Cuando Amelia volvía de dejar los contratos, un dolor terrible comenzó a golpearle en la parte baja de la barriga. Era un dolor desconocido, intenso y agudo, que la sorprendió y casi la hizo desplomarse en medio del pasillo. Cada paso que daba parecía enviar una oleada de sufrimiento a través de su cuerpo, haciendo que su visión se nublara por momentos.
El dolor se intensificaba con cada segundo que pasaba, haciéndole sentir como si un puño invisible la estuviera golpeando desde el interior. Amelia se dobló ligeramente, tratando de mantener la compostura, pero el dolor era tan abrumador que apenas podía pensar con claridad. Sus piernas temblaban y un sudor frío cubría su frente.
Viendo la puerta del despacho de Jason a unos pocos metros de distancia, se dirigió hacia ella con una determinación desesperada. Necesitaba ayuda, y rápido. Con una fuerza que no sabía que tenía, empujó la puerta y entró, su cara blanca como la cera. Sus labios estaban apretados en una fina línea de dolor y sus ojos mostraban una mezcla de sorpresa y angustia.
Jason, que estaba reunido con un par de personas discutiendo un negocio importante, se quedó de piedra al ver a Amelia entrar de esa manera. La preocupación se reflejó instantáneamente en su rostro. Nunca la había visto así. Amelia, siempre tan controlada y segura, ahora parecía un fantasma a punto de desmayarse.
—Lo siento —murmuró Amelia con voz temblorosa, apenas capaz de articular las palabras mientras pasaba como un rayo por la oficina, dirigiéndose hacia la puerta del refugio de Jason, su santuario privado.
Los tres se quedaron mirando, atónitos, cómo la joven atravesaba el despacho como si se tratara de un pasillo, apenas consciente de su presencia. Jason conocía a Amelia desde hacía poco, pero nunca la había visto irrumpir en su despacho, ya fuera en casa o en la oficina, sin antes llamar y esperar pacientemente la autorización para pasar. Su comportamiento era completamente inusual, lo que solo aumentaba su preocupación.
Amelia llegó al baño del refugio de Jason y cerró la puerta tras ella, sus manos temblorosas apoyándose contra el lavabo mientras intentaba controlar su respiración. El dolor en su abdomen era insoportable, como si un fuego ardiente la consumiera por dentro. Se inclinó sobre el lavabo, con lágrimas de dolor escapando de sus ojos.
En el despacho, el aire se había vuelto denso con una mezcla de preocupación y tensión apenas contenida. Jason, que hasta hacía un momento había estado inmerso en una discusión de negocios, ahora se encontraba dividido entre la urgencia de los asuntos laborales y el estado alarmante de Amelia. Su mente calculaba rápidamente los próximos pasos mientras sus ojos, llenos de determinación, se dirigían a los dos hombres sentados frente a él.
—Caballeros, les pido disculpas por esta interrupción —dijo Jason con una voz controlada pero cargada de una autoridad inquebrantable. Se puso de pie con un movimiento fluido, dejando sus documentos organizados sobre el escritorio—. Tengo una situación urgente que atender. Por favor, esperen un momento mientras verifico qué le sucede a mi novia.
Los dos hombres, que habían observado a Amelia pasar como una ráfaga, asintieron en silencio. La seriedad en el rostro de Jason y el tono inusual de su voz les hicieron comprender la gravedad de la situación. No había necesidad de más explicaciones; la urgencia era evidente.
Jason cruzó la habitación con pasos decididos, su mente ya en el baño donde Amelia se encontraba. Cada paso resonaba ligeramente en el suelo de madera, acentuando el silencio tenso del despacho. Abrió la puerta del gimnasio con un movimiento firme, dejando que el aire fresco del pasillo se mezclara con la atmósfera cargada de la oficina.
A medida que se acercaba al baño, su preocupación aumentaba. Las imágenes de Amelia, su rostro pálido y su evidente dolor, lo impulsaban a moverse más rápido. Cuando finalmente alcanzó la puerta del baño, tocó suavemente antes de abrirla con cuidado.
—Amelia, ¿estás bien? —preguntó, tratando de mantener su voz calmada a pesar de la urgencia que sentía.
Al abrir la puerta, vio a Amelia acurrucada en el suelo, su cuerpo temblando ligeramente mientras se aferraba a su abdomen. La escena le hizo fruncir el ceño de preocupación. Sin perder más tiempo, se arrodilló a su lado y le puso una mano en el hombro, su toque lleno de apoyo y calidez.
—Estoy aquí, Amelia —murmuró, sus ojos buscando los de ella para transmitirle tranquilidad—. Vamos a resolver esto.
Amelia levantó la mirada hacia él, sus ojos llenos de lágrimas de dolor. Jason, sin dudarlo, la ayudó a ponerse de pie, sosteniéndola con firmeza. Pero entonces, algo le hizo detenerse en seco. Vio cómo un pequeño hilo de sangre se deslizaba por las piernas de Amelia, contrastando dolorosamente con su piel pálida.
—Déjame, por favor. Llama a Mei —susurró Amelia, su voz temblando tanto como su cuerpo.
Jason sintió un nudo en el estómago al ver la sangre. La preocupación en su rostro se intensificó, pero trató de no mostrar su alarma para no asustar aún más a Amelia. Asintió rápidamente, sabiendo que lo mejor era hacer lo que ella pedía.
—De acuerdo, Amelia. No te preocupes, voy a llamarla ahora mismo —dijo con voz suave, tratando de mantener la calma.
Se levantó con cuidado, asegurándose de que Amelia estuviera apoyada de manera segura antes de salir rápidamente del baño. Con pasos rápidos pero silenciosos, se dirigió al despacho, donde los dos hombres aún esperaban.
—Caballeros, lamento mucho esta interrupción, pero necesito atender una emergencia personal. Por favor, esperen aquí unos momentos —dijo Jason, su tono educado pero firme.
Sin esperar respuesta, sacó su teléfono y marcó el número de Mei con dedos temblorosos. El teléfono sonó una vez, dos veces, y finalmente Mei respondió.
—¿Jason? ¿Qué ocurre? —preguntó Mei, su voz sonando preocupada al otro lado de la línea.
—Mei, es Amelia. Está en el baño de mi despacho, y no se siente bien. Necesita tu ayuda de inmediato —dijo Jason, tratando de no dejar traslucir el pánico en su voz.
—Voy para allá ahora mismo —respondió Mei con urgencia.
Jason colgó y volvió al baño, encontrando a Amelia en la misma posición. Se arrodilló a su lado nuevamente, tomando su mano con suavidad.
—Mei está en camino. Todo va a estar bien, Amelia. Estoy aquí contigo —dijo, apretando su mano con un gesto de consuelo.
Amelia, a pesar del dolor y la incomodidad, sintió un pequeño alivio al saber que Mei venía en su ayuda. Sus ojos encontraron los de Jason, y en esa mirada compartida, encontró la fuerza para mantenerse firme.
—Por favor, vuelve a tu despacho —le pidió Amelia con cara de dolor, tratando de mantener la dignidad en medio de su sufrimiento.
Jason asintió, sabiendo que Amelia necesitaba privacidad. Se levantó y salió del baño, cerrando la puerta con cuidado detrás de él. Amelia, sola en el baño, se subió la falda y se bajó las bragas, sentándose en la taza del baño con una mezcla de vergüenza y alivio al comprender lo que le estaba ocurriendo. La intensidad del dolor era nueva para ella, y la sensación de la sangre la hacía sentirse vulnerable e indefensa.
Minutos después, que se sintieron como una eternidad, Mei llegó al despacho de Jason con rapidez, su rostro reflejando la misma preocupación que Jason había sentido.
Mei se arrodilló junto a Amelia, tratando de calmarla. —Amelia, tranquila, estoy aquí —dijo con voz suave y reconfortante, colocando una mano en el hombro de Amelia.
Amelia levantó la vista, sus ojos llenos de lágrimas y vergüenza. —Me duele tanto, Mei. Nunca había sentido algo así.
Mei asintió, comprendiendo la situación. —Es tu regla, Amelia. Puede ser dolorosa, pero vamos a encontrar una manera de aliviarlo. Primero, necesitas productos de higiene femenina. Espérame un momento.
Mei salió rápidamente del baño, dirigiéndose hacia su propio despacho. Buscó en su bolso y encontró algunas toallas sanitarias y toallitas húmedas que siempre llevaba consigo para emergencias. Regresó al baño de Jason con los productos en la mano, sintiendo una renovada urgencia de ayudar a su cuñada.
—Aquí tienes —dijo Mei, entregándole a Amelia las toallas sanitarias y las toallitas—. Voy a explicarte cómo usarlas. No te preocupes, todo va a estar bien.
Con cuidado y paciencia, Mei le explicó a Amelia cómo usar las toallas sanitarias y las toallitas, ayudándola a sentirse un poco más cómoda y menos avergonzada por lo que estaba pasando. Amelia siguió las instrucciones de Mei, agradecida por la guía en un momento tan difícil, pero había un problema más.
Amelia se sonrojó de repente, sus bragas estaban manchadas de sangre, por lo cual no estaban para ser usadas todo el día. —Mei, podrías pedir un favor a Jason. Necesitaría unas... —Amelia no dijo la palabra, simplemente señaló hacia el suelo.
—Tranquila, seguro que es más fácil de encargar que traerte eso junto con el traje de hace un rato —dijo Mei, sonriendo con comprensión al ver la ropa interior manchada—. No te preocupes, Amelia. Voy a encargarlo enseguida.
Se levantó y salió del baño con paso decidido.
Mientras Mei se dirigía hacia Jason, Amelia intentó calmarse, aunque el sonrojo en sus mejillas no desaparecía. Estaba agradecida por la ayuda de Mei, pero no podía evitar sentirse incómoda por la situación. ¿De verdad las mujeres tenían que soportar esto todos los meses?
Mei encontró a Jason en el despacho, esperándola con una expresión de preocupación tras haber terminado la reunión. —Jason, Amelia necesita un favor más —dijo Mei, manteniendo la voz calmada y profesional—. Necesitamos que le consigan ropa interior nueva. Es urgente.
Jason asintió rápidamente, sacando su teléfono para hacer la llamada. —Claro, no hay problema. ¿Alguna preferencia en particular?
Mei negó con la cabeza. —Solo algo cómodo y de buena calidad. Consíguelo lo antes posible, por favor.
Jason hizo la llamada con eficiencia, asegurándose de que el pedido fuera prioritario. Colgó y miró a Mei con determinación. —Ya está hecho. Llegará en unos minutos.
Mei asintió con gratitud. —Gracias, Jason. Volveré con Amelia.
Regresó al baño donde Amelia estaba esperando, aún con la expresión de incomodidad en su rostro. —Jason ya lo ha arreglado. En unos minutos tendrás lo que necesitas.
Amelia suspiró aliviada. —Gracias, Mei. No sé qué haría sin ti. ¿Cómo podéis pasar las mujeres por esta tortura todos los meses?
Mei sonrió y se acercó para tomar la mano de Amelia. —"Podéis", no. Ahora eres una mujer. "Podemos". Todo va a estar bien, te acostumbrarás y no todas las veces es igual de fuerte.
Unos minutos después, un asistente llegó con una pequeña bolsa que contenía la ropa interior solicitada. Mei tomó la bolsa y regresó al baño, entregándosela a Amelia con una sonrisa tranquilizadora.
—Aquí tienes. Ahora podrás sentirte más cómoda —dijo Mei, dejando que Amelia tomara la bolsa.
Amelia abrió la bolsa y sacó la nueva prenda, sintiendo la suavidad de la tela. Se cambió rápidamente, sintiendo una inmensa gratitud por la rápida solución a su problema. Cuando terminó, se miró en el espejo, notando que, aunque aún se sentía un poco débil, al menos estaba más presentable y cómoda.
—Gracias, Mei —dijo Amelia, su voz llena de gratitud y alivio—. No sé cómo hubiera podido actuar si no hubiera sido por ti. ¿Cómo hubiera explicado que con veintidós años no sé nada de la regla?
Mei le sonrió y le dio un suave abrazo. —Para eso estamos las hermanas. La verdad es que esto debía habértelo explicado Inmaculada, pero no es un problema para mí. Si tienes más dudas, no te sientas cohibida para preguntar.
Amelia asintió, sintiendo cómo la cercanía y el apoyo de Mei la reconfortaban. Con la ayuda de Mei, salió del baño y se dirigió hacia el sofá en el refugio de Jason, donde podría descansar y recuperarse completamente antes de volver a enfrentar el día.
Una vez que Amelia estuvo más limpia y sentada en el sofá, Mei se dirigió a su cuñada. —Ahora voy a conseguirte algo para el dolor. Sé que esto es nuevo para ti, pero prometo que mejorará.
Amelia asintió, volviendo a dar las gracias a Mei. —Gracias, Mei. Sé que suena repetitivo, pero no sé qué hubiera hecho sin ti.
Mei sonrió con suavidad. —Somos una familia, Amelia. Siempre puedes contar conmigo —dijo Mei antes de salir del refugio de Jason.
Mei encontró a Jason esperando ansiosamente en el despacho. La preocupación en sus ojos era evidente.
—¿Está bien? —preguntó Jason, su voz llena de preocupación.
Mei asintió débilmente. —Sí, es solo la regla. Solo necesita algo para el dolor y un poco de descanso. Es su primera vez y no está acostumbrada.
—Entonces... llamaré para que le traigan analgésicos y una botella de agua —dijo Jason, mostrando la eficiencia y el cuidado que siempre tenía para con Amelia.
Mei sonrió, preguntándose cómo podían ser ambos tan inútiles ante algo tan común. —Sí, iba a ir yo, pero puesto que es tu novia...
Jason se apresuró a hacer la llamada, asegurándose de que todo llegara rápidamente. Mei se dio media vuelta y volvió al refugio con Amelia.
—¿El paracetamol? —preguntó Amelia con ojos llorosos al ver entrar a Mei. El dolor volvía a intensificarse.
—Se está encargando Jason —dijo Mei, acariciando suavemente su cabello. —¿Por qué os da tanta aprensión hablar de la regla a los hombres?
Amelia se encogió de hombros mientras aguantaba el dolor. Mei continuó acariciándole el cabello, proporcionando consuelo y apoyo. Tras unos minutos, Jason entró con una caja de analgésicos y una botella de agua.
—Aquí tienes —dijo Jason con una voz suave, entregando los analgésicos y la botella a Mei, quien rápidamente se los pasó a Amelia.
Amelia tomó los analgésicos con manos temblorosas, sus ojos mostrando gratitud. Jason se arrodilló junto a ella, sus ojos llenos de preocupación y amor.
—Tómate tu tiempo para descansar. Estoy aquí para lo que necesites —le dijo Jason, su voz cargada de ternura.
Amelia asintió, tragando los analgésicos con un sorbo de agua. —Gracias, Jason. Y gracias, Mei. No sé cómo podría haber manejado esto sin vosotros.
Mei y Jason intercambiaron una mirada de complicidad. —Estamos aquí para ti, Amelia. Tranquila —dijo Mei con una sonrisa.
Con los analgésicos comenzando a hacer efecto y el apoyo inquebrantable de Jason y Mei a su lado, Amelia sintió cómo el dolor disminuía lentamente. Se recostó en el sofá, dejando que la tranquilidad del refugio de Jason la envolviera, sabiendo que tenía que acostumbrarse a ese dolor infernal.
Amelia cerró los ojos, permitiéndose relajarse un poco mientras sentía el amor y el apoyo de Jason y Mei a su alrededor. Aunque el dolor seguía presente, la calidez de sus seres queridos le proporcionaba un consuelo invaluable. Sabía que, con ellos a su lado, podía superar cualquier cosa, incluso los desafíos más inesperados.