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Capítulo 22. Suéter de lana – Parte 2

บรรณาธิการ: Nyoi-Bo Studio

Vivian respiró hondo, mientras miraba por la ventana. El tiempo estaba mucho mejor que la semana pasada. Se preguntó si tendrían la oportunidad de sentir el calor del sol en su piel. La lluvia que había en Bonelake más de la mitad de los días del año hacía que la atmósfera fuera húmeda y fría. Las mansiones estaban frías todo el tiempo, excepto en algunos lugares en los que los dueños se paseaban y/o se quedaban. La mansión Carmichael no era distinta a las de las otras familias de clase alta. Los criados no dormían cerca de las chimeneas y los únicos lugares en los que podían encontrar calor, además de sus habitaciones, eran el establo y la cocina.

Luego de unos minutos, escuchó pasos. Miró hacia arriba de las escaleras y vio a Leonard bajando. Estaba vestido igual que su padre y se abotonaba la camisa.

—¿Saldrá, amo Leonard? –preguntó.

Uno de los lados de los labios del muchacho se curvó.

—¿Ya me estas extrañando?

Vivian, que no había antes pensado preguntar, ahora tenía las mejillas rosadas.

No era algo nuevo el preguntar cuando alguien dejaba la mansión cuando eran niños, pero ya no eran niños. Quizá por eso se había sonrojado al pensar que había sido muy directa con el muchacho. Su corazón se estremeció sin razón cuando él se paró a dos pasos de ella. El rayo de luz que ella había esperado que perforara las nubes ahora atravesaba las ventanas e iluminaba sus siluetas de manera irregular.

—Iré a encontrarme con un amigo llamado MaximillianGibbs. Ha organizado una cacería en su mansión. Llegaré tarde para la cena. Cuida la mansión. —la chica asintió de inmediato y lo vio bajar por las escaleras y desaparecer por el pasillo que llevaba a la puerta principal.

Al mediodía, Vivian acompañó a la Señora Carmichael al pueblo a buscar lana. Como su hijo seguro necesitaría un suéter para el invierno o nevada que estaba próxima a llegar, quería tejerle uno.

—No, ésta no, señor. ¿Qué tal aquella? –Vivian señaló el ovillo azul que estaba detrás del hombreque los vendía alas dos mujeres habían llegado a comprar. El hombre acercó el ovillo, y ella lo examinó en su mano. –¿Qué piensa de éste, Señora?

La Señora Carmichael tomó una hebra de lana entre sus dedos, sintiendo su textura, y luego asintió con aprobación.

—Ésta se siente mucho más liviana que las otras, creo que estará bien. Si puede, empáquela. –pidió la vampiresa con amabilidad.

—Sí, Señora Carmichael. ¿Hay algo más que desee? –preguntó el hombre calvo, intentando vender más artículos para obtener una mejor ganancia.

­—Eso sería todo. Volvamos al carruaje. –le dijo la Señora a Vivian antes de entregarle el dinero al hombre.

Vivian esperó que el hombre empacara los tres ovillos de lana que la Señora Carmichael había pedido, mientras rondaba por la pequeña tienda que tenía la fama de tener la mejor lana de todo el pueblo.

Había pilas de lana alrededor del hombre que estaba terminando de empacar los ovillos.

Aquí tiene su paquete, señorita. —Vivian tomó la bolsa y regresó a preguntar –Señor, ¿por casualidad tiene lana de color rojo?

—¿Rojo? Déjeme fijarme. –dijo el hombre y desapareció detrás de las cortinas. Volvió con un ovillo de lana color granate.

­—Eso servirá. –dijo Vivian mirando la lana. —¿Podría darme dos más?

Una vez que obtuvo el paquete y pagó con sus ahorros, Vivian volvió al carruaje cargando las dos bolsas dentro de una. Luego, fueron a visitar a Martha. Grace, la hermana de Paul, que estaba cuidando al ama de llaves, preparó té y se lo sirvió a la señora Carmichael que no dudó en tomarlo. Antes de irse, la Señora Carmichael, parada en la puerta, preguntó en voz baja:

—¿Ha estado comiendo bien?

—Sí, Señora. Nos aseguramos de mantenerla caliente pero no creo que esté siendo de mucha ayuda. –Grace miró sobre su hombro.

—Ya veo. Le pedí a Giles que contactara a un médico esta mañana. Estará aquí en un día o dos. –la Señora Carmichael sacó algo de su bolso que tintineó con monedas en su interior. —Tome esto. —Grace no dudó en tomar el dinero de la vampiresa. El esposo de Grace era zapatero, y sus ingresos no eran suficientes; tampoco los de su hijo, que trabajaba con él. Las medicinas eran muy costosas para los enfermos, y no era fácil cuidar de una mujer enferma que necesitaba que la chimenea estuviera encendida constantemente durante la noche debido al frío intenso.—Gracias por su generosidad, Señora. Si no fuera por usted, no sabemos qué hubiera pasado. —Grace hizo una reverencia con su cabeza para agradecer la benevolencia que la mujer mostraba a las personas que trabajaban en la mansión.

—Martha y Paul se lo han ganado. Han trabajado duro y esto sólo es un símbolo de ello. –al escuchar sonar a distancia las campanas de la iglesia la vampiresa murmuró: —Parece que ya es hora. Por favor, no dude en contactarnos si hay algo que Martha necesite. Estoy segura de que saben dónde encontrarnos.

—Sí. –Grace hizo una reverencia con la cabeza e intercambió otra con Vivian. Las dos mujeres entraron al carruaje y se dirigieron de nuevo a la mansión.

Vivian, que estaba sentada frente a la Señora Carmichael, vio que la mujer fijaba la mirada en el exterior de la pequeña ventana del carruaje. De todas las mujeres que había conocido hasta ese momento, Lady Renae era la más amable. Aunque era la esposa del Duque de Bonelake, nunca había dejado que el título se le subiera a la cabeza. No solo era hermosa, sino que también era generosa y compasiva por naturaleza, podía decir uno al conocer a la gente que la rodeaba. La mayoría de los vampiros y vampiresas nunca mostraban compasión con las personas de clases más baja

Si tan solo todos los vampiros pudieran ser como ella, el mundo sería un lugar perfecto para que cualquiera viviera. Sería un paraíso, pensó Vivian. Sonrió ante ese pensamiento, quizá el mundo no debía ser un paraíso para todos. Solo unos pocos suertudos llegaban a saborear la dulce vida.

Luego de que de ayudara a Paul en la cocina y terminara de servir la cena para el Señor y la Señora Carmichael, Vivian se apuró a culminar su trabajo para poder comenzar a tejer. Cuando estaba a punto de escapar a su habitación, la Señora Carmichael la llamó a la sala de estar. Se había acomodado en el gran sofá con el ovillo de lana y una aguja en su mano, Ya había comenzado a tejer una pequeña pieza azul, y no había duda de que, a ese paso, la mujer terminaría lo que tuviera en mente para la mañana siguiente, aunque Vivian dudaba que se quedara despierta hasta tarde.

—¿Podrías traer los botones que compramos la última vez? Pienso añadir algunos colores al tejido.

—Claro. Deme algunos minutos y los traeré. –pidiendo permiso, fue hacia la habitación donde se encontraban la lana sin usar, los botones y otros trabajos de bordado. Buscó, y encontró los botones en el estante más alto. Se paró en puntas de pie y batió su mano hasta que alcanzó la caja. Finalmente, pudo agarrarla y se dirigió a la sala de estar.

—¿Hay algo más con lo que pueda asistirla? –preguntó Vivian, y vio que la Señora levantaba la cabeza pensativa para contestar.

—¿Te gustaría acompañarme? Hay un par extra de agujas aquí, traiga su lana. –la Señora Carmichael sonrió bajo la luz de las velas. Y así, Vivian acompañó a la Señora. La mujer se sentaba en el sofá de felpa, en cambio, la chica se sentaba en el piso frío al que ya estaba acostumbrada. Con la lana en la aguja, comenzó a tejer, combinando un hilo con el otro de la forma en la que Charlotte le había enseñado cuando había visitado la mansión.

Con toda su concentración en aquella acción, Vivian continuó tejiendo la lana, acompañando a la mujer en completo silencio. Justo cuando había logrado tejer una pieza, escuchó abrirse la puerta, dejando entrar a Leonard, que llevaba la misma ropa con la que había dejado la mansión en la mañana.

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