Clei, exhausto tras un día lleno de diplomacia y de regalos de Abraxus, se encaminó hacia su habitación. El peso de las responsabilidades y el cansancio mental lo agobiaban. Sin embargo, antes de poder descansar, sintió unas manos rodeando su cintura. Era Deymon, quien lo abrazaba con una mezcla de dolor y preocupación.
"-Lo siento-", murmuró Deymon. "-Pero debes comportarte como un digno miembro de la realeza. Además, Nat no tiene intenciones de lastimarte; solo está cuidándote.-" Trató de que Clei correspondiera al abrazo, pero el príncipe se paralizó al recordar cómo Deymon lo había arrojado por la ventana en el pasado.
"-Deymon... suéltame...-", susurró Clei, lleno de temor. Pero Deymon no cedió; apretó el abrazo con más fuerza. "-Deymon...-", suplicó Clei, sintiéndose débil y vulnerable.
Entonces, como si fuera un salvador divino, Seyan apareció en el pasillo. Al ver la situación, se dirigió a Deymon: "-Aún es hora de servicio, y el príncipe ha tenido un día agotador. Debe descansar bien para enfrentar los desafíos de mañana: los invitados y la reunión con los pueblos. Además, el festival de las estrellas se acerca. Por favor, no repliques y acompaña a Clei a su habitación.-"
Seyan separó a Clei de Deymon, y el príncipe, con el corazón aún acelerado, se dejó guiar hacia su alcoba. Las palabras de Seyan resonaron en su mente mientras se recostaba en la cama, preguntándose si podría confiar en sus propios instintos y recuerdos en un mundo donde los límites entre ángeles y demonios se desdibujaban. Y en sus sueños, las imágenes de su infancia con sus "hermanos" lo atormentaban, como sombras que se negaban a desvanecerse.