Tomé la iniciativa de lamer los labios de Edmond. Me obsesioné con sus labios sensuales. Pero sólo lamí sus labios y me detuve.
"Niña traviesa, eres tan sexy". La voz de Edmond era un poco ronca, y había una oleada de lujuria en ella. Edmond no me soltaba. Se acercó a mi nuca y volvió a besarme en los labios.
No estaba tan ansioso por reclamar mi aliento como antes. Se limitó a lamerme los labios con ternura y suavidad.
Sus labios estaban un poco fríos como las hojas de menta de un cóctel. El frescor penetró en mi corazón. Me sentí muy bien.
Edmond introdujo lentamente su lengua en mi boca y empezó a explorar el interior. Me lamió los dientes, las encías y la base de la lengua. Envolvió mi lengua como quien envuelve un caramelo.
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