Los gritos llenaban el cielo.
La chica con orejas de zorro estaba sentada en una roca, tarareando una extraña melodía. Movía la cola sin parar mientras admiraba el cielo nocturno, como si tuviera un hermoso jardín en frente y no un campo de batalla.
Las mullidas orejas de Gillian se movieron y reveló una descarada sonrisita. Poco después, se paró y se rio de la niebla y el campo de batalla.
—Sabía que ese pervertido no podría idear nada bueno. ¡Ju, ju! parece que tengo que quedarme aquí contando estrellas...
La jovencita levantó el brazo derecho y unas cegadoras llamadas aparecieron detrás de ella, una tras otra. Eran bolas fuego acumuladas, densas y brillantes que desgarraron la oscuridad. Poco después, unas diez figuras envueltas en capas se pusieron de pie y apuntaron sus arcos.
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