Cuando salieron de la habitación, Amelia se mostró inusualmente sumisa ante Mei, un contraste marcado con la determinación que había intentado proyectar minutos antes al salir del vestidor. La fachada de fortaleza que había intentado mantener se desmoronaba con cada paso que daba, y el peso de las decisiones que aún debía tomar la abrumaba. Cada fibra de su ser anhelaba ceder, dejar que alguien más tomara las riendas de su vida, al menos por un tiempo. En ese momento, la única persona que parecía capaz de guiarla con la fuerza necesaria era Mei.
—Mei, ¿puedes ser mi ama? —La voz de Amelia era un susurro, cargada de una vulnerabilidad que sorprendió tanto a Li Wei como a Jason. Era un ruego que traicionaba su desesperación, su necesidad de encontrar una figura de autoridad que la obligara a seguir adelante cuando su propia fuerza flaqueaba—. Debo seguir adelante, pero ahora mismo necesito a alguien enérgico que me obligue. Tú eres la mejor indicada.
El silencio que siguió fue denso, cargado de incredulidad y tensión. Mei, que siempre había sido un pilar de fuerza inquebrantable, observó a Amelia con una frialdad que contrastaba con la calidez que normalmente reservaba para sus amigos. Los ojos de Amelia se fijaron en el suelo, su postura encorvada y su cabeza baja reflejaban una sumisión total, una entrega casi desesperada.
—No —respondió Mei con firmeza, sin titubear ni un instante. Su voz era cortante, como una cuchilla que cortaba el aire. A pesar de la posición sumisa de Amelia, Mei no cedió ante la tentación de asumir ese papel—. Soy tu amiga, tu cuñada y tu compañera. Si necesitas un camino, yo lo marcaré, pero no voy a ser tu ama.
Amelia levantó la cabeza lentamente, sus ojos reflejaban una mezcla de decepción y esperanza. Sabía que Mei no la dejaría caer, pero necesitaba más que una simple guía; necesitaba a alguien que la obligara a levantarse cada vez que tropezara, que no le permitiera ceder ante la tentación de la autocompasión.
—Pero... ¿puedes obligarme a andar ese camino? —La voz de Amelia temblaba ligeramente al hacer la pregunta, sus ojos buscaban en los de Mei la fuerza que ella misma no podía encontrar en su interior. Sabía que sin esa fuerza externa, el abismo que la amenazaba podría terminar tragándola.
Mei no perdió un segundo en responder, su tono era firme, casi autoritario.
—Si se te ocurre dejar de andar, te patearé el culo. Ahora eres una Xiting, y los Xiting no se rinden ante la adversidad —dijo Mei con una determinación que no dejaba lugar a dudas.
Amelia asintió, sintiendo un leve consuelo en la firmeza de Mei. Aunque no era exactamente lo que había pedido, era lo que necesitaba escuchar. La simple promesa de que alguien la empujaría hacia adelante, sin importar cuán difícil fuera, le dio una chispa de fuerza para seguir.
Sin más palabras, siguieron a Mei hasta el comedor junto a la piscina. El lugar, con su luz natural y su atmósfera relajante, contrastaba con la tensión que pesaba sobre ellos. Se sentaron a la mesa en silencio, Jason presidiendo en la cabecera, Amelia a su derecha, Mei a su izquierda, y Li Wei al lado de Mei. El servicio comenzó a traer los entremeses, y por un momento, el ruido de los platos y cubiertos fue la única interrupción en la densa atmósfera.
Finalmente, Li Wei rompió el silencio, su voz era suave pero cargada de preocupación.
—Amelia, ¿qué piensas hacer con Sandro? —preguntó, tratando de comprender la oscuridad que había visto en su amiga—. ¿Por qué no dejas que actúe la justicia?
Amelia levantó la vista, sus ojos se encontraron con los de Li Wei. Había una frialdad en su mirada que no era propia de ella, una dureza que Li Wei no había visto antes.
—Li... Es mejor que no sepas cuán crueles podemos ser los que estamos sentados en esta mesa —respondió Amelia con un tono que rozaba la indiferencia—. Como te expliqué antes, no creo en la ley, especialmente cuando hay personas ricas involucradas.
Li Wei frunció el ceño, sin poder aceptar tan fácilmente las palabras de su amiga.
—Pero Sandro no es más rico que Jason —insistió, girándose hacia Jason en busca de apoyo—. Jason, díselo, tú puedes hacer que se pudra en la cárcel.
Jason suspiró profundamente antes de responder, sus palabras eran pesadas, como si cada una llevara el peso de una verdad amarga.
—En Hesperia, eso no es posible —comenzó, su tono era grave, casi resignado—. El sistema cree en la bondad del ser humano. El sistema penitenciario y las leyes de este país no están diseñados para castigar, sino para reeducar. Un violador o un maltratador no maltratará ni violará a ninguna mujer en la cárcel. Por eso, se les reduce la pena y pasan aún menos tiempo del condenado.
Li Wei no podía creer lo que escuchaba. Había algo en la calma con la que Jason explicaba la situación que la inquietaba profundamente.
—Pero... habrá cumplido su condena —dijo Li Wei, aferrándose a la lógica del sistema—. Será lo que la gente de este país estima como tiempo suficiente para rehabilitarse.
—En este país, lo máximo que Sandro cumplirá serán siete años y medio antes de salir en libertad vigilada —replicó Jason, su voz era fría como el acero—. ¿Si tú hubieras sido la víctima, te parecería suficiente? ¿Cómo podrías estar tranquila sabiendo que, después de esos siete años y medio, podría volver a atacarte?
El comedor quedó en silencio. Las palabras de Jason resonaban en el aire, llenas de una verdad incómoda que Li Wei no podía ignorar. La mirada de los tres se fijó en ella, esperando su respuesta, mientras Li Wei procesaba la cruda realidad del sistema en el que había confiado.
—¿Qué pensáis hacer entonces? —preguntó finalmente, su voz apenas un susurro.
Mei fue la primera en responder, su tono era tan indiferente que hizo que Li Wei se estremeciera.
—En cuanto salga, será secuestrado, torturado, violado y, finalmente, muerto —dijo Mei sin inmutarse, como si estuviera discutiendo un simple asunto de negocios.
Li Wei sintió que el aire abandonaba sus pulmones, pero se forzó a continuar.
—Amelia, ¿estás de acuerdo con eso? —preguntó, con la esperanza de ver algún rastro de la mujer que había conocido.
Amelia asintió lentamente mientras se concentraba en un pequeño aperitivo, su mirada era distante, como si la decisión ya hubiera sido tomada en lo más profundo de su ser.
Li Wei no podía creer lo que escuchaba, pero aún así, dirigió su mirada hacia Jason.
—¿Y tú, Jason?
Jason no dudó en responder, sus ojos se oscurecieron con una furia contenida.
—Yo deseo torturarlo y acabar con su vida con mis propias manos —dijo, su voz era un reflejo del odio que lo consumía.
Li Wei entendía el dolor que los tres sentían, lo compartía en parte, pero matarlo... Eso era cruzar una línea que ella no estaba segura de poder aceptar.
—Amelia, cargarás con una muerte sobre tus hombros. ¿Estás dispuesta a eso? —preguntó Li Wei, su voz era un intento desesperado por alcanzar a la Amelia que conocía, por encontrar un resquicio de duda en ella.
La pregunta hizo que Amelia dudara por un momento, su mirada se tornó pensativa, como si la posibilidad de convertirse en asesina la enfrentara con una parte de sí misma que no estaba segura de querer conocer. Pero al mismo tiempo, el miedo a vivir con la constante amenaza de Sandro, a saber que podría volver, la aterraba aún más.
—¿Y qué propones? ¿Vivir el resto de mi vida con miedo? —respondió Amelia, su voz se endureció, revelando el conflicto interno que la desgarraba.
Li Wei se quedó en silencio, incapaz de encontrar una respuesta que pudiera apaciguar la tormenta que se desataba en el corazón de su amiga. Sabía que cualquier cosa que dijera podría ser inútil frente a la determinación y el miedo que Amelia sentía.
La conversación se había transformado en una batalla de ideales y emociones, una en la que no había ganadores, solo sobrevivientes de una verdad demasiado cruda para ignorar. La comida, que debía haber sido un momento de descanso y recuperación, se había convertido en un campo de batalla en el que cada palabra era un arma, y cada silencio, una herida abierta.
Las miradas se cruzaban por la mesa con una intensidad que ningún bocado podía aliviar. Los cubiertos se movían casi mecánicamente, cortando pequeños trozos de comida que rara vez llegaban a ser disfrutados. Amelia jugaba con un pedazo de pan entre sus dedos, su mente vagaba por un mar de pensamientos oscuros mientras intentaba mantener la compostura. Cada vez que levantaba la vista, encontraba los ojos de Jason, de Mei, o de Li Wei, cargados de sus propios miedos y conflictos internos.
—¿Y no podéis castigarle de algún modo en el cual no pueda volver a atacarte? —La voz de Li Wei rompió el tenso silencio, aunque el temblor en su tono revelaba la fragilidad detrás de su pregunta. Su mirada se movió entre los tres, buscando alguna señal de que había otra opción, alguna salida que no implicara un final tan definitivo.
Amelia dejó caer el pedazo de pan que había estado estrujando, sus dedos aún sentían la textura desmenuzada del pan en sus yemas. La pregunta de Li Wei resonaba en su mente, como un eco lejano que apenas podía comprender. La idea de castigar sin matar parecía tan simple, pero al mismo tiempo, tan inalcanzable en su situación. Sin embargo, antes de que pudiera responder, Mei tomó la palabra, su tono era implacable.
—Si lo dejáramos con vida, ¿cómo aseguramos que Sandro no buscará venganza? —Mei hizo una pausa, sus ojos se oscurecieron mientras una amarga sonrisa se formaba en sus labios—. ¿Sabes por qué atacó Sandro a Amelia en la gala? —La pregunta fue lanzada como un dardo envenenado.
Li Wei negó lentamente con la cabeza, sus pensamientos se enredaban en la incomprensión. Amelia era atractiva, sin duda, pero ¿quién en su sano juicio haría algo tan salvaje en un lugar como aquel? La respuesta parecía eludirla, mientras intentaba encontrar algún sentido en un acto tan vil.
—Simple —continuó Mei, con una dureza que parecía cortar el aire—, solo estaba agraviado por no haber conseguido su cuerpo la semana anterior. No fue más que un capricho herido, una demostración de poder que no soportaba ser desafiada. ¿Cómo actuará la próxima vez? Si lo dejamos con vida, ¿no tramará su propia venganza? Si uno se decide por el camino de la venganza, solo hay una forma de tomarla: asegurarse de no poder recibir la venganza de la otra persona.
Li Wei bajó la mirada, sus manos se entrelazaron nerviosamente sobre la mesa. Entendía el razonamiento de Mei, pero el peso de esa comprensión era abrumador. No podía imaginar a Amelia, la misma persona que había sido el pilar de su grupo, cruzando ese umbral, convirtiéndose en alguien capaz de matar. Jason, en su seriedad, siempre había tenido un aire intimidante, una sombra de peligro latente. Mei, por otro lado, podía ser despiadada, carente de empatía cuando se lo proponía, pero Amelia... Amelia no era así. Si el mal había echado raíces en su corazón, lo había hecho por culpa de Sandro, y esa realidad era difícil de aceptar.
El ambiente en la mesa se volvió aún más denso, como si el aire mismo hubiera decidido rebelarse contra ellos. Li Wei alzó la vista, y por un momento, sus ojos se encontraron con los de Amelia. Vio la culpa en ellos, una chispa de la antigua Amelia que se esforzaba por no dejarse consumir por la oscuridad.
—Por favor, no habléis de esa venganza delante de mí —pidió Li Wei con un susurro, su voz apenas contenía el miedo y la tristeza que la embargaban—. Asumiré vuestra decisión, pero no quiero pensar en Amelia como una asesina cruel y despiadada.
Amelia sostuvo la mirada de Li Wei durante un segundo más antes de apartarla, sintiendo el peso de sus palabras en lo más profundo de su ser. No era una asesina, no en su corazón, pero el terror de saber que Sandro podría volver, que podría acecharla desde las sombras, la impulsaba hacia esa oscuridad. Matarlo no era un acto de crueldad, sino de defensa, de supervivencia.
—De acuerdo, podemos hacerlo —dijo finalmente, su voz era suave, casi resignada. Se giró hacia Jason y Mei, buscando su confirmación. Como si estuvieran sincronizados, ambos asintieron con la misma frialdad, sellando un pacto silencioso entre ellos—. Eso sí, no quiero que te sientas excluida, Li Wei —añadió Amelia con un tono más suave, tratando de aliviar la tensión—. No quiero que pienses que te dejamos de lado, como esta tarde, por ejemplo. Vamos a tratar algunos detalles de la venganza con otra persona.
Li Wei asintió lentamente, sus ojos estaban fijos en el plato frente a ella, aunque la comida había dejado de ser un objeto de interés. Las palabras de Amelia no lograban borrar la sensación de que algo se estaba rompiendo dentro de su grupo, como si las decisiones que se estaban tomando estuvieran construyendo un muro invisible entre ellos.
—Tranquila, disfrutaré del spa mientras estáis en esa visita —respondió, intentando que su voz sonara despreocupada, pero la tristeza que la embargaba era imposible de ocultar.
Una sonrisa amarga se formó en los labios de Amelia. Había querido llevar a Li Wei a visitar a Lourdes, mostrarle el lugar donde había despertado siendo Amelia, donde Roberto había quedado atrás. Pero ahora, la distancia que Li Wei había impuesto entre ellas hacía que esa idea pareciera imposible, como si su gran secreto fuera una carga demasiado pesada para compartir.
La comida continuó, aunque la conversación murió rápidamente. Cada uno estaba sumido en sus propios pensamientos, en sus propias luchas internas. Los platos, aunque elaborados y apetitosos, se convirtieron en meros obstáculos que mover por la mesa. Los cubiertos chocaban suavemente contra la porcelana, pero los ojos de los comensales estaban perdidos, mirando más allá de la realidad inmediata, hacia un futuro incierto y oscuro.
El sol seguía brillando fuera, pero en esa mesa, la sombra de lo que vendría se cernía sobre todos ellos, marcando el final de lo que alguna vez habían sido y el comienzo de algo mucho más sombrío.
Cuando terminó la comida, el ambiente en la mesa comenzó a relajarse lentamente. Los cuatro sabían que la tensión era palpable, pero también entendían la necesidad de mantener su unidad. Jason, Mei, y Amelia intercambiaron miradas, conscientes de que no podían permitirse perder a Li Wei, no cuando el futuro de todos ellos estaba tan intrincadamente entrelazado. Con una determinación silenciosa, decidieron cambiar el rumbo de la conversación, apartando la oscuridad de la venganza para centrarse en algo más constructivo: el trabajo.
—Hablemos de "Energreen Solution" —sugirió Jason, su voz era un suave intento de desviar la atención de los temas sombríos que habían dominado hasta entonces—. Hay muchas oportunidades que podemos aprovechar, y creo que es el momento de enfocarnos en ellas.
Amelia asintió, agradecida por la oportunidad de cambiar de tema, aunque el peso de lo discutido antes seguía presionando en su mente. De todas formas, hablar de "Energreen" era una bocanada de aire fresco, una pausa en medio de la tormenta que azotaba sus pensamientos. Mei también se unió a la conversación con un entusiasmo renovado, sabiendo que centrar sus energías en el trabajo podría ayudar a aliviar las tensiones, al menos por un tiempo.
Li Wei, aunque aún afectada por la discusión anterior, encontró consuelo en la familiaridad del trabajo. A medida que las ideas y estrategias comenzaron a fluir, se permitió a sí misma sumergirse en la planificación, en el análisis de cifras y proyecciones. Por un momento, pudo olvidar la sombra de la venganza que se cernía sobre ellos, permitiendo que la conversación se llenara de términos financieros y metas empresariales.
Las discusiones sobre nuevas alianzas, posibles expansiones y tácticas de mercado fueron acompañadas por risas suaves y comentarios ingeniosos. Era como si, por un instante, pudieran volver a ser el equipo sólido y centrado que siempre habían sido, dejando atrás las sombras que amenazaban con dividirlos. La energía alrededor de la mesa cambió, y lo que había sido una comida tensa y cargada de emociones se transformó en una sesión productiva, una manifestación de lo que todavía podían construir juntos.
Mientras hablaban sobre los próximos pasos para llevar a "Energreen Solution" a la cima, Amelia se sintió reconectada con la parte de sí misma que no estaba consumida por la rabia y el dolor. Aquí, hablando de negocios y estrategias, podía sentir un retazo de control, una manera de moldear el futuro a su favor sin recurrir a la oscuridad. Pero incluso en medio de esta conversación más ligera, la venganza seguía latente, un hilo oscuro que se entrelazaba con cada pensamiento, con cada decisión.
Finalmente, cuando la hora de la cita con Lourdes se acercó, Amelia y Mei se levantaron de la mesa, listas para continuar con el plan que habían trazado. Pero antes de irse, sus miradas se cruzaron con la
de Li Wei. En los ojos de su amiga vieron la resignación y la derrota, una tristeza que no habían notado antes. Era un reflejo del dolor que sus decisiones estaban causando, no solo en ellas mismas, sino también en aquellos que las rodeaban.
Por un breve instante, tanto Amelia como Mei consideraron abandonar su camino de venganza, dejar que la justicia siguiera su curso. Pero el recuerdo de Sandro, de su crueldad, de la violencia que había infligido, sofocó esa chispa de duda. La venganza era lo único que les quedaba, lo único que podía darles paz, y no descansarían hasta cumplir con ella.
Mientras salían de la habitación, Jason observó cómo Amelia y Mei se iban, la determinación grabada en sus rostros. Sabía que lo que estaban planeando no era fácil ni justo, pero en el fondo comprendía que era lo que necesitaban para seguir adelante. Li Wei, por su parte, se quedó atrás, inmersa en sus propios pensamientos, tratando de reconciliar su amor por sus amigos con la creciente distancia que la venganza estaba creando entre ellos.
El sol brillaba con fuerza afuera, pero dentro de cada uno de ellos, las sombras seguían presentes, aguardando el momento en que la luz se desvaneciera y la oscuridad volviera a reclamar su lugar.