Clei se encontraba en una encrucijada. El polvo flotaba en el aire, danzando con la luz que se filtraba por las ventanas rotas. Las paredes, una vez majestuosas, ahora se inclinaban como ancianos cansados
****
En un mundo donde los castillos en ruinas guardaban secretos ancestrales y las alas de los ángeles eran tan reales como los corazones rotos, Clei se encontraba en una encrucijada. El polvo flotaba en el aire, danzando con la luz que se filtraba por las ventanas rotas. Las paredes, una vez majestuosas, ahora se inclinaban como ancianos cansados.
Clei era un ángel caído, pero no por elección. Sus alas, antes extendidas con orgullo, ahora estaban maltrechas y rotas. Cada aleteo le dolía como aquel recuerdo de un reino una vez junto .
Deymon, su antiguo compañero, lo había seguido hasta este lugar olvidado. La traición ardía en sus ojos, y su mano apretaba el cuello de Clei con fuerza. Afuera, el abismo esperaba, hambriento y oscuro como la boca de un demonio.
-¿Qué hice mal? -susurró Clei, su voz apenas un eco en la sala desolada.
Deymon sonrió, pero no había dulzura en su expresión. Solo crueldad. Sus labios rozaron la mejilla de Clei, y el ángel sintió el frío de la traición. "No dolerá, conejito", susurró. Y luego, sin más, lo soltó.
Clei cayó. El viento rugió en sus oídos, y el dolor atravesó su cuerpo como cuchillas afiladas. Pero antes de que el abismo lo devorara, despertó en su cama, sudoroso y temblando.
¿Un sueño? ¿Una visión? No lo sabía. Pero una cosa era segura: su destino estaba entrelazado con el de Deymon. ¿Amigos o enemigos? ¿Ángeles o demonios? Las sombras del pasado y el presente guardaban las respuestas.
Y mientras Clei se levantaba, sus alas aún palpando en su espalda, supo que la lucha estaba lejos de terminar.