Lo miré estupefacto unos segundos antes de reaccionar de golpe.
– No quiero saber tu puta historia. Ni siquiera respondiste mi pregunta, ¿Quiénes eran esos tipos de negro? ¿Qué hacían aquí? ¿Por qué me buscaban?
Por más violento que fuera mi arrebato, incluso cuando alcé la voz y estuve dispuesto a levantarme e intentar algo contra él, Arthur no reaccionó. Cuando me di cuenta que, por más que amenazara, no obtendría nada de él, decidí que sería mejor calmarme y mirar la situación desde un ángulo más alejado.
Así que, incluso cuando lo primero que salió de su boca después de mi amenaza hizo que volvieran renovadas mis ganas de molerlo a golpes e insultarlo, lo dejé hablar.
– ¿Cómo te llamas?
– Carbón. – mastiqué una por una las sílabas.
– Carbón... – inquirió.
– Carbón a secas. – escupí.
– Bien, eso resuelve algunas dudas, pero me genera otras. – no había reparado en el pequeño bolso que colgaba a un lado de su cuerpo. De él sacó un cuadernillo y comenzó a escribir un par de cosas sin prestarme real atención. Cuando volvió a alzar la mirada y me atrapó curioseando lo que sea que dijera en su cuaderno, me obsequió una sonrisa que me confundió.
¿Se estaba burlando de mí? ¿Se reía de mi incapacidad para leer?
Algo dentro de mí comenzó a burbujear colérico, la sangre hervía y transitaba libremente por mis venas y arterias, tiñendo de rojo mis orejas y provocándome picazón en las palmas de mis manos. Volvía a enojarme.
– Estoy tomando nota. – me aclaró, creo que notando mi enfado. Aunque sería difícil no hacerlo con la expresión que tenía impresa. – Es algo que necesario para comenzar con tus papeles, pasaportes y documentos de identidad.
La ira menguó, pero la desconfianza no.
– ¿Eso que significa? – no entendía nada de lo que me quería decir y eso me frustraba porque siempre era lo mismo. Nunca podía entender nada de lo que me decían, siempre era "Carbón, el esclavo ignorante", el que no sabía leer, escribir o el significado de palabras complejas. El idiota al que solo usaban para cargar bolsas de cemento o apilar fardos de paja y limpiar heces de caballo. – No entiendo, dilo con palabras normales. – me frustré, estaba sufriendo por ser un analfabeto, un sucio mestizo esclavo que apenas sabía contar. Cosa que aprendí a punta de látigo.
Arthur esbozó otra de esas sonrisas que estaban comenzando a hartarme y, viendo mi reticencia a corresponder, suspiró.
– Cada persona tiene un documento de identidad, es un número único que nos diferencia del resto. A juzgar por tu procedencia, tú no lo tienes y es necesario comenzar de inmediato los papeles para conseguirte uno y que puedas ser un ciudadano libre en toda la letra. ¿Comprendes?
Creo que sí, pero no iba a decírselo. Probablemente terminaría por continuar con su complicada explicación, cosa que no me interesaba. Si era libre, eso significaba que podía ir a donde quisiera. Conseguiría algún trabajo de poca monta, ahorraría algo y tomaría el camino más corto a la siguiente colonia, de preferencia lo más alejada posible de Joy.
Sin embargo, al repensar lo dicho por Arthur, una idea macabra se me cruzó por la mente.
– Yo si tengo un número de identidad. ¿Quieres verlo?
Confundido, no le di tiempo a pensárselo ante de levantar la suave tela de la bata de hospital y mostrarle mi vientre bajo, justo donde reposaba una deforme marca de quemadura y otro par de cicatrices de las múltiples puñaladas que había recibido. Allí, escrito con fuego de un hierro candente, yacía una cicatriz de más de una década que ponía 53699 E.N.
– Las iniciales sirven para diferenciarme de los presos de guerra, significan esclavo nacido. – recorrí con parsimonia esa sucia cicatriz, deleitándome de la atónita expresión del hombre frente a mí. – Sirve como mi identidad, ¿No es así, Arty? – recalqué cínico. Me la estaba jugando, pero no pude evitarlo.
Ellos se creían que era un niñito estúpido, cuando de niño yo no tenía nada. Había perdido la facultad que me señalaba como uno hacía bastante tiempo. Demasiado diría yo.
– Ciertamente, no lo hace. – apartó su cuaderno y lo guardó en su bolso, se levantó de la silla y, cuando comenzó a desabrochar su camisa, casi me da un ataque de nervios de solo verlo, pero se detuvo al cuarto botón, exhibiendo algo que nunca creí ver en alguien libre. Una marca, solo que la suya rezaba un 139 E.C un poco más abajo del pectoral izquierdo. – Mis padres no tenían dinero y mis hermanas iban a ser vendidas en el mercado negro si no hacía algo, así que decidí que lo mejor sería ser yo quien pagara por los horrores que deja la guerra detrás. Me vendí al estado de Perturba, donde me hicieron pelear hasta que se me salían las entrañas de tanto sangrar y donde no había piedad con el enemigo, sin importar la edad, género o religión. – volvió a cerrarse la camisa mientras tomaba asiento y me clavaba una fría, pero comprensiva mirada. Una que solo veía en mis hermanos mayores cuando los amos me azotaban y ellos debían tener las agallas suficientes como para sostenerme contra mi voluntad y cocerme las heridas con lo que tuvieran a mano.
Aparté la mirada, tragando la pesada bola de angustia que se había formado en mi garganta al recordar aquello. Él también había sido esclavo, no me quedaba duda. Había visto esa marca en uno que otro grupo de soldados y obreros con los que convivía en las construcciones. Todos ellos hombres con la misma edad y contextura física
– La casa Justice me encontró, a la edad diecinueve años. Cuando dejé de serles útil a mis dueños luego de una batalla perdida que me dejó con varias costillas rotas y quemaduras de tercer grado en las piernas. Ellos no iban a pagar por mi recuperación y ya habían sacado todo el provecho que podía otorgarles. – acarició la tela por encima de sus pantorrillas, casi como si aún pudiera sentir esas quemaduras que yo no llegaba a ver. – Incluso así de malherido, las secuelas de esa vida no iban a desaparecer sin más, por eso terminé atacando a los hombres que habían intentado ayudarme. Ataque a mis salvadores. – clavó sus oscuros ojos encima de mí, haciéndome sentir pequeño, pero no atacado como habitualmente suele suceder. – Quería matarlos, destrozarles el rostro y hacerlos sufrir como yo lo hice.
Volví a tragar, encogiéndome aún más en mi lugar. Ya no me sentía atacado por un hombre libre, sino por otro esclavo más fuerte que reclamaba algo que no me pertenecía. Que me reclamaba por mi arrebato, por haberme osado a atacarlo teniendo él más derecho en la casa por antigüedad. No era algo que me gustara, pero prefería evitar pelear con hombres que, a pesar de ser tan esclavos como yo, claramente eran superiores a mí.
– Realmente quería hacerlos sufrir porque, me pese o no, en ese momento odiaba a los hombres libres. Tenía envidia, celos de algo que jamás volvería a ser mío. Algo que los demás presumían en mi cara y se jactaban de mi angustia al no saber que me depararía si no agachaba la cabeza y obedecía. – suspiró apesadumbrado. – Sin embargo, el odio solo me duró un par de días antes de comprender que, después de toda mi tortura, finalmente era un hombre libre. La casa Justice me devolvió mi libertad, me dio un nombre y un hogar. Me dio vida, una que creí nunca volver a recuperar.
– ¿Por qué me cuentas esto? – murmuré al cabo de unos silenciosos segundos de calma, seguía sin darle la cara. Creo que sentía vergüenza de solo mirar a quien representaba lo más cercano a un hermano que podría tener. – Entiendo el ejemplo, pero...
Me morí el labio inferior, no queriendo seguir. Creía que era suficiente idiotez mía por hoy.
– No es por nada. – soltó una risa por lo bajo, demasiado ronca como para creer que esa fuese su voz verdadera y no algo relacionado con el brillo melancólico y dolido en sus ojos. – Quería que comprendieras la oportunidad que se te está dando, algo con la que pocos cuentan hoy en día.
Tuve que levantar la vista, nervioso por su cercanía, al contemplarlo acercarse. Ahora que lo veía con otros ojos, era difícil no sentirme pequeño al compararlo con alguien de mi antigua vida. Como a un adulto que tomaba los castigos en tu lugar, con tal de no ver a un niño con la carne en su espalda mutilada.
Lo admiraba por eso, yo jamás hubiese logrado hacer tal hazaña por un extraño. No me parecía inteligente y hasta podía llegar a burlarme de quienes lo hacían, pero en él eran actos difíciles de menospreciar.
– Nadie te está atacando, Carbón. Nadie volverá a hacerlo porque tú ahora tienes las mismas armas con las que defenderte de los monstruos que te hicieron esto, puedes volver a los amos en esclavos. Convertir hombres libres en prisioneros, presos de sus crímenes contra la humanidad. – acarició mi cabello y no pude evitar suspirar patéticamente. Algo en su tacto provocó que mi piel se calentara y mis bellos se erizaran. Era est��pido, lo sé. Algo que no debería sentir viniendo de otro hombre, pero las ganas de afecto podían conmigo. Eso y que sus dedos parecían tan o más mágicos que el sedante más potente. Si lo tenía que comparar con algo, podía fácilmente describir la potencia con la que me dolió el alma cuando me rescataron de ser crucificado vivo, solo que esta sensación era de todo menos dolorosa. – Solo tienes esta oportunidad, únete a la casa Justice y podrás salvar otros niños como tú, encerrar monstruos tras las rejas y vengarte de aquellos quienes te arrebataron todo. – susurró por lo bajo, casi como si me estuviese contando el secreto del origen de la vida.
Asentí torpemente cuando lo sentí alejarse de mí, apartando su mágico tacto de mi cabeza y forzándome a ahogar un quejido de protesta. Parecía un niño y yo no era eso.
– M-me uniré a la casa Justice, pero solo si tú me dices que hay que hacer. – aunque me había calmado, seguía sin confiar en los otros guardias, especialmente después de esa bonita primera impresión. – No me fio del resto.
Arthur rio por lo bajo, haciéndome sentir aún más como un niño pequeño.
– Está bien, iré a decirles algo para que no te interrumpan. Tú mientras descansa, una enfermera vendrá a verte. Además, mañana tendrás un día muy largo. – revolvió mi cabello antes de, muy a mi pesar, apartarse y huir por la salida.
Parecería tonto e infantil, pero pasé horas jugueteando con mis desprolijos mechones. Justo donde él había tocado.
...
Apenas Arthur salió, fue asaltado por la risa burlona de Cameron, aquel joven que había amarrado a la camilla a Carbón.
– Si que te tardaste, ¿Qué tal? ¿Funcionó?
Arthur continuó alejándose de la entrada de la enfermería y solo cuando cruzó un par de pasillos decidió contestar.
– Bastante bien, a decir verdad. Es el esclavo obrero con el que más rápido funcionó mi habilidad. No cabe duda que será un grandioso soldado, solo déjenmelo a mí y no interfieran – se rascó sobre su camisa y entre las hendiduras de su flexible armadura. – Espérame un momento.
Arthur se detuvo frente a un pequeño contenedor de basura y desabrochó su camisa lo suficiente para poder meter su mano y quitar aquello que tanto lo molestaba. La pequeña pegatina que hacía de holograma temporal había quedado inutilizable después de un par de horas de funcionar con otro par de nuevas adquisiciones, así que de nada servía ya. El soldado simplemente la tiró a la basura y continuó su camino.
– ¿Revisaron el perímetro?
– Claro, hallamos el rastro de la casa Parker por las inmediaciones, pero nada que pruebe que fueron ellos. Se están volviendo algo agresivos. – se encogió de hombros su rubio compañero. – Por cierto, bonita historia.
Arthur soltó una risa por lo bajo.
– No es para tanto.