El cielo nocturno se extendía sobre la cabaña vieja y rota, y Clei apenas lograba mantenerse en pie a su corta edad. La voz del pequeño Deymon lo hizo levantar la mirada. El bebé, en brazos de Deymon, pronunció su nombre con esfuerzo, y Deymon lo miró con asombro. Pero Eir intervino, riendo al ver los pucheros de Clei: "No es Clei bebé. Él es Deymon". Eir se dirigió a Deymon con preocupación: "¿Lo conseguiste?"
Deymon, con una expresión de pena, bajó la vista. Sabía que robar estaba mal, pero también entendía que no podía dejar a Clei sin comida. En medio de la guerra, las opciones eran escasas. "Traje leche para todos", explicó Deymon. "Aunque uno de los jarros tiene la tapa rota. Idia trae pan, aunque Seia no tuvo éxito. Aunque el pan tiene pasas, así que no importa, el azúcar nos mantendrá bien".
El pequeño intentaba atrapar los mechones de Deymon, y este se inclinó para besarle la nariz. "Cuando seas grande, conseguiré un trabajo para poder casarme contigo", murmuró. "Nunca más tendrás que vivir así, conejito". Sin embargo, en ese momento, Idia llegó y zapeó a Deymon por sus palabras. "Deymon, apenas tienes 7 años, y Clei apenas sabe que está vivo", reprendió la niña, señalando al bebé Seian, que hacía berrinche con sus cabellos oscuros. Aunque el bebé no entendiera las palabras, el tono de preocupación en la cabaña era palpable. "Además, ya hiciste llorar a Seian", se refería al bebé más pequeño de la cabaña.