. - Yo cuido lo que es mío y tú eres mía.

- ¿Eres idiota natural o te esfuerzas? - Su cuerpo comenzó a temblar por la ira, en este punto yo también lo hacía. - No soy de nadie, menos tuya.

-Sigue negándolo. - Sonreí con suficiencia, la solté quedando frente a frente en medio del bosque. - Sé que te pongo nerviosa cuando me acerco a ti, sé que no te soy indiferente. Lo he comprobado las veces que te he besado y puedo demostrártelo ahora mismo. - Retrocedió un paso, yo avancé uno en su dirección.

-Aléjate Riddle o no respondo.

- ¿Me harás lo mismo que a Black? - Se descolocó por completo ante mi pregunta- por cierto, ¿Qué le hiciste? Dumbledore está preocupado porque podría morir si no contrarrestan el maleficio.

-Sirius...- Susurró un nombre que no me sonaba de ningún lado, miraba el suelo preocupada y una lágrima rodó por su mejilla. - ¡Soy una idiota! - Se dejó caer de rodillas en el césped y comenzó a llorar, en el tiempo que la conocía nunca la había visto llorar. - Ella podría morir por mi culpa. - Todo el enojo que había sentido hasta hace un momento se disipó, solo quedaba una extraña sensación. Quería abrazarla, consolarla, secar sus lágrimas; pero ¿Por qué? ¿Por qué siempre me enojaba verla con Potter? ¿Por qué siempre terminaba protegiéndola, cuidando de ella? ¿Por qué no podía dejar de verla en cada clase que teníamos juntos o cuando la veía cruzar por los pasillos?

-No llores.- Antes de si quiera pensarlo me encontraba arrodillado frente a ella, levante su mentón con mi mano derecha, sin apartar la mirada de sus verdes ojos comencé a secar sus lágrimas.- Puedes arreglarlo.- Una lágrima cayó por el borde de su ojo izquierdo, tenía la mirada más triste que había visto en mi vida y la necesidad de cuidarla se hizo más grande.- Eres muy inteligente, sé que no utilizarías un hechizo de ataque sin aprender el que lo contrarreste por si alguien te lo lanza alguna vez.- Ella asintió en señal de afirmación.- ¿Ves que no eres tan idiota?- Ella soltó una pequeña carcajada, algo que sonó musical a mis oídos. No pude evitar sonreír sinceramente al escucharla reír, nunca había sonreído de verdad frente a nadie. Nunca había hecho esto por nadie.

-Gracias. - Susurró. - ¿Qué hora es?

-Deben ser más de las doce. - Se acomodó en su lugar y yo tomé asiento junto a ella. - Vestida así pareces caperucita roja. - Ella rodó los ojos y sonrió, sentí una calidez indescriptible inundar mi pecho cuando ella sonrió para mí.

-Si yo soy Caperucita roja, entonces tú debes ser el lobo. - Reí por sus palabras y asentí, ¿Qué estaba pasando conmigo? ¿Qué pasaba con el heredero de Slytherin? ¿Me estaría volviendo un adolescente hormonal? Fijé la vista en ella, su perfil estaba iluminado por la luna, quería besarla más que a nada en el mundo. Ella giró su rostro hacia mí y sin darle tiempo a nada la tomé de la nuca y la acerqué hasta juntar nuestros labios. No era un beso lujurioso como los anteriores, este era un beso apacible, relajado, dulce. ¡Detente, estúpido! ¡Los planes Riddle, los planes! Apagué mi consciencia, si no la había tenido en cuenta antes, podría ignorarla también ahora. ¿Y si el lobo se enamoró de caperucita?

AINHOA

No era correcto, caperucita no besaba al lobo, huía de él y trataba de matarlo para que no pudiera hacer daño. ¡Para! ¡Recuerda quien es! ¡Los planes Grindelwald, los planes! Shh... querida consciencia guarda silencio solo un momento.

Debería matarlo, debería hacerle pagar todo lo que les hizo a mis amigos; sin embargo, no puedo separarme de él ahora. Terminó el beso y se separó lentamente, sus ojos no eran rojos, ni negros, eran azules. Un azul muy intenso. No tenía una forma monstruosa, ni había asesinado a alguien. Pero lo hará, la maldad vive en él. Recuerda, él no conoce el amor.

Se encontraba con la cabeza hacia atrás en dirección al cielo, sus ojos cerrados. No se le veía feroz, ni salvaje. No era aquella criatura inhumana que conocía, su aura tenía luz y oscuridad. Aún era humano, aún podía ser salvado ¿o no?

- ¡Bombarda! - Riddle y yo nos movimos por instinto al escuchar el hechizo, este cayó directo en el lugar donde estábamos sentados, buscamos con la mirada a quien nos había atacado, pero no había nadie. Juntamos espalda con espalda y esperamos a que apareciera. - Pequeña Grindelwald, Gellert quiere verte. - El corazón se me saltó un latido y hasta se me secó la garganta, podría engañar a todos menos a mi bisabuelo. - ¡Desmaius!

- ¡Protego! - Tom se encontraba delante de mí protegiéndome con su cuerpo y un escudo que no duraría mucho. - ¡Ainhoa, despierta! - Moví la cabeza, no podía entrar en pánico, nadie podía saber nada y si mi abuelo lo sabía estaría a su merced. Me puse en posición de ataque.

-El mensajero siempre muere, querido.- Sonreí con suficiencia y comencé atacarlo, después de diez minutos de lanzarnos hechizos sin más, logré que una bombarda máxima le diera de lleno en el pecho haciendo que se estrellara contra uno de los árboles, me acerqué a él y se cogía la cabeza aturdido.- Lo siento.- Susurré, apunté a su cabeza.- Avada Kedavra.- Hace mucho que no pronunciaba esas palabras, su cuerpo inerte estaba frente a mí y solo podía pensar en que Gellert Grindelwald realmente me estaba buscando.

- ¿Estas bien? - Casi había olvidado que Riddle estaba ahí.

-Lo maté. - Susurré, en realidad lo afirmaba más para mí misma que para él.

-Fue en defensa propia. - Me abrazó, me sentí gelatina en sus brazos y cogiéndome del cuello de su camisa comencé a sollozar.

- ¡Aqueum sanguinem! - El hechizo golpeó de lleno la espalda de Riddle, que cayó desmayado. Un hombre encapuchado nos miraba desde arriba, saqué mi varita y me posicioné protegiendo a Tom, el hombre se descubrió dejándome ver su rostro. - Querida sobrina, creo que debemos hablar. - Mi bisabuelo sonreía malicioso frente a mí, si antes el corazón se me había saltado un latido ahora simplemente ya no latía.

- ¡Expelliarmus! - La voz de Dumbledore me hizo regresar a la realidad. - Corre hacía el castillo y llévate a Riddle contigo. - Asentí aun en estado de shock. Traté de levantar a Riddle del suelo, pasé uno de sus brazos por mis hombros y comencé a caminar hacia el castillo. Una vez dentro corrí lo más que pude con Riddle a la enfermería.

-Ainhoa. - Su voz sonaba apagada, le pedí que no hablara. - ¿Tú estás bien? - Asentí en señal de afirmación, sonrió y después se desmayó. Lo dejé en una de las camillas y deshice el maleficio en él y en Walburga, me senté a su lado mientras Madame Anabela lo revisaba, le dio una dosis de poción para dormir y me dio cinco minutos para que me despidiera. Lo observé dormir apaciblemente y no pude evitar sentirme culpable por su estado, suspiré y depositando un beso en su frente salí de la enfermería con una única pregunta en la mente: ¿Y si caperucita se encariñó con el lobo?