Obito se sentó en el techo de una de las torres más altas del castillo, su silueta apenas visible bajo la luz de las dos lunas que se alzaban en el cielo nocturno.
El viento nocturno despeinaba ligeramente su cabello oscuro mientras observaba el firmamento con sus ojos aburridos. Las lunas brillaban con una luz fría, defectivamente una de las cosas que mas le habían sorprendido de este mundo fueron la dos lunas.
La princesa le había dicho que se reuniera con ella en la noche, pero nunca le indicó una hora exacta. Mañana estaba previsto el viaje hacia el reino vecino, y sabía que ella había pasado una gran cantidad de tiempo en una sala apartada, conversando con el cardenal, discutiendo asuntos que él no encontraba especialmente interesantes, no era especialmente tarde, y pudo notar cuando la princesa comenzó a moverse hacia su habitación.
Sin embargo, Obito extendió aun mas sus sentidos y pudo sentir la presencia de alguien con una cantidad de mana bastante significativa moviéndose por los alrededores. una vez mas Obito no entendía porque la gente de este mundo no aprendían a controlar su mana para evitar ser tan fácil de detectar, incluso para alguien que no era un sensor como el.
Miró el pequeño trozo de papel que ella le había dado con las indicaciones de la reunión. Lo arrugó con desdén.
Desde que decidió aceptar el rol de "familiar" de la princesa, la seguridad en torno a él se había relajado considerablemente. Los guardias, que antes estaban posicionados dentro de la habitación, ahora se encontraban fuera, patrullando el corredor.
Había dejado un clon en la habitación por si acaso alguien intentaba inspeccionarla o si los guardias decidían entrar.
con un suspiro, Obito se hundido en el techo como si fuera un fantasma.
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Cuando Obito llegó a la habitación de la princesa, se dio cuenta de que ella aún tardaría unos minutos en llegar.
La habitación estaba silenciosa, envuelta en un aire de opulencia y refinamiento que superaba incluso el resto del castillo. Observó su entorno de manera superficial, notando la enorme cama con dosel adornada con finos bordados, los muebles excesivamente ornamentados y la alfombra que cubría el suelo, la cual, a simple vista, parecía tan cara como todo lo demás. Cada detalle en la habitación emanaba esa de ser inútil, una cama era una cama independientemente de que tan grande fuera .
Definitivamente no estaba acostumbrado a este tipo de lugares. probablemente porque había pasado los últimos años metido en una cueva olvidad por dios, húmeda y fría.
Se acercó a una de las paredes, donde colgaba una gran pintura.
Al observarla más detenidamente, reconoció a la princesa, aunque mucho más pequeña, quizás de unos cinco años. A su lado, un hombre con rasgos afilados como los de un águila miraba al frente con una expresión severa. Ese rostro le recordó brevemente a Minato, su antiguo Sensei, especialmente cuando adoptaba esa misma mirada seria y concentrada, cuando estaba dispuesto a matar, porque había algo que deseaba proteger, el mismo recibió esa mirada hace unos días.
Al otro lado de la princesa en la pintura, una mujer increíblemente hermosa estaba retratada con una expresión serena y elegante. Obito supuso que eran los padres de la princesa.
Por un momento, su mente se desvió hacia un recuerdo distante. Ahora mismo, su sensei, Minato, debería estar con Kushina y su hijo recién nacido... Naruto. Sí, si no recordaba mal, ese era el nombre que le habían dado al niño. Aunque solo había visto al bebé por unos pocos instantes, le quedaba claro que el pequeño se parecía mucho a su padre.
Quedo sumido en sus pensamientos, cuando el vacío en su pecho comenzó a doler un poco.
El suave sonido de pasos le devolvió al presente.
Escuchó el suave clic de la puerta al abrirse, seguido de unos pasos tranquilos. La princesa entró en la habitación con una expresión de hastío evidente, como si el día le hubiera resultado demasiado largo. Se giró lentamente, y sus ojos recorrieron el cuarto hasta detenerse en Obito, quien estaba parado junto a la pintura con su habitual expresión aburrida. Al verlo, una sonrisa se dibujó en su rostro, ligera pero sincera.
—Viniste... —dijo la princesa, con un toque de felicidad en su voz.
Obito la miró por un instante antes de asentir.
—si, lo hice.
La princesa caminó despacio por la habitación. Se detuvo por un momento, como si estuviera considerando algo, y luego continuó hacia su cama. Se sentó en el borde de esta, alisando con cuidado las sábanas bajo sus manos. Con un gesto señaló la única silla disponible en la habitación.
—Puedes sentarte ahí —dijo en un tono ligero, casi casual.
Obito no lo pensó mucho. Caminó hacia la silla y se sentó sin decir nada, su mirada fija en ella, esperando a que hablara primero.
—¿Qué tal estuvo tu día, Obito? —preguntó la princesa, rompiendo el silencio con una pregunta que, para él, parecía bastante extraña para iniciar una conversación.
Obito alzó una ceja, mostrando su desconcierto.
—Igual que siempre —respondió con su habitual tono desinteresado, antes de dirigir una mirada hacia la princesa. — aunque debo de admitir que tienes buenas personas como tus subordinados.
Obito menciono, recordando a esa chica.
La princesa lo miro, y ella misma se hacia una idea de quien estaba hablando, sintió algo en su pecho, puna ligera punzada de algo desconocido, pero al mismo tiempo muy familiar.
Aun así, como el mismo cardenal le había dicho muchas veces, se guardó todo para no deshonrar su imagen como princesa.
Pero en ese momento lo recordó: no estaba hablando con un noble pomposo, ni con un ciudadano común de su reino que tenía una fe inquebrantable en ella y ante quienes debía mantener esa imagen.
No estaba frente a su familiar, con la mirada aburrida y los ojos desapasionados, pero que de alguna manera siempre parecía más triste que ella misma, a pesar de que intentaba ocultarlo.
Tal vez era debido a la conexión que existía entre ella y él, pero simplemente lo sabía.
—Estoy celosa, ¿sabes?
Obito la miró fijamente. La pregunta casi salió de su boca, pero finalmente esperó.
—Me gustaría poder caminar sin tener cinco guardias detrás de mí, o poder comer y disfrutar de comida deliciosa sin preocuparme de que alguien me vea siendo poco elegante o sin los modales correctos.
Obito entrecerró los ojos.
—Me gustaría pasar tiempo contigo, como lo hace esa guardia encargada de vigilarte...
La princesa se detiene, sintiendo que algo se levanta de su pecho.
Una carga que había llevado desde hace mucho tiempo, todas las cosas que había querido decir a alguien en voz alta, pero que nunca tuvo la oportunidad de hacer. Las palabras salen con tanta facilidad porque siempre habían estado en la punta de su lengua.
Cuando tímidamente comprueba la reacción de su familiar, este parecía desinteresado, aunque ella podía verlo en sus ojos.
Él la estaba escuchando atentamente.
Podría haberle dicho que si lo llamó solo para decir cosas inútiles, ni siquiera debió haberlo molestado, pero no lo hizo, porque es alguien amable. Porque su familiar es amable.
Ninguno de los dos dice nada durante unos minutos, pero Henrietta no siente la necesidad de llenar ese vacío. Simplemente se siente como algo natural.
—Por cierto... —Henrietta continuó luego de ese silencio—. Lamento que te hayamos complicado las cosas estos días, pero el cardenal siempre es muy estricto con este tipo de asuntos, y Agnes solo se preocupa por mi seguridad.
Su expresión se volvió de disculpa mientras miraba a Obito con tristeza.
—No importa —respondió Obito, sin darle mayor importancia.
El silencio se extendió entre ellos, pesado pero no incómodo. Notó que la princesa lo observaba con una mirada que parecía esperar algo más. Finalmente, comprendió lo que ella quería.
Dudó, pero al final decidió continuar.
—¿Y qué tal estuvo tu día? —preguntó, y supo que había acertado cuando vio que una pequeña sonrisa se formaba en el rostro de la joven, sus ojos iluminándose.
—Muy molesto —dijo ella, soltando un suspiro al tiempo que se relajaba visiblemente.
Obito casi se cae de su silla por el tono de la chica, pero de alguna manera pudo mantener la expresión estoica que Madara le había enseñado. La princesa siguió hablando.
—Todo el día he tenido lecciones interminables sobre cómo no deshonrar la corona cuando esté en Germania. Y el cardenal no deja de reprocharme por cada pequeño detalle. ¿Acaso no es suficiente con que haya aceptado casarme con el rey de Germania?
La frustración en su voz era evidente. Por un momento, la princesa dejó de lado cualquier rastro de compostura real, permitiéndose expresar sus verdaderos sentimientos. Su postura se relajó mientras hablaba.
Obito la observó en silencio.
—Es como si nada de lo que haga fuera suficiente —continuó ella—. Me entrenan como si fuera una muñeca, sin importar lo que yo quiera, sin tener en cuenta mis deseos. Todo está decidido de antemano. Entiendo que como princesa tengo mis responsabilidades . . . pero solo . . . me justaría poder tener un poco mas de libertad.
Obito mantenía su expresión desinteresada mientras la princesa desviaba la mirada hacia el suelo, claramente perdida en sus pensamientos. Sin embargo, tras unos momentos, levantó la cabeza y lo miró con una intensidad renovada.
—Te envidio un poco —dijo de repente, haciendo que el cuerpo de Obito se tensara ligeramente. —La libertad es tan maravillosa. Tú puedes ir y hacer lo que quieras. Incluso en este castillo, estoy segura de que, si quisieras, podrías irte ahora mismo, y nadie podría detenerte con tu increíble habilidad con la espada. Sinceramente, he visto a muchos espadachines desde que era joven, pero cuando te vi a ti...
La princesa dejó escapar un suspiro, sus hombros cayendo un poco bajo el peso de sus palabras.
—Pensé que tuve mucha suerte al tener un familiar tan capaz.
Obito entrecerró los ojos, evaluando sus palabras con cuidado antes de responder.
—Dijiste que querías saber más de mí, ¿no es así? —preguntó con una ligera nota de desinterés en su voz.
Henrietta lo miró, algo desconcertada por el cambio abrupto en la conversación, pero luego asintió.
—Oh, sí... lo siento por haber comenzado a hablar solo de mí...
Obito negó con la cabeza, deteniéndola.
—No importa—habló con un tono franco, sin la formalidad que uno esperaría en una conversación con una princesa. Era como si estuviera hablando con cualquier otra persona, sin importar el rango.
Henrietta lo miró con ojos ligeramente aprensivos, como si temiera lo que Obito pudiera decir a continuación.
—Primero que nada, me salvaste la vida. De cierta manera, estoy en deuda contigo —dijo con firmeza, aunque el tono de su voz indicaba que no disfrutaba admitirlo. — te ayudare en lo que tu desees, si no quieres casarte no lo hagas, si no quieres seguir actuando como alguien perfecto no lo hagas.
La princesa inclinó la cabeza ligeramente, una ligera sonrisa en sus labios.
—Gracias, Obito —dijo ella con sinceridad—. Pero realmente no puedo hacer eso... nací con privilegios...
Los ojos de Henrietta vagaron hacia su vara y luego recorrieron el resto de la habitación. La mayoría de los plebeyos nunca podrían disfrutar de ese nivel de comodidad, mientras que ella nunca había pasado hambre en su vida.
Había recibido muchas cosas, y como tal, sentía la necesidad de entregar muchas más.
No podía simplemente ignorar sus responsabilidades como si nada. El cardenal siempre le había dicho eso, y él mismo siempre estaba trabajando, porque muchas personas dependían de ellos.
Obito no dijo nada; pudo ver la chispa de resolución en los ojos de la princesa. ¿Y quién era él para decirle que su determinación era inútil?
Alguien tan patético, que falló en todas sus promesas, no podía decir algo así. Apretó los labios y decidió no continuar hablando.
—Y con responsabilidades... —Henrietta dejó la frase en el aire.
Obito se quedó en silencio por un momento, observando a la joven frente a él.
—Entiendo... —aunque no lo comprendía del todo. Negó suavemente con la cabeza—. De todas maneras, ya que estamos hablando...
La princesa también guardó silencio y lo miró con curiosidad.
—Te voy a mostrar algunas de mis habilidades —dijo Obito. Después de todo, si iba a ser su familiar, probablemente debería saber al menos una parte de las habilidades que él poseía.
Madara probablemente estaría furioso si supiera que Obito revelaba su poder con tanta facilidad, pero sinceramente, no tenía sentido seguir las instrucciones de un hombre que terminó muriendo solo y desgraciado en una cueva.
Sintió la mirada de la princesa y finalmente soltó un suspiro.
—Primero, creo que tienes una idea equivocada de lo que soy —dijo Obito, levantando un dedo—. No soy un mercenario, soy un shinobi.
Obito señaló, aunque sabía que la princesa probablemente no lo entendía del todo.
—¿Shinobi?
—Sí... —Obito meditó un momento y luego añadió—. En otras palabras, soy un asesino.
Hubo un momento de silencio. Esperaba ver algún cambio en la expresión de la princesa, pero ella seguía mirándolo con curiosidad.
—¿No es lo mismo que un mercenario?
Obito frunció el ceño, como si se estuviera aguantando un pedo.
—Bueno... —en términos generales... de hecho, eran casi lo mismo. Los ninjas y los mercenarios trabajaban por dinero, protegían o mataban, incluso recopilaban información. Probablemente la diferencia más significativa era en sus habilidades—. Supongo que sí, pero hay una diferencia entre un ninja y un mercenario común.
Obito se levantó de su silla y comenzó a caminar.
—Es el ninjutsu —dijo Obito casualmente, mientras levantaba un pie y lo colocaba en la pared. Henrietta lo miró con curiosidad, y cuando colocó su otro pie en la pared, comenzó a caminar directamente sobre ella como si estuviera en el suelo.
Los ojos de la princesa se abrieron como platos mientras Obito continuaba caminando casualmente por la pared.
—Los ninjas poseemos la capacidad de usar jutsus, que es el equivalente a la magia que ustedes usan —habló con un tono ligeramente bajo para no llamar la atención de los guardias que protegían el corredor.
Henrietta lo miró como si una segunda cabeza hubiera emergido de su cuerpo.
—No usaste una varita —dijo, incrédula—. Ni siquiera recitaste un hechizo.
Aun así, usó toda su capacidad cerebral para analizar las palabras de Obito.
—Tú... tienes sangre noble —murmuró. Obito estaba usando magia, aunque él lo llamara ninjutsu. Tal vez provenía de una antigua familia que se había mantenido oculta, o tal vez estaba usando algún tipo de artefacto.
Pero su cabello no era del color correcto.
Y ahí estaba la pregunta.
Obito pensó con aburrimiento. Inevitablemente, si él usaba jutsus de fuego o cualquier otro tipo de ninjutsu, era obvio que Henrietta asumiría que era un noble, porque, en realidad, los nobles eran los únicos que podían hacer cosas como esas. Tenían la magia en su sangre.
Obito miró a la princesa. Había considerado mencionarle que él era de otro mundo, pero sinceramente, no tenía ganas.
—No —dijo Obito, casualmente—. Para usar ninjutsu, yo no uso "mana", uso "chakra".
Obito dijo mientras volvía a caminar sobre el suelo.
—Y no, el chakra no es lo mismo que el mana.
Obito pudo ver la confusión en la cara de la princesa. Luego de un momento, suspiró. A él mismo le había tomado tiempo entender el funcionamiento del mana y por qué no era igual al chakra, aunque todavía conservaba cierto nivel de familiaridad.
En los siguientes minutos, Obito explicó, en términos generales, cómo funcionaba el chakra y sus diferentes usos.
—El chakra se puede moldear y usar para diferentes funciones, entre ellas la de incrementar la fuerza —comentó Obito, mientras miraba a la princesa, quien había escuchado cada palabra como si fuera lo más importante del mundo.
Henrietta no tardó en comprender el funcionamiento del chakra. Aunque obviamente Obito no le había hablado de todo, se hizo una idea bastante buena de lo que podía hacer. No solo era bueno con la espada, sino que también podía escalar muros como si nada.
Y era muchas mas fuerte que cualquier caballero o mago.
—Entiendo —dijo ella, y luego agregó lo más lógico que se le ocurrió—. No le digas de esto al cardenal...
El anciano ya estaba preocupado por el hecho de que su familiar fuera un plebeyo mercenario. Si añadía a la ecuación el hecho de que Obito básicamente tenía algo equivalente a la magia a su disposición... bueno, tal vez el cardenal moriría de la impresión.
—No pareces asustada —dijo Obito, sorprendido. Entre todas las posibles reacciones que había imaginado, ninguna incluía que la princesa se tomara tan bien sus habilidades.
—¿Me vas a matar? —preguntó ella sin ninguna muestra de temor, lo que desconcertó ligeramente al Uchiha.
—... No —respondió Obito, despreocupadamente.
—Esa fue una pausa muy larga —dijo la princesa con una sonrisa.
—No pude imaginar ningún escenario en el que termine acabando con tu existencia —dijo Obito.
La princesa rió un poco. Las comisuras de sus labios del Uchiha casi se torcieron hacia arriba, pero luego se detuvo antes de que eso ocurriera.
—¿Hay algo que quieras que haga? —preguntó. Había pensado que había algo específico que ella quería pedirle, y por eso le había dicho que quería hablar con él, pero hasta ahora no había mencionado nada en concreto.
En ese momento, la princesa dudó, como si temiera expresar lo que más anhelaba.
Que su padre no hubiera muerto.
Que su madre la volviera a amar lo suficiente como para vivir por ella.
Que no hubiera una guerra civil en Albion.
Poder casarse con la persona que amaba.
Había muchas cosas que ella deseaba, pero, sinceramente, sabía que esas cosas no eran algo que su familiar pudiera realizar.
Sin embargo, se dio cuenta de que había algo que tendría que arreglar en algún momento.
—No... —No podía pedirle eso. Hace solo unos días, Obito había estado al borde de la muerte, no podía pedirle algo tan peligroso—. Solo quería hablar contigo y conocer más a mi familiar.
Ahí estaba otra vez, la palabra que ella había usado para referirse a él: "familiar". No le gustaba ese término. Se sentía como si le estuviera diciendo "esclavo", pero de una forma no tan ofensiva o directa, un esclavo glorificado.
Obito se levantó.
—Está bien, supongo que eso es todo lo que querías hablar conmigo.
Henrietta miró a su familiar.
A pesar de que ambos habían hablado, se dio cuenta de la diferencia fundamental entre lo que cada uno había dicho. Ella había hablado sobre cosas que no podía contarle a nadie más, mientras que él solo había mencionado sus habilidades. No le había dicho cómo se sentía al tener que ser su familiar.
Probablemente era demasiado pronto, se dijo a sí misma. Él era un humano, así que no podía ser como los demás familiares, que cuando eran invocados ya eran completamente leales a su amos.
Obito la miró ligeramente antes de caminar hacia la terraza de la habitación de Henrietta. Comprobó que no había nadie pasando por ese lugar, pero pudo sentir que algunos guardias comenzaban a moverse.
La princesa se había preguntado cómo había llegado Obito hasta su habitación, y al verlo caminar hacia la ventana, obtuvo la respuesta. Obito no se volteó, ni se despidió.
Henrietta lo observó atentamente, pero él simplemente desapareció de su vista.
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Obito se paró sobre la muralla que rodeaba el castillo solo por un momento, mirando las dos lunas. Luego de un instante, su cuerpo salió disparado hacia la ciudad que rodeaba la fortaleza.
Había estado letárgico y aburrido desde que despertó. Lo más interesante que había hecho fue ese pequeño entrenamiento con esa chica. E incluso eso le hizo recordar el pasado: cuando estaban todos juntos realizando misiones o entrenando con su maestro.
Pero todo eso había quedado atrás. El mundo que él conocía había desaparecido: las personas, los sentimientos, la misión de salvar el mundo, de destruir el sistema establecido y crear uno donde todos pudieran ser felices.
Personas como Madara y él no eran las adecuadas para conseguir ese mundo, porque ambos estaban rotos. Su mera existencia solo provocaba más dolor y miseria.
Hubiera preferido morir en su enfrentamiento con Minato-sensei.
Pero seguía vivo, y le había prometido a Rin que intentaría ser feliz en esta vida, aunque, más que una promesa, fue ella diciéndole que debía hacerlo.
Y Obito quería cumplir con esa promesa, usando todos sus medios.
Movió sus dedos frente a él, formando un sello. Un momento después, dos nubes de humo estallaron a su lado.
Dos copias perfectas de él se pararon, cada una mirando en una dirección diferente. Luego, ambos desaparecieron en un destello de velocidad.
Obito se detuvo en el techo de un edificio de dos pisos y miró hacia la enorme ciudad que tenía delante. Dejaría que sus clones reunieran información y exploraran por un tiempo. miro hacia el cielo una vez mas.
la mayoría de sus armas estaban en la guarida de Madara, así que necesitaba encontrar a aun herrero que se encargar de fabricar mas, además de conseguir el dinero para pagar por ese trabajo.
También recopilar información de este mundo, y comenzar a pensar en que hacer cuando haya pagado la deuda que tiene con Henrietta.
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sinceramente no quiero escribir a un Obito demasiado triste y edgy, así que aunque defectivamente es serio cuando es necesario, intentare escribir mas escenas donde sea un poco amable, pero no llegando a ser tan torpe como cuando tenia 13 años.
Por otro lado Henrietta, no es mala, pero tiene 17 años, así que cometerá errores en su relación con Obito.