La puerta del castillo crujió mientras se abría lentamente, revelando un amplio patio de piedra. A lo lejos, en el centro, una figura delgada estaba sentada en un trono improvisado, con una postura relajada pero imponente. Detrás de ella, una presencia abrumadora se destacaba: un hombre gigantesco, de al menos tres metros de altura, con una barriga enorme que apenas podía contenerse en su ropa. Ambos observaban a los aspirantes con miradas calculadoras.
La mujer en el trono se levantó y, con una voz fría pero clara, habló:
—Todos los que pasaron la primera fase del examen, entren.
Los aspirantes intercambiaron miradas nerviosas antes de avanzar con cautela al patio, sin saber qué clase de desafío les esperaba en esta nueva fase del examen.
La mujer dio un paso adelante, con los ojos brillando de determinación:
—Bienvenidos. Yo soy la examinadora de la segunda fase —anunció con orgullo—. Mi nombre es Menchi.
El hombre gigante detrás de ella dio un paso adelante, su voz retumbó en el aire:
—Y yo soy Buhara. —Su tono era profundo y grave, contrastando con la ligereza de la voz de Menchi—. Juntos, supervisamos esta etapa. ¡Prepárense para ser puestos a prueba!
El ambiente en el patio se tensó mientras los aspirantes intentaban adivinar cuál sería la naturaleza de la prueba.
Buhara miró a Menchi con ojos brillantes, sujetándose la enorme barriga.
—Hambre... tengo hambre —gruñó con voz profunda, casi como un rugido.
Menchi soltó un suspiro, pero con una chispa de entusiasmo en su mirada se dirigió a los aspirantes.
—¡Muy bien, todos escuchen! La segunda fase de la prueba será... ¡cocinar! —anunció con una energía repentina que dejó a muchos perplejos—. Somos cazadores gourmet, y su tarea será preparar un platillo que nos satisfaga a ambos.
El patio estalló en murmullos y risas nerviosas. ¿Cocinar como parte del examen de cazador? La idea parecía absurda para muchos, pero Menchi continuó, ignorando las reacciones.
—Los cazadores gourmet viajan por todo el mundo en busca de ingredientes y platillos exóticos. Nuestra pasión está en la creación de nuevos manjares, y su desafío será crear algo que pueda competir con lo mejor del mundo.
Buhara, ya casi babeando, intervino:
—Primero, harán un platillo para mí —dijo mientras pasaba su lengua por los labios—. ¡No puedo esperar!
—Y si Buhara aprueba su esfuerzo, entonces harán uno para mí —agregó Menchi, cruzándose de brazos—. Solo pasarán la segunda fase cuando logren satisfacernos a ambos. Una vez estemos saciados, la prueba habrá terminado.
Marco, observando a la pareja de examinadores, murmuró con una sonrisa irónica:
—¿Saciados? Es obvio que ese gordito podría devorar buffets enteros... pero esa belleza de ahí no creo que pueda con toda nuestra comida.
Leorio, sudando un poco, interrumpió:
—¡Esa no es la pregunta! Nunca he cocinado en mi vida... ¿qué vamos a hacer? —La confusión se extendía no solo en su grupo, sino entre todos los aspirantes, quienes comenzaban a preocuparse por la inesperada prueba.
Buhara, sin esperar mucho más, proclamó su platillo favorito:
—¡Mi platillo favorito es cerdo rostizado! Mmm... no puedo esperar, jejeje. son libres de usar los cerdos de esta reserva.
Menchi, con una sonrisa afilada, dio la señal:
—¿Listos? ¡A cocinar! —gritó con energía, mientras los aspirantes se miraban entre sí, preguntándose cómo demonios iban a salir de esta situación.
Cada aspirante corrió en dirección a la reserva, buscando el preciado cerdo que necesitan para superar la prueba. Marco, Leorio, Gon, Killua y Kurapika avanzaban juntos, manteniendo el ritmo mientras esquivaban ramas y arbustos.
—¡Ja! Atrapar y rostizar un cerdo no será nada difícil para nosotros —dijo Leorio con una sonrisa confiada.
—Sí... parece simple —agregó Gon, aunque su tono era más pensativo.
Marco, con una expresión soñadora, sonrió y declaró:
—Haré el mejor plato para esa lindura de Menchi y luego le pediré una cita, jeje.
El resto del grupo se detuvo momentáneamente, mirándolo con extrañeza. Todos fruncieron el ceño, sintiendo una incomodidad palpable.
—Eres desagradable —murmuró Killua con desdén, cruzando los brazos.
—Más bien concéntrate y busquemos los cerdos. Su apetito no será infinito —añadió Kurapika, serio como siempre.
Mientras tanto, de vuelta en el castillo, Menchi y Buhara observaban a los aspirantes desde la distancia.
—Eso fue cruel… —comentó Menchi, con una sonrisa que sugería que lo disfrutaba—. Solo hay un tipo de cerdo en esta reserva.
Buhara rió entre dientes, acariciándose el estómago mientras se relamía:
—Jejeje, el cerdo más feroz del mundo... ¡El Gran Pisotón! Son como rápidas y agresivas aplanadoras. Si son muy lentos, esos cerdos los devorarán en un abrir y cerrar de ojos.
En ese mismo momento, Marco y el grupo se encontraron con un enorme grupo de cerdos, tan grandes como toros. Sus hocicos parecían cuernos afilados, y lo que era más inquietante, estaban masticando huesos. Eran carnívoros.
—¡Oh, no...! —dijo Kurapika, con los ojos abiertos de par en par al ver la amenaza.
Antes de que pudieran reaccionar, uno de los cerdos levantó la cabeza, gruñendo ferozmente, y de repente, una estampida se formó. Los cerdos comenzaron a perseguir al grupo, derribando árboles y aplastando todo a su paso. Los aspirantes gritaban y corrían en todas direcciones, tratando de evitar ser atropellados por las bestias descomunales.
—¡Corran! —gritó Leorio, apenas esquivando un cerdo que pasó junto a él como una locomotora.
El caos continuaba mientras los cerdos gigantes se arremetían sin piedad. Ni los intentos de los aspirantes ni los ataques de Gon parecían detener a las bestias, que seguían destruyendo todo a su paso. Gon, desesperado, golpeó a uno de los cerdos en el hocico con su caña de pescar, pero la criatura repelió el ataque y trató de embestirlo. En el último segundo, el cerdo chocó contra un árbol y quedó aturdido por unos segundos. Varias manzanas cayeron desde el árbol y golpearon su frente, inmovilizándolo. Fue en ese momento que Gon se dio cuenta de la debilidad del cerdo.
—¡Su frente es el punto débil! —gritó Gon, antes de arremeter con gran fuerza contra la cabeza del animal, acabando con él de un solo golpe.
Por otro lado, Marco estaba furioso por el caos que los cerdos estaban causando. Su expresión se endureció mientras sacaba su espada, con una peligrosa intención asesina en sus ojos.
—¡Cerdos idiotas! ¡Los voy a cortar a todos por la mitad! —gritó con furia.
Kurapika, notando la amenaza en su voz, lo llamó rápidamente:
—¡Marco! ¡Cálmate! Gon encontró su debilidad. No hay necesidad de destruirlos. Golpea su frente.
Marco frunció el ceño por un momento, pero luego escuchó con arrogancia.
—Su frente, ¿eh? Claro, desarrollaron esos grandes hocicos para proteger su punto débil. ¡Jeje! —dijo, mientras sus ojos brillaban con emoción.
Sin dudarlo, Marco hizo una rápida acrobacia, saltando entre los árboles con agilidad, y desde el aire, lanzó un potente derechazo directo a la frente de uno de los cerdos. El impacto fue tan fuerte que el cerdo se incrustó en el suelo, su cabeza aplastada y el lugar temblando ligeramente por la fuerza del golpe.
—¡Este tipo es increíblemente fuerte! —pensó Killua, con una mezcla de sorpresa y admiración.
Kurapika miró a Marco con desaprobación.
—Marco... no había necesidad de ser tan brutal... —murmuró, aunque sabía que en medio de esa situación, cualquier solución que funcionara era bienvenida.
A pesar de la tensión, el grupo comenzó a tomar el control de la situación, ahora sabiendo cómo enfrentar a los temibles cerdos.
El caos empezaba a ceder mientras los aspirantes, tras ver a Gon y Marco, comprendían cómo derrotar a los cerdos. Uno a uno, cada aspirante derribaba a su propio cerdo, golpeándolos en la frente con precisión. Kurapika, con su enfoque más estratégico, derribó a su cerdo de un solo golpe bien colocado. Después, se acercó a Marco y, con una leve sonrisa, le dijo:
—¿Ves? No había necesidad de usar tanta fuerza.
Marco se rascó la cabeza, algo avergonzado por su demostración de poder excesivo.
—Je... tal vez me emocioné un poco —respondió Marco, bajando la mirada.
Leorio, aún recuperándose del impacto de lo que acababa de ver, pensó para sí mismo:
—Este niño hizo temblar todo el lugar de un solo golpe... qué monstruo.
A su alrededor, los otros aspirantes murmuraban entre ellos, sorprendidos por la increíble fuerza que Marco había demostrado. Algunos lo miraban con respeto, otros con miedo, y unos pocos con envidia.
—Parece que he llamado mucho la atención hoy día... —dijo Marco en voz baja, observando las reacciones de los demás con una mezcla de satisfacción y nerviosismo.
Killua, que lo había estado observando en silencio, cruzó los brazos y sonrió levemente, sin decir nada, pero claramente intrigado por el nivel de poder que Marco poseía.
Los aspirantes, ahora con sus cerdos abatidos, cargaban los pesados cuerpos hacia el castillo. Al llegar al patio, Buhara los observaba con una mezcla de sorpresa y satisfacción.
—¡Oh! Parece que descubrieron la debilidad del cerdo. Varios consiguieron uno —dijo, relamiéndose mientras su estómago rugía.
Menchi, por otro lado, analizaba a los aspirantes con ojo crítico. Su mirada se detuvo en Marco, quien llevaba un cerdo prácticamente destrozado, sin cabeza y visiblemente maltratado.
—Parece que ese de ahí casi destroza al suyo… —comentó, con una ligera sonrisa burlona mientras observaba a Marco, quien caminaba con su habitual confianza.
a los lejos encima de un árbol satotz observaba la situación orgulloso del gran grupo de aspirantes de este año..pero nervioso por lo que venía ahora.
Rápidamente, todos los aspirantes comenzaron a asar sus cerdos en los asadores que estaban preparados en el amplio patio del castillo. Cada aspirante tenía su propia plataforma de cocina, con los utensilios necesarios para completar el desafío. El aire pronto se llenó del olor a carne asada, mientras la mayoría optaba por la preparación más simple: rostizar los cerdos directamente sobre el fuego.
Sin embargo, Marco se apartó del grupo, con una sonrisa decidida. En lugar de simplemente asar el cerdo como los demás, comenzó a preparar su área de cocina para algo diferente. Se movía con precisión, organizando ingredientes y utensilios que había encontrado en la plataforma, listo para impresionar a los examinadores.
Kurapika, desde su propia plataforma, lo observaba con curiosidad.
—¿Qué está planeando? —se preguntó en voz baja.
Leorio, luchando con su cerdo en el asador, también notó las acciones de Marco.
—Ese niño no sabe hacer las cosas de manera simple, ¿verdad? —murmuró, entre frustrado y divertido.
Mientras los otros aspirantes se concentraban en la preparación básica, Marco parecía decidido a destacar con una receta más elaborada, algo que dejará boquiabiertos a Menchi y Buhara.
El primero en entregar su cerdo fue el aspirante 255, quien presentó un cerdo completamente asado, tal como lo pidieron los examinadores.
—Bueno… ahora coman el cerdo y mándenme a la tercera fase —dijo Todo, con una sonrisa confiada.
Menchi, la examinadora, respondió:
—Muy bien, es hora de juzgar. ¡Prueba de sabor!
En ese momento, Buhara comenzó a devorar el cerdo y le dio el visto bueno a Todo.
—¡Ujum! Eso es, jeje —se jactó Todo.
Sin embargo, sonó el timbre, indicando que Menchi no aprobaba el platillo.
— ¿Eh…? —exclamó Todo, sorprendido.
—El puerco está muy cocido y duro; eso arruina el sabor —replicó Menchi.
—¡Vamos! Ni siquiera lo has probado —protestó Todo.
—¡No hace falta, es obvio! —contestó Menchi con desdén.
Luego pasó Hanzo, y Buhara volvió a darle el visto bueno, pero Menchi lo rechazó.
—¡¿Por qué?! —preguntó Hanzo, indignado.
—Está carbonizado y seco por fuera, y crudo por dentro. Tu fuego estaba muy alto —respondió Menchi.
La escena se repite. Cada aspirante que pasaba era aceptado por Buhara pero rechazado por Menchi. Los huesos de cerdo se acumulaban a su lado, mientras Buhara devoraba decenas de cerdos gigantes sin parar, y Menchi aún no había probado bocado alguno.
Menchi pensó para sí : "Todos hacen lo mismo... rostizan el cerdo como si no supieran hacer otra cosa..."
—¡¿Ninguno de ustedes puede hacer algo bien para saciar mi apetito?! —exclamó Menchi, frustrada.
—Jumm, yo sé lo que quieres, mi reina —interrumpió Marco, con una sonrisa traviesa.
Mientras tanto, Kurapika y los demás pensaban en qué hacer para pasar la prueba.
—Eso es... esto es una prueba de cocina, pero están juzgando por originalidad y presentación —observó Kurapika.
—¡Jeje, ya veo! —dijo Gon, iluminándose.
—Excelente, excelente —añadió Leorio, emocionado.
Luego, Leorio pasó con su cerdo rostizado, pero decorado con una pequeña bandera.
—¡Mira esto! —gritó Leorio.
Menchi, al ver la presentación, envió el cerdo a volar, alegando que era comida para niños. Buhara atrapó el cerdo en el aire y se lo tragó de un bocado. Después fue el turno de Gon, quien decoró su cerdo con flores, pero también fue mandado a volar.
Finalmente, Kurapika presentó su cerdo, bien decorado y presentado como un guisado elegante.
—Jumm, parece un guisado real —comentó Menchi, mientras tomaba un trozo.
—Sí... que me luci —respondió Kurapika, con confianza.
Menchi probó el cerdo y lo lanzó por los aires, exclamando:
—La presentación es importante, pero no a expensas del sabor. No eres mejor que el 403.
Al escuchar esto, Leorio se rió, ya que él era el 403.
Mientras tanto, Marco continuaba cocinando, y el aroma de su platillo inundó todo el patio.
—Jejeje, esa belleza es exigente; Voy a tener que lucirme aquí —dijo Marco, con determinación.
—¿Qué está cocinando ese niño? Huele bien —comentó Menchi, intrigada.
—Mmmm, ese olor... —dijo Buhara, babeando.
Kurapika y el grupo se acercaron con curiosidad para ver qué estaba preparando Marco.
Marco, con una sonrisa decidida, se dirigió a su mesa de cocina. Mientras sacaba su cerdo del fuego, se aseguraba de que la carne estuviera dorada y jugosa. El aroma que emanaba era tentador, y pronto atrae la atención de sus compañeros.
—¡Oigan! —llamó Marco, mientras comenzaba a preparar su platillo—. Estoy haciendo algo especial para Menchi. Quiero que este cerdo sea diferente.
— ¿Diferente? —preguntó Kurapika, frunciendo el ceño—. ¿Cómo piensas hacer eso?
Marco comenzó a cortar el cerdo en porciones más pequeñas, asegurándose de que cada pieza estuviera bien equilibrada.
—Voy a marinar la carne con una mezcla de hierbas frescas y especias que encontré en el camino. Esto le dará un sabor único. Además, estoy preparando una salsa de frutas para acompañarlo —explicó Marco, mientras mezclaba ingredientes en un bol.
—¿Salsa de frutas? —preguntó Gon, curioso—. Sueña interesante.
—Exacto. Usaré frutas exóticas que encontré en la reserva. Les daré un toque dulce y ácido, perfecto para complementar el cerdo asado —dijo Marco, con entusiasmo.
Leorio se acercó, observando con interés.
—Eso suena genial, pero… ¿no estás un poco atrasado? —dijo, un tanto preocupado—. Los otros ya están presentando sus platillos.
—No te preocupes —respondió Marco, con confianza—. Este es un arte. La cocina no se trata solo de cocinar rápido, sino de cocinar bien. La paciencia trae grandes recompensas.
Killua, que había estado observando desde un lado, intervino.
—Y si a Menchi no le gusta tu originalidad? —preguntó, arqueando una ceja—. No querrás terminar como los demás.
Marco se rió y sacudió la cabeza.
—No me malinterpreten. Lo que estoy haciendo es sobrepasar sus expectativas. Si quiere algo diferente, se lo atreveré. Estoy seguro de que cuando pruebe este platillo, no podrá resistirse.
Mientras Marco terminaba de preparar el cerdo, le puso la salsa de frutas encima y lo decoró con algunas hierbas frescas.
—¡Listo! Ahora, a cocinarlo un poco más para que todos los sabores se mezclen bien —anunció, sonriendo al grupo—. ¡Deseenme suerte!
—¡Buena suerte, Marco! —gritaron todos, animando mientras se alejaban para darle espacio.
Marco, lleno de energía, siguió cocinando, concentrándose en cada detalle. Mientras el aroma envolvía el patio, los aspirantes no podían evitar mirar hacia su mesa, intrigados por lo que estaban presenciando. El platillo de Marco era más que una comida sencilla; era una declaración de su determinación y habilidades.
Al poco tiempo, el cerdo asado de Marco estaba listo. La carne brillaba con el glaseado de la salsa, y el aroma hacía que todos en el patio se sintieran atraídos hacia él.
—¡Aquí va! —dijo Marco, mientras levantaba su platillo con orgullo, listo para presentar su obra maestra a Menchi y Buhara.
Al llegar al escenario principal, Marco colocó su plato frente a Menchi y Buhara. Buhara ya no podía contener su baba, sus ojos brillaban de anticipación, mientras Menchi observaba la presentación con su habitual mirada crítica.
—Señorita Menchi, puse todo mi esfuerzo en este plato para usted, madame. Espero que le guste —dijo Marco, guiñándole un ojo con una sonrisa traviesa.
Menchi lo miró de reojo, sorprendida por el descaro.
—¿Este niño está... coqueteando conmigo? —pensó, un poco atónita—. Bueno, como sea... El platillo huele bien, el glaseado está perfecto, y siguió la temática del asado. La carne parece jugosa. Parece que sabe lo que hace.
Menchi tomó un pequeño bocado, intentando mantener la compostura. Sin embargo, no pudo ocultar el gusto en su expresión. Mientras tanto, Buhara dio un gran grito de alegría, devorando el cerdo con entusiasmo, como si no hubiera probado algo tan delicioso en años. Los aspirantes miraban con sorpresa al ver que Menchi, por primera vez, no hacía una mueca de disgusto.
—Buen platillo —dijo Menchi, asintiendo—. Puedes retirarte.
Marco, sintiéndose victorioso, se inclinó hacia ella con una sonrisa pícara.
—Por cierto, señorita Menchi... después del examen, ¿tendría una cita conmigo? —dijo, guiñando el ojo nuevamente.
Un murmullo de sorpresa recorrió a los demás aspirantes, todos gruñendo de asombro ante la audacia de Marco. Menchi, roja de indignación, no tardó en responder, lanzando a Marco por los aires con una patada.
—¡Qué insolente! —gritó Menchi.
Mientras volaba, Marco se rió para sí mismo, sin perder la compostura.
—Jejeje, menuda fiera... Bravas como me gustan —murmuró mientras caía.
El tiempo pasó, y pese a los esfuerzos de los demás, ninguno de los aspirantes logró obtener el visto bueno de Menchi. Todos observaban a Marco, quien, pese a su temeridad, había conseguido lo que ninguno más pudo: impresionar a Menchi.
Menchi : —Bueno, escuchen todos. Al parecer, solo un aspirante pasó este año: el número 406. El resto de ustedes no. Así que el examen ha terminado…
Un murmullo de quejas y gritos se alzó entre los aspirantes, quienes empezaron a reclamar con furia. Mientras tanto, Marco y su grupo observaban en silencio, evaluando la situación.
Desde lejos, Satotz observaba la escena con calma y suspiraba. —Como me temía… volvió a caer en sus malos hábitos —dijo, sacando su teléfono para hacer una llamada.
De repente, Todo destrozó su plataforma de cocina en un arranque de ira.
—¡No pienso aceptarlo! ¿Entiendes? —gritó, con el rostro lleno de furia.
Menchi , con su habitual frialdad, replicó: —Digan lo que quieran, pero fallaron.
Todo , visiblemente más enfurecido, señaló a Marco. —¡Pidieron puerco y eso les dimos! ¡Arriesgamos la vida! No todos somos chefs de alto nivel como ese niño bonito.
Marco, lejos de sentirse intimidado, respondió con una sonrisa traviesa. —Jejeje.
Menchi , cruzando los brazos, se giró hacia Todo. —El desafío era preparar un buen puerco que ambos encontraríamos delicioso, y ninguno estuvo ni cerca de lograrlo… excepto él.
Marco no pudo evitar añadir su toque provocador: —¡Ujum! ¡Eso es! ¡Defiende a tu hombre! —gritó con una carcajada, claramente disfrutando de la tensión.
Menchi , enojada, lo fulminó con la mirada. —¡Tú cállate! Todos hicieron lo mismo, como si ni siquiera intentaran. Y los pocos que lo hicieron, solo lograron platos lindos sin sabor. Está claro que ninguno de ustedes se lo tomó en serio.
Hanzo dio un paso adelante, visiblemente molesto. —Sí, pero vamos, ¿puerco? No importa cómo lo hagas, sigue siendo puerco.
Menchi, con una velocidad asombrosa, lo agarró del cuello.
—¡Vuelve a decir eso una vez más y te vuelo los dientes! —gritó furiosa—. ¡Si oigo más tonterías, te daré una paliza aquí mismo!
Buhara , observando a Menchi, pensó: —Oh no… otra vez su temperamento se está saliendo de control. Pero bueno, no debería sorprenderme… muy pocos chefs en el mundo son capaces de complacerla.
La gran mayoría de los aspirantes seguía protestando en voz alta, mientras la tensión en el ambiente crecía.
Todo , aún más enfurecido, gritó: —¡Ninguna cazadora gourmet engreída me va a decir que no puedo ser un cazador!
Menchi no tardó en replicar, con una sonrisa sarcástica: —Qué lástima que una cazadora gourmet engreída sea tu examinadora. ¡Ánimo, vuelve el próximo año!
Todo, incapaz de contener su ira, se lanzó al ataque contra Menchi. Pero antes de que pudiera alcanzarla, Buhara , con un simple manotazo, lo mandó volando fuera del castillo.
— Buhara , por favor, no interfieras —dijo Menchi, frunciendo el ceño.
Buhara, con su típica calma, respondió: —Por favor, parecía que ibas a matarlo si no intervenía.
Menchi, sosteniendo dos enormes cuchillos en cada mano, avanzó un paso al frente, con una mirada decidida.
—Dejaré esto claro… Con frecuencia nos internamos en guaridas de bestias para buscar los mejores ingredientes —dijo, mientras hacía malabares con cuatro cuchillos que giraban a gran velocidad en el aire—. Cada cazador es experto en al menos un tipo de arte marcial. A ustedes les falta concentración y el deseo de experimentar cosas nuevas, y eso, solo eso, los descalifica para convertirse en cazadores.
Las palabras de Menchi cayeron como una sentencia. Todos los aspirantes, incluso aquellos que protestaban con más vehemencia, se quedaron en silencio. La severidad de sus palabras, acompañada del mortal manejo de los cuchillos, les dejó claro que este examen era mucho más que una simple prueba de cocina
Arriba de todos, en el cielo, un dirigible con el símbolo de la Asociación de Cazadores sobrevolaba el sitio. Desde sus bocinas, una voz que sonaba como la de un anciano comenzó a hablar:
—Bien, dicho eso… parece un poco excesivo reprobar a prácticamente todos los aspirantes.
En ese instante, pocos vieron cómo un hombre se lanzaba desde el dirigible en el cielo a casi 200 metros de altura. Al aterrizar en el patio del examen, el impacto destruyó el suelo, levantando una nube de polvo y escombros. Para sorpresa de todos, el hombre estaba ileso.
Con una sonrisa despreocupada el anciano se incorporó lentamente, sacudiendo el polvo de su ropa. Sus ojos brillaban con un aire de sabiduría y diversión. La multitud, atónita, lo observaba, y un silencio reverente se apoderó del lugar.
miró a su alrededor y, al notar la tensión entre los aspirantes y los cazadores gourmet, no pudo evitar reírse.