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SIETE

Como si se tratara de la bala de un revolver, la esfera voló en línea recta directo a su objetivo: Rakso, quien la esquivó al arrojarse fuera de la trayectoria. El arma se estrelló contra la pared, al otro lado del mostrador donde hace unos minutos se disponía la caja registradora.

El rugido del impacto taladró los oídos de un atemorizado Led; éste se aferraba con fuerza al cuerpo de Axel, de no ser por sus reflejos, aquella bola le habría arrancado la cabeza.

Rakso dejó escapar una palabrota. Había olvidado por completo que Led se encontraba a sus espaldas, si lo perdía, tendría que decirle adiós a su plan. Necesitaba pensar en una forma de deshacerse de su hermano, y pronto.

A la velocidad de un rayó, embistió a Anro con todo el peso de su cuerpo para alejarlo del ruinoso establecimiento y, por ende, de Led. Los demonios terminaron contra los restos de un auto en llamas que se balanceaba al borde del cráter por el que habían llegado los intrusos.

—¿A qué has venido? —exigió saber Rakso, sin dejar de apalear aquel rostro sonriente—. ¿Acaso te ha enviado Eccles? ¡Responde!

—He venido a eliminarte.

Anro movió los brazos, y Rakso se apartó al instante en que la esfera regresaba y arrojaba el vehículo al llameante vacío de un sólo golpe. La ira y la avaricia se habían envuelto en una ardiente danza repleta de puños, piruetas y zarpazos, la sangre de Rakso salpicaba en distintas direcciones y parecía que Anro llevaba la ventaja gracias al peligroso mangual que portaba. Rakso maldecía por ser incapaz de invocar su arma.

—Axel —llamaba Led a su amigo una y otra vez. La suciedad cubría el rostro de ambos—. ¡Axel! —repitió, esta vez, zarandeando al muchacho. Sabía que estaba vivo, lo notaba por su respiración, era débil, pero estaba presente. De no ser por Rakso, el joven se habría sumado a la fila de cadáveres que yacían desperdigados a su alrededor—. ¡Axel!

Los ojos del durmiente se abrieron con pesadez, tuvo que parpadear numerosas veces para ajustar la visión. Con voz ronca, murmuró el nombre de su amigo, y Led le devolvió el gesto con una sonrisa repleta de lágrimas. Por un minúsculo segundo, había pensado que lo perdería para siempre.

—Led —repitió una vez más entre toses. Despacio, se incorporó—. Led, ¿qué sucedió? —preguntó, mirando a todos lados—. ¿Qué está pasando?

Led negó con la cabeza y, valiéndose de su poca fuerza, lo ayudó a ponerse de pie. Axel era mucho más alto y pesado, por lo que a Led le costaría un mundo trasladarlo hasta el sanitario donde aguardaba Olivia.

—Tenemos que ir por Olivia y lárganos de aquí.

Un temblor los hizo volver al suelo, y Led soltó un gemido al apoyar su mano izquierda sobre un montón de cristales rotos. La sangre manaba roja y en hilillos se derramaba sobre el suelo.

—¿Estas bien? —apremió Axel, examinando la herida de su amigo.

Led volvió la mirada hacia la calle, y advirtió a Rakso y Anro cara a cara, sus manos, una contra la otra, ejercían fuerza sobre el otro. El asfalto bajo sus pies se hundía, mientras una ventisca se desprendía de aquel encuentro.

La fuerza de Rakso comenzaba a ceder ante su hermano, sus rodillas flexionaban temblorosas y cada vez se postraba más. El demonio de cabello plateado delineó una mueca mordaz ante su delantera y decidió que era el momento de asestar el golpe final. Un brillo dorado lo envolvió por completo y, en un pestañeo, lo extendió como una fibrosa onda de choque que despidió a Rakso a pocos metros de Axel y Led.

—¡Rakso! —llamó el mestizo con voz ronca.

Anro se dio la vuelta y trazó una sonrisa de satisfacción al percatarse de la presencia de Led.

—Así que este es el humano —advirtió gustoso. Su mano apuntaba en su dirección—. Mas vale prevenir… —Y con la frase en el aire, despidió una potente centella ambarina en su dirección.

Rakso observó estupefacto, mientras la frustración y el miedo se combinaban en su interior junto a una misteriosa energía que lo invadía con furor; todo esto reventó en sus manos como una refulgente llamarada.

Led y Axel, atónitos, contemplaron como una figura se interponía entre ellos y el relámpago. Rakso, con todas sus fuerzas, agitó los brazos y desvió el ataque con la ayuda de una enorme guadaña. La centella impactó contra el brazo de Anro, y éste aulló de furia y dolor al ver como su extremidad se convertía en un enorme lingote de oro sólido.

—¡Maldito seas, Rakso! —rugió con una voz gutural, sin dejar de retroceder y apretarse el solidificado miembro—. Esto no se termina ¡Voy a destruirte! —Tenía los dientes tan apretados, que el demonio de la ira pensó que se harían trizas—. Volveré, volveré y acabaré con todos.

—Temo que no —le contradijo con ojos llameantes. Su mano buscaba en el bolsillo de la gabardina, y, cuando dio con el objeto, lo alzó ante su hermano—. No puedo permitir que andes libremente por ahí interfiriendo en mis planes.

Anro palideció al entender de qué iba todo aquello.

—No —retrocedió atemorizado.

—¡Anro! —bramó con brío.

El demonio de la avaricia corrió en dirección contraria, pero no fue suficiente. Su cuerpo se descomponía en una espesa columna de humo que fue absorbida por la canica que flotaba en la palma de Rakso. 

—Es hora de que enfrentes tus miedos —sentenció el demonio de la ira, mientras aquella masa informe se perdía en el interior de la prisión junto con unos terroríficos gritos que Led nunca podría olvidar.

La calma volvió, y Rakso se dejó caer en el suelo con el agotamiento royendo cada parte de su cuerpo. Su guadaña se deshizo en llamas cuando Led gateó hasta él.

—¿Estás bien, mestizo? —preguntó el demonio. Led distinguió una mirada afligida.

—Sí, gracias a ti.

—¿Y tus amigos?

Ambos se volvieron y advirtieron a Axel desplomado en un nido de escombros al igual que un árbol en el piso. Led pensó que sólo faltaba una princesa de vestido azul que lo besara para salvarlo de una maldición de sueño.

—Olivia está a salvo en el baño —le aseguró con un deje en la voz. La garganta le dolía un infierno—. Axel también lo está, gracias a ti… —Sus ojos seguían clavados en el muchacho que seguía sin despertar—. Se desmayó cuando desviaste el ataque de ese demonio. La pregunta es: ¿tú estás bien? Se supone que ganaste, ¿no deberías estar fanfarroneando tu victoria?

Rakso suspiró, alzando la canica a la altura de los ojos del mestizo, quien no dejaba de preguntarse por los miedos del demonio de la avaricia.

—Esta prisión era lo único que tenía para recuperar mis habilidades —explicó. Parecía que la esperanza, sus objetivos, todo se había esfumado de él—. Sin mis habilidades, no podré enfrentar… a mis habilidades, cabe la redundancia. El plan era atrapar a una de ellas aquí, y de esa forma podría absorberla con facilidad. Ahora está ocupada por Anro y no puedo darme el lujo de liberarlo.

—¿Qué hay de tu arma? —propuso Led—. Fue impresionante lo que hiciste con ella. No se necesita ser un experto para percatarse de lo poderosa que es… Con ella puedes enfrentarlos.

—Sólo fue suerte —expuso, guardando la prisión de cristal en los bolsillos de su gabardina—. Ni te imaginas cuantas veces intenté invocarla sin éxito. La verdad es que se requiere de mucho poder para hacerlo, y de eso no tengo.

—Pero en tu batalla con Anro lo lograste.

—Y no tengo la menor idea de cómo sucedió. Una extraña energía me invadió y eso me permitió invocar el arma, pero desconozco su procedencia.

—Entiendo —Esbozó su mejor sonrisa para cargar el ambiente de positivismo—. Descuida, encontraremos una forma de resolverlo. Para todo hay solución… Sólo debemos ocuparnos, no preocuparnos.

La mirada de Rakso cambió. Una media sonrisa surcaba su rostro repleto de sangre y suciedad. Las llamas de sus cuernos se reflejaban en los ojos azules de Led.

—¿Acaso dijiste ‹‹encontraremos››?

Led reprimió una sonrisa. No le hacía gracia su decisión, pero sabía que era lo correcto. A pesar de haberlo hecho por intereses personales, Rakso salvó su vida y la de Axel; se lo debía. Además, él era el único que podía ayudarlo con el origen de sus pesadillas: su alma cautiva.

—Creo que te lo debo. Después de todo, salvaste nuestras vidas —Sus ojos, llameantes de seguridad, estaban anclados a los del demonio. Rakso pudo ver la fortaleza del mestizo a través de ellos—. Entonces… ¿El trato sigue en pie?

Rakso asintió en silencio y extendió su mano.

—Te ayudaré a liberar tu fragmento de alma, a cambio, tú me ayudarás a encontrar mis habilidades.

Led tragó en seco. Entendía en lo que se estaba metiendo, y que no existía otra forma de solucionarlo. Contempló la mano de Rakso, fuerte y vigorosa, y se preguntó cuántos humanos habrían estrechado su mano. Luego examinó su rostro, y descubrió que de aquellos ojos rojos se desprendía un gran furor. Una vez que cerrara el trato, no habría vuelta atrás.

—Acepto —Y estrechó la mano del demonio.