webnovel

Calma efímera

El rey de los silphen, Arkin no podía permanecer tranquilo. Recorría de un lado a otro los pasillos del castillo sin rumbo fijo. Se encontraba nervioso, esperando noticias sobre el paradero de Raidha. Ya habían pasado varios días, pero aún no se sabía nada sobre el paradero de su hija.

—¡Majestad, finalmente hemos determinado el lugar donde se abrió el portal por el que desapareció la princesa!

Pero finalmente uno de los sirvientes llegó corriendo con buenas noticias para él.

—Entonces no hay tiempo que perder. Rápido, dime donde se encuentra mi hija.

—¡Sí! Voy a llamar a los soldados para partir inmediatamente. En menos de diez minutos estaremos listos.

—¡No, voy a ir solo!

Arkin sacudió su cabeza, hablando en un tono que dejaba claro que no aceptaría réplica alguna.

—Pero majestad…

—¡He dicho que voy a ir solo! Mi hija es mi responsabilidad. Me haré cargo de todo en persona.

Si quería recuperar a su hija, la mejor opción era ir él en persona. No podía permitir que su gente se pusiera en peligro por sus problemas. Además, el problema con Raidha era un poco especial, hasta el punto en el que él mismo no sabía si podría lidiar correctamente con ello.

«Lo siento, Dalia, parece que no seré capaz de mantener la promesa que te hice. Tu hija se parece más a ti de lo que imaginaba. En realidad, es idéntica a ti en casi todo, incluyendo su inconsciencia y amabilidad… Tengo miedo de lo que le pueda pasar si la dejo sin supervisión, más ahora que tiene a Vurtalis con ella. Al menos debo estar agradecido de que está usando esa espada, de lo contrario, incluso el mismo Heinar lo tendría difícil para encontrar su paradero.»

Arkin no podía permitirse desperdiciar ni un solo segundo. Nada más escuchó hacia dónde debía dirigirse, partió inmediatamente sin decir nada a nadie…

***

Conducí durante horas, evitando carreteras o cualquier rastro de civilización que pudiera encontrar, hasta llegar al lado de un río. Raidha y yo estábamos agotados y algo heridos, así que una vez me aseguré de que nadie nos seguía escondí lo mejor que pude el coche entre unos árboles.

—¿Sabes?, cuando te conocí me pareciste un completo inútil y un imbécil, ahora por lo menos empiezo a creer que simplemente eres un imbécil.

—Es un gran honor escuchar eso de ti, princesa…

—Bromas a parte, nunca creí que pudieras pelear de esa manera.

—Eso… Bueno, yo tampoco lo creía... Simplemente me di cuenta de que no podía quedarme ahí parado sin hacer nada.

No le dije una mentira, aunque más bien fue que no se me hubiera permitido quedarme quieto aunque quisiera. Fui forzado a pelear, y no solo eso, luché con esos tipos sin sentir nada en particular. Los ataqué sin vacilar, sin sentir ni un poco de culpabilidad al herirlos. Únicamente después de haber entrado en el coche empecé a sentir remordimientos.

Sumado a todo eso, me sentí más fuerte, más ágil y mucho más rápido. Incluso mi cabeza se sentía más clara que de costumbre, permitiéndome tomar decisiones en menos tiempo y reaccionar con mayor facilidad. Es más, en el momento en el que me dispararon, hasta me pareció que todo a mi alrededor se ralentizaba de verdad. Incluso tuve la sensación de que me podría haber apartado de la trayectoria de la bala si hubiese querido.

—Tú, lo que seas, ¿me hiciste algo? —murmuré en voz baja.

Esperé un momento por respuesta, pero esa maldita voz no quiso responderme.

—Maldita sea... Sé que puedes escucharme, ¡contéstame!

—¿Eh? ¿Decías algo? —me preguntó Raidha, confusa.

—Nada... no te preocupes.

—¿Otra vez hablando solo? Eres muy raro.

—Mira quién habla.

Raidha bajó del coche de un salto y empezó a estirarse. Yo también bajé y me dirigí a un lugar despejado. No pude evitar revisar una y otra vez a nuestro alrededor. No creía que nos fueran a dejar en paz fácilmente, pero después de asegurarme de que no había nadie cerca por fin pude relajarme un poco después de horas de tensión.

Me senté al lado del río antes de sacar la pistola y el cinturón con los cargadores. No había tenido tiempo para inspeccionar a fondo el arma y sentía curiosidad. El diseño era similar a las pistolas que conocía, pero con una forma más rectangular. No estaba pintada, así que mostraba el brillante color grisáceo del metal con el que estaba hecha.

—¿Cómo funciona esto?

No tenía mucho conocimiento sobre armas de fuego, pero al menos conocía las nociones básicas. Aún así, por mucho que me esforcé, no fui capaz de ver por ningún lado el agujero por el que se expulsan los casquillos ni rastro alguno de una recámara. Tampoco encontré forma alguna de desmontarla. La única pieza separada del cuerpo principal era el cargador.

Me rendí con la pistola y pasé a revisar la munición. Tenía nueve cargadores, contando el de la propia pistola, que estaba vacío, hacían diez. Saqué una de las doce balas que contenía un cargador y la revisé atentamente. Se trataba de un trozo de metal compacto. No tenía casquillo ni nada que diera indicios de su sistema de propulsión.

—Acaso…

Recogí una piedra de tamaño similar al de una bala y la metí en el cargador vacío. Tras colocar el cargador en su sitio apreté el gatillo, apuntando al suelo. Un bonito agujero apareció delante mío, justo en el lugar hacia donde había apuntado. No había duda, la piedra había sido disparada como si fuera una bala normal.

—No me lo puedo creer... Esta cosa puede disparar lo que sea.

Decidí atesorar esa pistola. Poder disparar cualquier cosa era un auténtico regalo en nuestra situación. De todos modos tenía claro que no era lo mismo disparar una piedra a disparar balas de verdad.

—Drayd, ¿crees que esto se podrá comer?

Raidha se me acercó con unas frutas amarillas, parecidas a bayas, en sus manos.

—No sé…

La verdad es que empezábamos a tener hambre y no teníamos nada para comer. Al preguntarle de dónde las sacó me enseñó unos cuantos árboles cercanos que estaban cargados de ellos.

—… pero no tenemos nada mejor que comer...

Cogí una de esas frutas y me la metí en la boca. Un sabor ácido, similar al de un limón, junto a una ligera dulzura asaltó mis papilas gustativas. No era una maravilla, pero por lo menos no se trataba de algo completamente imposible de comer.

—¿Y bien? —me pregunto al ver como me la tragaba.

—Por el momento come... Dentro de un par de horas ya descubriremos si fue buena idea o no... ¿Tenemos papel de baño?

—¡Por supuesto que no!

Cuando terminamos de saciar nuestro apetito por completo ya casi había anochecido. A pesar de eso, seguía viendo a la perfección, como si el sol aún brillara en lo más alto del cielo. No, incluso se podría decir que podía ver mejor, ya que no había rayos de luz que pudieran cegarme. Aún no me acostumbraba a esta sensación contradictoria.

Con la barriga llena sumándose al cansancio, el sueño empezó a azotarme. Me dejé caer de espaldas encima de la hierba. La visión apacible de la noche en calma siempre conseguía relajarme. Poco a poco mis ojos empezaron a cerrarse al mismo tiempo que el negro reemplazaba por completo al rojo en el cielo. Casi me había quedado dormido en el suelo, pero de golpe, tres rayos de luz cruzaron el cielo recién oscurecido.

—¿Qué fue eso? ¿Estrellas fugaces?

Raidha se giró para mirar hacia el mismo sitio que yo, pero ya no había rastro de esos cuerpos celestes. Bueno, era otro mundo, tendría sus propios fenómenos. Eso me había despejado tontamente y me di cuenta de que no sería muy buena idea dormir ahí en la intemperie, sobre todo teniendo gente buscándonos.

—Será mejor buscar algún lugar donde refugiarnos. Si nos quedamos aquí nos comerán los mosquitos... Y vete a saber qué tipo de mosquitos hay por aquí…

Finalmente decidimos hacer noche dentro del coche, escondidos entre la maleza. No sería la cosa más cómoda del mundo, pero por lo menos se estaría más cómodo y caliente que en la intemperie.

Ambos nos acomodamos y nos preparamos para dormir, aunque esta vez no pude caer dormido con la misma facilidad. Al mirar a mi derecha pude ver que Raidha tampoco estaba durmiendo. La princesilla miraba a través de la ventana en silencio, ventana que reflejaba claramente su expresión melancólica.

«Nunca entenderé que pasa por la cabeza de esta chica…»

Hasta el momento la había visto pasar de estar super sonriente a volverse un demonio en una fracción de segundo, pero en cualquier caso siempre parecía estar llena de energía. Esta era la primera vez que la veía poner una expresión tan abatida.

«Quizás debería decir algo para ver si la animo un poco... No, mejor no...»

No obstante, quizás porque se dio cuenta de que la observaba, fue ella la que decidió romper el silencio.

—Drayd, no puedo entenderte en absoluto... Y eso me molesta bastante.

—Qué mie...