Más adelante, la Vía Láctea ya no se podía ver. Era como si el barco estuviera pasando por un río de tiempo. Todo lo que podía distinguirse eran infinitos fragmentos multicolores.
Dentro de ellos existían mundos sin fin.
Meng Hao observó cómo el barco entraba en uno de los fragmentos. Era un universo de llamas, lleno de incontables cultivadores que se inclinaban ante la nave y ofrecían tributo.
Cultivaron una técnica de fuego que parecía estar vinculada a su linaje. Parecía sustituir a todas las demás llamas que Meng Hao podía ver, y podía escuchar a la gente decir que su llama era la esencia de todas las llamas.
No podía interactuar con el mundo; era como si fuera simplemente un observador. El barco pasó a través de las llamas durante un lapso indeterminado hasta que finalmente entró en otro período de tiempo.
Ahí, el cielo estrellado parecía desconocido, completamente diferente al del Planeta Cielo Sur. Parecía una vasta e infinita extensión.
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