Cuando Lith se dio cuenta de lo que había hecho, ya era demasiado tarde. Toda su cara se puso roja, incluso las puntas de sus orejas se tornaron de un tono rojo brillante.
—Bonito movimiento, campeón —Solus se burlaba de él despiadadamente—. Lástima que olvidaste las flores, el chocolate y, lo más importante, el anillo. ¿Qué pensará ella de tan pobre actuación?
La profesora Nalear se rió, haciendo que Lith se pusiera aún más rojo. Se sentía tan avergonzado de sí mismo que solo pudo ocultar su rostro entre sus manos. Era incapaz de mirarla y golpeó su cabeza contra el escritorio.
—¡Maldito idiota! —Gritó hacia adentro—. ¿Desde cuándo tengo un p*ene en lugar de cerebro? Justo cuando pensé que las cosas no podían empeorar, resulta que soy mi propio peor enemigo.
—Me halaga sinceramente tus sentimientos… —Dijo ella, aún riendo entre dientes.
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