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CATORCE

Despertó con violencia, la respiración agitada, y sin proferir gritos para variar. A pesar del frío, su cuerpo permanecía rociado por una delgada capa de sudor. Apartó los mechones de cabello de su frente y miró por la ventana: una noche despejada, sin nubes, truenos o rayos; la paz había regresado a la capital francesa.

—¿De nuevo en la prisión?

Led se volvió, y advirtió a Rakso mirándolo desde el centro de su cama, mantenía las piernas cruzadas y la barbilla apoyada sobre sus manos entrelazadas.

—Mi alma está sufriendo —contestó, acomodándose entre las cobijas y depositando la espalda contra la pared.

—Pues, esa es la idea —explicó el demonio sin moverse—. Para eso fueron concebidas las prisiones.

—No puedo creer que el torturar personas los haga felices.

Rakso se encogió de hombros.

—Es un estilo de vida.

Led agachó la cabeza y las visiones de sus pesadillas no tardaron en correr ante él. Podía ver a su alma llorar, gritar y luchar por un escape imposible. Si tan sólo existiera una forma de soltar el pasado, tal vez ese fragmento de su alma volviera a él, pero se le hacía imposible olvidar, estaba marcado.

—¿Quieres hablar de ello? —preguntó el demonio, estableciendo su nido junto al mestizo, hombro con hombro—. Tal vez te ayude un poco.

—Ya lo hice con mi doctora, y no fue de mucha ayuda.

—Tal vez quieras hablarlo con un demonio, con un príncipe infernal —añadió con algo de arrogancia—. Así puedes echarle la culpa de ese mal.

Led esbozó una sonrisa lánguida, pues, una parte de él estaba de acuerdo con Rakso. Una conversación con uno de los gerentes del infierno no le caería nada mal, hasta podría resultar terapéutico, pensó.

Suspiró y cubrió todo su cuerpo con la cobija, dejando únicamente el rostro al descubierto.

—Fue a los dieciséis —comenzó a narrar el joven con la mirada perdida en la nada, abrazando sus rodillas. Rakso escuchaba atento—. Conocí a un sujeto a través de una red social, era cinco años mayor que yo. Nos escribíamos y todo parecía ser perfecto… Era guapo, inteligente y muy simpático. Siempre estaba pendiente de mí, vivía preguntándome: ‹‹¿comiste?››, ‹‹¿qué tal tú día?›› y cosas así que enamoran a uno —Led sonreía ante el lejano recuerdo de una época más sencilla—. Después de una semana de enviarnos mensajes, decidimos conocernos en persona… Fue un agradable paseo en el parque que terminó en un picnic, y desde ese momento nos hicimos inseparables.

››Olivia y Axel lo conocieron dos días después, y me dieron su pulgar en alto tras dar por terminada nuestra salida al cine. Y a pesar de que las cosas marchaban rápido, todo me parecía perfecto: los paseos, las cenas, las charlas, incluso había encantado a mi mamá —La sonrisa se apagó y mordió su labio inferior con tristeza—. Pero todo se fue por el caño esa noche.

Los brazos de Led se tensaron, y sus dedos aferraron con fuerza la cobija que lo arropaba. Rakso distinguió un leve temblor y, por alguna razón, le provocó una extraña sensación en el pecho que no supo identificar.

—Había superado la semana de exámenes finales, y él ansiaba por llevarme a celebrar a una de las discotecas de Seattle —continuó. Sus ojos brillaban por culpa de las lágrimas—. Yo nunca había estado en una, y me daba un poco de miedo, pero acepté la invitación… Al fin y al cabo, era mi novio. Recuerdo la música, las luces, las personas bailando con alegría, despreocupadas —Las imágenes azotaban la cabeza de Led como si fuera un recuerdo del día anterior—. Me invitó un trago. La verdad es que no quería beber, pero tampoco quería ser un aguafiestas… Esa noche bebí mucho, bailé y grité hasta quedarme ronco —Calló de pronto, como si se estuviera dando cuenta de los detalles que no había visto antes—. La última copa… era más amarga que las otras. Él me aseguró que era la misma bebida. Después de un trago, todo comenzó a dar vueltas. Todo se puso difuso, luego oscuro. Desperté en una habitación —Led se abrazó con más fuerza—, desnudo… y él estaba sobre mí, besándome. Le pedí que parara, le dije que nunca lo había hecho antes —Su voz temblaba, pero cogió fuerzas para no romper en llanto—. Su mirada cambió, y en cuanto me sujetó los brazos, sentí miedo. Me inmovilizó con todo su cuerpo, era mucho más fuerte que yo —Cubrió su boca con la mano derecha, intentando ahogar el sollozo—. Lo pateé y logré soltarme, corrí hasta la puerta, no me importaba que estuviera desnudo, sólo quería huir, buscar ayuda… Me alcanzó. Me tomó del brazo y me golpeó en la cara —La respiración del chico se aceleraba a medida que avanzaba en la historia—. Terminé en el piso, con él sobre mí, golpeándome… El mareo, el dolor, el cansancio, no tenía fuerzas para defenderme, y fue entonces cuando aprovechó para entrar y… El dolor fue desgarrador, sentía como me destrozaba por dentro, como si mi cuerpo ardiera en el mismísimo infierno. Le supliqué que parara, lloré, quise gritar, pero me cubrió la boca con su mano y me obligó a verlo. Disfrutó hacerme daño.

Los puños del demonio se cerraron con fuerza. Sus labios se habían convertido en una fina línea y deseó encontrar a ese sujeto para propinarle una buena paliza y hacerlo sufrir por toda la eternidad en una de sus prisiones.

—Acabó —dijo, con voz hueca y la cara desfigurada por el asco—. Me pateó para comprobar que estuviera vivo y luego se vistió —Led se volvió hacia su espectador con una mirada carente de expresión. Los nervios picotearon a Rakso—. ¿Sabes lo que hizo después?

Rakso negó con la cabeza.

‹‹¿Por qué siento este miedo?››, se preguntó el demonio, trabando la mirada con el mestizo.

Led hurgó en su bolsillo y extrajo un viejo billete. Se lo tendió.

—Me arrojó veinte dólares, y luego me dijo: ‹‹eso alcanzará para un taxi››. Y se fue —Cada uno de los músculos del joven permanecían tensos. La rabia comenzó a fluir por sus venas—. Ese es mi valor, Rakso —dijo, agitando el billete—. Veinte dólares.

—¿Es el mismo billete?

Led asintió y soltó un bufido.

—Estoy dañado —sentenció, arrugando el trozo de papel con rabia y devolviéndolo al bolsillo—. Es un recordatorio de lo que me sucedió, de que debo andar con cuidado, de… —Dejó las palabras en el aire; aquello era algo personal—. No supe más de él —prosiguió—. Cuando llegué a casa, te podrás imaginar el escándalo que armó mi madre, las lágrimas que derramamos y las noches sin poder dormir. Mis amigos se enteraron y decidieron pasar los días conmigo. En ningún momento me dejaron solo. Fui con mi madre a hacer la denuncia con la policía, se abrió el caso y dieron inicio a una investigación que los llevó a descubrir que mi caso se repetía con el de otras tres personas.

—Un violador en serie —advirtió Rakso.

La rabia dentro de Led seguía creciendo. Podía sentir como sus venas burbujeaban y estallaban a causa del fuego.

—Pasó el tiempo, la investigación no arrojó nada más y decidieron cerrar el caso —La visión del muchacho comenzaba a difuminarse—. Me engañó, me golpeó, me violó —dijo con los dientes apretados y haciendo énfasis en la última palabra; era la primera vez que lo decía en voz alta—. La policía no hizo nada, y eso los convierte en cómplices —Su voz comenzaba a distorsionarse, se escuchaba áspera—. El maldito no pagó por sus crímenes, y aún sigue libre, viviendo su vida como si nada —continuó, con las venas marcándose por todo su cuerpo—. Este mundo está podrido, no hay justicia.

Despacio, Rakso llevó la mano al cinto en busca de su daga. La transformación del mestizo le aterraba y no dejaba de pensar que en cualquier momento saltaría sobre él en un ataque sanguinario.

Led se volvió hacia el príncipe, y éste tragó en seco al ver aquellos ojos tan negros como la brea.

—No queda de otra que hacer justicia por cuenta propia.

—Pienso lo mismo —declaró Rakso, con voz monótona y apretando la empuñadura del arma.

—Te juro que, si lo llego a ver, haré que pague, haré que sufra y desee la muerte… Y lo mismo va para esos policías —En aquel punto, Led había perdido todo rastro de humanidad.

Un tumulto de emociones atormentó a Rakso: miedo, ira, rencor, sed de venganza y culpa… Sí, eso fue lo que sintió al comenzar a escuchar la historia, como si su estómago se devorara a sí mismo; era la culpa. A pesar de no tener nada que ver con ello, se sentía responsable por tan sólo pertenecer a la raza que incitaba aquellas emociones malignas en los habitantes del mundo natural. Led era una buena persona, y no merecía haber atravesado aquella terrible situación. Rakso lo sentía… Sentía arrepentimiento.

‹‹¿Qué me está pasando? —Se preguntó el demonio, confuso ante todas esas emociones que lo asfixiaban—. ¿Por qué estoy sintiendo todo esto?››

—Mi madre dice que Dios siempre nos está cuidando, pero, ¡¿dónde carajo estaba él cuando me violaron?! ¿Dónde? ¿Qué hice para merecer esto? —estalló, despidiendo una poderosa ventisca por toda la habitación—. ¡Siempre he creído en él, seguí sus malditos mandamientos, siempre he ayudado a los demás y no me limito a rezar en la iglesia! ¿Por qué dejó que me pasara esto?

Las lágrimas corrían por sus mejillas en finos hilillos que se encontraban en su quijada y terminaban goteando sobre las sábanas.

—¡Mestizo, ya basta! —protestó Rakso, alzando su voz para hacerse escuchar sobre el vendaval.

No soportaba lo que sentía.

Ya no quería seguir escuchando.

Sabía lo que le habían hecho, pero que el mismo Led se lo contara, que se expresara de esa manera, y que le indujera aquellos sentimientos era demasiado para él.

—¡Tienes que detenerte! —le pidió, sintiendo asco de sí mismo, y el asco que sentía Led hacia su propia persona.

Led seguía despotricando, liberando su rabia reprimida entre insolencias, gritos y lágrimas. Por otro lado, Rakso sólo pensaba en cuanto había sufrido el mestizo; en buscar las palabras adecuadas para pedirle perdón, a pesar de no tener la culpa; y abrazarlo… abrazarlo y no soltarlo hasta que se calmara y volviera a ser el chico que había conocido en aquellas ruinas.

La ventisca desapareció, y el silencio los sepultó en cuanto el puño de Led atravesó la pared. Poco a poco, la respiración del joven fue recuperando su ritmo normal. Tragó en seco, parpadeó un par de veces y abrió los ojos azules como dos enormes platos al ver su mano encasquetada entre el duro hormigón.

—¿Qué me pasó? —preguntó aterrado.

De pronto, el aire a su alrededor se hizo más denso, miró a Rakso, y éste movía sus labios sin emitir sonido alguno. Por un momento, Led pensó que se había quedado sordo, pero sus oídos captaban una especie de chisporroteo. Su piel escocía, como si alguien apagara cientos de cigarrillos sobre él, y después de unos segundos, las luces aparecieron.

Alrededor de él, flotaban miles de hilillos recorriendo la desordenada alcoba, algunos lo hacían con pereza, otros con gran velocidad.

‹‹Energías espirituales››, pensó, maravillado ante el hecho de poder reconocerlas. Era la primera vez que las contemplaba todas, tanto celestiales, como demoniacas.

Rakso lo miraba preocupado, y no paraba de preguntarse qué le sucedía.

—Mestizo —lo llamó, sin recibir ningún tipo de respuesta. Incluso se atrevió a zarandearlo, pero obtuvo el mismo resultado.

Las luces se evaporaron, no obstante, dos de ellas permanecieron danzando en el aire, refulgentes y zigzagueando en dirección a la mochila de Led. Sabía lo que significaba, así que corrió hasta ella sin pensárselo dos veces.

Deslizó el cierre hacia un lado y extrajo el mapa que Olivia le había proporcionado. Sin decir nada, lo extendió en el piso y miró fascinado como las luces se concentraban en dos puntos distintos.

Rakso se acuclilló ante él.

—¿Buenas noticias?

—Son más que buenas —dijo Led, sorprendido de haber recuperado su sentido de la audición—. Acabo de localizar dos habilidades.

Rakso sonrió. Una mezcla de sorpresa y satisfacción.

Las flores de luz palpitaban despacio, al ritmo de un corazón. Una era de un cálido color rosa, la otra destellaba en un violento marrón.

—Una está en Los Ángeles —explicó, señalando la luz rosa. A Rakso le frustraba su incapacidad de ver las energías—. Y la otra está en Río de Janeiro.

—Bien —dijo el demonio, estirando el brazo hacia la mesita de noche. Cogió el celular y se lo tendió a su dueño—. Es hora de que tu amiga entre en acción.

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Aquella tarde del miércoles, el aeropuerto internacional de París se encontraba atestado por viajeros que iban y venían arrastrando enormes maletas de todos los colores y modelos. Faltaba una hora para que llamaran a los pasajeros del vuelo París – Río de Janeiro, y, mientras Led luchaba con una máquina expendedora de bocadillos a mitad de un pasillo tan blanco, que daba la sensación de estar esterilizado, Rakso permanecía sentado en una de las incomodas sillas metálicas reviviendo los sucesos de la noche anterior.

El poder que Led demostró era increíble, y aterrador. Las manos aun le temblaban al príncipe, ya que nunca había visto algo parecido. ¿Cómo era posible que un mestizo le hiciera sentir culpa, arrepentimiento y asco de sí mismo? No tenía sentido.

‹‹¿Quién eres, mestizo?››, se preguntó. No podía arrancarse de la mente aquella versión demoniaca de Led.

Sacudió la cabeza para apartar los recuerdos. No quería lidiar con el tema, ni con Led, y, para su suerte, el joven no recordaba nada.

Miró el reloj que yacía en las pantallas donde se desplegaban las rutas de vuelo. Las cinco y media de la tarde. Sólo veinte minutos más y dejarían atrás ese lugar.

Cerró los ojos y masajeó sus sienes. Era un alivio contar con la ayuda de Olivia, y que ésta estuviera pendiente de su teléfono a toda hora. En cuanto Led ubicó las dos habilidades demoniacas, llamaron a la joven para que hiciera su magia y les consiguiera un vuelo hacia su próximo destino.

—Y que sea para hoy mismo —le había exigido el demonio. Quería abandonar París lo antes posible.

—Será sencillo —contestó ella con absoluta seguridad, ya que sus padres disponían de algunos contactos en las aerolíneas francesas.

Y en menos de diez minutos, Led ya tenía los pasajes en su correo electrónico; no se molestó en ocultar su decepción al ver que eran para esa misma tarde, pues, aun había muchos lugares que deseaba visitar.

—Deberían estar aterrizando el jueves por la mañana —les informó Olivia antes de despedirse y colgar la llamada.

El llanto de un infante lo devolvió al presente. Volvió a ver la hora, y se preguntó por qué Led demoraba tanto. Soltó un resoplido y siguió la ruta que vio tomar a su compañero. A pocos metros, lo divisó entre un tumulto de personas que se concentraban en torno a una enorme pantalla de televisión.

—¿Por qué te demoras? —Las cejas de Rakso formaban una ‹‹V›› muy marcada—. Ya están por llamarnos a abordar…

Cerró la boca al percatarse de la máscara de sorpresa que cubría el rostro del joven.

—A-ahora sé porque tu habilidad se me hacía conocida —balbuceó, como si lamentara algo.

Rakso parecía confundido, así que volvió la atención a la pantalla de televisión, seguro de que allí encontraría la respuesta. Un locutor, con un elegante francés, informaba sobre la desaparición de una mujer durante la noche. Su nombre era Fleur Deneuve, una hermosa rubia con porte de modelo, amada esposa y madre de dos pequeños. Rakso la reconoció como la mujer de la cafetería, la que Led había fotografiado.

—Tenía una vida, Rakso —dijo Led, sin abandonar el estado de estupor—. Tenía una familia…

Rakso volvió a ver la pantalla, donde se mostraba la imagen de la desaparecida. Su cerebro hizo un clic, al mismo tiempo que palidecía por completo. Ya entendía lo que molestaba al mestizo. Fleur Deneuve era su electroquinesis.