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Capítulo 161: Sombras y Alianzas

El cielo sobre Múnich se mantenía despejado, pero una sensación de inquietud comenzaba a asentarse entre aquellos que habitaban la ciudad. Lysara había logrado lo que parecía imposible: convertir a Múnich en una capital próspera para los vampiros, restaurando no solo la paz sino también el orden en una tierra devastada por el caos de la guerra. Sin embargo, como siempre, el equilibrio frágil de poder estaba amenazado, y Lysara sabía que no podía permitirse bajar la guardia.

Desde su residencia en lo alto de la ciudad, Lysara observaba cómo el sistema que había implementado empezaba a funcionar como una maquinaria bien engrasada. Los humanos colaboraban en la medida justa, cumpliendo con sus obligaciones de suministro de sangre, mientras los vampiros mantenían su parte del acuerdo: seguridad y prosperidad. Pero incluso en medio de este éxito, Lysara no se engañaba. Sabía que las sombras no habían desaparecido, simplemente se habían replegado, esperando su momento.

Mientras tanto, pequeños reportes de actividad licántropa en las afueras de Múnich comenzaban a llegar. Eran rumores vagos, fragmentos de información, pero lo suficiente como para despertar la atención de Lysara. Aunque los licántropos habían sido diezmados tras la muerte de Varik, no eran una amenaza que desapareciera fácilmente. Las facciones que quedaban estaban fragmentadas, pero podían reorganizarse y volver a ser una molestia si no se manejaban con rapidez.

Esa tarde, Lysara convocó una reunión con sus asesores más cercanos y vampiros de confianza. La gran sala, decorada con estatuas de piedra y tapices antiguos, estaba llena de la energía vibrante de sus seguidores más leales. Lysara, erguida en el centro de la habitación, no necesitaba levantar la voz para que todos prestaran atención.

—Los rumores de actividad licántropa en los alrededores no pueden ser ignorados, —comenzó, con una frialdad calculada—. No cometeré el error de subestimarlos. Aunque divididos, aún son una amenaza latente. Debemos eliminarlos antes de que se fortalezcan nuevamente.

Uno de sus lugartenientes, un vampiro joven pero hábil llamado Adrianus, inclinó la cabeza en señal de respeto.

—Mi señora, nuestras patrullas han reforzado las fronteras de la ciudad. Sin embargo, creemos que algunos licántropos han comenzado a moverse más al sur. Si se agrupan, podrían formar una fuerza considerable.

Lysara asintió, asimilando la información. Sabía que la clave para mantener Múnich bajo control no era solo erradicar las amenazas internas, sino también proyectar su poder más allá de las fronteras. Su influencia no debía ser desafiada.

—Organizaremos una fuerza especial, —ordenó con determinación—. Iremos a las zonas donde los rumores son más persistentes. No quedará ninguno de ellos.

Después de la reunión, mientras la noche comenzaba a caer sobre la ciudad, Lysara decidió moverse de manera más discreta. Sabía que la fuerza y el miedo eran solo una parte de su poder; la diplomacia y las alianzas ocultas también eran esenciales. Tenía contactos en diferentes regiones de Europa, antiguos aliados que aún no se habían manifestado en los últimos tiempos de guerra, pero que podrían ser útiles en esta nueva etapa de consolidación.

Esa misma noche, Lysara decidió que era momento de establecer comunicación con un viejo aliado: Narek, un vampiro tan antiguo como ella, conocido por sus estrategias políticas y su vasto conocimiento de los movimientos licántropos en Europa oriental. Si alguien podía proporcionarle información valiosa y un posible apoyo, era él.

En su estudio privado, Lysara preparó un mensaje, escrito con la caligrafía precisa que caracterizaba a los antiguos vampiros, sellado con un símbolo que solo unos pocos reconocían. Envió el mensaje a través de uno de sus mensajeros más confiables, sabiendo que Narek tardaría en responder, pero que su influencia podría ser decisiva en los próximos movimientos.

Al día siguiente, mientras caminaba por las calles revitalizadas de Múnich, Lysara sentía el poder fluir a su alrededor. Las miradas de los humanos reflejaban respeto, algunos incluso reverencia. Sabían que su seguridad dependía de ella, y eso fortalecía aún más su control sobre la ciudad. No obstante, siempre estaba presente la sensación de que algo acechaba, algo que aún no se había revelado por completo.

Durante una reunión con los líderes humanos, Lysara discutió cómo mejorar aún más la ciudad, ofreciendo incentivos para que nuevos habitantes llegaran. Sabía que, para mantener el equilibrio, la población humana debía aumentar, pero todo debía hacerse bajo sus estrictas condiciones. El pacto de sangre debía ser respetado, y la ciudad se fortalecería solo si los humanos entendían su lugar.

Lysara era consciente de que su control de Múnich debía ser firme, pero también debía ser inteligente. La expansión de poder no siempre se trataba de guerras y batallas. A veces, el control más fuerte era aquel que se establecía en los corazones y mentes de quienes te servían, incluso de aquellos que creían estar libres.

Pasaron días, y mientras Múnich se transformaba en una ciudad cada vez más próspera y segura, Lysara seguía esperando noticias de Narek. Sabía que el tiempo jugaba a su favor, pero también entendía que cada momento de inacción era una oportunidad para sus enemigos.

Una noche, mientras la luna llena brillaba sobre la ciudad, uno de sus mensajeros llegó con una carta sellada. Al abrirla, una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro de Lysara. Narek había respondido.

La carta era breve, pero contundente: "Los licántropos están más cerca de lo que crees. Pero no es el sur lo que debe preocuparte. Busca en el norte."

Las palabras de Narek resonaban en su mente. El sur había sido una distracción. Su verdadera amenaza estaba en el norte, donde las sombras se movían sin ser vistas. Lysara comprendió que, para proteger su ciudad y su futuro, tendría que moverse más rápido y más estratégicamente de lo que había anticipado.

Lysara permaneció inmóvil por unos momentos, con la carta de Narek aún en sus manos. El mensaje era claro: el verdadero peligro no estaba donde sus informes iniciales lo habían señalado. El norte, una región que hasta entonces había permanecido relativamente tranquila, ocultaba algo que requería su atención inmediata. La situación exigía un cambio de estrategia, y Lysara no era de las que dudaban cuando se trataba de proteger su territorio.

La fortaleza de Múnich, ya transformada bajo su dominio, debía mantenerse como el símbolo de la nueva era vampírica. Sin embargo, sabía que no podía centrarse solo en la reconstrucción interna. El equilibrio entre el poder y la amenaza era demasiado frágil. El norte, según Narek, albergaba más que simples licántropos dispersos; algo más profundo y organizado se movía entre las sombras.

Esa misma noche, convocó a Adrianus y a los líderes más cercanos para trazar un nuevo plan. Mientras se reunían en la gran sala de la fortaleza, la atmósfera era tensa. Todos sabían que, aunque habían ganado terreno en Múnich, cualquier error estratégico podría significar su caída. Lysara, con su calma habitual, habló con autoridad.

—Nuestras prioridades han cambiado. El norte es ahora nuestro foco principal. Los licántropos han estado usando nuestras distracciones en el sur para reorganizarse sin que nos demos cuenta. Debemos adelantarnos y acabar con ellos antes de que tengan la oportunidad de unirse y atacar.

Adrianus, que había estado al frente de las operaciones en el sur, asintió, pero no sin cierta preocupación.

—¿Estamos seguros de que los informes no son una trampa? Narek es astuto, pero siempre juega sus propios juegos.

Lysara lo miró con firmeza.

—Narek es de los pocos en quienes podemos confiar en este momento. Y si él dice que el norte es la verdadera amenaza, no vamos a ignorarlo. Hemos limpiado Múnich, pero no cometeremos el error de pensar que estamos seguros mientras nuestros enemigos aún existan.

Los líderes vampiros, aunque conscientes del peligro, no podían evitar sentir una creciente confianza en la capacidad de Lysara. Bajo su liderazgo, habían transformado una ciudad devastada en un refugio de poder y seguridad. Sin embargo, como siempre, el balance entre los vampiros y los licántropos era inestable. La guerra nunca estaba completamente lejos, y la paz, siempre frágil.

—Entonces, —continuó Lysara—, organizaremos un pequeño grupo de élite. Atacaremos los asentamientos licántropos en el norte de manera preventiva. No daremos tiempo para que se unan, ni para que intenten otra emboscada como lo hicieron antes. Quiero a los mejores cazadores a mi lado para esto. No habrá margen de error.

Con el plan establecido, Lysara se retiró a su residencia personal en la fortaleza. Mientras se preparaba para la próxima fase de su campaña, no podía evitar sentir una leve inquietud. Sabía que no podía depender solo de la fuerza bruta. Había logrado establecer una paz precaria con los humanos en Múnich a través de acuerdos y pactos que aseguraban un flujo constante de sangre sin tener que recurrir a la violencia abierta. Pero expandir ese modelo más allá de la ciudad sería complicado, especialmente con la amenaza licántropa siempre presente.

Los humanos, aunque aparentemente en paz, no eran ingenuos. Muchos aún temían a los vampiros, y cualquier error podía provocar una rebelión silenciosa. Por eso, la imagen de la ciudad debía ser cuidadosamente construida: un lugar donde los vampiros y los humanos podían coexistir bajo las reglas de Lysara, pero donde el poder real siempre residiera en las sombras.

Al día siguiente, cuando la noche cayó sobre Múnich, Lysara salió con su grupo de élite en dirección al norte. Moviéndose entre las sombras, el grupo avanzó con sigilo y precisión. Mientras se alejaban de la ciudad, las calles bien iluminadas y las murallas fortificadas quedaban atrás, dando paso a las tierras salvajes y oscuras donde los licántropos aún acechaban.

El frío viento del norte golpeaba su rostro, pero Lysara no titubeaba. Sabía que este era el precio de mantener su dominio. No solo se trataba de poder, sino de supervivencia. Los vampiros, después de haber estado al borde de la extinción, no podían permitirse ningún error.

Tras varias horas de viaje, el grupo llegó a los límites del norte. La región, que había sido pacífica durante años, mostraba signos de haber sido ocupada recientemente. Las marcas en el suelo, el olor a sangre y el leve rastro de actividad licántropa indicaban que Narek tenía razón. Los licántropos estaban comenzando a organizarse de nuevo, pero aún no estaban listos para un ataque.

Lysara miró a su alrededor, sus ojos agudos captando cada detalle.

—Estamos cerca. —murmuró—. El alfa que lidera este grupo se cree seguro aquí. Pero se equivoca.

Con una velocidad inhumana, el grupo se dispersó en silencio, rodeando el campamento licántropo. Lysara se movía con la gracia letal que la caracterizaba, sus sentidos alerta para cualquier movimiento. Esta batalla no sería como las anteriores. Era un ataque preventivo, una jugada táctica para eliminar a los enemigos antes de que pudieran volverse una amenaza real.

Cuando finalmente se lanzó el ataque, fue rápido y decisivo. Los licántropos no tuvieron tiempo de reaccionar. Lysara y su grupo cayeron sobre ellos como sombras en la noche, destruyendo a cada uno antes de que pudieran organizarse. No hubo misericordia, solo precisión letal. En cuestión de minutos, el asentamiento fue reducido a nada.

Cuando todo terminó, Lysara permaneció de pie en el centro del campo de batalla, observando los cuerpos caídos de sus enemigos. Sabía que este era solo un paso más en su plan de consolidación. Múnich sería más que una simple ciudad bajo su control; sería un símbolo de lo que los vampiros podían lograr. Pero primero, debía asegurarse de que no quedaran amenazas ocultas.

—El norte está asegurado, —dijo Lysara, mirando a su grupo—. Pero no bajaremos la guardia. Nos expandiremos solo cuando el terreno esté limpio. Hasta entonces, Múnich será nuestro bastión impenetrable.

Mientras regresaban a la ciudad, Lysara sabía que, aunque habían ganado esta batalla, la guerra por el control total aún estaba lejos de terminar. Pero si algo había aprendido a lo largo de los siglos, era que la paciencia y la estrategia siempre triunfaban sobre la fuerza bruta. Y ella, más que nadie, sabía cómo jugar el juego de las sombras.