La brisa fascinaba al momento acompañado de la dulce melodía que el dios Thanatos tocaba para su alma.
Su hermano era su máxima inspiración, era el recuerdo que lo motivaba a seguir en plenitud, fascinando los oídos de las ninfas. Pero dentro de su corazón había más que felicidad, había amor y esperanza; una esperanza por sobre la indiferencia verbal que lastimaba a su interior cada vez que Hypnos se posaba frente a sus ojos, mas lo amaba demasiado para reprochárselo.
«Hypnos…», pensó en un suspiro mientras sus ojos sellados disfrutaban de la brisa. Las jóvenes doncellas a su alrededor, se deleitaban con su presencia; sus sublimes pestañas y ese magnífico rostro encantador, bastaba para distraerlas de la verídica razón por la que se encontraban ahí. Era demasiado cautivante, pero en el fondo se detestaba por no serlo para la única persona que le interesaba.
«¿Dónde estará?, ¿seguirá en el gran salón?». Se arrepentía de cada palabra en negación a la invitación que el rubio le ofreció aquella tarde, justo cuando todo parecía favorecerle, se empeñaba en arruinarlo. «Maldición», se lamentó al perder la concentración en su melodía. Justo cuando pensó en iniciar de nuevo, una extraña sensación le invadió.
«¡Hypnos…!», se paralizó al percibir su presencia tan súbita, que incluso sus dedos no fueron capaces de rosar las cuerdas de nuevo, pronto una gota nerviosa le surcó en la sien, pero sus sellados párpados no dejaron reflejar su asombro, seguían tan impasibles como su semblante, aunque por dentro se derretía lentamente.
—Has mejorado bastante desde la primera vez que te escuché tocar —dejó hacer eco a esa voz tan grave e imponente que le encogió el corazón. Su indiferente tono superaba cualquier sinfonía entre sus dedos, Thanatos lo daba todo por él sin esperar nada a cambio, por ello al abrir sus refulgentes pupilas ante su presencia, no pudo comparar a nadie con su belleza. Su hermano arrastraba aquella eminente túnica blanca por el césped, junto al sublime de su rostro que dejaba ver el largo de sus pestañas por el sello de sus párpados.
—Hypnos… —apenas pudo pronunciar, esmerándose por no revelar demasiado sobre su pasmada impresión, mas no logró evitar verle plenamente embelesado.
—¿Te sientes bien? —indagó el rubio por su manera de recitar.
—Sí-sí, por supuesto. —Indudablemente le dio cortedad el no poder hacer uso de su imponencia ante él.
Sin embargo, fueron contados los segundos que aquel bello gemelo permaneció frente a sus ojos. Su razón de ser se limitaba a la tranquilidad de los Campos Elíseos y a la alcoba de su templo.
—¿Te marchas tan pronto? —cuestionó al verlo girarse. Ese largo cabello dorado incitaba sus ganas de tocarlo—. ¿Solo viniste a decirme que he mejorado mi melodía?
—¿No te agradan los halagos? —Se detuvo un instante, y entonces Thanatos pudo agradecer que le diera la espalda. Sus mejillas se habían tornado rosáceas y desde luego le avergonzó el hecho de que no estuvieran solos, las bellas ninfas eran espectadoras de su conversación, y sus reacciones.
—Tengo bastante trabajo en el templo, el señor Hades despertará pronto —dio un paso. Era la razón por la que no pisaba con frecuencia los jardines, el motivo por el que su hermano esperaba verle con desesperación cada día—. Además, yo personalmente te invité a colaborar.
—Sí, lo recuerdo. —Se varó de su asiento desde la cúspide de los peldaños. Sus pasos sobre el césped fueron amenos, solo porque a quien perseguían era la persona más sublime ante sus ojos.
Tras un silencio perenne, un deleitable aroma a amapolas embargó la nariz del cabello plateado, era Hypnos, conocía esa exquisita fragancia cuando el viento acariciaba su cuello, una que le ruborizaba con el simple pensamiento de poseerle.
—Si volvieras a proponerme ayudarte, definitivamente aceptaría —habló meramente cautivado, tan dócil que cualquiera se hubiese percatado de que se moría por él, mas su contrario ni siquiera le miraba.
—Qué pena, falta muy poco para concluir, pero gracias —desvió el camino para perderlo, pero su gemelo era demasiado persistente.
—Te acompañaré hasta el santuario de Hades.
—No es necesario. —Mas un suave tirón le detuvo, conduciéndolo al firmamento con solo percibir la calidez en su muñeca. Thanatos le sujetaba con firmeza, pero en ningún momento le lastimó.
En ese instante, Hypnos se dignó a levantar sus párpados, le era tan solemne la manera en que su hermano le veía, que incluso reconoció esa peculiaridad en su semblante, ese toque extraño que siempre iba acompañado de sus comportamientos cariñosos. Sus mejillas se tornaron rosáceas de solo recordar de lo que era capaz. Sin embargo, no podía permitírselo, y la única manera de liberarse de él, era implementando la crueldad con su cortante indiferencia de siempre. Por ello no tuvo opción.
—Suéltame —sonó firme, arrebatándole el agarre de un tirón—. Déjame en paz.
—Lo siento, yo no quería que… ¿Te hice daño? —Pero el rubio le ignoró, dándose vuelta sin escucharle.
No tenía nada que lamentar ni su gemelo nada que perdonarle, ese era lo que le entristecía todos los días. «Si tan solo pudieras amarme, aunque sea un poco», bajó la mirada, decidiendo regresar con las ninfas, las únicas que verídicamente disfrutaban de su presencia.