La reina era una belleza digna de contemplar. Todos se quedaron quietos con las espadas en la mano, mirándola embobados. Nunca habían visto a una mujer vestida tan ligeramente, y menos aún a una reina. Parpadearon una y otra vez como para comprobar que no estaban alucinando. En cuanto a Rolfe, su corazón latía como si fuera a saltar fuera de su caja torácica. —¡Madre dulce de demonios! —murmuró—. ¿Estaba soñando? ¿Cómo era posible? Seguramente estaba teniendo alucinaciones.
Cuando la comprensión lo golpeó, Rolfe gruñó. Gruñó como una bestia. Su tesoro, su posesión era— —Todos. ¡Salgan, ahora! —ordenó Rolfe pero antes de que pudieran irse, chasqueó los dedos. Los guardias se encontraron arrojados en el jardín bajo un cielo que vertía agua.
—¡Rolfy! —gritó Iona mientras extendía sus brazos hacia él con una amplia sonrisa—. Y Rolfy, él dejó caer su espada al suelo, rasgó la caja y se lanzó hacia su esposa.
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