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El monstruo del cementerio

Estaba tan silencioso que aterraba, tan oscuro que se sentía una pesadilla. No había nada más horroroso que no escuchar a los experimentos y no ver un rastro de luz al rededor. Y estaría temblando de pavor y removiéndome de un lado en busca de un panorama más claro si no fuera porque los brazos protectores de Rojo me sostenían. Él me afirmaba a su pecho, a ese calor que bastaba para sentir seguridad.

Comencé a cuestionarme si realmente estaban ahí, o sí a causa de la manta térmica habían tomado otro rumbo. Quizás lo habían hecho, después de todo, esas cosas miraron nuestras temperaturas y fue a causa de ello que nos buscaron. Y a causa de que no vieron más temperaturas, se marcharon.

Ojala fuera cierto eso último. Pero Rojo no daba señal, y si él no la daba... Si él no se levantaba y abría esa puerta, quería decir que esas criaturas seguían cerca. Buscándonos. Estaría preguntándole lo más bajo posible, pero mi boca estaba completamente sellada, dispuesta a esperar más tiempo, porque tal vez, si soltaba un poco de mi voz, por más bajo que fuera el volumen, ellos escucharían.

Esperar era lo mejor. La pregunta era saber por cuánto tiempo esperaríamos aquí. Lo que menos quería era que nos tomara el mismo tiempo que pasamos Rojo y yo atrapados en el almacén junto a la zona x, porque estaba segura que no aguantaríamos tanto tiempo, siendo más un lugar pequeño y sabiendo que después de tanto caminar, la mayoría tendría hambre y sed.

La exhalación silenciosa de Rojo, cosquillando la piel de mi cuello, fue suficiente para encogerme en sus brazos y sacudir levemente mis huesos. Salí de mis pensamientos para concentrarme en la forma en que sus piernas empezaron a abrirse para dejar mi trasero cuidadosamente en el suelo, y acomodarse silenciosamente a cada lado de mi cuerpo. En ese instante mi cuerpo se estremeció y todo el pelo de mi cuerpo se puso de punta al escuchar ese alargado e interminable sonido rasgado como si algo estuviera arrastrándose por la pared, algo metálico...

Un momento. Ese sonido antes lo había escuchado, si mal no recuerdo fue en la primera dala de entrenamiento, en la plaza de las cabezas donde encontré mi gafete.

Sí, estaba segura que era el mismo sonido, cada fibra de mi cuerpo lo reconocía, ¿Rojo también?

Me estremecí, el sonido cada vez era más fuerte, más... aterrador. Pero se sentía también extraño, como si fuera un sonido hecho a propósito para aterrarnos, ¿por un experimento? Eso quería decir que ya sabía que estábamos aquí, ¿no es verdad?

Su abrazo se apretó, y la forma en que su propio cuerpo empezó a temblar como si tuviera miedo, me inquietó.

Mi corazón saltó en brusco y sentí que moriría cuando el sonido rasgó nuestra puerta, aquella que nos apartaba de esos monstruos. Sentí volverme un pequeño e insignificante bicho en sus brazos cuando el metal y aquello que parecían garras, hicieron un contacto más profundo, incrementando el sonido, estremeciendo no solo nuestros cuerpos sino cada órgano de nuestro interior.

Solo escuchar cómo gruñidos de diferentes bestias se levantaban del otro lado de la puerta me hizo pensar que era demasiado tarde.

Ya nos habían encontrado, ¿cierto?

Deseaba que ese pensamiento fuera un error, que los monstruos solo estaban peleándose entre ellos y que se irían pronto del túnel.

Un beso en mi hombro y las piernas de Rojo cerrándose alrededor de mi cuerpo me hicieron soltar todo el aire que había retenido en mi pecho. Tan solo lo hice, aquellos gruñidos que por el momento nos atormentaron como nunca, cada vez más fue disminuyendo, dejándonos debajo de la sensación escalofriante que segundos atrás había dejado en nosotros.

Los monstruos se estaban alejando de nosotros.

(...)

Solo hasta que Rojo abandonó mi cuerpo y se levantó un largo tiempo después, todos los demás lo hicieron. Adam encendió la luz mientras que Rojo abría la puerta y se apresuraba con esa firmeza a salir para revisar el perímetro.

— ¿Cuánto tiempo perdimos? — preguntó él en dirección al exterior dela puerta, parecía molesto.

—Cuatro horas y media— refutó Rossi a mi lado, levantándose del suelo luego de guardar su manta. Su cara estaba ceñida de preocupación, sabía que tenía que ver con el sonido de horas atrás—. Adam...

—Ya lo sé — gruñó. Su puño golpeó la pared y acomodándose bajo el umbral, nos vio con esa misma molestia—. Cuiden sus espaldas, ¿entendieron?

Miró hacia el grupo, y luego, su mirada se detuvo en mí, pareció querer decir algo más pero sus puños se apretaron con fuerza y giró saliendo del almacén, con Michelle correteándole los talones.

—Andando chicos— apuró Rossi.

El grupo tenía sus rostros pálidos mientras guardaban sus mantas al igual que yo. Sus manos inquietas y el temblor en sus piernas, todo eso era inseguridad. Ellos tampoco querían estar fuera de la base, pero eran órdenes para buscarlas baterías que necesitábamos para comunicarnos con el exterior.

Mordí mi labio y me levanté, colgado la mochila enorme sobre mi espalda. Cuando salí y me formé, Adam no tardó en repetirnos lo mismo del almacén, y pronto, darnos la señal de caminar, en dirección opuesta por la que el experimento había andado.

Durante el camino en silencio, todos estuvimos revisando cada segundo detrás de nosotros, con ese perturbador silencio y el goteo de algún tubo de agua roto, era imposible no voltear y mirar el resto del túnel.

Y era imposible no hacerlo y seguir haciéndolo, porque se sentía esa aterradora sensación depredadora observándonos en alguna parte muy lejano del lugar. Tal vez era nuestra aterradora imaginación haciendo de las suyas, pero Rojo tampoco dejaba de enviar miradas en mi dirección.

Lo que únicamente quiere decir que...

En cualquier momento algo muy malo iba a ocurrir si no nos apresurábamos a llegar a un lugar donde estuviéramos a salvo.

Llegamos frente a una nueva escalerilla de cinco tablones de roca que llevaban a un piso más arriba, más alumbrado que el túnel, y sentí un alivio de que por fin saldríamos de la penumbra.

Subimos los escalones rápidamente, con Rojo como la cabeza del grupo, él estaba por delante de nosotros a varios metros, eso era lo que no me gustaba de la orden que Adam le había dado al principio. Más que ponerlo a detectar temperaturas a más de diez metros de nosotros, era como ponerlo como carnada.

Estudié la estructura del pasadizo, y esos grandes ventanales con sus cristales rotos que pronto que se dejaron ver, mostrando también su interior. Les eché una profunda mirada a las primeras habitaciones. Aunque algunas estaban aún ordenadas, las otras tenían estanterías que se expandían por los suelos, al igual que todos esos frascos y fetos. Mi estómago se volcó y las náuseas que sentí me hicieron tragar con fuerza.

Era horrible, no pude seguir viendo aunque las imágenes ya habían quedado atascadas en mi mente.

Antes eran fetos, ahora muchas de sus pequeñas partes habían sido devoradas, la mayoría de sus restos solo eran cabezas mojadas o aplastadas por las estanterías.

Este lugar, sin duda era igual al de la zona X, esa que también llevó a un laboratorio. Podía decir que ese pasadizo llevaba al mismo laboratorio, pero era diferente. Sí, al final del pasillo lo que encontramos fue diferente.

A pesar de que tenía el mismo título sobre su umbral, y de que también terminaba siendo un laboratorio, su interior era otra cosa.

—Llegamos a la zona X del área naranja— musitó Rossi. Solo escuchar la última palabra, me hizo recordar al mensaje en la computadora del área roja—. La zona que creó a los soldados de sangre ácida.

Hundí el entrecejo.

— ¿Soldados de sangre ácida? —pregunté, ella asintió mientras nos adentrábamos cuidadosamente al lugar cuyas puertas habían sido arrancadas y posicionadas en el suelo.

—Literal, su sangre es ácida y muy caliente, si tienes contacto con ella podrías crearte quemaduras de tercer grado— Sus palabras me sorprendieron—. Los experimentos naranjas son los únicos experimentos que no se contaminaron aun estando en sus incubadoras. Sin embargo, cuando llegamos aquí, todas las incubadoras estaban vacías y rotas. Alguien los liberó, o ellos lo hicieron por sí mismos.

Giré a mirarla con desasosiego, su respuesta me había creado más dudas, sobre todo respecto a ella y lo que conocía de este lugar.

—Shhh— la voz del pelirrojo frente a ella, nos calló. Dio una mirada de rabillo a nuestros cuerpos, dejándonos apreciar la mezcla de color verde y marrón de sus orbes, y también, apreciar esas pobladas cejas hundidas con disgusto—. Silencio— espetó, girándose de nuevo.

—Después te explicó todo sobre los experimentos— Le escuche decir, tomando con más fuerza su arma y enviando la mirada a otro sendero del laboratorio.

Cuanto deseaba que me explicara de una vez.

Encogí de hombros, ahora tenía que tragarme las dudas y esperar a que, después de esto, siguiéramos con vida. Observe lo de adelante, dándole una vista rápida al enorme lugar repleto de barras con material de laboratorio, acomodados en uno de los lados, un par de estanterías quebradas por el suelo y unas peceras cuadrangulares completamente vacías.

Lo que más me llamó la atención, y me intrigó fue esa extraña máquina redondeada de metal en el centro del laboratorio que contenía en su interior una extraña y pequeña cama larga para una persona, a su alrededor habían más aparatos unidos uno contra otro con un montón de botones, pantallas pequeñísimas, y palancas largas.

Me pregunté para que la utilizaban, pero estaba más que claro que la camilla dentro de esa máquina gorda, era para experimentos.

Empezamos a salir del laboratorio, y de solo miré hacia adelante, a la mitad del pasillo que se extendía frente a nosotros y a nuestra derecha, quedé en shock, al igual que el resto del grupo. Dos de los pasillos estaban derrumbados, un montón de piedra y tierra construyeron un muro que nos impedía atravesar el otro lado de ellos. Pero, ¿cómo se derrumbaron? Los dos derrumbados, eso era... era extraño.

Todos retuvimos el aliento. Todos menos Rojo quien, había sido el primero en darse cuenta de que el tercer pasillo que se encontraba a nuestra izquierda era el único, cuestionable, camino libre.

— ¿Qué significa esto? —la voz temblorosa de una chica pelinegra de la primera fila, se escuchó fuerte—Nos están dejando atrapados, ¿no es así? Eso monstruos nos quieren...

—Guarda silencio, Nany—acalló Michelle—. Estamos en territorio peligroso.

—Siempre ha sido peligroso— exclamó ella, alterada y elevando sus brazos como un acto desesperado—. Debemos volver.

—No podemos, no si al menos encontrar las baterías y más armamento, ya no podemos esperar más tiempo— la voz endurecida de Adam hizo que todos lo miráramos. Él se alejó de su lugar, encaminándose al pasillo a nuestra izquierda, justo donde Rojo a pasos leves se apartaba mientras revisaba—. Experimento 09, ¿qué miras en ese pasillo?

La atención estaba sobre esa ancha espalda a la que se le marcaban sus omóplatos en la camisa. Estábamos inquietos, nerviosos, asustados, esperando a que él hablara.

—Está libre.

Hubo algo en su voz que no me gusto, pero que nadie se percató de ello. Entonces, Adam resopló y se volteó hacía nosotros, sacando esta vez de uno de un bolsillos un mapa... un mapa del lugar subterráneo.

—El pasillo izquierdo lleva a las habitaciones O, y luego al comedor, tendremos que ir ahí—anunció en voz baja, y estaba a punto de moverse hacia la izquierda cuando una voz lo detuvo.

Al comedor, ¿no era ahí donde Rossi me dijo que estaban los elevadores que llevaban a la salida? Pero que habían colapsado, ¿por qué razón colapsaron en primer lugar?

— ¿Al comedor? —La pregunta provino del mismo pelirrojo que se encontraba formado frente a Rossi—. ¿Quieres llevarnos a ese cementerio otra vez?

¿Cementerio?

—El lugar está destruido e infestado, Adam—mencionó Michelle, su larga arma se acomodó por encima de su hombro— Es muy brutal para nosotros que nos pongas a buscar bater...

—No están en posición, ¡a moverse ya, rápido!—chitó, y sin vernos más se alejó a pasos grandes. Nadie dijo nada más, y todos comenzaron a seguirlo con pasos apresurados, temiendo quedarse lejos.

— ¿Qué hay ahí? —me animé a preguntar lo más bajo posible. Rossi me vio de rabillo y negó, mirando hacía el suelo con un gesto lleno de imponencia.

—Nuestros compañeros, desmembrados.

(...)

Tras montones de bloques de habitaciones y girando a un siguiente pasillo, todo el panorama cambió, lo que encontramos en la lejanía, fue realmente desconcertante. El pasillo de adelante estaba en penumbras, y por poco totalmente destruido, su techo cuarteado, tubos colgando de él, pareces agujeradas y escombros acumulados en montañas frente a nosotros. Del otro lado de esos escombros, había un umbral de enorme en anchura, con un par de marcos de puerta de madera llenas de grietas y pequeños agujeros como si balas hubiesen cruzado el material, ambas se mantenían cerradas.

Nuestros pasos se volvieron lentos cuando solo faltaban un par de metros para pasar la última montaña de rocas, cuando Rojo torció su rostro y nos vio desde su hombro. Adam hizo una señal, y me impresionó de la peor forma ver como Rojo obedecía y se adentraba, abriendo un poco la puerta para revisar. Tan solo lo hizo retrocedió y miró la perilla que su mano sostenía con fuerza.

—No detecto temperaturas altas, todas son frías—soltó. ¿Con frías se refería a cuerpos sin vida? —. Pero no puedo asegurar si debajo de todas esas temperaturas alguna se esconde de nosotros.

Abrí mis ojos en grande mirando hacía el resto del grupo que se compartía una mirada con preocupación.

—Adam, es peligroso—comentó Rossi desde mi lado. Su voz se alargó por el resto del pasillo, y eso me hizo girar para ver el pasillo que dejamos atrás, y a esos hombres cura altura era igual a la de Rojo, se mantenían al tanto de cualquier movimiento en los escombros o agujeros de las paredes.

—Siempre ha sido peligroso—musitó Adam—. El televisor de la cocina del comedor tiene un remoto y ese usa baterías, podría servirnos— Volví a verlo, viendo como clavaba su mirada en el rostro de Rojo quien... hasta en este momento me di cuenta de que estaba viéndome—. Abre las puertas.

Alzó su rostro, y esa mirada carmín se intensifico, era fácil saber que a Rojo no le agradaba ni un pelo de Adam, incluso, podía saber las ganas que tenía de matarlo, de morderlo y destazar su cuerpo con esos colmillos que mostró al torcer sus labios.

—No voy a poner en peligro a Pym por ti. No la haré entrar—escupió con un odio las palabras que me hizo pestañar del susto, miré de qué forma Adam actuaba rápidamente, alzando el arma y le señalaba en la cabeza.

—Abre la maldita puerta si no quieres que te parta el cráneo—pronunció lentamente entre dientes apretados. Y cuando vi que Rojo no se movía, y que Adam no apartaba el arma, empecé a caminar, pero bastó la mano de Rossi trayéndome de vuelta para detenerme.

Me removí, ella apretó mi muñeca y sacudió su cabeza.

—No lo hagas, no te muevas—advirtió—. No armes un drama, no va a suceder nada.

¿Y cómo estaba tan segura de ello? Volví la mirada a Rojo, quería que viera en mi dirección, la petición que le hacía con la mirada para que obedeciera esta vez, pero no lo hizo. Sin embargo, él se volteó, despacio hasta estar frente a frente con las dos puertas, sus manos se acomodaron en una parte de ambas puertas y las empujó, al mismo tiempo las puertas empezaron a abrirse cada vez más hasta que él dejó de impulsarlas, dejándonos ver...

El infierno del otro lado.

Quedé helada, por no decir que paralizada cuando esa montaña innumerable formada por partes humanas me golpeó el cuerpo de todas las formas posibles, arrebatándome las fuerzas y el calor.

Era una montaña enorme en una sala enorme en la que las personas comían, pero las personas, todas estaban muerta, destrozada y empuñadas unas contra otras. Era un desastre, era... no había palabras para describir la aberración que mis ojos observaban sin poder evitarlo.

El olor era algo inolvidable, algo que no querías gravarte pero que lamentablemente tu cuerpo ya lo había hecho en el momento en que esas puertas se abrieron. Ese olor que se había estado ocultado del otro lado, esperando a ser liberado, no tardó en abrazarnos a todos bruscamente la piel, y comprimirnos sin misericordia.

Aterradora.

Horripilante.

—A-Adam— La voz de Michelle me hizo quitar la mirada de esa montaña ponerla sobre ella—. Esto no estaba así antes.

—Lo sé...

Su delgada mano buscó el brazo de Adam. Y en ese momento en el que ella quiso arrimársele como si quiera abrazarse a su cuerpo, algo golpeó mi mente e hizo doler mi cabeza.

Una imagen, un destello de una imagen de dos personas besándose que acogió mi corazón y lo apretó tan fuerte que el dolor se estiró hasta mi garganta y la endureció. Me tomé de la cabeza, estupefacta sin dejar de ver como ella seguía acercándosele. Había tenido un recuerdo, era apenas una sombra pero al final, el primer recuerdo de algo...

De algo no claro.

Maldición, ¿y por qué en este momento? ¿Quiénes eran esas dos personas? ¿Alguna de ellas era yo?

—Andando— El mandato de Adam entró por un oído y salió por el otro como un simple zumbido. Todos menos yo, incapaz de acceder a su orden aún por el shock, le siguieron por detrás.

Solo quería saber que había sido ese recuerdo... Era injusto que no fuera un recuerdo nada claro. Era injusto.

Una maldita injusticia.

—Pym— La mano de Adam tomando mi brazo hizo que mis músculos se sacudieran, subí el rostro para ver sus orbes marrones y él me estudió con extrañes—. ¿Te encuentras bien? — No me dejó responder cuando tiró de mí para hacerme caminar, y agregó—. Tenemos que seguir, pero te aseguro que tomaremos un descanso pronto.

Su mano... ¿Por qué ya no me parecía extraña e incómoda?

Alcé la mirada nuevamente quedando quebrantada al ver la montaña de partes mutiladas humanas, acumuladas toda esa sangre derramándose sobre las pieles aplastadas, esos órganos agusanados y ese aroma devastador que emanaba de ellos, era imposible.

Sin poder contenerme más, cubrí mi boca y nariz, rompiendo con el agarre de Adam, a quien no pareció molestarle. Traté de concentrarme en otra cosa, como en todas esas mesas y sillas rotas, acumuladas cerca de nosotros como una clase de muro largo.

—Busquen el remoto y las provisiones—exclamó Adam al grupo que, seguía desorientado y aterrado con la montaña de cuerpos al que no dejaban de dar una que otra mirada.

— ¿Ya han estado aquí?

—Sí, cuando huíamos de dos experimentos—respondió moviendo una silla en el suelo para abrirnos paso—. Todos estos cuerpos no estaban así antes.

Confundida, miré hacía la montaña y luego hacía él.

— ¿Acumulados? —solté despacio la pregunta que lo hizo asentir. Entonces estaba aclarando con ese asentimiento que los experimentos los acumulados, ¿pero por qué razón lo harían? Contemplé su perfil, su nariz pequeña y respingona con una terminación chata y ese lunar que le adornaba una aleta, una pequeña parte de mí la reconoció—. ¿Por qué los acumularían?

—No lo sé—suspiró, apartando otra silla del camino—, mi mente está hecha un caso, solo sé que tengo que sacarlos de aquí cuando recojamos las provisiones.

—Adam—La voz de Michelle estalló en alguna parte del comedor. Ambos y mis recorrimos un cumulo de sillas y mesas para encontrarnos con una barra metálica que separaba el área de lo que antes era un comedor, con una cocina con la mitad de su techo derrumbado, junto a ese derrumbe se encortaba Michelle—. Es imposible buscar, todo está más destruido que antes.

—No llegamos hasta aquí por nada, tenemos que encontrar esas baterías—repuso con firmeza, pasando su arma de un brazo a otro—, quédate aquí Pym. Haz guardia, grítame si algo sucede— más que una orden, se escuchó como petición. Una leve sonrisa se formó en sus labios levemente marrones, una sonrisa que me angustió de inexplicable forma. De inesperada manera su mano tocó mi cabeza y sentí una suave palmada antes de apartarse y dejarme sorprendido—. ¡Jack, David, vengan conmigo! —Adam se apartó de mí al llamar al pelirrojo y a otro chico de la misma estatura. Dio zancadas grandes hasta llegar junto a Michelle y examinar los restos del techo que estropeaban el paso a su interior.

Me aparte, quitándoles la mirada de encima, y giré entornando la mirada en esa abominación que otros por mucho que intentaran ignorar y concentrarse en hacer vigilancia, no podían. Ver todas esas partes humanas me recordaba a la plaza de las cabezas y al pasillo junto a la oficina en la que Rojo y yo dormimos.

Un pinchazo en mi pecho me torció más la mirada. Cierto, habían cuerpos, había sangre y carne en todas partes, y Rojo estaba contaminado...

Lo busqué con preocupación, minutos atrás no lo había visto después de entrar al comedor, al no hallarlo a la vista, comencé a caminar lejos de Adam quien ya había respondido a la pregunta de Michelle, respuesta a la que no pude atención porque ahora estaba concentrada en encontrar a Rojo.

Fui rodeándola, apretando mi nariz y respirando por la boca, y mientras lo hacía dos grandes estructuras se alargaban del suelo hasta el techo una larga grieta se extendía por toda su superficie hasta terminar sobre dos enormes cajas metálica con un montón de cables y tubos que atravesaban las paredes desde su interior al exterior.

Antes no me había dado cuenta a causa de los cuerpos mutilados, pero ahora no podía dejar de verla, sobre todo porque Rojo estaba ahí, al pie de una de las cajas que se recostaba ladeada sobre un cumulo de mesas en el suelo. Dándome la espalda.

Esas casas eran los elevadores. Sí, estaba segura de que eran los elevadores de los que Rossi habló, lo que llevaban a la única salida de este lugar.

Estaban destruidos.

Seguí acercándome, inquieta y un poco alterada al saber que, desde este momento, la probabilidad de salir era mucho menor de lo que antes pensé. ¿Cómo saldríamos ahora?

—Rojo...

Su rostro se levantó, hasta en ese entonces me di cuenta de que había estado encorvado todo este tiempo. Pero no se giró, permaneció quieto, congelado. Misterioso.

Mi manó tocó su hombro y todo su cuerpo se tensó debajo de mis dedos, con fuerza, con una dureza que hasta remarcó sus músculos. Eso me confundió mucho.

Di los últimos pasos hasta estar a dos más de estar frente a su rostro y lo contemplé con una sonrisa. Una sonrisa que disminuyó enseguida al ver la fuerza con la que sus colmillos penetraban la piel de su labio inferior, tan bruta y rotunda que la sangre resbalaba y goteaba por todo su pecho.

Hasta mis entrañas se estremecieron cuando vi más abajo de su cuerpo. Solo ver hacía esa mano empuñada, y hallar ese pedazo de brazo humano mordisqueado hasta dejar ver un delgado hueso blanco, quedé en con los pelos de punta y congelada.

Oh no. No, no, no.

Reparé en él una segunda vez pensando en que tal vez era mi imaginación, que todo esto no era cierto, pero que al parecer lo era.

Rojo... Rojo había vuelto a comer carne, y esta vez, no era de un experimento, sino de una persona muerta.

Mi corazón se estremeció y ese mismo estremecimiento oprimió mi pecho.

— Cuando menos me di cuenta, ya estaba mordiéndolo— La forma en que se sinceró, con esa tonada de voz me hizo apretar los labios—. ¿Lo hicieron a propósito...?—hizo una pausa, su voz engrosada y rasposa me construyó un nudo en la garganta—. ¿O solo no quiero dejarlo?

—Puedes dejarlo, solo tienes que soportarlo—dije, tratando de tranquilizarlo dando un paso más para acariciar su brazo. Él negó con la cabeza sin dirigirme una mirada—. Si te acostumbramos a otro tipo de alimento, puedes lograrlo Rojo.

Permaneció largos segundos en silencio en el que me dejó entenebrecida y preocupada al no recibir ni su mirada como respuesta. Alzó su rostro, esta vez en dirección al techo y se quedó observándolo perdidamente.

—Solo estuve soportándolo, el hambre disminuyó pero no terminó, no cuando vi todos estos cuerpos, Pym —me nombró con una clase de desagrado que aceleró con dolor mi corazón. Entorné la mirada nuevamente en su dirección, a esos orbes oscurecidos que se habían puesto sobre mí—. No pude contenerme.

Soltó el pedazo de brazo humano mordisqueado, y alzó su mano en mi dirección, dejando que los dedos de esta: esos que estaban manchados de sangre, se deslizaran en mi mejilla.

Cerré los ojos ante su caricia, sintiendo una sensación estremecedora, una sensación que escoció mis ojos la darme cuenta que, después de todo aquello que le habían inyectado no sirvió en él...

No sirvió en Rojo.

—Todos caemos Rojo, pero puedes recuperarte— Hasta yo misma traté de creer en esa posibilidad. Sabía lo mucho que le molestaba haber probado la carne otra vez, y más saber que le gustaba el sabor de la misma, pero si él no quería probarla más, podíamos luchar otra vez para cambiarlo, ¿no? Empezar de nuevo.

Su mano abandonó mi rostro, él dio un paso atrás, y negó con la cabeza sin dejar de mirarme.

— ¿Y si no puedo recuperarme? — Su mirada cayó de golpe a mi arma y luego volvió a mi rostro—. ¿Qué harás, Pym, si un día quiero morderte? ¿Me dispararas?

Un iceberg cayó a la boca de mi estómago, y los escalofríos que soltó su intenso frio doloroso, recorrieron mi cuerpo.

— ¿Q-q-qué? — La voz se me cortó a causa del shock que él había provocado en mí—. No, no lo haría.

— ¿Estas segura? —espetó la pregunta—. En la ducha te dije lo delicioso que era tu interior, pero te oculte lo que realmente quería decir.

— ¿Qué?

El miedo de saber la respuesta cuando una mueca retorció sus labios y esa lengua lamiéndolos limpió el resto de la sangre, comenzó. Se llevó sus dedos manchados de sangre a la boca y comenzó a chupárselos, saboreó la sangre y la tragó.

Temblequeé.

—Yo quería hacerte el amor mientras te comía—reveló—. Arrancarte la piel mientras me venía en tu interior, ¿eso no te aterra?

—N-n...—tragué con fuerza al descubrir que mi voz estaba rasgada y mis pensamientos en blanco. Al final, no pude decir nada.

— ¿Y si no quiero recuperarme, seguirías conmigo?— su pregunta espumó de sus carnosos labios. Estaba en shock cuando en mi mente, se repitió su pregunta—. ¿Y si quiero ser el monstruo?

Él dijo, ¨y si no quiero¨ no dijo ¨y si no puedo¨. ¿Él no quería recuperarse? apartó su mano pero sin bajarla, instantáneamente en que vi como sus yemas empezaban a estirarse los dedos de su mano explotaron y esos delgados tentáculos negros salieron, pero no se alargaron se quedaron en una altura mucho menor a la que acostumbré a ver.

—No soy el bueno, Pym, aquí nadie lo es.

Su voz tembló al momento en que sus cejas se hundieron en un gesto congestionado. Mis labios temblaron también, no supe que pensar en el momento pero cuando lo vi apartare de mí, estiré mi brazo con la intención que alcanzar su mano sin dedos.

Dio otro paso atrás y era yo la que acortaba la distancia entre nosotros.

—No eres un monstruo—aclaré en una voz alta que supe que los otros escucharían, pero me daba igual, ahora solo quería tranquilizar a Rojo, él estaba confundido, nervioso, estaba enloquecido porque había caído nuevamente en algo que no quería convertirse—. Deja que te pongan otra inyección, estoy segura que te sentirás mejor.

No dejaría que se convirtiera en monstruo.

No me lo permitiría.

Su comisura derecha se estiró en una sonrisa espeluznante, una risa muda casi como una burla a mis palabras atravesó sus apretados colmillos. Y comenzó a negar con la cabeza.

—Me gustas Pym—su pausa y su alejamiento inyectaron temor en mí, pero no por su aspecto o confesión, sino porque no lo quería lejos de mí—. Pero tal vez, esto me guste más que tú.

Algo dentro de mí se rompió, y dolió, el frio de sus palabras me dejó inmóvil, congeló mis huesos y los rasgó, pero no dejé que me afectara tanto de lo que ya había hecho al ver como apretaba sus puños, y esa mandíbula amenazando con romperse en dos. No sabía lo que Rojo pensaba, y de eso estaba segura, pero podía darme cuenta de lo mucho que le costaba mantener esa postura, esa seriedad, esa mirada oscurecida como la de un depredador, estudiando a su presa.

Era una mentira, ¿verdad? Sus palabras eran una mentira y todo a causa del hambre que estaba teniendo...

Tiré el arma al suelo, el sonido hueco lo llevó a mirar mis puños y a hundir un poco el entrecejo, al ver, como desde sus nudillos reventados unas largas garras empezaban a salirle en compañía de los tentáculos, alcé el mentón y lo encaré.

—Si quieres devorarme, hazlo—tenté, y aguardando el dolor en mi pecho di pasos grandes hasta estar frente a él, hasta subir mucho el rostro y buscar en esa endurecida mirada lo que tanto ocultaba él—. No pondré objeción, de todas formas no creo que salgamos los dos con vida.

No estaba segura, estaba confundida. ¿Por qué Rojo estaba comportándose así? ¿Tanto le dolía comer carne? Sí, claro que le dolía.

Sus garras tomaron mi mentón, me tomaron con una sorpresa que hicieron que mis músculos saltaran. Su agarre no fue rudo, sus garras hacían presión pero no me lastimaban ni un poco.

Con el corazón tamborileando el pecho a punto de salir huyendo, Rojo me tomó de la cintura con su otro brazo y me pegó a su torso de un solo brusco movimiento. Inclinó su rostro hasta sombrear el mío, hasta hipnotizarme con su endemoniada mirada. Una hermosa mirada que ya ansiaba como mía. Solo mía. Me estudió con profundidad, con una intensidad penetrante y estremecedora que me hizo temblar en su agarre.

—Cuando su presa le dice a su depredador que no escapará, se pierde la diversión—habló, una gota de la sangre que pertenecía a una de sus heridas sanadas, resbaló de mi mentón y manchó mis labios, él la observó, se inclinó más y su larga lengua salió de su labios para lamer los míos, saborear la pequeña gota de sangre.

Mis rodillas se volvieron agua, que si o fuera por su brazo sostenido mi cuerpo, estaría cayendo al suelo.

Me atreví, perdidamente en empujarme con las puntas de mis pies y darle un beso en el que abrió sus ojos escandalizados y se apartó, inquieto por mi acto, porque por... segunda vez, lo había besado con la sangre manchando sus labios.

—Sé que no lo harás...

Sus colmillos, todos, se apretaron, él soltó un bajo gruñido y se separó de mi rostro solo un poco para mirarme a los ojos.

— Así no puedo Pym, te estoy ahuyentando antes de que pierda el control y tu corres a mí—con voz engrosada, liberó—. Te estoy diciendo que quiero aparearme contigo mientras te devoro y...

Mis oídos se ensordecieron en tanto miraba como los ojos de Rojo se abrieron con lentitud. Un sonido hueco e inesperado se adueñó del comedor al instante, hundiendo nuestro alrededor de horror cuando algo terminó atravesar su hombro y salpicar de sangre nuestros rostros.

Rojo me soltó, retrocedió con fuerza para no caer y su mano humana voló al hombro herido en el que le había entrado la bala, al instante fulminando a la persona que le disparó.

— ¿Aparearte mientras te la devoras? —rugió él, el arma larga empuñada en sus dos enormes manos apuntaba a Rojo mientras se acercaba a nosotros—. Después de todo eres un maldito monstruo.

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