Mientras tanto, Sei se quedó de pie y en silencio, observando cada movimiento de su amada esposa. Aunque llevaba puesto un uniforme muy masculino y su cabello estaba cuidadosamente recogido, ante sus ojos, ella seguía siendo la mujer más hermosa. Ahora estaba un poco más delgada, pero además de eso, su apariencia no había cambiado mucho.
Sin embargo, sólo había una cosa que él tenía muchas ganas de volver a ver, y era su sonrisa. La sonrisa que había traído luz a su vida. La echaba mucho de menos. Quería verla sonreír una vez más, riendo de nuevo como antes. Tenía muchas hanas de tenerla otra vez en sus brazos, allí mismo, en ese instante. Pero sabía que no sería fácil. Sabía que la herida que había estado abierta por cinco años tardaría mucho en sanar. Por eso, él tomaría el mejor camino posible para su recuperación y, si tenía que usar a su propio hijo para ayudar, entonces no dudaría para nada.
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La noche anterior...
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