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Capítulo 21. Suéter de lana – Parte 1

บรรณาธิการ: Nyoi-Bo Studio

Vivian introdujo la cuchara de madera dentro de la mezcla que había preparado y la movió girando la muñeca para asegurarse de que todo se haya mezclado bien. Sus movimientos eran lentos y precisos, justamente en la forma que Paul le había enseñado en la cocina. Hacía dos años, cuando Leonard había llegado a la mansión, ella tenía dieciséis años, y recién aprendía a hacer un pastel bajo la guía de Paul. Al enterarse de que la chica había horneado un pastel, Leonard le elogió, aquellas palabras habían sido toda su conversación antes de que el muchacho se fuera con el concejal con el que había llegado.

Levantó la vista del recipiente y miró a Leonard, que tenía la vista clavada en sus manos. Los mechones rubios de su cabello caían en su frente y se veían más oscuros debido a la escasez de velas encendidas en la cocina. Otra vez había crecido en estatura. Nunca habían tenido la misma altura cuando eran pequeños, él siempre había sido dos o tres pulgadas más alto, pero ahora su altura parecía haberse duplicado, o triplicado, ¿quizás? Pensó Vivian.

Cambió la mezcla de recipiente y lo colocó en la pala para acercarlo a las piedras y el lodo debajo de los cuales hacia algunos minutos había prendido un fuego.

—Esto llevará más de media hora. –dijo Vivian, y dio la vuelta para mirar a Leonard, que observaba el recipiente vacío, pasar su dedo y luego darle una lamida sobre las sobras de la mezcla

—¿Acaso no has cenado? –preguntó Vivian parpadeando mientras en la esquina de la cocinahacía cosas poco interesantes.

Leonard escuchó que el tono de voz de la chica cambiaba, y la miró. Ella estaba deespaldalimpiando la loza. Se había dado vuelta para esconder sus mejillas. Leonard no ignoraba el efecto que su pequeña acción había tenido en la chica.

Caminó hasta el horno de barro donde Vivian había colocado la mezclapara hornearse.

—¿Por qué lo preguntas?

—Pareces hambriento. –respondió la chica. Su voz sonaba tan dulce como la mezcla que él había probado. —¿Has tenido mucho trabajo? He escuchado a la Señora Carmichael decir que has tenido que irte al Norte por tu último caso del concejo.

—Sí. Hay algunas criaturas inesperadas que han sido escondidas por las brujas blancas. Desafortunadamente, el caso ha sido desestimado antes de que pudiera llegar a su fondo. ¿Tú qué has estado haciendo? –preguntó el muchacho, fijando sus ojos color rojo oscuro en la chica. Su mirada, que antes de salir del salón de cristal había sido cálida, se sentía ahora intimidante por la forma en la que le observaba cada pequeño movimiento que ella hacía.

—Yo, — Vivian sonrió, —no creo que nada haya cambiado en mi rutina de trabajo, excepto que he tenido algunas ocupaciones adicionales, ya que Martha hace tiempo que no está bien de salud. He mejorado en el trabajo.

—Ah, ¿sí? Me sorprende que no te hayan reducido el salario por el número de cosas que rompes en esta casa. –Vivian escondió su cara al escuchar el comentario de Leonard sobre sus manos resbaladizas. –Son muy generosos, si te despiden, encontrar otro trabajo no sería fácil.

—Sobre eso… Me han ofrecido un trabajo en la mansión del Señor Jerome. Me dijo que estaba interesado en contratarme para ser su ama de llaves. Dijo que encuentra mi trabajo muy... ¡Ah! Las palabras que usó fueron "preciso" y "pulcro". –Vivian ladeó la cabeza sonriendo ante el recuerdo. Luego se agachó y observó el horno.

—Qué generoso. –Aunque las palabras de Leonard parecían indiferentes, había algo escondido por debajo. —¿Y qué le has respondido?

—Lo he rechazado, y eso ha sido ya hace tres meses. No puedo irme si Martha y Paul están aquí.

El Señor Jerome Wells proviene de una familia normal de vampiros, no como el linaje de sangre pura de Leonard. El hombre era respetado en el pueblo ya que a sus veinte años tenía una buena reputación en el negocio de amueblamiento de casas de la elite, y ahora se estaba convirtiendo parte de la elite vampírica.

Cuando fue el momento, Vivian se puso los guantes y se agachó para sacar la pala con el pastel del horno, y lo colocó en la loza. Luego de unos minutos, puso en un plato el pastel irregular que parecía medio quemado en los bordes.

—Ah... –suspiró Vivian, un poco avergonzada. –Por favor, no dudes del sabor del pastel por la forma en la que se ve.

—Créeme, dudaré. –murmuró Leonard cuando la chica cortó con un cuchillo en rebanadas el pastel.

—Mmm... No está mal. –dijo el muchacho cuando lo probó.

Se comió toda la rebanada que Vivian le había ofrecido, sin ninguna queja. Cuando dio la última mordida, escuchó el sonido del carruaje y de los caballos en la puerta de la mansión.

—Gracias por el pastel. Espero poder seguir comiendo estos manjares hechos por ti. –sus palabras hicieron que las mejillas de la chica se encendieran. –Es bastante tarde para ti, te veré en la mañana. –le ofreció a Vivian una sonrisa que hizo que el corazón de la chica se sintiera apretujado, dejando una sensación de dolor dulce en su pecho.

—Sí. —dijo Vivian, devolviéndole la sonrisa.

—Buenas noches.

—Buenas noches. –murmuró la chica, que siguió al muchacho con la mirada hacia el pasillo de la cocina no era muy largo.

Recordó que debía limpiar el desorden que había hecho en el salón de cristal y, con los hombros caídos, fue a buscar el trapeador y un balde.

Al otro día, Vivian continuó con sus tareas, limpiando la casa con otras dos criadas. Los Carmichael tenían un total de once criados, incluyendo a Vivian. Ahora que Martha estaba ausente, Paul la había reemplazado. Vivian se encontraba limpiando las ventanas de la escalera con un paño blanco, moviendo sus manos en círculos mientras cantaba una canción por lo bajo.

El Señor Carmichael bajó por la escalera vestido con un atuendo formal y con la Señora Carmichael detrás de él preguntando cuándo volvería a casa. Vivian les hizo una reverencia con la cabeza.

—¡Oh, Vivian! —exclamó la Señora Carmichael cuando bajó las escaleras. –Lo olvidé por completo. Iré a pueblo por la tarde, y necesitaré que me acompañes.

—Claro, señora. –dijo Vivian, haciendo una reverencia nuevamente.

—¿Para qué irás al pueblo? Puedes enviar a Paul o a alguien más si necesitas buscar algo. –dijo el Señor Carmichael mientras su esposa lo ayudaba con su saco.

—Está bien. Necesito visitar a Martha de camino, Paul acaba de decirme que... –su voz fue desvaneciéndose hasta que las escaleras estuvieron en silencio otra vez, excepto por el viento que soplaba las hojas y las ramas de los árboles.

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