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Capítulo 18: Complot.

Gabriella había luchado con todas sus fuerzas para obtener lo mejor para Michael: un mes de arresto domiciliario bajo una vigilancia implacable. Dos agentes, con sus miradas inquisitivas y sus posturas rígidas, se apostaron en su hogar.

Dos días habían transcurrido desde que comenzó esta vigilancia asfixiante. Era el 15 de junio, un día antes de las elecciones para un nuevo restrisor, donde Gabriella sería candidata. Su campaña política había provocado un revuelo en la ciudad; la promesa de redirigir los fondos de las actividades recreativas para forjar una división policial exclusiva, compuesta únicamente por Warriors experimentados, había despertado un interés ferviente. En una urbe donde la calma se deslizaba como una sombra efímera entre los edificios, la propuesta de seguridad había prendido la chispa de la esperanza en los corazones de los ciudadanos.

Los policías que conformarían esta nueva unidad no eran simples guardianes del orden; eran Warriors curtidos.

El arsenal de la policía global era una amalgama de tecnología puntera y pragmatismo brutal, diseñado para imponer el orden en un mundo cada vez más caótico. Entre los artefactos que portaban, se destacaban:

El Anillo Aturdidor, una maravilla de ingeniería que emitía una luz deslumbrante capaz de dejar a un individuo paralizado por el shock. Sin embargo, para evitar que los propios agentes fueran víctimas de su poder, llevaban consigo un par de pupilentes especiales, diseñados para proteger sus ojos de la intensidad cegadora de la luz.

Las esposas de hierro, símbolo de la autoridad y la restricción, eran el instrumento básico para asegurar a los delincuentes y llevarlos ante la justicia.

Y luego estaba el "Bastón de la Justicia", una herramienta versátil que encarnaba el poderío y la fuerza de la ley. Con tres modos de funcionamiento, cada uno más intimidante que el anterior, era el arma definitiva en manos de un agente decidido.

El primer modo, diseñado para paralizar a los más resistentes, liberaba una descarga eléctrica tan potente que podía dejar aturdido incluso a un elefante.

El segundo modo, apto para situaciones de media distancia, permitía a los policías lanzar descargas eléctricas como relámpagos desde la punta del bastón. Sin embargo, esta acción disminuía la potencia de la descarga, volviéndola más manejable pero igualmente peligrosa.

Y finalmente, el tercer modo, conocido como el modo pistón, prescindía de la electricidad en favor de una fuerza puramente mecánica. Al activarlo, los pistones internos del bastón se desplegaban, convirtiéndolo en un instrumento letal capaz de partir huesos con un solo golpe directo. Era la última opción, reservada para aquellos que desafiaban abiertamente la autoridad y no se sometían a la razón.

Ese día, la cocina de Michael era el epicentro de la actividad matutina. Mientras él saboreaba su desayuno en la barra, Jhonson y Emilio se sentaban frente al televisor, absorbidos por las noticias del día.

—¡Qué mal, amigo! Parece que hoy nos espera una tormenta eléctrica. ¿Y si se va la luz? ¿Vamos a tener que entretenernos jugando al ajedrez con este loco? —exclamó Emilio, visiblemente molesto al ver el pronóstico del clima. Su mirada reprobatoria se posó en Michael, quien aún disfrutaba de su comida.

—Ey, tú. Ve al supermercado y abastece la despensa para la tormenta —ordenó Jhonson, volteando lentamente hacia Michael.

—Estoy desayunando —se defendió Michael, antes de que Emilio interviniera lanzándole las llaves de la patrulla, las cuales cayeron con un chapoteo en su tazón de leche con cereal, salpicándole la cara.

—Estabas desayunando. Ya que vendiste tu auto para pagar la fianza, vas a ir en la patrulla. Toma —dijo Emilio, con una mueca de desdén.

—¿No es un poco irresponsable dejarme salir con su patrulla? Podría escaparme —planteó Michael, limpiándose la leche del rostro con la manga de su playera.

—Ese collar tan bonito que tienes en el cuello funciona con esa energía zen que usan los Warriors. No te lo puedes quitar hasta que cumplas tu condena. Con él podemos encontrarte donde sea, y si lo hacemos, tenemos permiso para usar fuerza letal contra ti por ser un prófugo —explicó Emilio, dando un mordisco a su hot dog sin desviar la mirada del televisor.

—Apresúrate, chico, quiero que me traigas una caja de donas. No he desayunado —ordenó Jhonson con impaciencia, mientras ajustaba su gorra de policía.

—¿Me puedo comprar algo para comer? —preguntó Michael, con inocencia en su voz, esperando un poco de compasión.

—Claro que no. Lleva tu dinero. ¿Puedes creerlo? Este imbécil quiere que le regalemos el almuerzo —se burló Emilio, con una sonrisa socarrona, antes de tomar otro bocado de su hot dog.

En las sombras de un cuarto de motel, en las afueras de la ciudad, se reunían figuras clave dentro del entramado urbano. Allí, entre el murmullo de conversaciones confidenciales y el tintineo de copas, se encontraban varias personalidades influyentes.

Annie Sánchez, la directora implacable de "El Diario del Zen", ocupaba un lugar destacado, su presencia irradiaba una autoridad sutil pero innegable. A su lado, Gordon Rivas, el rostro inquebrantable de la ley, exudaba una aura de determinación y astucia policial. Y entre ellos, con una elegancia serena, se encontraba David Mayers, el visionario arquitecto detrás de los majestuosos hoteles que adornaban la zona turística de la ciudad.

—Annie, ¿puedes explicarme por qué las encuestas muestran a Martínez con una ventaja del dos por ciento sobre mí? —inquirió Gabriella, su tono teñido de irritación—. Con el temor que hemos instigado, yo debería ser la opción indiscutible para el pueblo.

—Lo siento, señorita Gabriella, pero mi editor se ha negado a publicar las fotos de los asesinatos... No sé qué hacer. No puedo despedirlo; es mi socio. Sin embargo, si me proporciona el dinero suficiente, tal vez podamos sobornarlo —explicó Annie con un dejo de desesperación en su voz.

—Entonces, lo asesinaremos y mostraremos las fotos de su cadáver. Esa es tu solución —intervino David, apagando su cigarrillo en el cenicero con una tranquilidad inquietante.

—Es una buena idea. Haremos eso. Es más fácil y no tendremos que gastar dinero —concordó Gabriella, asintiendo con decisión.

—¡No pueden hacer eso! ¡Él es una buena persona! —intervino Annie con una voz, llena de angustia.

—Sí, el restrisor Kim también era una buena persona, ¿verdad? Pero como no te acostabas con él, no te importó —replicó Gabriella, su tono cargado de cinismo y desprecio.

—¿A qué se refiere, señorita Gabriella? —preguntó Annie, visiblemente nerviosa, mientras recibía las tres fotografías que Gabriella arrojó a sus pies. Con gesto apresurado, las ocultó en su bolso, consciente del contenido que revelaban.

—Usaremos el plan de David. Con eso concluye la reunión —decretó Gabriella con firmeza, observando a cada uno de los presentes en busca de conformidad, y recibiendo en respuesta asentimientos silenciosos.

—Una última cosa, señorita. La chica nueva ha escapado. He intentado contactarla, pero no responde —informó Gordon, su tono denotando preocupación.

—¿Quién era la chica nueva? —preguntó Gabriella, frunciendo el ceño mientras intentaba recordar.

—La que mandó a matar al perro en la casa de ese chico que le agrada —recordó Gordon, esperando que esa pista le ayudara a Gabriella a recordar.

—Ah, ya recuerdo quién es. Gracias. Me ocuparé de eso. Ustedes encárguense del editor —ordenó Gabriella, poniéndose de pie con determinación y encaminándose hacia la salida de la habitación, dejando tras de sí el eco de sus palabras y el peso de las decisiones que acababan de tomar.

La tormenta ya había empezado su danza furiosa. Mientras el viento aullaba lánguidamente y las gotas de lluvia golpeaban la ventana como tamborileo distante, Michael se encontraba en el recibidor, perdido en su propio mundo digital, jugando solitario en su portátil. Mientras tanto, sus vigilantes, envueltos en la atmósfera de humo y cartas, se entregaban al póker en la sala de estar.

La temperatura, que había sido un cómodo promedio de veintiocho grados centígrados, descendió abruptamente hasta los doce grados, envolviendo el vecindario en un frío repentino y penetrante. El sonido de la lluvia golpeando la ventana creaba una sinfonía rítmica, que a la vez resultaba relajante y aislante, envolviendo la casa en una especie de capullo protector.

—Chico, ¿seguro que no quieres una vela? —preguntó Jhonson, ofreciendo un poco de luz en medio de la oscuridad.

—Estoy bien, la luz de la computadora me basta —respondió Michael cortésmente, sin apartar la mirada de la pantalla mientras movía una carta digital con el cursor.

—¿Y qué haces con eso? Mi hijo tiene una computadora en casa, pero solo la usa para esa cosa nueva del internet —inquirió Emilio, con genuina curiosidad.

—Bueno, yo también suelo usarla para eso, pero ahora no hay internet —contestó Michael, con un deje de resignación en su voz.

—¿Entonces, qué haces con eso? 

—¿De verdad te importa?

—La verdad es que no —admitió Emilio con honestidad, antes de girarse de nuevo hacia la mesa y sumergirse en el juego, dejando a Michael con su solitario y su pantalla brillante como únicos compañeros en medio de la oscuridad.

El silencio absoluto volvió a colmar la casa, cada uno absorto en sus propios pensamientos o actividades. Sin embargo, la paz se vio interrumpida abruptamente por golpes histéricos que resonaban en la puerta principal, como un eco de desesperación en medio de la tormenta. 

En un instante, los policías se prepararon para el peligro, desplegando sus bastones de justicia mientras ordenaban a Michael que permaneciera en su lugar.

—¡¿Quién está ahí?! —gritó Emilio hacia la puerta, pero la respuesta fueron golpes aún más frenéticos, desprovistos de toda lógica.

Un rayo rasgó el cielo, iluminando brevemente la escena con su resplandor eléctrico, aumentando la tensión palpable en el aire.

—¡Tú te quedas aquí! —ordenó Emilio a Michael, su voz cargada de autoridad mientras apuntaba con su bastón, impidiendo cualquier intento del joven de moverse.

—Solo voy por mis pastillas —intentó explicar Michael, pero su petición cayó en oídos sordos.

—¡Me da igual, no te muevas! —rugió Emilio, su tono implacable mientras el peligro se acercaba a la puerta, envuelto en el manto de la oscuridad y la tormenta.

—Vamos a abrir —decidió Jhonson con seriedad, compartiendo una mirada con su compañero mientras los golpes persistían implacables. Con cautela, se posicionaron a cada lado de la puerta y la abrieron lentamente.

Justo en el momento en que la puerta se entreabrió, una figura femenina irrumpió en la casa, corriendo desesperada. Los policías reaccionaron de inmediato, agarrándola por los brazos y quitándole la capucha del impermeable que cubría su rostro.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —inquirió Emilio, su tono hostil, pero la mujer no respondió. En cambio, abrió la boca como si fuera a gritar, pero ningún sonido salió.

—¡Respóndeme antes de que te electrocute! —amenazó Emilio, su bastón de justicia listo para actuar.

—Déjenla, idiotas. Creo que es muda —intervino Michael al ver el rostro aterrorizado de la mujer. Los policías se miraron el uno al otro, indecisos por un momento, pero finalmente decidieron seguir su consejo.

Una vez que la mujer estuvo libre, comenzó a comunicarse en lenguaje de señas, pero ninguno de los presentes entendía lo que quería decir.

—Parece que sí es muda, pero no logramos entender lo que nos quiere decir —observó Jhonson, frunciendo el ceño con preocupación.

—No te entendemos, amiga... ¿Sabes escribir? —preguntó Michael, buscando una solución práctica. La joven asintió rápidamente con la cabeza.

Sin perder tiempo, Michael corrió a su habitación y regresó con una libreta y una pluma con tinta azul. Los policías le quitaron el impermeable a la joven para evitar que mojara el papel con el agua que se escurría de su ropa.

La chica tomó los objetos con determinación, agradecida por la oportunidad de comunicarse. Con movimientos ágiles, comenzó a escribir frenéticamente, sus gestos llenos de urgencia. Una vez que terminó, se levantó de un salto y corrió rápidamente hacia el baño, cerrando la puerta tras de sí.

—Cuando hay que ir, hay que ir —sentenció Emilio, su tono completamente serio.

De nuevo, un toque en la puerta resonó en la casa, pero esta vez los golpes eran más calmados, casi rítmicos.

—Debe ser alguien buscando a la chica —supuso Jhonson antes de abrir la puerta, revelando a Gabriella delante de ellos. Vestida con su característico traje negro, llevaba un impermeable rojo sobre sus hombros, una sombría reminiscencia del día del asesinato del restrisor Kim.

—Lamento interrumpir, Michael, pero estoy buscando a alguien. Específicamente, a la persona que llevaba este impermeable —declaró Gabriella, señalando con su dedo hacia la prenda que colgaba en el perchero.

—¿Cómo conoces a la chica? Parecía aterrada cuando llegó —cuestionó Jhonson, con una nota de sospecha en su voz al dirigirse a la candidata.

—Es mi hermana. Tiene autismo. Se escapó cuando escuchó un trueno —respondió Gabriella de mala gana, revelando una faceta desconocida de su vida personal. En ese preciso instante, la joven muda salió del baño, captando la atención de todos los presentes. El pánico se reflejaba en sus ojos al ver a Gabriella.

—¡Vamos a casa, Esmeralda! —ordenó Gabriella con firmeza, pero la joven prefirió esconderse detrás de Michael, buscando refugio en su presencia. Los policías notaron la hostilidad en la actitud de Gabriella, por lo que volvieron a desplegar sus bastones de justicia, preparados para intervenir si fuera necesario.

—Lo siento, señorita candidata, pero creo que debería quedarse un momento para responder algunas preguntas —intervino Jhonson, intentando mantener la calma y el control de la situación. Sin embargo, antes de que cualquiera pudiera reaccionar, Gabriella ya estaba junto a Michael y Esmeralda.

—¡Gabriella Mendez, no muevas ni un solo músculo si no quieres que usemos los bastones! —gritó Emilio, desconcertado, mientras él y su compañero apuntaban los bastones hacia la mujer. Gabriella, con una mirada gélida, sostuvo la mirada de Michael por un instante antes de girarse lentamente, desprendiéndose del impermeable y flexionando los dedos con un crujido ominoso.

Ante esta acción, los policías reaccionaron instintivamente, disparando los rayos de sus bastones hacia Gabriella. La energía eléctrica impactó contra ella con fuerza, pero en lugar de detenerse, Gabriella continuó avanzando lentamente hacia ellos, como si fuera inmune al dolor o la detención.

Los policías, ahora temerosos y desesperados, cambiaron el modo de sus bastones al pistón, decididos a detener a Gabriella de cualquier manera posible. Con determinación, se prepararon para usar toda su fuerza y fracturarla. Cuando Gabriella los tuvo de frente, ambos policías intentaron golpearla con los bastones, pero para su horror, la mujer detuvo los bastones con sus manos desnudas, como si fueran juguetes de niños.

—¿Qué carajos está pasando aquí? Con la fuerza de los pistones, todos los huesos de su mano deberían estar destrozados —se preguntaba Emilio, cuya confusión se convirtió en comprensión al ver la determinación en el rostro de su compañero.

Sin dudarlo, ambos cambiaron rápidamente el modo de sus bastones al primer modo, preparados para dejar inconsciente a Gabriella con una descarga eléctrica masiva. Sin embargo, para su asombro, la mujer resistió la descarga sin mostrar ningún signo de dolor o debilidad. Sin embargo, Michael observó cómo una gota de sangre brotaba lentamente de la nariz de la candidata.

El ataque llegó a su fin y el viento que entraba por la puerta apagó todas las velas de la casa, sumiendo el lugar en la oscuridad total. Por un breve instante, el ambiente se volvió calmo, pero fue solo el preludio de la tormenta que se avecinaba. Una rápida cadena de relámpagos iluminó la habitación, revelando la figura de Gabriella frente a los policías, cuyos cuerpos yacían inertes en el suelo. En un movimiento veloz y letal, Gabriella había atravesado el pecho de ambos policías con sus propias manos.

De nuevo, la oscuridad envolvió la casa, pero esta vez, la luz intermitente de los relámpagos proporcionaba breves destellos de la escena macabra. Los ojos de Michael se ajustaron lentamente a la oscuridad reinante, mientras intentaba comprender la brutalidad de lo que acababa de presenciar.

—Parece que se ha ido. No te preocupes —intentó consolar Michael, dirigiéndose a Esmeralda en un intento de mantener la calma. Pero al darse cuenta del horroroso destino que había sufrido la joven a manos de Gabriella, la conmoción lo invadió por completo. Incapaz de contener su náusea, Michael se volvió hacia el cuerpo de Esmeralda y vomitó sobre él, abrumado por el horror y la incredulidad ante la violencia despiadada que había presenciado.

Las horas se deslizaron en un torbellino de angustia para Michael, quien se encontraba encerrado en su habitación, con la cara empapada en lágrimas. La situación lo abrumaba por completo. Si llamaba a la policía, ¿qué podría decirles? ¿Quién creería su historia sobre Gabriella Mendez? Ya estaba bajo sospecha, y ahora los mismos policías que estaban asignados para protegerlo yacían muertos en su sala de estar. La idea de enfrentarse a la acusación de ser el culpable de los asesinatos lo atormentaba, mientras su mente se debatía entre la desesperación y el miedo.

La noche pasó entre sollozos y pesadillas, hasta que finalmente, exhausto por el sufrimiento, Michael se sumió en un sueño inquieto. Al despertar al día siguiente, se encontraba agotado física y emocionalmente. Le costó horas reunir el valor necesario para enfrentarse al mundo exterior y salir de su habitación.

Cuando finalmente se aventuró al baño, su mirada se posó de inmediato en una nota que descansaba sobre la caja del retrete. La letra temblorosa de Esmeralda le llamó la atención, y su corazón latió con ansiedad mientras se acercaba para leer lo que la joven había dejado atrás.

La nota escrita con letra temblorosa y desesperada rezaba:

"No pueden permitir que Gabriella tome el control de la ciudad. Ella es maligna, están formando una secta a su alrededor. No pueden simplemente arrestarla; el jefe Gordon es su cómplice. Deben detenerla, incluso si eso significa acabar con su vida. Será difícil, pero yo la he visto sangrar, y sé que puede morir. 

Ahora mismo, ella debe estar buscándome. Dejo este mensaje para la única persona que se ha enfrentado a ella y ha sobrevivido. Los demás miembros de la secta conocen a Michael como 'el sobreviviente'".

Con el corazón latiendo con furia contenida, Michael terminó de leer la carta y finalmente comprendió la manipulación a la que había sido sometido por Gabriella. La ira hirvió en su interior mientras se daba cuenta de que su vida había sido destrozada por el capricho de esa mujer.

Una vez que salió de la ducha, Michael se vistió con lo primero que encontró en su armario: un pantalón de mezclilla gastado, unos zapatos de senderismo y una camisa negra adornada con patrones rojos navideños de pequeñas esferas, cajas de regalo y renos. La elección de ropa reflejaba su estado de ánimo tumultuoso y su determinación de actuar.

Consultó la hora en su alarma y vio que eran la una y media de la tarde. Si quería hacer algo antes de las elecciones, tenía cinco horas y media para actuar. Con el tiempo en su contra y el fuego de la venganza ardiendo en su interior, Michael se preparó para enfrentarse a Gabriella y detenerla, sin importar el costo.

Con determinación y precaución, Michael se aseguró de que todas las puertas y ventanas de la casa estuvieran bien cerradas antes de partir hacia el supermercado en la patrulla. Tomó el volante con firmeza, con la mente enfocada en su misión. Después de una hora de compras rápidas y cuidadosas, regresó a casa, estacionando la patrulla en un callejón discreto a unas pocas calles de distancia.

Cargado con varias herramientas, un par de baterías de automóvil, cepillos, estopas y un cerdo entero para asar, Michael regresó a casa con paso decidido. Depositó los suministros en la sala antes de tomar un momento para hacer una larga llamada telefónica.

Una vez que colgó, se dirigió rápidamente al patio trasero de su casa y comenzó a cavar tres grandes agujeros. La tierra se movía bajo la fuerza de su determinación, mientras él cavaba con fervor. Cuando finalmente terminó, retiró los bastones de los policías y se dispuso a arrastrar los tres cuerpos hasta sus respectivas tumbas. La tarea era ardua y sombría, pero Michael estaba decidido a completarla. Dos horas después, los cuerpos descansaban en sus tumbas recién excavadas, ocultos para siempre en la oscuridad de la tierra.

Con determinación fría, Michael regresó a su hogar y se enfrentó al siguiente paso de su macabro plan. Tomó el cuerpo del cerdo y, con manos firmes pero temblorosas, lo abrió y lo desmembró meticulosamente con un cuchillo. Los sonidos sordos y húmedos llenaron la sala de estar mientras esparcía los restos por todo el suelo, creando una escena grotesca y perturbadora.

Una vez completada esta tarea sombría, Michael salió al exterior de su casa y se acercó a una joven pareja de adolescentes que charlaban animadamente en la acera cercana.

—¡Chicos! ¿Les gustaría ganar quinientas Lanas? —les preguntó Michael con un tono aparentemente amigable mientras se acercaba a ellos.

La chica respondió de inmediato, con una mezcla de sorpresa y desconfianza en su voz: —¡Aléjate, pervertido! —mientras su novio se ponía de pie, adoptando una postura defensiva.

—No, no, tranquilos. No se trata de eso. Necesito ayuda, estoy haciendo unas reparaciones en el baño, pero justo ahora tuve un accidente con un cerdo que iba a cocinar este fin de semana —explicó Michael, mostrándoles el fajo de billetes que había tomado de las billeteras de los policías.

—¿Y qué tendríamos que hacer? —preguntó el chico, aún desconfiado pero tentado por el dinero.

—Solo limpiar lo del cerdo. Pueden mantener las puertas y ventanas abiertas. Yo estaré ocupado haciendo el mantenimiento del baño. No tendrán que verme hasta que les pague. ¿Trato? —propuso Michael, manteniendo su tono calmado y persuasivo.

El joven consideró la oferta por un momento, su mirada aún llena de desconfianza. Finalmente, asintió con determinación, pero su advertencia fue clara: —Si te niegas a pagar, te aseguro que no saldrás ileso, se lo que le hiciste al viejo Donald —advirtió, dejando claro que no sería tomado a la ligera.

Cuando los chicos entraron a la casa de Michael, quedaron boquiabiertos ante la escena que se desplegaba ante sus ojos; el suelo y varios muebles estaban salpicados de sangre y restos del cerdo.

—Cuando dijo que tuvo un problema con un cerdo, pensé que se refería a excremento —comentó la chica, visiblemente sorprendida por la cruda realidad.

—Lamento la confusión, pero ¿aún están dispuestos a ayudar? —preguntó Michael con cierta preocupación.

—Sí, está bien, es solo carne —respondió la chica, ansiosa por el dinero y tratando de mantener el ánimo.

Michael les proporcionó un par de cubetas con agua, dos estopas, cepillos, guantes de látex y jabón en polvo. Una vez equipados, la pareja comenzó a limpiar mientras Michael se retiraba al baño, cumpliendo su parte del trato.

—Qué asco, ahora no sé si este dinero vale la pena —murmuró Tina mientras recogía los restos del cerdo y los depositaba en una bolsa negra para basura.

—Tina, si quieres irte, puedo encargarme solo —ofreció Hector, preocupado por la incomodidad de su novia.

—No te preocupes, Hector. Hagamos esto rápido y luego nos vamos al cine con el dinero de este tipo —respondió Tina en voz baja, tratando de mantener el ánimo y enfocarse en la recompensa que les esperaba.

Después de un rato de trabajo en silencio, un extraño presentimiento se apoderó de Tina, interrumpiendo el silencio incómodo.

—¿Te imaginas si este tipo resulta ser "el asesino en serie" y lo que estamos limpiando es sangre humana? —susurró, con un escalofrío de incomodidad recorriendo su espalda.

—¿Este tipo? Imposible. Vive aquí desde antes de que yo naciera. Es un debilucho. Una vez, mi papá le dio una paliza porque rayó su auto con esa camioneta fea que conduce —respondió Hector, intentando disipar las preocupaciones de Tina con total seguridad.

Una hora y cuarenta minutos después, los chicos habían terminado de limpiar. Era un trabajo rápido, pero si nadie se detenía a observar la escena detenidamente, nunca sabrían que allí se habían cometido tres asesinatos.

—¡Señor Michael, ya terminamos! —gritó Tina, mientras Hector arrojaba la última cubetada de agua teñida de sangre en el jardín.

Michael salió del baño, sin camisa, para encontrarse con los jóvenes.

—Aquí tienen, quinientas para cada uno —anunció, entregándoles el dinero.

—¡Vaya! Pensé que serían quinientas en total. Esto es mucho —exclamó Tina, sorprendida y agradecida.

—Sé que el trabajo no fue fácil, así que creo que es lo que merecen —respondió Michael amablemente, reconociendo el esfuerzo que habían puesto en la tarea.

Con la paga en sus bolsillos, los dos jóvenes salieron contentos de la casa de Michael. Mientras tanto, Michael verificó la hora nuevamente; eran las cuatro y diez, lo que significaba que le quedaba menos de una hora para prepararse y tomar el autobús hasta la plaza cívica de la ciudad. Calculó que el viaje desde su hogar hasta allí tomaría al menos cuarenta minutos. 

Con determinación, Michael se apresuró a terminar de acomodar en una de sus mochilas favoritas el artefacto que había estado armando en el baño: había adaptado las baterías de automóvil para duplicar la carga de los bastones de justicia que había tomado de los cadáveres de Jhonson y Emilio. La mochila colgaba pesadamente de su hombro mientras se preparaba para salir, su mente llena de pensamientos sobre lo que estaba a punto de hacer.

El plan de Michael estaba meticulosamente calculado: usaría el primer modo de los bastones, con la carga duplicada gracias a las baterías adaptadas, para dejar inconsciente a Gabriella. Dedujo que ella solo pudo resistir el modo pistón gracias a su aura en modo Armor, lo cual notó debido al parche que siempre llevaba en el ojo, donde a los usuarios de energía zen se les desarrollaba la Eurenia. Si la dejaba inconsciente, estaría desprovista de su capacidad de usar zen, y esa sería la oportunidad para atacarla con los bastones en modo pistón.

Para evitar sospechas, envolvió los bastones con la tela de su camisa y les pegó pequeñas banderas hechas con papel de la libreta que había dado a Esmeralda. En las banderas se podía leer el nombre de Gabriella, simulando ser simples banderas de apoyo para la campaña política. En la mochila, guardó las dos baterías conectadas a los bastones mediante delgados cables negros que se camuflaban entre el interior de la mochila negra. Con cada detalle cuidadosamente planeado, Michael se preparó para llevar a cabo su misión con determinación y sigilo.

Con rapidez, el joven se colocó una sudadera negra y una gorra de béisbol antes de salir apresuradamente de su hogar. Había escuchado el claxon del taxi que había llamado justo cuando Tina y Héctor se habían ido, y no podía permitirse ningún retraso. Con el corazón latiéndole con fuerza por la emoción y la tensión, se encaminó hacia la puerta, listo para enfrentarse a lo que fuera necesario para detener a Gabriella.

Esa mañana, Luna asentó el periódico en la mesa y se levantó para abrir la puerta, ya que llevaban un buen rato tocando. Al hacerlo, se encontró con un hombre trajeado.

—Buenos días, jovencita. Soy Roger Langley, representante de la campaña de la señorita Gabriella Mendez. ¿La conoce? —preguntó con formalidad el hombre.

—Sí, de hecho acabo de verla en el diario. Me gusta su propuesta de seguridad —respondió Luna con una sonrisa falsa, mientras recordaba la impactante noticia del fallecimiento del editor del periódico, seguida de la publicidad de la campaña de Gabriella.

—Exacto, "Vote a Gabriella Mendez para más seguridad en las calles". Creo que no queda nada más que decir. La señorita Mendez estará feliz de contar con su voto —concluyó Langley, con una mueca de seguridad en su rostro.

—Téngalo por seguro —respondió Luna, antes de cerrar la puerta en la cara de aquel extraño sujeto. Con una sensación de desconfianza que no lograba sacudirse.

Con la adrenalina pulsando en sus venas, Michael bajó rápidamente del autobús al llegar a la plaza cívica, consciente de que ya estaba veinte minutos tarde para el evento. Sin embargo, la suerte parecía estar de su lado, pues divisó a Gabriella entre la multitud. El joven se mezcló entre la gente, procurando no llamar la atención mientras avanzaba. Observó cómo la mujer se adentraba en uno de los camerinos para candidatos, sin que nadie pareciera vigilar la entrada. Era su oportunidad perfecta. Sin titubear, se deslizó entre la multitud hasta la puerta del camerino y entró, procurando hacer el menor ruido posible.

—Sí, Annie, ya voy, solo vine a acomodarme el maquillaje —dijo Gabriella mientras se observaba en el espejo. "No puede ser, apenas hice ruido al entrar", pensó Michael, sintiendo un nudo en el estómago. Sin embargo, no podía dudar ahora, tenía que actuar. Tomó firmemente los bastones y se preparó para avanzar hacia Gabriella.

—¿Eres tú, verdad Michael? —preguntó Gabriella, sin voltear a ver al intruso, su tono era sorprendentemente ligero, como si estuviera charlando con un amigo—. Perdón por el desastre que dejé en tu casa… sin rencores, ¿verdad?

—Ya me enteré de que tú fuiste la que mandó todos esos ataques a mi casa —respondió Michael, su voz temblaba ligeramente, revelando el miedo que sentía.

—¿Por qué dices eso, Michael? Yo soy tu abogada, no haría nada para lastimarte a ti ni a ningún ciudadano —añadió Gabriella, su tono aún cargado de calma y confianza.

Michael, lleno de ira, arremetió contra Gabriella con los bastones, su determinación era palpable en cada movimiento. Tal como lo había planeado, la candidata se confió y detuvo los bastones con sus manos desnudas. En ese instante, Michael no dudó ni un segundo; activó la descarga al máximo. Gabriella, sorprendida, comenzó a sentir los efectos del poderoso choque eléctrico. Su rostro se contrajo en dolor y su nariz empezó a sangrar de nuevo. A pesar de eso, parecía estar resistiendo el ataque, una fuerza inquebrantable que desafiaba las probabilidades.

Michael se percató de la situación y, pensando rápido, lanzó un golpe certero a la mesa que estaba frente a Gabriella, derribando el vaso de agua que estaba a su alcance. El líquido frío y cristalino se derramó sobre la candidata, causando un impacto que la dejó momentáneamente aturdida. En ese preciso momento, Michael vio la oportunidad y redobló su ataque, aprovechando la ventaja para dejar a Gabriella completamente inconsciente.

Respirando agitadamente, Michael apenas podía creer lo que acababa de lograr. La adrenalina fluía por sus venas mientras miraba el cuerpo inerte de su enemiga caído en el suelo. 

El grito de victoria de Michael apenas había resonado en el aire cuando una voz familiar lo hizo estremecerse. Antes de que pudiera reaccionar, una figura ominosa emergió detrás de él, el mismo hombre que le había fracturado el brazo a Shori antes del torneo. Sin darle tiempo para procesar la situación, lanzó una patada precisa que dejó a Michael inconsciente al instante.

El joven cayó al suelo con un golpe sordo, su cuerpo inerte yacía vulnerable ante la oscuridad que lo envolvía. El hombre se acercó con paso decidido, su presencia imponente llenaba la habitación con una tensión palpable. Sin una palabra, se agachó junto a Michael y observó su rostro con una expresión impasible.